RELACIÓN Y DERROTERO DEL VIAJE Y DESCUBRIMIENTO DEL ESTRECHO DE LA MADRE DE DIOS

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Datos principales


Desarrollo


Introducción Pedro Sarmiento de Gamboa, según Amancio Landín, uno de sus más reputados biógrafos, nació en Pontevedra, hacia 1532. Julio Guillén --el marino-académico--, por su parte, dice que es posible fuera Colegial Mayor en la Universidad de Alcalá de Henares, ciudad que fue --asegura-- cuna del gran marino español. Este, no ha dejado aclarada la duda sobre su origen geográfico, pues afirmó ser natural de ambos lugares. Mas sí se puede asegurar que uno y otro --la Pontevedra de sus mayores, la Alcalá en cuyas aulas, sin duda, estudió--, influyeron en él determinantemente, forjando al navegante, al científico y al escritor, que todo eso fue, y de manera sobresaliente, Pedro Sarmiento de Gamboa. Duró sesenta años su esforzada existencia, rendida en el mar como Almirante de la Guarda de indias, al servicio de su rey don Felipe II, ante el que jamás exhibió el menor afán de medro personal, y sí, en cambio, una lealtad a toda prueba, demostrada en hechos y en documentos. Su Historia Indica, magnífico tratado antropológico, quedó, en efecto, nublado, por la intencionalidad política a la que se atuvo, de acuerdo con las instrucciones recibidas --y cumplidas-- del representante real el virrey don Francisco de Toledo. Como marino --afirma, muy certeramente,Julio Guillén-- jamás tuvo compañeros de su altura ni de su espíritu. Seguidor infatigable de los mandatos recibidos, chocó siempre con aquellos de feble temperamento o tibios en el cumplimiento de lo ordenado: En 1567 --escribe el mismo autor-- Álvaro de Mendaña desdeñó, en deservicio del Rey, los más de sus consejos; Juan de Villalobos le desertó; sus pilotos y marineros fueron vencidos por las penalidades y sufrimientos, tratando de hacerle desistir de embocar el estrecho, mas él, insistió magnífico en proseguir, de la cruz a la firma, las órdenes del Virrey, Toledo.

; en 1582, por fin, el inepto y bilioso Flores de Valdés desarticuló una expedición concebida para fortificar Magallanes, demostrando Sarmiento --como después lo realizó Inglaterra-- lo que ahora ya se puede denominar estrategia y valor de los estrechos. Dotado de una profunda formación científica, sus conocimientos geográficos fueron verdaderamente revolucionarios para su época: señaló acertadamente la situación de Australia, a la que llamó la Tierra Grande del Sur, y no erró en la determinación de las corrientes pacíficas australes. Fue el primer hombre que contempló América en su conjunto, y en consecuencia, pionero en diseñar una estrategia para construir una seguridad hemisférica. Su excepcional espíritu crítico quedó de manifiesto cuando exploró, minuciosamente, el Estrecho de Magallanes, accidente que cartografió con toda fidelidad, localizando su boca occidental y, trazando una ruta oceánica digna de figurar en los anales de las exploraciones. Su carácter fue complicado: apenas tuvo amigos, no se casó. Era sin duda introvertido y se ensimismaba con la reflexión y el estudio. Debió ser su hablar, sin embargo, sugestivo y magnético, pues acertó a influir sobre personajes notables: el gobernador del Perú García de Castro, el rey Felipe 11, el corsario Raleigh, la reina Isabel de Inglaterra, y sobre todo el virrey, don Francisco de Toledo, se sintieron impresionados por la personalidad v el verbo fácil y persuasivo de nuestro personaje, quien, en cambio, siempre tropezó con cuantos se hallaron en su mismo o próximo nivel de autoridad.

Fue --dice Javier Oyarzun-- inflexible consigo y con los demás, a los que no supo juzgar más que con las medidas que se aplicaba a sí mismo. De ahí su carácter intolerante y realmente intratable. Fue incapaz de soportar las debilidades ajenas, especialmente las de sus superiores, a los que justificadamente exigía una absoluta competencia y dedicación hasta el sacrificio, pero sin saber pasar por alto fallos humanos en casos en que habría sido más fácil y constructivo contentarse con obtener un resultado más modesto que sus aspiraciones. Casi siempre acabó rompiendo violentamente con sus jefes, aunque justo es decir que éstos fueron muchas veces incompetentes o deshonestos. Su actitud, en cambio, hacia los que de su autoridad dependieron, fue siempre de solícita preocupación, demostrada perseverantemente hasta el último momento de su vida. Es cierto que exigió de sus subordinados conductas rayanas en el heroísmo, para las que sólo una selecta minoría está elegida, pero es también verdad que Pedro Sarmiento de Gamboa predicó con el ejemplo, siendo siempre el primero en el esfuerzo y en el sacrificio. Quijotesco, siempre fueron trascendentes sus objetivos. Más vale que digan --expresa, cuando por requerimientos de la misión a cumplir, ha de exigir a sus hombres parquedad en el corner--: aquí pasó hambre fulano e hizo lo que era obligado a Dios y a su Rey, que no que digan: por desordenado se consumió y no efectuó a lo que fue enviado. Y a Felipe II, en una ocasión, escribiría: Tengo en más un buen hombre, que muchas riquezas.

En el Estrecho, cuando con sus hombres mariscaba para matar la necesidad, se quejaría de las perlas que contenían los mixillones, que no los podíamos comer. Yo he llamado a Pedro Sarmiento de Gamboa, el hombre del Sur. Él proyectó, magistralmente, las dos flechas expansivas del virreinato del Perú: hacia el Pacífico meridional, de contenido socioeconómico, la primera, y, hacia el Estrecho de Magallanes, de significación netamente estratégica, la segunda. Todos los navegantes peruleros, fueron promovidos por los ideales de Sarmiento, a quien Mario Hernández Sánchez-Barba llama propiamente factor impulsor de la vocación oceánica del virreinato. Así, Juan Fernández, en decidido rumbo hacia el sur, descubriría las islas que llevan su nombre, y más adelante, buscando el continente austral, llegaría hasta una tierra de enorme extensión poblada por gentes de color claro: probablemente, Nueva Zelanda. Así también, Quirós, obsesionado por la idea de hallar aquél, llamaría a la isla mayor de las Nuevas Hébridas Australia del Espíritu Santo, y Luis Vaz de Torres, navegando entre Nueva Guinea y la isla- continente, avistaría el cabo York, extremo septentrional de ésta. Fue Sarmiento un personaje desdichado: su gran plan de fortificación y poblamiento del Estrecho de Magallanes, habría de ser subvertido y desbaratado por el propio general --Diego Flores de Valdés-- a quien encomendó Felipe II la dirección de la empresa como mando adjunto, en equivocada decisión.

El tesón de Sarmiento logró situar en el extremo meridional de América a soldados y pobladores, mas, en circunstancia tales, que aquellas gentes acabaron muriendo de inanición. El propio navegante, arrancado por los elementos del paso magallánico, tras intentar desesperadamente materializar una ayuda para sus colonos desde Brasil, desoido por el rey, tendría que emprender viaje a España en demanda de socorro. Puestas las circunstancias en su contra, antes de llegar a Lisboa cayó prisionero de corsarios ingleses, que lo llevaron a Londres, donde sus habilidades diplomáticas --llegó a mantener un largo parlamento con la reina Isabel-- acortaron su cautiverio. Cruzando Francia con dirección hacia España, fue apresado por los hugonotes, que lo retuvieron durante tres años. A lo largo de este encierro solicitó ansiosamente Sarmiento, en cartas dramáticas, auxilio a Felipe II para las pobres gentes del Estrecho. Pero el rey de España centraba entonces su atención en la organización de la Armada cuyo objetivo era la invasión de Inglaterra. Por fin, en 1590, encanecido y desdentado --escribe Landín--, Sarmiento era liberado y llegaba a la corte española. Mas, en aquellos momentos, las poblaciones del Estrecho, vencidas por el hambre y las enfermedades, habían dejado de existir. Aparentemente, la historia de Pedro Sarmiento de Gamboa es la relación de un fracaso. Mas su memoria está viva en sus escritos y en la estrategia --vigente-- que concibió. La gloria crepuscular de este singular personaje, toca en epopeya su frustración, y la de tantos otros que no llegaron a conocer, pese a sus esfuerzos, el triunfo en los hispanos reinos ultramarinos.

Fueron éstos muchos más que los que se vieron sonreídos por la fortuna, y la justa fama de Sarmiento es la que merece toda su legión de heroicos malogrados. Ha trascrito Julio Guillén una reflexión de sir Walter Raleigh --carcelero de Sarmiento en Londres-- que es un auténtico homenaje a todos los desdichados, que, invadidos de ideales hispánicos, fueron derrotados en el Nuevo Mundo por los hombres o los elementos: No puedo menos de alabar la paciente virtud de los españoles. Raramente o nunca nos es dado encontrar una nación que haya sufrido tantas desgracias y miserias como sufrieron los españoles en sus descubrimientos de las Indias; persistiendo, empero, en sus empresas con constancia invencible, lograron anexionar a su país provincias tan hermosas que se pierde el recuerdo de tantos peligros pasados. Tempestades y naufragios, hambre, derrotas, alzamientos, el sol abrasador, el frío, la peste, y toda clase de enfermedades --las ya conocidas, junto a otras ignoradas--, pobreza extrema y carencia de todo lo necesario, han sido los enemigos con los cuales se han encontrado en una y otra ocasión cada uno de sus descubridores. Piensa Julio Guillén que estas palabras de Raleigh están inspiradas en los maravillosos relatos que Sarmiento le hiciera. También yo.

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