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Supuestos errores de Díaz de Guzmán Algunos comentaristas han querido sostener que el título de la obra de Díaz de Guzmán no fue La Argentina, sino Anales del descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata. Hemos aclarado, hace años, este punto y es preciso repetirlo. El título de Anales no figura al frente de la obra. Es Díaz de Guzmán quien dice que su libro es unos anales, etcétera. No escribe que así se llamara. El jesuita Pedro Lozano, historiador y etnógrafo de insuperable talento, autor de obras que han de ser imperecederas en nuestra historiografía, llama al trabajo de Díaz de Guzmán, La Argentina. Ello significa que leyó este título al frente de la obra, en el ejemplar o copia que se ha perdido, pues todas las copias conocidas son copias y ninguna el original. No pudo imitar el título de La Argentina del clérigo Martín Barroco de Centenera, por la sencilla razón de que no sabemos si alguna vez lo tuvo en sus manos. Las dos Argentinas difundieron el actual nombre de nuestra patria. El poema de Martín Barco de Centenera se imprimió en Lisboa, en 1602. Mientras La Argentina de Díaz de Guzmán permaneció inédita, sólo conocida por algunas copias, se la distinguió con el nombre de La Argentina manuscrita. Una vez impresa, nadie volvió a darle este nombre. Groussac quiso buscar pelos en el huevo. Sostuvo que los indios queraníes eran propios del actual territorio de Santa Fe. Exacto; pero también es cierto que se extendían hasta el Sur de Buenos Aires.

Groussac no profundizó el viaje del portugués Alejo García, náufrago de Solís. No le dio importancia por no conocerlo y creyó que el relato, preciosísimo por los datos que aporta, oído a los conquistadores del tiempo de Irala, sólo estaba confirmado por la palabra de Alvar Núñez. En nuestra Historia crítica de los mitos de la conquista americana y en nuestra Historia del Gran Chaco, el lector encontrará la reconstrucción de ese viaje increíble con muchos otros documentos. Fue una explicación que trajo como resultado el desvío de Sebastián Caboto, enviado a buscar Tharsis y Ophir, y la exploración del Río de la Plata y Paraná, con la fundación del primer núcleo español en la tierra argentina. Díaz de Guzmán sabía, mejor que Groussac, la trascendencia de esa aventura extraordinaria. Díaz de Guzmán refirió que el 3 de febrero de 1539 los conquistadores desampararon el fuerte de Corpus Christi, en el Paraná. Groussac, en un ensayo especial, se burló de Manuel Domínguez y de su lógica de hierro y sostuvo que el abandono se produjo el 20 de mayo de 1538. Domínguez, en El alma de la raza, replicó y probó que fue en la fecha dada por Díaz de Guzmán. Nosotros, en nuestra Historia de la conquista del Río de la Plata y del Paraguay, con otros documentos, probamos, en forma definitiva, que esa fecha de Díaz de Guzmán y de Domínguez es la única cierta. Díaz de Guzmán dijo que don Pedro de Mendoza llegó al Río de la Plata con 14 naves.

Lo mismo dijo Schmidl. Groussac insistió en que fueron 11. Nosotros, en la Crónica del magnífico adelantado don Pedro de Mendoza (Buenos Aires, 1936), demostramos que la expedición se compuso de 16 naves y que una desvió la ruta a Santo Domingo, la de Alonso Cabrera, Y otra naufragó en la costa del Brasil, perdiéndose todos sus tripulantes. Llegaron, por tanto, a Buenos Aires, como dijo Díaz de Guzmán, 14 naves. Díaz de Guzmán fue el primer historiador que reveló los límites de la gobernación de don Pedro de Mendoza: entrada por el Río de la Plata, 200 leguas sobre el océano Pacífico, a continuación de la gobernación de Diego de Almagro y, por el Norte, hasta las gobernaciones de Serpa y de Silva (Guayanas y Venezuela) . Groussac no confirmó este hecho. Habló algo de los dos gobernadores y pasó de largo. Debatimos este punto en una discusión con el eminente profesor y doctor en historia, Rómulo D. Carbia, considerada la más extensa y dura de este siglo en Argentina. En ella demostramos que Díaz de Guzmán había tenido plena razón. Se había fundado en la capitulación de Juan Ortiz de Zárate y en otros documentos que se hallaban en Asunción. Ello prueba que consultaba manuscritos. Alejandro Audibert fue el primer historiador que comprendió estos hechos y Manuel Domínguez el primero que los expuso con argumentos definitivos. Nosotros, con otras pruebas, hicimos nuestra esta defensa y nadie la discute26. El lugar donde se fundó la primera Buenos Aires de don Pedro de Mendoza fue señalado por Díaz de Guzmán media legua arriba del Riachuelo, al norte, sobre la barranca.

Grousac indicó la Vuelta de Rocha y hasta nuestro amigo Enrique Larreta lo creyó. En 1911, Aníbal Cardoso demostró que nunca pudo ser en ese lugar y que la fundación debió hacerse en lo alto de la Barranca, como decía Díaz de Guzmán. En 1936, con motivo del cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires, renacieron las polémicas. Los opositores al entonces presidente, el general, ingeniero e historiador, Agustín P. justo, quisieron demostrar que celebraba y festejaba un acontecimiento que jamás había existido. Empezaron por poner en duda la fundación y sostuvieron que el rancherío de los conquistadores se levantó en la Vuelta de Rocha, lugar bajo e inundable del curso del Riachuelo. Nosotros, como secretario general de la Comisión Oficial de Homenaje, profundizamos el punto y aclaramos, con documentos no utilizados por otros historiadores, que la fundación fue una realidad y que la ciudad se levantó en la intersección de las actuales calles Humberto I y Defensa. Díaz de Guzmán recuerda que los indios, en ciertos momentos, estuvieron a punto de matar a todos los españoles de Asunción. Groussac lo consideró un cuento novelesco. No tan novelesco. Es el propio Juan de Salazar, mencionado por Díaz de Guzmán como salvador de la conspiración, quien declara, en un documento dado a conocer por nosotros, que él salvó a los españoles de una total destrucción. La primera Buenos Aires, como es notorio, sufrió un asedio por los indios que la puso en situación desesperada.

De los dos mil hombres de don Pedro de Mendoza murieron mil. Schmidl, Luis de Miranda y un pequeño mundo de cartas, dan cuenta de los horrores que se sufrió en la ciudad recién fundada. Hubo casos de antropofagia debidamente comprobados. Díaz de Guzmán refirió la historia de un conquistador que comió carne de un hermano muerto. Groussac consideró este hecho como una patraña. Hemos descubierto documentos en que se atestigua este hecho y hasta el nombre y testamento de este conquistador conservado en el Archivo Nacional de Asunción: Diego González Baytos. Díaz de Guzmán estaba mejor informado que Groussac, con todos sus documentos, respecto a pormenores de la expedición de Mendoza. En un instante, para buscar alimentos, Mendoza despachó una carabela a la isla de los Lobos. Los tripulantes se sublevaron, huyeron a Brasil y vivieron muchas aventuras. Groussac no advirtió este hecho, como si no hubiera existido. En el Archivo de Asunción encontramos los documentos probatorios con todos los pormenores27. El suceso tiene su importancia, no sólo por constituir una deserción que quitó a los conquistadores una nave, sino porque entre ellos empezó a decirse que don Pedro de Mendoza pensaba huir a España y abandonar la conquista. Todo lo sabemos gracias a Díaz de Guzmán y a los documentos analizados por nosotros. Groussac, repetimos, pasó por alto el testimonio tan valioso de Díaz de Guzmán. La prisión de Alvar Núñez, referida por Díaz de Guzmán, tiene un detalle que Groussac aprovechó para atacar al cronista paraguayo.

Dijo Díaz de Guzmán que cuando los sublevados fueron aprenderlo, Alvar Núñez se defendió con su rodela y espada. Groussac afirmó que este pormenor es falso, pues Alvar Núñez, según algunos testimonios, estaba enfermo, echado en cama. No obstante, tiempo después del suceso, en España, un testigo de una información dejó constancia que no sabía si Alvar Núñez estaba enfermo o. no lo estaba, pero que le vio a la sazón con espada y rodela. Díaz de Guzmán dijo la verdad. Domingo de Irala hizo matar a los capitanes Camargo y Urrutia que habían conspirado contra él. Díaz de Guzmán así lo consignó. Groussac declaró que Díaz de Guzmán inventó la conspiración para disculpar el acto o crimen de su abuelo. A su juicio, todos los documentos contradicen lo dicho por Díaz de Guzmán. Otro examen y búsqueda de nuevos documentos, hecho por nosotros, nos permite afirmar que la conspiración existió y los conjurados fueron muertos por la justicia de aquel tiempo. Una expedición de Irala, referida por Díaz de Guzmán y confirmada por varios documentos, pero con otra fecha, Groussac la considera eco de una zozobra ocurrida años después en el río Aracuay. No fue así, sino como refiere Díaz de Guzmán. Nuestro autor no fue infalible. En su Argentina hay algunos anacronismos, simples errores de fechas que al escribir de memoria, es fácil cometer; pero lo que hay que destacar es que su editor y crítico, Paul Groussac,,en vez de corregirlos, los dejó pasar, sin mencionarlos, sencillamente por no conocer esos hechos.

Por ejemplo: Díaz de Guzmán cree que la expedición Sanabria llegó a Brasil en 1553. Fue, en cambio, a mediados de febrero de 1551. Hernando de Trejo fundó San Francisco en febrero de 1555 o comienzos del año siguiente. Díaz de Guzmán supuso que había sido en 1553. El detalle es importante, pues, con su aclaración, hemos podido averiguar en qué lugar y año nació el futuro fundador de la Universidad de Córdoba, el obispo Hernando de Trejo y Sanabria28. En otro momento, Díaz de Guzmán sitúa los casamientos de sus padres y de Ortiz de Vergara en el año 1555. Fue, como hemos demostrado en nuestra Historia de la conquista del Río de la Plata y del Paraguay, en 1553. Pormenores pequeños que pasaron inadvertidos a la crítica, tan severa, de Groussac. Este comentarista, que hacía temblar a muchos historiadores de su tiempo, atacó con su fina ironía al pobre Díaz de Guzmán cuando atribuyó la fundación de Olinda, en el Brasil, a Alfonso de Albuquerque. Con su superioridad dijo: No se sabe a qué viene esta mención especial de Pernambuco, no siendo para completar ante el lector las pruebas de ignorancia histórica tan brillantemente principiadas en el pasaje anterior. Alfonso de Albuquerque, el héroe de la India portuguesa, nunca pensó en venir al Brasil. Groussac cometió un error e ignoró otras cosas. Albuquerque salió de Lisboa, con cuatro naves, el 6 de abril de 1503, para ir a Cochin, pero tocó en Brasil y el 16 de septiembre de 1504 estuvo de regreso en Lisboa.

Ya vemos en qué queda eso de que Albuquerque nunca pensó en venir al Brasil. El error de Díaz de Guzmán, que Groussac no supo explicar, reside en el hecho de que el fundador de Olinda, Duarte Coelho, tuvo dos hijos llamados Duarte de Albuquerque Coelho y Jorge de Albuquerque. El primogénito fue confirmado en la donación de Pernambuco por el rey. El segundo nació en la misma población en 1539. Díaz de Guzmán, con estos apellidos, supuso que los dos hermanos eran hijos del conquistador de la india. El error de Díaz de Guzmán implica más conocimientos que los que, en este punto, tenía Groussac. El afán del crítico francés de disminuir a Díaz de Guzmán llega a detenerse, con delectación, en detalles mínimos. No nos ocuparíamos de ellos si no fuese para demostrar cuán injusto fue este hombre de tanto talento con nuestro cronista. Díaz de Guzmán, en efecto, refiere cómo Irala dejó una carta encerrada en una calabaza en el fuerte de Caboto para que los españoles que pasasen por ese lugar supiesen dónde estaban. El pormenor, como vemos es intrascendente; pero Groussac escribe que este hecho es una historieta, recuerdo trasnochado de la despoblación de Buenos Aires, en que, en verdad, también Irala dejó otra carta bajo un mástil junto a la entrada del puerto, donde se levantaba la ciudad. Sabido es que la encontró Pedro Estopiñán Cabeza de Vaca, primo de Alvar Núñez. Pues bien: la carta en el fuerte de Caboto no es ninguna historieta, sino un hecho real, perfectamente documentado.

Diego Fernández de Palencia29, al hablar de la entrada de Diego de Rojas, refiere cómo el soldado Soleto, de Francisco de Mendoza, supo por un indio el lugar donde Irala había dejado una carta metida en un calabozo. No se trataba de una historieta inventada por Díaz de Guzmán. Otro autor, Calvete de Estrella, consigna que Irala había dejado una carta por si acaso aportase por allí algún cristiano. Por último, Pedro de Lagasca, en 1548, relata cómo Francisco de Mendoza, en ese año, encontró en el fuerte de Caboto la carta que los del Río de la Plata habían dejado cuando determinaron de subir el río arriba. Es extraño que Groussac no conociera estos autores. Díaz de Guzmán estaba muy bien informado. Otros pormenores demuestran que la versación de Groussac en los vericuetos de la historia colonial rioplatense no era tan profunda como para burlarse de un cronista como Díaz de Guzmán, que había vivido los acontecimientos que refería o los sabía por los propios protagonistas. En historia, todos los días hay un avance. Cuando un libro se publica ya es anticuado, pues, durante la impresión, se han hecho nuevos hallazgos. Groussac volvió a perderse cuando quiso explicar una frase bien clara de Díaz de Guzmán. Este dice que, en 1541, los vecinos de Asunción se reunieron en forma de república. Cualquier lector sabe que la palabra república significa cosa pública, res publica; pero, en este caso, hay que saber algo más que Groussac no supo. La legislación española establecía que un conjunto de pobladores no podía considerarse ciudad si no tenía un Cabildo.

El rey, por ejemplo, nombró los cabildantes que debían formar los cabildos de las ciudades que fundase don Pedro de Mendoza. Por ello, existió la ciudad del Espíritu Santo junto al puerto de Nuestra Señora del Buen Aire. Por ello hubo cabildantes que pidieron al rey que les renovase los nombramientos para presentarse en el Cabildo que los había rechazado por haber pasado la fecha de presentación, etcétera. Pues bien: el eminente historiador paraguayo, doctor Efraín Cardozo, en el Segundo Congreso Internacional de historia de América, explicó cómo, en 1541, el gobernador Domingo Martínez de Irala dio un Cabildo a la población de Asunción. Con este hecho no fundó la ciudad, como interpretaron algunos historiadores; convirtió el poblado, el pueblo, en ciudad. Fue un pueblo, no fundado por Irala, sino dotado de un Cabildo, que le otorgó la categoría de ciudad. Groussac no entendió nada de esto. Díaz de Guzmán expresó una verdad incuestionable. La fundación del fuerte, como hecho real, sin acta, sino con la acción, fue hecha por Salazar el 15 de agosto de 1537. Este fuerte, convertido en poblado o pueblo por el continuo crecimiento de sus habitantes, alcanzó categoría de ciudad en 1541 con la instalación del Cabildo hecha por Irala. Otros yerros tiene Groussac en sus actuaciones críticas a Díaz de Guzmán. Supone que no fue Irala quien ordenó a Díaz Melgarejo, como refiere Díaz de Guzmán, fundar la población del Guairá, sino Gonzalo de Mendoza. Hemos probado que Díaz de Guzmán estuvo en lo cierto. Groussac creyó que la muerte de Irala fue en el año 1557, como dijo Díaz de Guzmán. Ambos estuvieron equivocados. Fue en 1556. Lo mismo decimos de otro yerro de Díaz de Guzmán: el viaje de Juan Romero para repoblar la destruida Buenos Aires no fue hecho por orden de Irala, sino de Alvar Núñez. Detalles que, por depender sólo de la memoria de Díaz de Guzmán, son corregibles en su magnífica obra.

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