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Datos principales


Desarrollo


V Cómo destruían o combatían los pueblos Llegada la fiesta de Hiquándiro, inviaba el cazonci mandamiento general por toda la provincia, para la leña de los cúes, y en diez días la ponían en los patios compuesta, y llegábanse todos los caciques de la provincia a la cibdad, con todos los dioses de los pueblos, y ataviábanse todos los sacerdotes que traían los dioses a cuestas, y sobían a los cúes, y atavíabanse todos los valientes hombres, entiznábanse todos y poníanse en las cabezas unas guirnaldas de cuero de venado o de pluma de pájaros. A cada uno destos valientes hombres, encomendaban un barrio, que era como capitanía, y iba con cada barrio un principal, que llevaba la cuenta de cada barrio, y conoscía los vecinos dél. Iban a esta conquista, los de Mechuacán y los chichimecas y otomíes quel cazonci tenía sujetos, y matlalcingas y uetamaecha y chontales, y los de Tuspa y Tamazula y Zapotlán, y enviaba el cazonci con toda la gente su capitán general, y aquél llevaba otro tiniente suyo, y encomendaban a toda la gente que Ilevasen todas las vituallas y los arcos e flechas e rodelas y harina e pan de bledos y ofrendas quel cazonci inviaba para los dioses que iban a la guerra. Cada pueblo se llevaba sus vituallas, y así se partía toda aquella gente de los pueblos, y por los pueblos que pasabanles sacaban al camino mucha comida, y antes que llegasen donde habían de sentar el real, juntábanse todos y entiznábanse toda la gente, y los sacerdotes que llevaban los dioses, y componíanse todos: unos se ponían penachos blancos de garzas blancas, otros plumas de águilas, otros plumas de papagayos colorados, y tomaban los de la cibdad doscientas banderas de su dios Curicaueri, de plumas blancas, y de Cuyacán cuarenta, y de Pátzcuaro cuarenta, y sacaban cuarenta varas de palo recio, que tienen unas puntas, y eran dos brazas en largo, y tenían unos ganchos, y llevaban estas varas los valientes hombres, y toda la gente llevaba unas porras de encina.

Otros, en las cabezas de aquellas porras ponían muchas puyas de cobre, agudas, y sacaban sus rodelas hechas de pluma de muchas aves, unas blancas, de garzas blancas, que eran de Curicaueri: otras coloratadas de papagayos colorados: otras de unos pajaritos de color dorada y verdes y todos los valientes hombres se vestían de unos jubones de algodón y la otra gente común, unos petos de algodón, y los señores y valientes hombres, se ponían jubones de pluma de aves ricas y hacían una solemne fiesta y alarde, y hacían un camino real muy ancho para la gente y señores que iban de Mechuacán, y llegaban donde tenían sentados sus reales, y durmían allí aquella noche, y a la mañana llegábase toda la gente de guerra, y componíase el capitán general del cazonci; poniase en la cabeza un plumaje de plumas verdes, y una rodela muy grande de plata a las espaldas, y su carcax de cuero de tigre, y unas orejeras de oro, y unos brazaletes de oro, y su jubón de algodón encarnado, y un mástil arpado de cuero por los lomos, y cascabeles de oro por las piernas, y un cuero de tigre en la muñeca, de cuatro dedos de ancho, y tomaba su arco en la mano, y estaban todos los caciques, cada uno con su gente que habían traído de los pueblos, y habían dejado un lugar en medio de todos ellos. E venían cinco sacerdotes de Curicaueri compuestos, y cuatro de Xarátanga. Y todos los valientes hombres de Mechuacán, venían delante de este capitán general, todos compuestos, y después dellos venía este susodicho capitán general, y todos le saludaban, y asentábase en su silla en medio de todos, y decíales el presente razonamiento: "Señores chichimecas, del apellido de Eneani y Tzacapuhireti y Uanacac que sois venidos aquí; ya habemos traído a nuestro dios Curicaueri hasta aquí, puniéndole encima la leña y rama, que le habemos hechos su estrada de rama hasta aquí a este camino; ya nuestro dios Curicaueri y Xarátanga han dado sentencia contra nuestros enemigos, y aquí han venido los dioses llamados primogénitos y los dioses llamados uirauanecha.

Cómo, chichimecas ¿no os paresce que ha dado sentencia Curicaueri y los dioses, pues que tantas ofrendas les dimos estando en los pueblos y según la leña que trujimos para los fogones y los olores que echaron en los fuegos los sacerdotes, con que despidimos a los dioses que venían a la guerra? Aquí, pues, han de venir los dioses del cielo, donde está la traza del pueblo que habemos de conquistar; aquí donde hay leña para los fuegos en cuatro partes, donde han de venir las águilas reales, que son los dioses mayores, y las otras águilas pequeñas, que son los dioses menores, y los gavilanes y halcones y otras aves muy ligeras de rapiña, llamadas tintiuápeme. Aquí nos favorescerán los dioses del cielo: esto es ansí. Vosotros, gente de los pueblos que estáis aquí, ¡mira questá contando los días el cazonci nuestro rey, para que demos batalla a nuestros enemigos! ¿Cómo le habemos de contradecir? Y los señores tienen por mal que se pierda la leña que se trajo para los cúes: pues estamos aquí de voluntad, vosotros caciques, y vosotros los que estáis aquí de las fronteras y vosotros principales de la cibdad de Mechuacán y Pátzcuaro y Cuyacán, oíd esto, caciques que estáis aquí, porque yo tengo cargo de encomendar la leña de los cúes: He aquí la traza de los pueblos que se han de conquistar. Esto es lo que le dijeron a nuestro dios Curicaueri cuando le engendraron, que vaya con sus capitanías, en orden, de día, y que vaya en medio nuestra diosa Xarátanga, y los dioses primogénitos, que vayan a la mano derecha y los dioses llamados uirauanecha, que vayan a la mano izquierda, y todos irán de día, donde les es señalado a cada uno, donde tiene la gente de sus pueblos.

Pues mirá, vosotros, gente común, que no quebréis estos mandamientos, y que no os apartéis de vuestros escuadrones, porque si os fuéredes a alguna parte o contradijéremos al mandamiento del cazonci, aparejaos a sufrir vosotros caciques, que sois los capitanes. Esto es lo que os he dicho a vosotros caciques e gente común: ya con esto cumplo y ya yo estoy libre de lo que me mandó el cazonci, y de las palabras que truje con nuestro dios Curicaueri." Y acabando su razonamiento, asentábase en su silla, y respondiendo todos: que era muy bien dicho. Después que se había sentado, levantábase el señor de Cuyacán y decía a toda la gente: "Ya habéis oído, al que está en lugar de Curicaueri: ya ha cumplido con lo que os ha dicho; mira que no lo tengáis en poco, vosotros los de Mechuacán y Cuyacán y Pátzcuaro y vosotros caciques de todas las cuatro partes desta provincia, y vosotros matlacingas y otomíes y ocumiecha y vosotros chichimecas. Yo, en esto que os digo, no hago más de aprobar lo que ha dicho el que está en lugar de nuestro dios Curicaueri, que es el cazonci. Si de miedo de los enemigos os volvéis, mirá que nuestro rey hizo oración en la casa de los papas; mirá que no tornaremos todos a los pueblos, que algunos morirán en esta batalla, y a otros los pondrán el palo y la piedra en el pescuezo que son los rebeldes en el camino, ques que los matarán, si tuvieren en poco esto que les ha sido dicho. Por eso, aparejaos a sufrir, vosotros, caciques.

¿Dónde habemos de morir? Sea aquí donde muramos, porque la muerte que morimos en los pueblos, es de mucho dolor. Sea aquí nuestra muerte. ¿Dónde habéis de haber vosotros, los bezotes de piedras de turquesas y guirnaldas de cuero y los collares de huesos de pescados preciosos, sino aquí? Paraos fuertes en vuestros corazones: no miréis a las espaldas, a vuestras casas. Mira que es gran riqueza que muramos aquí como hermanos. Sentí esto que os digo, vosotros gente de los pueblos." Y asentábase. Levantábase el señor de Pátzcuaro y decía a la gente: "Ya habéis oído lo que os dijo el que está en lugar del cazonci, y lo que os dijo el señor de Cuyacán e yo apruebo lo que os han dicho, porque nuestro dios Curicaueri tiene su señorío en tres partes. Mira caciques, que no os halláis como de burla en esta batalla. Mirá que no sea responder todos a bulto, que traéis todos vuestra gente, que quizá serán más valientes hombros nuestros enemigos. Basta esto que os he dicho." Y asentábase en su silla. Después déste, se levantaba el señor de Xacona, que estaba en una frontera, y decía a la gente: "Ya habéis oído al que está en lugar del cazonci y estos señores, y esto que os decimos aquí en esto, no oís a nosotros, sino al cazonci, al que trujo leña para los cúes hasta este lugar. Ya habéis traído a nuestro señor y rey Curicaueri, al cual tenemos por riqueza, de estar a sus espaldas. Mira con cuánto dolor y trabajo, han andado las espías, quebrando el sueño de sus ojos, y con el rocío por las piernas, por mirar y buscar las sendas, por donde ha de ir nuestro dios Curicaueri a dar batalla a este pueblo.

Mira que no os halláis como de burla, si no cativáredes o matáredes los enemigos, no será sino por el olvido que tuvistes con las mujeres en vuestros pueblos, por los pecados que hecistes con ellas, y por no entrar a la oración en la casa de los papas, y no entrábaoles de voluntad para hacer penitencia, y teníades en mucho juntaron con las mujeres. Mira no miréis atrás, a vuestros pueblos; mirá no os volváis, que si os volviéredes, o quebráredes esto que os han dicho, aparejaos a sufrir. No volváis la cabeza a vuestras mujeres con quien estáis casados, ni a vuestros padres viejos. Esforzaos vuestros corazones; muramos, que toda es una muerte, la que habíamos de morir en los pueblos y la que muriéremos aquí. ¿Dónde habéis de ir? Por esto sois varones. No quebréis estas palabras. Ya están todos vistos los pasos que han visto las espías en los pueblos de los enemigos. Esto es lo que os había de decir. Ya estoy libre dello." Y en acabando de decir su razonamiento, íbase donde estaba la traza del pueblo que habían visto las espías, y allí mostraba a todos los señores y gente, que estaba allí ayuntada, cómo estaban los pueblos de sus enemigos que habían de conquistar. Después de haber mostrado aquella traza, concertaba el capitán general la gente desta manera: en la frontera, poníanse todos los valientes hombres de la cibdad de Mechuacán y los sacerdotes que llevaban a Curicaueri y a Xarátanga, y todos los otros dioses mayores, y poníanse dos procisiones, de una puerta y de otra, y ponían sus celadas cada seis escuadrones, con sus dioses y banderas, y iban por medio de las celadas, un escuadrón de cuatrocientos hombres y un dios llamado Pungarancha, de los corredores, y llegaban todos éstos hasta el pueblo, con sus arcos y flechas, y ponían fuego en las casas y íbanse retrayendo, fingiendo que huían, y fingiendo questaban enfermos, y otros haciendo de los cojos; otros hacíanse caedizos en el suelo, como que iban corriendo y caían, y ansí sacaban sus enemigos del pueblo y los siguían viéndolos tan pocos, y íbanse retrayendo hasta metellos en medio de las celadas, y estando allí tenían una señal para cuando los habían de acometer, o unas ahumadas, o alguna corneta que tocaban.

Decían los capitanes: "Levantaos todos"; entonces juntábanse de una parte et de otra las celadas que estaban al cebo y tomaban en medio toda aquella gente que habían salido de los pueblos, y cativábanlos, y los otros delanteros pasaban adelante, y entraban en las casas y cativaban todas las mujeres y muchachos y viejos y viejas, y ponían fuego a las casas después de haber dado sacomano al pueblo, y tomaban ocho mil cativos a aquella vez, o diez y seis mil, y ponían miedo grande en los enemigos, y traían todos estos cativos a la cibdad de Mechuacán, donde los sacrificaban en los cúes de Curicaueri y Xarátanga, y los otros dioses que tenían allí en la cibdad y por la provincia y guardaban los mochachos, y criábanlos para su servicio, para hacer sus sementeras. Los viejos y viejas y los niños de cuna y los heridos sacrificaban antes que se partiesen en los términos de sus enemigos, y cocían aquellas carnes, y comíanselas. VI Cuando metían alguna población a fuego y sangre Tornaba a enviar el cazonci por leña para los cúes por toda la provincia, cuando habían de destruir alguna población, y venían todos los caciques con la gente de sus pueblos, y hacían un camino real, hasta donde habían de asentar sus reales, y por aquel camino iban todos los señores de la cibdad de Mechuacán con su gente, y los otros pueblos iban por los herbazales, y llegada toda la gente de los pueblos donde estaba la traza y rayas del pueblo de sus enemigos que tenían allí trazado, concertábanse todos los escuadrones, y los dioses más principales poníanse en medio, en el camino, que iba al pueblo derecho, y todos los otros pueblos con sus dioses, cercaban todo el pueblo, y acometían todos a una, con cierta señal, y pegaban fuego al pueblo, y dábanle sacomano, con todo su subjeto, y tomaban toda la gente, varones y mujeres, y muchachos y niños de las cunas, y contábanlos, y apartaban todos los viejos y viejas y niños, y los heridos de las flechas, y sacrificábanlos como está dicho.

E tenían puestas guardas por todos los caminos y sendas, y allí quitaban a la gente todo el oro y plata y plumajes ricos, que habían tomado en el saco, y piedras preciosas de todo el despojo y saco que se había dado. No les dejaban llevar más de las mantas, y cobre y alhajas, y todas las joyas, y oro y plata y plumajes, traían al cazonci y traían las nuevas cómo habían destruido aquel pueblo, y holgábase mucho con las nuevas. Después, como viesen sus enemigos que los trataban desta manera, salíanlos a rescebir y decían: "Seamos todos unos, y acrecentemos las flechas de Curicaueri, que dicen que son muy liberales los chichimecas". Y traían un presente de oro y plata al cazonci, y rescibíanlos muy bien, y decíales: "Señores, seáis bien venidos; quizá si venís de verdad, seremos hermanos y haciánles a todos mercedes. Y ansí los tornaba a inviar a sus pueblos y enviaba con los señores un valiente hombre y un intérprete, y llegando al pueblo, juntaban toda la gente y decíanles la liberalidad de que había usado el cazonci, y cómo los había rescibido por hermanos y que tornasen a poblar sus pueblos. VII De los que murían era la guerra Si acontecía morir algunos señores en la guerra, estaba muy triste el cazonci, y decía: "Por esto mataron los dioses de los nuestros, por probarnos, como mantinimientos" y daba mantas a las mujeres de aquellos señores. Y sabiendo sus mujeres las muertes de sus maridos, mesábanse y daban gritos en sus casas, y hacían unos bultos de mantas, con sus cabezas, y cubrían con mantas aquellos bultos, y llevábanlos de noche, y poníamos en orden delante de los cúes, cabe los fogones, y tañían unas cornetas y caracoles.

Poníanles a aquellos bultos, sus arcos y flechas, y sus guirnaldas de cuero, y sus plumajes colorados en las cabezas, y poníanles muchas ofrendas de pan y vino, y quemábanlos, que serían doscientos y más sin los de la gente común, que hacían desta manera, y tomaban las cenizas y poníanlas en unas ollas y poníanles sus arcos y flechas, y enterraban aquellas ollas, y después juntábanse todos sus parientes del muerto, en su casa, y consolábanse, y decían ansí: "Como han quisido hacer los dioses que ya murió, y se desató allá, murió en la guerra, hermosa muerte es, y de valentía es cómo nos dejó. ¿Cómo otra vez vendra el pobre?" Decían a la mujer: "Está y vive en esta casa algunos días, y está viuda algunos días mirando cómo va tu marido camino, y no te cases." Esto le decían a la mujer para consolalla: "Barre el patio porque no salga yerba; no tornes a desenterrar a tu marido con lo que dijeren de ti si eres mala, porque era conoscido de todos tu marido, y a ti te hacía conoscer; por él eres conoscida." VIII De la justicia que hacía el cazonci Dicho se ha arriba, en la Segunda parte deste libro, de la justicia general que se hacía de los malhechores, y no se acabó de decir todo; por eso puse aquí este capítulo. Si algún prencipal tomaba alguna mujer de las del cazonci, mandábale matar, y a sus hijos, y mujer y parientes, y todos los questaban en su casa diciendo que habían sido todos traidores, y habían sido mezquinos, que no le habían avisado ninguno de lo que hacía aquel prencipal, y tomábale toda su hacienda, y todas sus sementeras, y era todo para la cámara e fisco del cazonci, y quitábale la insinia de valiente hombre.

Si otro había cometido algún pecado no muy grave, encarcelábanle solamente algunos días; si era un poco más grave desterrábanle y quitábanle las insinias de valiente hombre, el bezote y lo demás, y a su mujer quitábanle las naguas y dejábanla desnuda, y aquellos vestidos eran del mensajero quel cazonci inviaba a hacer esta justicia a los pueblos. Si algún macegual había hecho algún delito, o algún cacique o prencipal de los de la provincia, traíanle al sacerdote mayor, y él lo hacía saber al cazonci, y él le sentenciaba, si era verdad, y a otros mataban en los mismos pueblos que habían hecho el delito. Enviaba el cazonci un mensajero, llamado uaxanoti, que era oficio por sí, y entiznábase todo, e tomaba un bordón y llegaba a la casa del delincuente, y prendíale, y luego le quitaba el bezote y orejeras de oro, y decía el delincuente: "¿Por qué me tratas así, señor?" Decía el otro: "Yo no sé la causa, que no se quejaron a mí; yo inviado soy por quel rey ha dado sentencia." Y acogotábale con una porra y a otros mandaba arrastrar el cazonci y destos unos enterraban, otros se los dejaban, para que se los comiesen los adives y auras, según que mandaba el cazonci, y otras veces iban los sacerdotes a hacer esta justicia. Y el que era hechicero, rompíanle la boca con navajas y arrastraban vivo, y cubríanle de piedras, y ansí le mataban. Y si algún hijo o hermano del cazonci no vivía bien, si se andaba de contino emborrachando, mandábale matar, y aquél era heredero del señorío, y traía leña para los cúes, que era más contino en el servicio de los dioses, y no se emborrachaba tanto, y al hijo que mandaba matar tomábale toda su hacienda, como a los otros prencipales que mandaba matar, y mandaba matar también sus ayos y amas que le habían criado, y los criados, porque ellos le habían mostrado aquellas costumbres. Mandaba matar los adúlteros y ladrones, y dábanle la pena según la calidad del delito, cuando estaba en su acuerdo el cazonci, porque algunas veces estaba borracho, y daba sentencia y mandaba matar a los principales cuando se quejaba alguno dellos, y después de haber tornado en su acuerdo, le pesaba y reñía con los que los habían muerto.

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