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Desarrollo


Tierras y lugares de fantasía en el proyecto colombino Hasta ahora, una de las cosas más sorprendentes del descubridor era la seguridad con que localizaba en las nuevas tierras ciertos parajes bíblicos, tierras de fantasía, gentes y pueblos rodeados de mitos y leyendas. ¿Cómo es posible --se preguntaban muchos-- que un hombre que pasa por símbolo adelantado de los nuevos tiempos caiga en semejantes fantasía y se le desborde la imaginación de esa manera? Con mentalidad y vivencia actuales no es extraño esbozar sonrisas de amable condescendencia al oír a don Cristóbal que el Paraíso Terrenal está en tal lugar, o que los Reyes Magos partieron camino de Belén del sitio que él señala, o que el Tarsis, el Ofir y los montes de oro de Salomón los tiene vistos y bien localizados, o que descendientes de las Amazonas de la Antigüedad se han refugiado en una isla que él conoce y da detalles, etc., etc. Para comprender la compleja mente colombina que construye todo esto, es preciso hacer dos observaciones: la primera es que en el plano religioso y cultural estamos ante un hombre medieval, con la imaginación, credulidad e ignorancia típicas del Medievo. La segunda observación, capital para entender a Colón, es el mesianismo profético que lo embarga, la profunda convicción de ser el siervo elegido por la Providencia, el apóstol o portador de Cristo (Cristóferens) o apóstol de los nuevos pueblos a través de cuya acción descubridora conocerán el Evangelio73.

Está firmemente convencido de que se ha operado en él, pecador gravísimo, un milagro evidentísimo, cual era que la Divinidad me puso en memoria, y después llegó a perfecta inteligencia que podría navegar e ir a las Indias desde España, pasando el mar Océano al Poniente74. Con estas credenciales se siente autorizado a disputar con sabios y filósofos, a rectificar a astrónomos y astrólogos, a completar lo que han dicho santos doctores y sacros teólogos. Con este convencimiento por guía, oigámosle cómo confecciona su mundo de fantasía, con qué fe y seguridad. Según el contenido de las apostillas colombinas hechas en los libros de Ailly y Piccolomini, el hallar explicación coherente a las mujeres guerreras o Amazonas de las Indias era asunto que mucho le preocupaba, como ha demostrado Pérez de Tudela. Una isla (Matininó) ocupada sólo por mujeres y organizada en república femenina, y cuyos componentes se dedican a ejercicios varoniles, especialmente la guerra; que demuestran capacidad de navegación; que se unen a hombre (antropófagos caribes de un estadio cultural inferior) con fines exclusivamente procreadores; que practican el nomadismo y una vida silvestre no podían ser asociadas con la mente colombina nada más que a las Amazonas de la Antigüedad. Pertenecían a la misma raza. En consecuencia, si esas Amazonas del mito antiguo tuvieron su asiento originario en las regiones del Cáucaso, Ponto y Mar Caspio, Cristóferens, el llamado a esclarecer hechos portentosos, tenía que seguir ahora su movimiento migratorio que terminó en su asiento actual, es decir, en la isla más extrema de las tierras asiáticas, que era lo que creía haber descubierto.

Colón las imaginará recorriendo las inmensidades del Asia, siguiendo los cursos fluviales, bosques y montañas, como en una prolongación de su asiento originario, y hallando las condiciones adecuadas para su peregrinaje junto a los pueblos nómadas y cazadores de las estepas asiáticas hasta llegar al fin del oriente y ocupar la isla de las mujeres (Matininó), la más extrema de la India o la primera que encontraría cualquier navegante al atravesar el Océano. La autorizada pluma del cardenal francés Ailly había propagado que en los confines del Oriente existían el reino de Tarsis y la isla de Ofir con los montes auríferos de Sophora, a donde el rey Salomón enviaba a buscar tesoros para levantar su famoso templo. Después de conocer la isla Española, las minas auríferas del Cibao --su Cipango-- y saber que al sur, a una distancia de no más de seis o siete leguas de la costa, había otras minas --las futuras de San Cristóbal-- declarará tajante: Tarsis, Ofir y los montes todos de oro o Sophora es una región de la isla Española situada al sur. Pero una salvedad: Colón se ve obligado a rectificar a los imaginativos escritores medievales, que rodeaban estas regiones de monstruos y dragones, porque él no ha encontrado ninguno y, en cambio, sí gente de muy lindo acatamiento. Hablar de Salomón y sus relaciones con pueblos orientales significaba al mismo tiempo reservar un hueco para el reino de Saba. Importa resaltar aquí la forma en que dio a conocer tal descubrimiento a sus compañeros de viaje.

Sucedió durante el segundo viaje colombino. Nos cuenta el testigo Cuneo que poco antes de llegar a la isla grossa75 y ante la expectación lógica de tener a la vista una nueva tierra, se dirigió a los expedicionarios con estas palabras: "Señores míos: os quiero llevar al lugar de donde salió uno e los tres reyes magos que vinieron a adorar a Cristo; el cual lugar se llama Saba". Y cuando hubimos llegado a aquel lugar (sigue narrando Cuneo) y preguntamos a los naturales su nombre nos dijeron que se llamaba Sobo. Entonces el señor Almirante nos dijo que Saba y Sobo era la misma palabra pero que no la pronunciaban bien allí76. Durante la Edad Media el Paraíso Terrenal se convirtió en un terna altamente sugestivo. Sabios y filósofos, pintores, poetas y demás humanos con capacidades imaginativas anduvieron tras su rastro y localización. La Cristiandad lo creía lejano no sólo en el tiempo sino también en el espacio. Encajaba así en el impreciso oriente, o sea tanto como no decir nada. Habían escrito que el Paraíso estaba en lugar prominente, entre montañas tan altas, tan altas que quedó a salvo del Diluvio, y que de su fuente manaban aguas abundantísimas que descendían en cuatro grandes ríos paradisiales --Nilo, Ganges, Tigris y Eufrates-- regando el jardín de las Delicias y distribuyendo el agua por la tierra, que esas aguas al caer provocaban un ruido ensordecedor y formaban un gran lago, que su clima era suave y estaba en un lugar lejano e impreciso del Oriente para unos, mientras que otros hablaban de zonas equinociales o australes.

El 21 de febrero de 1493, de regreso de las Indias y tras sufrir una gran tormenta en las Azores, el Almirante, por medio de la pluma lascasiana, del Diario, se expresaba así: Dice que estaba maravillado de tan mal tiempo como había en aquellas islas y partes, porque en las Indias navego todo aquel invierno sin surgir, e había siempre buenos tiempos e que una sola hora no vido la mar que no se pudiese bien navegar, y en aquellas islas había padecido tan grave tormenta, y lo mismo le acaeció a la ida hasta las islas de Canaria; pero, pasado de ellas, siempre halló los aires y la mar con gran templanza. Concluyendo, dice el Almirante, que bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin de Oriente, porque, es lugar temperadídisimo. Así que aquellas tierras que agora él había descubierto, es --dice él -- el fin del Oriente77. Clima por clima a don Cristóbal se le hacía difícil que el del Paraíso aventajase mucho al que había disfrutado durante gran parte de la travesía y en las Indias. Y para pregonar esta templanza del ambiente y esos aires bonancibles n Ya como la desnudez indígena. Durante la primera travesía hay un punto o línea océanica78 que en Colón se irá reafirmando cual verdadera frontera: el meridiano que pasa a 100 leguas al oeste de las Azores. Los signos externos que encuentra al transportar ese mojón colombino serán registrados puntualmente por él, y serán piezas de apoyo a la hora de elaborar su teoría cosmo-geográfica de la tierra.

La forma de la tierra que imagina Colón no es propiamente esférica, sino que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pe?on, que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda, y en un lugar della fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte de este pe?on sea la más alta e más propinca al cielo, y sea debaxo de la línea equinocial79. Imagina que ese meridiano que pasa a 100 leguas de las Azores es línea divisoria de dos partes terrestres: la occidental es semiesférica; y la oriental, donde están las Indias, en forma de pera, con un vértice o pezón situado debajo de la línea equinoccial. En esa zona prominente, la más propinca al cielo, en ese vértice o pezón de la tierra imaginada por Colón situaba el Paraíso Terrenal. Si esto era así, y para el no había la menor duda, al atravesar el Océano marchaba en pos del Paraíso, signos externos ciertos se lo tenían que confirmar. Antes de llegar a su meridiano divisorio, Colón ha sufrido tempestades (en Canarias a la ida y en Azores a la vuelta del primer viaje). Sin embargo pasada esa línea, el 16 de septiembre, registra en el Diario: hoy y siempre de aquí adelante hallaron aires temperantísimos, que era placer grande el gusto de las mañanas, que no faltaba sino oír ruiseñores. Más gráfico aún: era el tiempo como en abril en el Andalucía. Ese mismo día coincide con la llegada al mar de los Sargazos, esas manadas de hierba muy verde y que parecía hierbas de ríos, dirá al día siguiente.

El 17 de septiembre nos espetará: el agua de la mar hallaba menos salada desde que salieron de las Canarias. Pura imaginación, claro, pero ahí queda. Del Paraíso fluyen los cuatro grandes ríos, decía la tradición. Con una buena predisposición, que a Colón no le falta, asociará las hierbas (que crecen en el lecho fluvial) con el río que llega de Poniente (corriente oceánica), tan gigantesco que es capaz de arrancar esa enorme cantidad de hierba; en consecuencia, una masa de agua así --que hasta era capaz de endulzar el Océano--, creía él no puede proceder más que de un quinto río que tenga su nacimiento en el Paraíso. Los problemas con la aguja de marcar llenaron de zozobra a los marineros durante el primer viaje en esta zona también, es decir, en ese meridiano divisorio que pasa a 100 leguas al occidente de las Azores. La explicación colombina era que en pasando de allí al Poniente, ya van los navíos al?andose hacia el cielo suavemente y era, sigue diciendo como quien traspone una cuesta. En 1498 sintió el Almirante que estaba cerca, muy cerca de ese vértice o pezón de la tierra donde ubicaba su paraíso. Recorría el golfo de Parta y las tierras limítrofes. A uno de esos parajes lo denominó los Jardines. ¿Se referirá a los Jardines del Edén? El mismo nos lo cuenta: Grandes indi?ios son estos del Paraíso Terrenal, porque el sitio es conforme a la opinión de esos santos y sacros teólogos. Y así mismo las señales son muy conformes, que yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro e vezina con la salada y en ello ayuda asimismo la suavísima temperancia. Y si de allí del Paraíso no sale, pare?e aún mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan hondo80. El golfo de Paria, casi cerrado al mar, parecía un gran lago de agua dulce por la aportación de los caudalosos ríos continentales que desembocaban allí. Impresionó al Almirante cómo esa masa de agua dulce chocaba violentamente con la salada del mar, originándose ruidos continuos e intensos, muy parecido a lo que Pierre de Ailly contaba del Paraíso. No es aventurado creer que ese nombre de jardines lo puso don Cristóbal pensando en los del Edén, en los mismísimos jardines del Edén.

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