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Datos principales


Desarrollo


PUNTO PRIMERO Hácese relación de los puertos principales de las costas del mar del Sur pertenecientes a los tres reinos de Tierra Firme, Perú y Chile, individuándose aquellos en que está el establecimiento de la Armada Naval, con algunos reparos que se ofrecen convenientes para su mejor estado, y con particularidad del de Guayaquil PUERTOS DEL MAR DEL NORTE 1. Aunque nuestro intento en este discurso es dar razón de los puertos que pertenecen a las costas del mar del Sur con particularidad, no por esto dejaremos de darla de los de Cartagena y Portobelo, que fueron los primeros que reconocimos de toda aquella América, pues no son éstos menos dignos de atención, siendo los principales que sirven como de llave a toda la América meridional, y los que hasta el presente han estado sirviendo de escala para todo su comercio. Cartagena 2. Cartagena de las Indias, cuya ciudad está en diez grados, veinticinco tres cuartos minutos de latitud y en trescientos un grado diecinueve tres cuartos de longitud, contada del meridiano de Tenerife en Canarias, está adornada de una bahía de las mejores que se conocen en aquella costa, y en todas las descubiertas en aquellos parajes. 3. Extiéndese de Norte a Sur dos leguas y media, formando con sus dos costas varias ensenadas, como más prolijamente se puede reconocer en su plano. Tiene mucho fondo y buen tenedero, y goza de una grande serenidad, de suerte que, aunque la risa viente en el verano con algunas ráfagas, o el vendaval con turbonadas en el tiempo de invierno, nunca se reconoce más agitación en las aguas que la que suele notarse en un apacible río.

No obstante todas estas buenas circunstancias, es necesario cuidado para entrar en ella, porque tiene algunos bajos con tan poca agua que aun las embarcaciones menores suelen varar, y por esto es regular tomar práctico a la boca del puerto, a cuyo fin mantiene el rey uno que tiene cuidado de balizarlo cuando la necesidad lo pide. 4. La entrada antigua de esta bahía era por una angosta canal que llaman Bocachica, nombre conveniente a su mucha estrechez, pues sólo daba lugar al paso de un navío, y éste muy arrimado a la tierra. Defendíala un castillo que estaba a la parte del Este, sobre la extremidad de Tierra Bomba, con el nombre de San Luis de Bocachica, y otra fortaleza que nombraban San José, en la costa opuesta, o isla de Barú. Aquel, pues, habiendo sufrido el recio combate con que la armada inglesa la acometió por mar y tierra en esta última invasión de 1741, y con que, al cabo de quince días de estarlo batiendo, quedaron demolidos todos sus parapetos y desmontada su artillería, fue forzoso abandonarlo, y hechos dueños de él los enemigos, les quedó libre la entrada, y pasaron con su escuadra y armamento a emposesionarse de la bahía, encontrando, por la precaución y diligencia de los nuestros, clavada toda la artillería de otra fortaleza que dominaba el fondeadero de los navíos, y tenía el nombre de Santa Cruz, y por su capacidad, Castillo Grande. Así éste, como el de Bocachica, San José y otros dos que guarnecían la bahía, y tenían los nombres del Manzanillo y Pastelillo, fueron demolidos por aquella armada que, irritada de no conseguir la empresa, levantó el sitio y desembarazó el puerto.

5. De resultas de esta invasión se acordó dejar ciega o intransitable la entrada por Bocachica, y volver a abrir la antigua, fortificándola y preparándola de suerte que no fuese tan fácil su rendición a la fortaleza de los armamentos enemigos. 6. Las mareas no guardan regularidad en esta bahía, y a corta diferencia se puede afirmar lo mismo de toda la costa. Suele experimentarse que tiene el movimiento de subir todo un día entero, y después baja en cuatro o cinco horas, siendo la mayor mutación que se advierte en su altura de dos pies o dos y medio; en otras ocasiones es menos sensible, y sólo se percibe en el curso que lleva el agua. Por esta razón son malas las varadas, aun con la serenidad continua que allí se experimenta, porque siendo el fondo de lama gredosa, cuando una embarcación encalla, en muchas ocasiones es menester, para sacarla, hacer algún alijo. 7. Por la parte de Bocachica, y a dos leguas y media distante de aquel sitio, mar afuera, hay un bajo de cascajo y arena gorda, el cual no tiene en muchos parajes más que un pie y medio de agua. El año de 1735, saliendo el navío de guerra El Conquistador de Cartagena para Portobelo, varó en él y estuvo en grande peligro de perderse; pero se libertó por haber logrado bonancible la mar; algunos dijeron que este bajo había sido conocido entre todos con el nombre de Salmedina, pero los prácticos que llevaba dentro el navío aseguraban que no lo habían reconocido hasta entonces. Las marcaciones que hicieron los pilotos y prácticos estando varados, desde el mismo navío, fueron que Nuestra Señora de la Popa demoraba al Esnordeste dos grados Norte; el castillo de San Luis de Bocachica, al Esureste, distancia de tres leguas con corta diferencia, y la punta septentrional de la isla del Rosario al Sur cuarta al Sudoeste, cuyas demarcaciones se entienden de los rumbos aparentes de la aguja.

8. Es muy abundante en pescados la bahía; sus especies son varias, de buen gusto y todas saludables. Los más comunes son sábalos, cuyo sabor no es muy delicado, tortugas en gran cantidad, muy grandes, sanas y gustosas y otros. 9. Puéblanla monstruosos tiburones y son perjudiciales a la gente del mar, pues acometen a los hombres estando en el agua, y se los comen. La marinería de los navíos que hacen alguna demora allí dentro, tienen su diversión en pescarlos con muy gruesos anzuelos encadenados; pero, después que logran cogerlos y destrozarlos, no se aprovechan de ellos, porque toda su masa se reduce a grasa. Hay algunos a quienes se les ha descubierto hasta cuatro andanas de dientes molares; pero los que no son muy viejos sólo tienen dos. Sus buches o estómagos son depósito de cuantas inmundicias se desperdician de los navíos y lleva la mar; hemos visto en el de uno toda la osamenta entera de un perro, de quien sólo había digerido hasta entonces las partes más moles. Los naturales del país aseguran haber visto algunos caimanes o lagartos; pero si es cierto que los hay, serán muy pocos, porque este animal es propio del río. 10. En las campañas que hacen inmediación a la bahía hay mucha abundancia de maderas, y todas de buena calidad, como cedros blancos y colorados, caobas, guayacanes, manzanillo, marías y otras. Los navíos que tienen precisión de carenar, no hacen más que enviar al monte de su propia gente y carpinteros, para que corten a discreción la madera que necesitan.

11. En la bahía y en sus cercanías no se encuentra arroyo ninguno de agua dulce y los navíos que llegan a ella se proveen de unas cacimbas, o pozos, que hay para este fin en el arrabal de Cartagena, nombrado Getsemaní, aunque es agua muy gruesa. 12. A esta bahía llegan las armadas de galeones y se mantienen en ella hasta que la del Perú se halla en Panamá, que con esta noticia pasan a Portobelo, y concluida la feria se vuelven a ella; reciben los víveres que necesitan para su regreso y, sin detenerse mucho, se hacen a la vela para La Habana. Con su ausencia queda solitaria la bahía, porque las embarcaciones del país, balandras y goletas, son en corto número, y no se detienen más que lo muy preciso para carenar y aprestarse para continuar los viajes, que se les proporcionan según el trato que tiene aquella ciudad. Portobelo 13. El segundo puerto de aquella América por donde hicimos viaje, situado en el mar del Norte, es el del Portobelo, cuyo nombre descifra bastantemente su bondad para toda suerte de embarcaciones, grandes y pequeñas. Aunque su boca es bien ancha, no lo es tanto que dejara de cubrirla ventajosamente con su artillería la fortaleza de San Felipe de Todo Fierro, que estaba situada en la punta de la costa del Norte que forma la entrada; ésta es solamente de seiscientas toesas, algo menos que un cuarto de legua. Y siendo la costa del Sur peligrosa e intraficable, a causa de las piedras y arrecifes que salen de ella hacia fuera, aunque no es mucho lo que se apartan de ella, siempre es forzoso arrimarse más a la del Norte, por ser más fondeable.

La verdadera canal está a medio fredo de la entrada, en cuya forma continúa hasta dentro desde 15 hasta 10 brazas de agua, y el fondo es lama pegajosa, y greda con alguna arena. 14. En la costa del Sur, dentro del puerto, y haciendo frente a todo el fondeadero de los navíos, estaba otra fortaleza muy capaz, que tenía el nombre de Santiago de la Gloria, y al Este de ésta, cosa de 100 toesas apartada de él, empieza la población de la ciudad. Delante de ella, en una punta de tierra que se avanza al puerto, estaba situada otra pequeña fortaleza, que tenía el nombre de San Jerónimo, y distaba de las casas como diez toesas. Todas estas fortalezas fueron arruinadas y demolidas por el almirante Wernon en el año de 1739, cuando se apoderó de este puerto con una crecida armada, logrando este trofeo no tanto porque fuese regularmente fácil el rendirlo, como porque lo halló sin prevención. La mayor parte de la artillería estaba desmontada, y con particularidad la del castillo de Todo Fierro, donde lo estaba casi toda por falta de cureñas. Las municiones de guerra eran muy pocas y malas, su guarnición tan corta que ni aun la que le está asignada en tiempo de paz se hallaba completa; el gobernador de la ciudad, que entonces lo era don Bernardo Gutiérrez Bocanegra, se hallaba ausente en Panamá, donde permanecía por orden de la Audiencia, dando los descargos de algunos delitos que se le habían acumulado. Y no hallando resistencia la armada inglesa, no tuvo dificultad en conseguir la empresa, y la ciudad se entregó por capitulación.

Todas estas ventajas hubo menester aquella nación para apoderarse entonces de Portobelo. 15. El fondeadero de los navíos grandes es al Noroeste del Castillo de la Gloria, en cuyo paraje quedan ocupando la medianía del puerto; pero como las embarcaciones pequeñas se acercan más a tierra, y entran asimismo hacia dentro, es menester tener cuidado de que no se pongan sobre un bajo de arena, que está ciento cincuenta toesas distante del fuerte o punta de San Jerónimo, al Oeste cuarta al Noroeste de él, porque sólo tiene dos brazas, o una y media de agua. 16. A la parte del Noroeste de la ciudad se halla una ensenada que llaman la Caldera, que tiene cuatro brazas y media de agua. Es muy propia y acomodada para carenar navíos y toda suerte de embarcaciones, llevando lo necesario para este fin, porque, además de tener el fondo dicho, está abrigada de todos vientos. Para entrar en ella es menester arrimarse a la costa del Oeste y pasar como al tercio de ancho de la boca, donde hay cinco brazas de agua, porque al otro tercio de la parte del Este no hay más que tres o dos pies de agua; pero una vez dentro, pueden estar las embarcaciones a cuatro amarras Este-Oeste, en otra ensenada pequeña que hay en la misma Caldera de la parte del Oeste, a cuyo lado se deben acercar siempre. 17. Al Nordeste de la ciudad desemboca un río que llaman del Cascajal. No se toma su agua dulce hasta un cuarto de legua más arriba de su boca, pero no hace falta para la provisión de los navíos, porque en toda la costa del sur del puerto corren, contiguos a la ciudad y atravesándola, varios arroyos de agua muy delicada y buena, de donde los navíos recogen la que necesitan.

Este río del Cascajal tiene algunos lagartos o caimanes, pero no tantos como otros de aquella América. 18. Las mareas guardan poca regularidad, y así en esto como en los vientos no difiere este puerto de la bahía de Cartagena, a excepción de que, por lo regular, siempre necesitan los navíos espiarse para entrar, porque o son calmas, o vientos por la proa los que se experimentan desde la boca del puerto hacia dentro. 19. Por varias observaciones que se hicieron, así de la estrella Polar como por el acimuth del Sol, se concluyó que varía la aguja en aquel puerto ocho grados y cuarenta minutos al Nordeste. 20. Este puerto es no menos abastecido de maderas de varias especies que el de Cartagena, pero en lo restante es muy incómodo para las embarcaciones, pues la falta de víveres de todas especies que se padece allí, es general en todos tiempos y por esto no pueden detenerse en él. Las pensiones del temperamento y las incomodidades que les son correspondientes le hacen poco apetecido y casi inhabitable; y por esta razón, aunque pasan a él las armadas de galeones a celebrar la feria entre los dos comercios de España y el Perú, se detienen muy poco tiempo, por no experimentar la plaga de enfermedades y mortandad que suele ser regular cuando hacen la demora algo larga. Y por lo mismo, aunque los ingleses se apoderaron de este puerto, no se atrevieron a mantenerlo, recelosos de quedar todos allí sepultados, como ha sucedido con los españoles después que se pobló.

Y así, la mayor defensa que tiene contra los enemigos es su temperamento, el cual es igualmente nocivo a los mismos españoles criollos. PUERTOS DEL MAR DEL SUR 21. Pasando a la mar del Sur se nos descubrirán, entre los puertos que debemos mirar como principales, el de Panamá, en Tierra Firme; en el Perú, los de Guayaquil, Paita, El Callao, Ilo, Arica y Cobija, y en el reino de Chile, los de Copiapó, Coquimbo, Valparaíso, La Concepción, Valdivia, Cacao, en la isla de Chiloé, fuera de los cuales hay otros menores. Y siendo forzoso, para la mejor comprensión, tratar de ellos en particular, lo haremos formando una descripción de cada uno, en que se especificarán todas sus circunstancias. Puerto de Perico, en Panamá 22. El puerto de Perico no es puerto cerrado, porque está en costa abierta, casi en medio de la ensenada de Panamá, en donde hay varias islas y con particularidad tres bien grandes, nombradas la una de Naos, la otra de Perico y la tercera Flamencos, y éstas son las que, formando abrigo, hacen el puerto, que toma el nombre de Perico, por ser a la parte del Norte de la isla así llamada, y es donde fondean los navíos. En este paraje, aunque descubierto a las brisas el tiempo que reinan, pueden estar los navíos con toda seguridad y sin sobresalto de peligro, porque estos vientos no pueden levantar mar, mediante que pasan por encima de la tierra, y que el tenedero del puerto es bueno. Las embarcaciones que fondean en Perico vienen a quedar distantes de la ciudad de Panamá de dos y media a tres leguas, y aunque desde allí hacia dentro ni se levantan mares ni los vientos sures les hacen perjuicio porque soplan con moderación, no pueden aproximarse más cuando su buque excede de ochenta toneladas, porque tienen muy poca agua y queda descubierta la playa en la baja mar, más de un cuarto de legua por algunas partes; las fragatas pequeñas, por estar más cómodamente a la carga y descarga, no dan fondo en el puerto de Perico, pues no necesitando tanta agua, pueden acercarse a este bajo y vienen a quedar como tres cuartos de legua o una legua distantes de la ciudad, y sin ningún peligro, aunque toquen con el fondo, por ser de lama suelta.

23. Las mareas son regulares, y, según tenemos observado, el día de la conjunción, es la pleamar a las tres de la tarde. El agua sube y baja mucho, lo cual, junto con la disposición llana en que está el fondo, es causa para que en la bajamar descubra tanta playa. 24. La aguja tocada de imán tiene de variación en esta rada siete grados treinta y nueve minutos Nordeste. Todas las costas de esta ensenada y las de las islas que comprende abundan mucho de pescados de varias especies, y muy gustosos, y en las playas hay muchas peñas en que se cría marisco en gran cantidad, entre el cual se distinguen dos especies de ostiones, unos pequeños y otros grandes, y exceden aquéllos a éstos en la bondad. 25. El fondo de esta ensenada es muy propio para la cría de las perlas, y sus ostiones tienen muy buen sabor; todas aquellas islas inmediatas son adecuadas para esta pesquería. 26. A este puerto de Perico llegan las armadas del Perú cuando bajan con comercio a las ferias, y nunca faltan embarcaciones allí de las que van continuamente de los puertos del Perú llevando víveres, y crecido número de barcos costeños que hacen viajes al Chocó, o a los puertos de la costa occidental, en el mismo reino. 27. Los vientos que reinan en esta ensenada son brisas o Nortes y Sures, que son los comunes en toda la costa, sobre cuyo particular, teniendo dicho lo suficiente en el tomo primero de la relación de nuestro viaje no será necesario volverle a repetir. Las mares, o curso que las aguas tienen en toda la ensenada, son sensibles, pero con particularidad en las cercanías de las islas; sobre la dirección a que corren no se puede dar regla cierta, porque es según el paraje en donde se hallare la embarcación respecto de los canales que forman unas islas con otras, y varían en unos mismos conforme los vientos que reinan, y basta decir que tienen movimiento las aguas, para que cualquiera pueda aprovecharse de este aviso.

28. En Perico pueden carenar los navíos y en las costas de aquella ensenada hay buenas maderas para ello, pero no hay maestranza en Panamá para este fin, y ésta es la razón por la que rara vez carenan allí los navíos de guerra o marchantes. 29. Los navíos de guerra sólo van a Panamá cuando es ocasión de armada, o cuando hay tesoro que conducir de Lima, y no es regular el ir en otras porque no se les ofrece motivo para ello, mediante que los situados para la plaza se remiten en navíos marchantes, y con esto se ahorra el crecido gasto que se originaría de que los llevasen los de guerra, pues, siendo necesario que vayan de Lima o de Trujillo todos los víveres que se consumen en Panamá, sería de mucho costo el mantener en aquella rada algún navío de guerra, aunque fuese por muy poco tiempo. Puerto de Guayaquil, en el río del mismo nombre y en la Puná 30. Guayaquil es uno de los puertos principales del Perú, así por ser en donde se fabrican y carenan casi todos los navíos que navegan en el mar del Sur, como por el cuantioso comercio que se hace en él de maderas, que se llevan al Perú, y de cacao que se lleva a Panamá. 31. Los puertos que tiene este río son dos; el uno está en la ensenada que forman las dos costas en su desembocadura, cuya medianía ocupa la isla de la Puná, y el otro en la costa del Nordeste de esta isla que es donde se halla el puerto, que es abierto, y su entrada libre para todas las embarcaciones que quisieran llegar a él.

Para entrar en este puerto de la Puná, y lo mismo en Guayaquil, es preciso hacer la navegación por el canal que forman la costa de Tumbez y Machala con la de la isla de la Puná, porque el otro que forma la misma isla y la costa del Norte de la ensenada, corriendo desde la punta de Santa Elena por Chanduy hasta la embocadura del río, está tan lleno de bajos que ni aun las embarcaciones pequeñas pasan por él, pero no por esto deja de haber un estrecho canal por donde pueden pasar las que demandan poca agua. 32. Desde que las embarcaciones entran por Cabo Blanco, que es el que forma la ensenada por la parte del Sur hacia dentro, es preciso que lo ejecuten con las mareas y que, ínterin duran las vaciantes, den fondo y se detengan hasta que vuelvan a crecer las aguas; y por esto es regular que todas las embarcaciones que pretenden entrar en el río den fondo en el puerto de la Puná para seguir de allí su viaje. Las embarcaciones que son de mucho buque y que no tienen necesidad de carenar, se mantienen siempre en la Puná, y allí reciben su carga, la cual, o ya sea de madera o de cacao, se les remite en balsas desde Guayaquil, siendo el motivo de esta providencia que semejantes embarcaciones adelantan muy poco en entrar hasta la ciudad a sólo el fin de la carga, porque los bajos que tiene el río no dan lugar a que puedan salir cargadas; y así, aunque entren a carenar, salen siempre a la Puná a media carga, para acabar de recibir allí la demás, y en este puerto tienen agua y leña con abundancia.

33. Este puerto de la Puná ha sido el refugio de todos los piratas que han entrado en Guayaquil y se han apoderado de aquella ciudad. Su primera diligencia ha sido fondear en Puná y después continuar la empresa en embarcaciones menores, dejando aseguradas las grandes para tener siempre segura la retirada. Bien pudiera defenderse este puerto si se quisiese, pero se adelantaría muy poco, porque los enemigos, sin fondear allí, pueden entrar en Guayaquil, dejando asegurados sus navíos fuera del peligro de los fuegos que hubiere para este efecto, pues desde Cabo Blanco en adelante todo es puerto. La defensa desde la Puná podrá conseguirse fácilmente construyendo una batería sobre la punta de María Mandinga, que lo cubre todo, y aun defiende la entrada en él, porque formando esta punta un peñón alto y escarpado, es preciso pasar por junto a él para tomar el puerto. 34. Las embarcaciones que van a carenar, o las medianas que no tienen embarazo en los bajos para salir cargadas por el río, entran hasta el mismo Guayaquil, como sucede en todos los ríos grandes, y fondean delante de la ciudad, que es el verdadero puerto del río. 35. Este puerto convendría mucho que se guardase, porque es el que, además de surtir a Lima de toda la madera que allí y en las otras ciudades de valles se consume para la fábrica de casas, contribuye con las necesarias para la carena de toda suerte de embarcaciones, y sus astilleros son los que dan a aquellas mares casi todas las que navegan en ella, así de guerra como mercantes.

Por lo cual se debe presumir que si alguna de las naciones extranjeras que desean formar establecimiento en el Perú para hacer colonia llegase a intentarlo, sería su primera diligencia apoderarse de Guayaquil, con lo que sería dueña de aquellos mares, árbitra y absoluta en todas sus costas, y única para hacer todo el comercio que quisiese, y para estorbárselo a los españoles, porque, enseñoreados de Guayaquil, podrían fabricar, para guerra o para marchantes, cuantos vasos quisiesen, y nos privarían enteramente de poder nosotros ejecutarlo. 36. Esto que parece mera ponderación, o proposición demasiado absoluta, no tiene nada de exageración, pues, atendiendo bien el caso, se convencerá que las resultas deben ser con toda precisión las que aquí se exponen, y para mayor conocimiento de ello expondremos sus circunstancias. Que cualquiera nación extraña podrá apoderarse de Guayaquil cuando lo intente, no tiene duda, pues no lo han emprendido los corsarios y piratas vez alguna que no lo hayan conseguido, y, manteniéndose ahora en el mismo estado de defensa, no hay razón para que se les dificulte el logro siempre que lo emprendan. La duda sólo estará en si podrán mantener aquel territorio una vez apoderados de la ciudad principal, y esto es lo que vamos a hacer ver. 37. Dos cosas son las que imposibilitan a una nación extranjera el que mantenga los establecimientos en los territorios de otras. La una es cuando la nación acometida tiene fuerzas para desalojar a la que intenta establecerse en su país, y la otra cuando ni el país produce víveres en abundancia para la manutención de sus moradores, ni está en aptitud de poder ser socorrido con ellos por parte de la nación recién establecida, porque en este caso la necesidad obliga a abandonarlo.

En Guayaquil no se verifica alguna de estas dos. No la primera, porque las fuerzas que los españoles tienen en toda su jurisdicción son ningunas; las que pueden esperar de la provincia de Quito no son capaces de desalojar de allí a la nación que se apodere de aquel puerto y las que se le pueden enviar del Perú por precisión han de consistir en navíos y, en el supuesto de que la nación extranjera que intente tal empresa no ha de ir a ella con fuerzas tan cortas que no pueda supeditar a las españolas de aquella mar, es forzoso concluir no ser bastantes las fuerzas del Perú a desalojar a los extranjeros de Guayaquil, cuando consigan apoderarse de esta ciudad. Y perdida por esta parte toda la esperanza, no queda otro recurso que la segunda: la falta de los víveres, la cual hemos de ver si es bastante para estorbar la permanencia de la nueva posesión. 38. Guayaquil se provee de harinas de la provincia de Quito, y de vinos, aguardientes, aceites y otros frutos de Lima. Las harinas de trigo se pueden excusar allí para la gente patricia, porque ésta se mantiene con los plátanos verdes asados, de tal suerte que los de mayor jerarquía prefieren al pan este alimento, y también se mantienen con el cazabe que se hace de la yuca y ñame, como también con el maíz y las masas que se hacen de su harina. El aguardiente y el vino son dos cosas inexcusables allí, aquél para los patricios y uno y otro para los extranjeros, porque a proporción que el temple de aquel país es cálido, se hacen más precisos en él estos dos licores, y con particularidad el aguardiente, y el vino puede excusarse, porque los criollos lo beben poco, y sólo le usan continuamente los europeos, del mismo modo que el pan de trigo.

39. Es evidente que ninguna nación extranjera podría subsistir en Guayaquil sin harinas de trigo, por no estar acostumbradas a ello; pero como suponemos que el apoderarse de Guayaquil sería después de tener establecida colonia en otra parte de aquella América, o bien que en ésta se produzca el trigo, como sucederá si lo formasen en la costa de Chile, o bien que por ella se haga corto el tráfico y se facilite el poderla conducir de la Jamaica, como sucedería si se apoderasen de Panamá, de un modo u otro tendrían modo de proveerse de las harinas necesarias, siendo de suponer que esta providencia sólo la necesitarían para los primeros años, porque después de establecidos, los mismos españoles de la provincia de Quito les llevarían tantas harinas cuantas fuesen menester, aunque hubiese grandes prohibiciones contra ello y penas correspondientes a los contraventores. Y así éste no es embarazo para que puedan mantenerla. 40. Hácese también más fácil el proveer a Guayaquil de harinas para los primeros años que se estableciesen allí extranjeros, por el poco consumo que hay de ellas; pues como los patricios no usan pan de trigo, los forasteros pierden la costumbre de comerlo en habiendo estado allí algún tiempo, porque la naturaleza de aquel temple corrompe las harinas a poco de estar en él, y no contribuyendo las aguas para amasar el pan, es tan malo el que se hace comúnmente que, luego que el paladar se habitúa al plátano verde, deja el forastero el pan de trigo enteramente.

41. En cuanto a los frutos, aún sería menos el embarazo, porque habiendo en toda aquella jurisdicción abundancia de caña de azúcar, fácilmente podrán fabricar aguardiente con su jugo, el cual es más usado entre las naciones extranjeras, en todas sus colonias de las Indias, que el de uvas, que casi no lo gastan, y los patricios se acomodarían a él fácilmente, y el vino sería solamente el que podría faltar. Pero sin él se pasarían unos y otros teniendo el aguardiente de cañas en abundancia, y aún de esta falta sólo sería, como la de las harinas para aquellos primeros años, pues después sacarían de Pisco y Nasca tanto vino y aguardiente cuanto les pareciese. Debiéndose también suponer que en este intermedio no carecerían de él enteramente, porque si la colonia principal que fundasen fuese en la costa de Chile, al paso que tendrían harinas de trigo, lograrían los vinos y aguardientes, siendo el país propio para uno y otro, y si la colonia estuviese en Panamá, harían transportar también por allí los vinos y aguardientes que hubiesen menester. 42. El puerto de Guayaquil es tan útil para cualquiera nación como que, poseyéndolo, estará siempre en postura de mantener armada, mediante que tendrá maderas y paraje adecuado para carenar los navíos y aun para fabricarlos; lo que no sucederá a la otra que carezca de este puerto. La primera podrá tener cuantos navíos marchantes quisiera para hacer su comercio, y la segunda no podrá tener más que los que aquélla quisiere consentirla y venderle.

Y siendo dueña del mar, lo será igualmente de todo aquel comercio, y no se podrá ejecutar cosa alguna en aquellos reinos que no sea con su consentimiento. 43. Hasta el presente no ha pensado ninguna nación con formalidad en establecerse en las Indias en la costa del Pacífico, ni lo puede hacer si se atiende a lo estipulado por los tratados de paces, en los cuales se hacen todas garantes recíprocamente a favor de España, para que ninguna pueda pretender nuevo establecimiento en las Indias. Pero ¿cómo se podrá asegurar que no lo ejecuten cuando, a cada paso, se les ofrecen tantos motivos para quebrantar los tratados con el más leve pretexto o sospecha de que se les falte a ellos en otras cosas? Y siendo toda el ansia de las naciones que las utilidades que producen las Indias pasen inmediatamente a ellas, para cuyo fin no se detienen en el modo, si llegan a traslucir en algún tiempo que la aplicación de los españoles procura adelantarse en el comercio y conservar en sí las utilidades del de sus Indias, ¿qué duda hay que procurarán también ellos aprovecharse de la ocasión y formar establecimientos en parajes en que puedan adelantar su comercio y obtener las utilidades que pretenden de las Indias? En este caso es en el que éstas peligran, y más aquellos puertos que son propios para el fin de establecer colonias, pues con éstos es bastante para que todas las Indias sean de los que los posean. 44. No carece de dificultad el que las potencias extrañas piensen en formar colonias en el Perú, porque, o bien lo han de ejecutar todas las naciones marítimas extrañas, o las unas se lo estorbarán a las otras, a fin de que ninguna sea privilegiada en ello y se observe el equilibrio del comercio.

Pero ¿quién duda que puedan practicarlo siempre que se ofrezcan guerras contra alguna, y quién duda que mantendrán aquello de que se apoderaren con dos fines muy poderosos?; el uno, el de que su comercio no se detenga en las Indias por causa de las guerras; y el otro, el de sacar mejores partidos en los tratados de la paz. Pues siendo dueño de una colonia, y con ella de las utilidades, o consecuencias que pueda facilitarles, ¿qué condiciones no exigirán de la España a su favor? Y así, podrán hacer la guerra, siempre que ocurra, con mucha ventaja. 45. Séase con el fin de sacar condiciones favorables en los ajustes de paces, o con el de quedarse con los establecimientos que formasen en las costas del mar del Sur, como ha sucedido en todos los que han hecho en las del Norte, les es el puerto de Guayaquil muy útil. 46. Esto supuesto, parece impropio que un puerto de tanta consecuencia esté en un abandono tal que pueda ser del primero que lo solicite; pues aunque no fuese más que para que supiesen las naciones extrañas que se guardaba con cuidado, convendría que tuviese alguna defensa, a fin de que nunca puedan proyectar sobre él. 47. Para que Guayaquil estuviese guardado sería conveniente que tuviese un gobernador que fuese militar, y que éste fuese hombre de conducta y experiencia acreditada para que, cuando llegase la ocasión, supiese portarse como buen soldado, disponiendo la defensa de aquella ciudad con la formalidad que se requiere; asimismo convendría hacer presidio a Guayaquil y, aunque en la disposición que está no puede cerrarse de murallas, disponer que los fuertes que la defienden estuviesen en el mejor estado y situación que fuese posible y conviniese; que todos los que componen su vecindario, y los que habitan en las campañas de su pertenencia, estuviesen alistados y obligados a presentarse en la ciudad siempre que se ofreciese novedad; que hubiese armas para que toda esta gente pudiese hacer oposición a los enemigos, y que de tres distintas avenidas que tiene, y son una por el Estero Salado, que corresponde a las espaldas de la ciudad, otra por el brazo del Santay, que desemboca enfrente de ella, y la principal del río, se cerrasen las dos primeras, para que, quedando únicamente esta última, hubiesen de vencer los enemigos, antes de entrar en la ciudad, las fuerzas que se les opusiesen.

Y para que por el río encontrasen las bastantes a hacerlos desistir de cualquier empresa, es conveniente que, además de los fuertes que son precisos para guardarlas, tenga asimismo el recurso de dos o cuatro galeras, para que éstas hagan oposición a las embarcaciones menores cuando intenten entrar por el río, como más ampliamente se dice en las sesiones en donde se trató del gobierno y estado presente de los reinos del Perú. 48. Una de las providencias más convenientes para la defensa de Guayaquil, y que sería muy importante en aquellas partes, es la de que así el gobernador de esta ciudad, como los de las demás plazas marítimas, fuesen sujetos marítimos. Y esta idea se halla apoyada con razones muy poderosas, entre las cuales puede mirarse como la principal la de que los gobernadores que no tienen las luces necesarias de la marina, no conocen las partes por donde peligran las ciudades de puerto de mar, ni las providencias que convienen mejor para su defensa. Y así, en Guayaquil, donde la defensa principal se debe hacer con embarcaciones menores y pequeñas, de tantos corregidores como ha tenido, ninguno había discurrido en ello, hasta que el año de 1741 bajamos en su socorro por disposición de la Audiencia de Quito, e hicimos patente que toda la defensa que se podía hacer consistía, entre otras cosas en lo siguiente: lo primero, en cerrar las dos avenidas que quedan dichas; lo segundo, en formar unas baterías flotantes sobre las mismas balsas que hay en el río; y lo tercero, en fabricar dos galeras para que éstas recibiesen a los enemigos en su entrada precisa por el río, porque no pueden desembarcar en otro paraje si no es en la misma ciudad.

Y en esto consiste el que aquellas providencias puedan ser útiles. 49. En Lima sucedió lo contrario, pues deseando el virrey dar providencia para estorbar cualquier desembarco que intentasen los enemigos, falto de experiencia, consultó a la Audiencia, y después al General de las Armas del Perú y Gobernador del Callao, y con otros militares terrestres que había allí, y, últimamente, con parecer de unos y otros determinó hacer unas galeotas, sin prever que las fuerzas de éstas no eran capaces para oponerse a empresa alguna que intentasen los enemigos. Pero habiendo llegado nosotros a Lima, y pedídonos nuestro parecer sobre este particular, hicimos ver claramente el engaño, y que no servirían las galeras para embarazar el desembarco en esta cosa marítima; pero ya entonces no tenía remedio, porque estaba hecho el desembolso y ellas fabricadas. 50. A este tenor son las más de las providencias que dan los oficiales de tierra en las plazas de armas marítimas, y por esto convendría, siguiendo el ejemplo de todas las naciones marítimas, que los gobernadores de las ciudades o plazas puertos de mar, fuesen personas criadas en la marina, para que así supiesen disponer su defensa con la inteligencia y conocimiento que se requiere. Los franceses nos enseñan esta política en todas sus colonias, y los ingleses lo confirman con el ejemplo de lo que practican en las suyas, y de unas y de otras está acreditado el acierto por el adelantamiento que tienen y el buen pie en que las mantienen.

51. Guayaquil necesita, además de las providencias que quedan expresadas, el tener una fortaleza que cubra la ciudad por la parte de la avenida del río, a fin de que, si los enemigos, sabidores de que los esperan con fuerzas superiores a las de sus lanchas y botes, intentan subir el río con fragatas para que, al abrigo de éstas, no peligren las demás embarcaciones pequeñas, no lo puedan hacer sin sujetarse a pasar por los fuegos del fuerte, los cuales no les será fácil vencer estando éstos en tal disposición que guarden la ciudad, cubran el fondeadero, y estorben el paso hacia ella. 52. Debe, pues, considerarse la defensa de Guayaquil en dos maneras: la una, por medio de la fortaleza, para que su artillería juegue contra las embarcaciones mayores, y la otra la de las galeras, para que se empleen contra las pequeñas, a causa de que éstas pueden entrar por la avenida del río hasta el mismo Guayaquil, sin que la fortaleza las pueda ofender, con sólo la diligencia de arrimarse a la orilla del río opuesta a la ciudad, y de navegar, por junto a ella, al favor de la oscuridad y al abrigo de los mangles, que se avanzan al agua lo bastante para ocultarlas. 53. Estando Guayaquil prevenido en esta forma y teniendo un gobernador militar que discipline las milicias de toda la jurisdicción y que, desde el tiempo de paz, esté prevenido para defender su ciudad en el de guerra, no será fácil su sorpresa, ni que los enemigos de la corona logren apoderarse de este puerto, aunque lo intenten, porque su jurisdicción encierra mucha gente, y toda ella de mucho espíritu y de buena disposición para portarse en cualquiera función que se ofrezca, con el mayor lucimiento.

54. Desde que se empieza a entrar por el río de Guayaquil, yendo de la costa de Tumbez adelante, es menester llevar práctico, por los muchos bajos que tiene el río; y ya sea en embarcaciones chicas o grandes, siempre es preciso entrar con mareas. Esto contribuye también a que cuando los enemigos lleguen a ponerse enfrente de Guayaquil, hayan tenido suficiente tiempo en esta ciudad para prevenirse a la defensa, y para pasar aviso a las campañas de su inmediación, a fin de que acudan a su socorro. Con que, tanto cuando es ahora fácil la toma de aquella ciudad, estando bien proveída de lo necesario, es difícil, y todo lo que los enemigos no consiguiesen a la primera embestida, no lo lograrán después, por no ser posible el poner sitio a la fortaleza que se hiciere para guardar la ciudad, porque el terreno no lo permite, ni que se mantengan en tierra los enemigos, si no es poniéndose en las inmediaciones de ella, puesto que todo lo restante es pantano, donde ni el racional, ni la bestia, puede estar sin sumergirse en el lodo, y por esto, precisamente, han de acercarse a ella cuando intentan invadirla. Puerto de Paita 55. El puerto de Paita viene a ser una rada abierta con buen fondeadero, y abrigada de los vientos sures. Los navíos grandes quedan como un cuarto de legua apartados de la población, porque más adentro no tienen fondo suficiente, y la rada es de bastante capacidad. 56. A este puerto llegan todos los navíos que hacen viaje de Panamá a El Callao, o ya sea en tiempo de armada de galeones, o en cualquiera otro tiempo.

Allí descargan todo lo que consiste en mercancías que pueden averiarse en la mar, para que vayan por tierra a Lima, y sólo lo voluminoso y muy pesado conservan a bordo para llevarlo en los mismos navíos al Callao. 57. La población de Paita consiste en una calle algo larga, la cual se forma de ranchos de cañas que hay del uno y del otro lado, y en ellos habitan indios y mestizos, y algunos mulatos. Antes que Anson la destruyese en 1741, sólo tenía una casa formal hecha de cantería, donde asistía alternativamente uno de los oficiales reales de Piura, a cuyo corregimiento pertenece Paita, y un fortecillo muy pequeño, donde se montaban seis o siete cañones de un corto calibre. Esta población carece enteramente de agua dulce, y le facilita la provisión necesaria otro pueblo, nombrado Colán, que está en la misma ensenada, a cuatro leguas de Paita, situado en la desembocadura del río de la Chira, que es el que hace curso por el pueblo de Amotape. Los indios vecinos de este pueblo de Colán están obligados a llevar a Paita, todos los días, una balsa cargada de agua, y, teniendo el vecindario hecha asignación de una porción de ella, se le reparte a cada uno la que le toca, pagando un tanto por botija, según está arreglado. Los navíos que necesitan reemplazar su aguada hacen ajuste con los indios de Colán para que les provean de la que necesitan. 58. La falta de agua en Paita para poder regar, y la singularidad de no llover allí nunca, o rara vez, por ser ya país de valles, es causa de que su territorio sea árido y estéril, y que se provea, así como de agua, de verduras y carnes del mismo pueblo de Colán o del de Amotape.

59. Este puerto, cuya latitud es de cinco grados y cinco minutos austral, es conocido cuando se llega a la costa porque tiene una montaña bien alta que hace inmediación a la población y forma la figura de una silla, cuyo nombre le dan, y el resto de la tierra es baja e igual. 60. En esta ensenada hay pescados con mucha abundancia, y muy sabrosos; entre éstos es muy grande la cantidad de tollos, que se pesca por su tiempo, desde octubre en adelante, y lo mismo en toda aquella costa; en cuyo ejercicio se emplean los indios vecinos de Colán y los de otros pueblos de toda aquella costa, como Amotape y Sechura. 61. En Colán hay número grande de marineros, y también en los demás pueblos de aquel mar. Los de Colán son los más famosos porque prueban en este ejercicio mejor que todos los de otras partes; pero se nota en esta gente que tan presto son marineros como arrieros de recuas, o labradores, y aunque estos ejercicios parecen algo opuestos, para ellos son hermanables, porque cuando están de vacante en el de la mar, por no tener viaje ni pesquería que hacer, se aplican a alguno de los de tierra, y de esta forma nunca están ociosos. 62. A este puerto de Paita sólo van los navíos de guerra de aquella mar cuando vuelven de Panamá para subir al Perú, y cuando bajan a Guayaquil con el fin de recibir carena, no llegan a él. En los viajes, pues, que se les ofrecen de vuelta, así de Panamá como de la costa de Nueva España, les sirve de escala este puerto; pero éstos no suele haberlos sin particular motivo, como son las ocasiones de armada o las de tener que conducir algún tesoro, como ya se ha dicho.

63. Los vientos que generalmente se experimentan en Paita son por el Sur, y de éstos es de los que está resguardada aquella rada con la montaña de la Silla de Paita. Los del Norte, que son las brisas, no recalan hasta allí, y si alguna vez sucede al cabo de muchos años, es con irregularidad. Desde noviembre hasta mayo, que es el verano en todas aquellas costas, suelen experimentarse algunos terrales, que son vientos por el Este y Essueste, pero son muy flojos y al fin pasan a entablarse al Sueste y Sursueste. 64. Este puerto no necesita para su defensa más que un pequeño fuerte como el que tenía, que monte de seis a ocho cañones, y las municiones correspondientes, y armas de mano, para que la gente que habita en él lo defienda cuando sea atacado de enemigos; pues como se ha dicho cuando se trató del estado de las plazas de armas, el haberlo tomado los ingleses el año de 1741, fue porque carecía enteramente de armas y municiones con que poder jugar la artillería del pequeño fuerte. Puerto del Callao 65. El puerto del Callao ha sido siempre el principal de los reinos del Perú, así porque en él es donde estaba el cuerpo de armada y arsenales, y en donde están de continuo los navíos de guerra, como porque es también el puerto principal de comercio, adonde concurren con más frecurrencia todos los navíos marchantes. 66. La disposición de este puerto consiste en una rada bien grande, a cuyo extremo austral se halla una isla, que se extiende del Sueste al Noroeste casi dos leguas, con el nombre de San Lorenzo, y forma el abrigo del puerto, resguardándolo de los vientos de la parte del Sur, que son los que de continuo reinan en él.

Los navíos dan fondo distantes de la playa en donde estaba fundada la plaza, como cosa de un cuarto de legua, en seis o siete brazas de agua, y buen fondo de arena y lama, con tenedero firme; pero las embarcaciones pequeñas se acercan mucho más a la playa, por la cual y muy inmediato al sitio en que estaba la plaza del Callao antes que el mar la sumergiese, corre un arroyo que es en el que con comodidad hacen aguada las embarcaciones. 67. Las aguas corren hacia el Norte en toda esta costa, y por esto es preciso, para tomar el puerto del Callao, tener barlovento y procurar no perderlo, arrimándose cuanto sea posible contra la cabeza del Noroeste de la isla de San Lorenzo, donde no hay riesgo alguno, porque, sobre ser muy limpio, hay doce y trece brazas de agua a la distancia de medio cable de tierra. 68. Al Nordeste del fondeadero de los navíos desagua en el mar el río Rimac, que pasa por junto a Lima, y como su desagüe se hace insensiblemente por entre la chinería de la playa, forma varias lagunas en ella con el rebalse de las aguas. Y después, siguiendo la costa como a cosa de media legua adelante, hacia el Norte, hay un bajo de arena que se alarga a la mar como media legua, o algo más, el cual tiene, cuando la mar está a media marea, desde dos brazas y media hasta cuatro; y éste es el bajo que llaman allí de Bocanegra, cuyo nombre toma de las lagunas que forman las aguas del río en la playa. Algunos navíos que, estando sotaventados, han querido tomar el puerto bordeando, y se han dejado ir del bordo de tierra sin reparo, han varado en él; pero esto ha sido por quererse arrimar demasiado a la tierra sin hacerle ningún reparo.

Fuera de este bajo no hay otro peligro en toda la costa, si no es el de las islas que velan y están al norte del puerto del Callao, hacia el de Ancón, y otras que llaman Las Hormigas, que quedan al Oeste Noroeste de dicho puerto del Callao, distantes siete leguas. 69. Por la parte del oriente de la isla de San Lorenzo, entre ésta y la Laja, hay bastante canal, de seis a ocho brazas de agua; pero es menester, para entrar por él, arrimarse siempre contra dicha isla de San Lorenzo, y llevarla a distancia de un cable, hasta tener al Oeste el torreón, y entonces se debe gobernar al Esnordeste hasta apartarse de la misma punta de Los Forzados cosa de tres cables, porque de ella sale un bajo que sólo tiene tres brazas de agua. Después de haber rebasado la Laja, se puede gobernar al fondeadero como se quisiere, sin ningún recelo, porque todo es limpio y de buen fondo. 70. Los vientos que soplan en este puerto regularmente son sures, apartándose unas veces hacia el Sueste, y otras para el Sudoeste; pero siempre vientan con tanta templanza que, en todos tiempos, se carenan y dan quillas los navíos sin algún peligro, porque no levantan mares. Esto no obstante, mientras los sures vientan con fuerza, que es en el invierno, hay resacas tan fuertes en la playa que impiden el que los botes puedan acercarse a ella, y los que se resuelven a ello corren bastante peligro. 71. Este puerto se hallaba defendido de la plaza de armas del Callao, cuyas fortificaciones consistían en una muralla sencilla, coronada de artillería, la cual cubría con sus fuegos todo el fondeadero.

Pero esto era casi lo único que podía defender, siendo así que en toda aquella costa, desde el Morro Solar hasta el puerto de Ancón, que es la distancia de catorce leguas del Sur al Norte, hay ocho parajes en donde, con la misma o mayor comodidad que en El Callao, se puede desembarcar sin sujetarse a pasar sus fuegos. Los cuatro de estos parajes no están en más distancia de Lima que lo estaba la plaza del Callao, y para que se conozcan más individualmente, haremos relación de todos. 72. Empezando por la parte del Sur, está el puerto de la China, inmediato al Morro Solar, siendo este mismo Morro el que forma el abrigo del puerto; dista de Lima tres leguas y media marítimas, y hay camino real que va hasta él. A este puerto acudían muchos navíos franceses de los que pasaron a aquellos mares al principio de este siglo, y desde allí hacían su comercio con los mercaderes de Lima, y de otras partes del Perú, que iban a comprarles. A un cuarto de legua al Norte de este puerto sigue otra ensenada que nombra el Salto del Fraile, la cual, aunque está enteramente descubierta a los sures, tiene una playa buena y cómoda, en donde poder desembarcar siempre que se intente. En el puerto de la China, y en esta playa igualmente, hay bastante agua y buen fondo, pero no tienen agua dulce. 73. A otro cuarto de legua más al Norte de esta ensenada del Salto del Fraile, está el puerto de Los Chorrillos, y aunque no tiene resguardo para el Sur y padece la incomodidad de ser balsa con resaca, no impide el desembarco; y así está poblada y los indios que lo habitan tienen el ejercicio de la mar: unos navegan y otros son pescadores.

Este puerto dista de Lima tres leguas, que es la misma distancia que hay desde El Callao, del cual está apartado cuatro hacia el Sur; tiene agua dulce y todo su territorio está poblado de haciendas. 74. En la costa que corre desde Los Chorrillos hasta el sitio donde estaba El Callao, y como un tercio de legua distante de él, hay una playa donde, formando remanso las aguas, se puede desembarcar cómodamente; pero este paraje estaba guardado con la artillería de la plaza, porque le alcanzaban sus fuegos. 75. En la costa que corre desde el puerto del Callao hacia el Norte, tres leguas distantes de aquél, desagua al mar un río, a quien dan el nombre de Carabaillo, en cuyas playas es tan apacible el mar que se puede desembarcar con toda la comodidad imaginable, y, caminando como una legua por las orillas de este río hacia arriba, se sale al camino real que hace tránsito de Chancay a Lima y, continuando por él otras dos leguas, se entra en Lima. 76. Corriendo la misma costa hacia el Norte, otras dos leguas más adelante de las playas de Carabaillo, está el puerto de Los Viejos, que también tiene buen desembarcadero; y media legua más arriba de él hay otra playa, en una ensenada que forma la tierra, en donde también se puede desembarcar fácilmente. Pero así este desembarcadero, como el del puerto de Los Viejos, tiene el inconveniente de que delante de ellos hay un pequeño archipiélago, entre cuyas islas puede peligrar cualquiera embarcación grande por los varios hilos de corriente que forman los canalizos y su extrema rapidez.

77. Ultimamente, distante del fondeadero del Callao, hacia el Norte, ocho leguas, y por tierra poco más apartado de Lima, se halla el puerto de Ancón, que es de la figura de una herradura, y se halla resguardado de los sures. Tiene más de media legua de interioridad, y su boca se ensancha otro tanto; es muy fondeable y de buen fondo, y puede estar fondeada en él no sólo una escuadra, sino una armada numerosa, con toda comodidad, a excepción de la del agua dulce, porque no la hay, sino salobre en unos pozos o cacimbas, y es preciso ir a tomarla a dos leguas, por el camino de Lima, hasta un paraje que nombran Copacabana. 78. En este puerto de Ancón hay una pequeña población de indios pescadores, compuesta de veinte a treinta familias que se mantienen con el ejercicio de la pesca, porque como le falta el agua, es la tierra tan estéril que no se ve en ella más que aridez. Lo contrario se experimenta en el mar, pues tanto el puerto como la costa es muy abundante de pescado de varias especies, y muy sabrosos. Los indios se emplean en la pesca y las indias lo llevan a vender a Lima, adonde, caminando de noche, llegan siempre al amanecer, porque desde el mismo puerto hay camino que va a Lima en derechura. 79. A vista de todos estos desembarcaderos, y de la facilidad con que los enemigos se pueden dirigir a Lima, desde cualquiera de ellos, siguiendo el camino real, quedará reconocido que la fortaleza del Callao servía solamente para defender los navíos que estaban fondeados en su puerto, y los almacenes de víveres que estaban en él, pero no para embarazar a los enemigos el desembarco, ni la posibilidad de pasar a tomar a Lima en derechura.

Y si no lo han ejecutado hasta ahora ha sido porque cuando lograron pasar a aquel mar llevando fuerzas suficientes para atreverse a atacar Lima, como sucedió el año de 1624 con la escuadra holandesa que comandaba Jacobo Hermite Clerk compuesta de once embarcaciones grandes, con más de mil seiscientos hombres de desembarco, no tenían noticia de los lugares propios para desembarcar, fuera del de la playa del Callao. Y así sucedió que, después de haberse mantenido fondeado en la cabeza de la isla de San Lorenzo cinco meses, sin atreverse a tentar con sus fuerzas las que el marqués de Guadalcázar (entonces virrey del Perú) previno con acierto y diligencia, se vio precisada toda la escuadra a volverse a Amsterdam, de cuyo puerto había salido. 80. El comandante holandés estaba falto de noticias entonces, porque las que había de las Indias no eran todavía tan puntuales como ahora; y si la escuadra de Anson, que entró en aquellos mares el año de 1741, no hubiese padecido el fuerte descalabro de haber perecido casi toda su gente en la travesía del Cabo de Hornos, y sido por esto obligado a abandonar los vasos de su escuadra, quedándose solamente con dos, y quinientos hombres que los tripulaban, según los proyectos que este almirante había formado, y las noticias que le suministraban algunos ingleses prácticos de aquella costa que tenía en su bordo, y entre éstos uno que había sido factor en Panamá, y después en Lima, tenía bastantes luces para dirigir su empresa, y sin tener que exponerse a los fuegos del Callao, hacer el desembarco y tomar a Lima.

Lo cual, sin duda, hubiera conseguido, porque entonces no tenía esta ciudad las armas y disposición necesaria para defenderse. 81. Finalmente, así el puerto del Callao como las costas contiguas a él, son muy abundantes de pescado; y lo era el país antes que experimentase el último terremoto del año 1746, en toda suerte de carnes y legumbres, comodidades muy propias para un puerto donde deben invernar continuamente los navíos de guerra, y concurrir todas las embarcaciones del Perú, aunque padece la incomodidad de la escasez de la leña, y para proveerse de ella los navíos, se recurre a la que se lleva de las costas de Chile, de Guayaquil, y de otras partes retiradas, en donde la hay con abundancia. Puerto de Ilo 82. El puerto de Ilo consiste en una rada abierta y resguardada en parte de los vientos sures, con una punta que se avanza al mar. Tiene agua de un río que hace su curso y sale a la mar por junto a la misma población de Ilo, aunque suele secarse enteramente con los calores del verano, lo cual se experimenta cuando en el invierno han sido escasas las aguas en la sierra. 83. El fondeadero es bueno, aunque las embarcaciones quedan apartadas de la playa a media legua, en doce y trece brazas de agua sobre arena fina y lama. El desembarcadero de la playa es malo, porque como todo es costa abierta, aunque los sures lleguen quebrados de fuerza, no teniendo embarazo la mar, entra libremente en toda la playa y causa fuerte resaca. Para que las lanchas y botes puedan llegar a ella sin tanto peligro, hay una caleta cerca del río y a la parte del Sur de su desembocadura, que es adonde llegan comúnmente; pero cuando la mar está hinchada, se hace ésta tan impracticable como todo lo demás de la costa.

La punta que forma esta caleta echa al mar algunas peñas, que se alargan de ella como medio cuarto de legua; la de más afuera es peligrosa, porque no vela, y así es menester tener cuidado con ella cuando se pretende salir a tierra. 84. El paraje donde los navíos fondean está como al Oeste de esta punta, que es alguna cosa más para el Sur que la dirección de este rumbo respecto del río; la población, que está, como se ha dicho, en su desembocadura, consiste en una parroquia y cosa de cincuenta casas a manera de ranchos, como los de los valles, en donde viven otros tantos o pocos más vecinos, la mayor parte gente pobre. Ni el puerto ni el pueblo tienen defensa alguna, y por esto ha sido uno de los más libres, adonde iban los franceses cuando pasaban a comerciar a la mar del Sur, porque en él estaban como si fuera puerto propio y hacían libremente su comercio con los que bajaban de las provincias interiores del Cuzco, Chucuito, Arequipa y otras. 85. En los tiempos presentes son pocas las embarcaciones que van a este puerto, porque mantiene poco comercio con los demás del Perú. Sólo suele ir uno o dos navíos marchantes cada año, los cuales recorren todos los puertos que hay entre Valparaíso y El Callao, que se distinguen allí con el nombre de intermedios, dejando en ellos algunos géneros que llevan de Chile y hacen falta allí, y recogiendo otros que se producen en aquellos países para llevarlos al Callao; pero no es regular que los navíos de guerra entren en ellos.

Puerto de Arica 86. El puerto de Arica es una rada abierta y, a corta diferencia, semejante a la de Ilo. El fondeadero dista un cuarto de legua del morro que forma el desembarcadero del puerto y las embarcaciones quedan en ocho y nueve brazas de agua sobre lama dura. La población es mayor que la de Ilo, y está compuesta de mulatos, indios y blancos; pero el puerto es tan poco frecuentado como el antecedente, y sólo lo estuvo cuando los navíos franceses entraron con libertad en aquel mar y comerciaron en todos sus puertos. Puerto de Cobija 87. Cobija sigue al Sur de Arica, y es una rada abierta como las anteriores; algo resguardada de los sures en el paraje donde fondean los navíos, pero abierta al Norte y a todos los demás vientos de la parte del Oeste. El desembarcadero es malo, porque las olas rompen (sin quebrantarse antes) en las mismas playas, que están todas pobladas de peñas, por entre las cuales es menester buscar entrada para acercarse a la tierra, con el peligro de que la embarcación que la solicita se haga pedazos contra ellas. El fondeadero es bueno, pero la aguada difícil y mala, porque sólo hay un pequeño manantial a media legua distante de la población, donde el agua es muy poca, de mal gusto y salobre. La población de Cobija se reduce a unos pocos ranchos de indios pescadores, muy pobres. PUERTOS PERTENECIENTES AL REINO DE CHILE Puerto de Copiapó 88. Aunque la población que tiene el nombre de Copiapó está en lo interior de la tierra, pues dista de la marina, por el camino regular, veinte leguas, se conoce bajo de este nombre el puerto que le dista menos, el cual se distingue mucho por un alto cerro que está en la misma inmediación de él, en figura de morro, porque, hallándose rodeado de una tierra baja y muy pareja por todas partes, cuando se mira de lejos, no pudiéndose descubrir la demás tierra que le acompaña, parece el morro como una isla situada en medio del mar.

Este morro viene a formar la punta del Sur de la rada de Copiapó, dentro de la cual hay dos puertos; el más inmediato al morro no tiene tanto abrigo como el otro, ni tan buen fondeadero, pues en el paraje que regularmente lo es de los navíos, hay treinta y treinta y seis brazas de agua. El otro puerto, más apartado del morro, que está hacia el Nordeste de la punta que lo forma, es conocido por el nombre de puerto de La Caldera; está abrigado por todas partes, a excepción del Noroeste, de los vientos intermedios entre el Norte y el Oeste; el fondo es bueno y los navíos quedan arrimados a tierra en diez brazas de agua. 89. Este puerto, aun siendo el más acomodado de la rada, carece de todo lo que necesitan los navíos, y por esto no es frecuentado más que de la embarcación que hace viajes a los puertos intermedios. No tiene leña, si no es a cinco leguas de la marina, en las orillas del río Copiapó; el agua es salobre y poca, porque el río desagua en el mar como a cinco leguas al Sur del puerto de La Caldera, y la que pueden recoger los navíos es la que se destila en una concavidad inmediata al puerto. No hay más población en él que un cubierto, adonde descargan los navíos lo que han de dejar para que pase a Copiapó, y se deposita lo que de este pueblo se desea enviar a Lima. Puerto de Coquimbo 90. Coquimbo es un puerto algo más regular y cómodo que los antecedentes; su figura es a la manera de una ensenada, y a la parte del Sur de toda ella está el fondeadero de los navíos, abrigados de todos vientos cerca de tierra, y con buen fondo de arena menuda negra y con bastante agua, pues los navíos quedan nadando sobre seis y hasta diez brazas, y de tanta serenidad que pueden carenar sin peligro.

Esto no obstante, tiene de ancho la entrada de la bahía cuasi dos leguas, pero se procura dar fondo en el paraje donde, proyectadas o encubiertas entre sí las dos puntas que la forman, quede cerrada la vista a no ver la mar por parte alguna. 91. La punta de La Tortuga, que es la que se avanza a cerrar la bahía y forma el puerto por la parte del Sur, tiene dos peñones; el más exterior se adelanta al mar como un tercio de legua; y el otro cae al Sur de éste, dejando un estrecho paso entre él y la tierra firme, pero de bastante agua, pues tiene todo el canal de dieciséis a diecisiete brazas. Yendo por fuera de ambos, para tomar el puerto se ha de ir con toda precaución porque no falte el viento, a fin de que si es preciso dar fondo, no sea cerca del exterior, nombrado Pájaro Niño, porque pegado a él hay de cuarenta a cincuenta brazas de agua, y todo el fondo por aquella arte está lleno de peñas y ratoneras, donde, además de cortarse los cables en el corto tiempo que estén en el agua, es muy difícil y arduo sacar las anclas por los orinques, y una vez que están bien agarradas entre las peñas del fondo, lo regular es que se quedan abajo. 92. Dentro del puerto, y casi pegado a tierra, hay una peña que llaman La Tortuga, en la cual hay dos brazas de agua, y las embarcaciones medianas se arriman contra ella y carenan con toda comodidad. 93. En esta bahía o ensenada hay tres arroyos que desaguan en el mar; el más inmediato dista del fondeadero de los navíos como una legua, y en éste es donde hacen aguada las embarcaciones; el segundo está un cuarto de legua más retirado, y el tercero es el río de Coquimbo, que, aunque grande, puede vadearse casi siempre, pero nunca se seca como los de puertos anteriores.

La ciudad de Coquimbo está situada a la parte del Sur de este río, muy poco distante de él, pero el pueblo dista dos leguas del fondeadero de los navíos. 94. Este puerto es el principal para el comercio entre todos los comprendidos en la denominación de intermedios, porque además del trigo que se coge en sus campañas con abundancia, produce mucho aceite y vino, uno y otro de superior calidad al que se coge en todas las costas de Chile y Perú. Pero lo más fuerte de su comercio consiste en el cobre, porque del que se saca de allí se surte todo el Perú; pero como este metal es un género que dura mucho, sólo van anualmente a cargarlo dos navíos, o tres que, además del cobre, cargan fruta y cueros, cordobanes y jarcia, que sacan de Chile. 95. La población de Coquimbo, nombrada también La Serena, es de bastante capacidad; su planta es muy hermosa, porque a la bella disposición se agrega la comodidad y ventajas del paraje en que está situada, el cual es agradable por todos respectos, pues al paso que predomina a las campañas y marina, no causa molestia su altura a los que habitan, ni irregularidad a la población, porque ocupa un sitio llano y toda ella está a un nivel. Su población no es correspondiente a la capacidad, porque la mayor parte del terreno la ocupan las casas, jardines y huertas. Puerto de Valparaíso 96. El puerto de Valparaíso, cuya latitud es treinta y tres grados, dos y medio minutos austral, consiste en una ensenada cuya boca se extiende casi, del Nordeste al Sudoeste, la distancia de tres leguas, que son las que hay desde la punta de Concon a la punta del puerto de Valparaíso.

Al Sueste de ésta está el puerto, el cual tiene de interioridad algo más de una legua; todo él es de buen fondo y consiste en lama fina, pegajosa y con bastante agua, pues a distancia de cable y medio de tierra tiene catorce y dieciséis brazas, y va aumentando hasta treinta y seis y cuarenta, que es la que tiene a menos de la media legua de tierra. Todo él es limpio, a excepción de una piedra que tiene al Nordeste de la quebrada de Los Angeles, cosa de cable y medio o dos apartado de ella, de la cual es menester guardarse, porque no vela, y tiene muy poca agua encima. 97. Para entrar en este puerto es menester arrimarse mucho a la tierra de la punta del puerto, y navegar costeándola a menos distancia de la playa que la de un cuarto de legua, por veinte, diez y ocho, y dieciséis brazas de agua; después es preciso, al paso que se va montando la punta del puerto, ir arrimándose a la tierra, de modo que se pase como un largo de navío distante de la roca llamada La Baja, porque es tan fondable que se puede pasar tocándola con el costado del navío, sin más peligro que el que se puede ocasionar de rascar contra ella. Hácese preciso el pasar tan cerca de esta Baja, la cual vela continuamente, porque siendo los vientos frecuentemente por el Sur, cuando no se tiene este cuidado, se sotaventan mucho las embarcaciones del fondeadero, y es trabajoso el cogerlo. Pero es necesario tener la precaución de que, si es de mañana cuando se intenta entrar en el puerto, no conviene entonces el arrimarse mucho contra dicha Baja, porque aunque afuera del puerto vienta bastante, calma desde ella hacia dentro, y sería peligroso el quedarse muy arrimados contra esta piedra y sin poder gobernar, o verse precisados a dar fondo en cincuenta brazas de agua, que son las que hay a poca distancia de ella.

Para evadirse de estos dos inconvenientes, es lo más acertado el mantenerse afuera, bordeando hasta el mediodía o la una de la tarde, a cuya hora es regular que viente con igualdad hasta dentro del puerto, y entonces se puede entrar siguiéndose por el régimen de lo que queda dicho antes. 98. También se puede entrar en la ensenada, y dar fondo en el paraje que pareciese más cómodo, hasta el día siguiente de madrugada, para levarse y entrar con el terral, que llaman allí concon, el cual no deja de ventar, por lo regular, día alguno. 99. Los navíos se amarran con una ancla en tierra y otra en la mar; la de tierra se tiende de suerte que quede al Sursudoeste, y la de mar al Nornordeste, procurando que aquélla esté bien asegurada, porque los vientos del Sur y del Sudoeste, que son los generales, aunque corren por encima de la tierra, soplan con mucha fuerza, y por esto se hace indispensable la precaución de amarrarse en tierra, pues si no se hiciera así garrarían los navíos a cada momento a causa de la pendiente del fondo. 100. Desde que empiezan a ventar los nortes en aquella costa, que es por los meses de abril y mayo, experimentan toda su fuerza las embarcaciones que se hallan en el puerto de Valparaíso, porque es viento de travesía en él, y así están expuestos a toda la fuerza del viento y de la mar, que entra a romper en la misma playa. La seguridad de los navíos consiste únicamente en el ancla y cable del Nornordeste, el cual se ayuda con otro para evitar el peligro, pues si llegara a faltar aquel cable, todo socorro sería inútil, y no bastaría a evitar que el navío fuese a chocar contra las peñas de la playa.

Lo único que tiene de favorable es que el tenedero del fondo es muy bueno, como se ha dicho, y que como éste va siguiendo en pendiente hacia la playa, en lugar de garrar se afirma el ancla cada vez más, con que todo el peligro recae sobre la flaqueza del cable. 101. Entre dos quebradas, que se nombran de Los Angeles y de Juan Gómez, sale una punta que nombran de La Barranca, porque efectivamente es un sitio bien alto y escarpado; encima de éste hay un torreón que sirve de vigía y tiene algunos cañones pequeños. Al pie de este cerro, en un terrero algo levantado de la playa, hay una batería pequeña, que fue la primera fortaleza que tuvo este puerto para defender la población y cubrir el fondeadero, por cuya razón es conocida por el nombre del Castillo Viejo. Pero como todas sus fuerzas consistían en una reducida batería sencilla y con pocos cañones, pareció conveniente aumentar las fuerzas del puerto, y entre las dos quebradas de San Francisco y San Agustín (en cuyos fondos está casi toda la población), sobre una eminencia que forma el terreno que media entre ellas, se construyó, a los fines del siglo pasado, un fuerte de bastante capacidad, pero tan irregular en su figura que no tiene defensas algunas para resguardar sus propias obras y fuegos, a causa de que la desproporción del terreno no da lugar a mayor formalidad; y lo que más le perjudica es que está dominado por las alturas que lo circundan por la parte de tierra. Las dos quebradas que ciñen este fuerte, cuya profundidad es de veinticinco toesas a corta diferencia, le sirven de fosos por los costados, y por la parte de la marina lo es el escarpe del mismo cerro sobre que está fundado, porque naturalmente se halla éste cortado perpendicularmente; mas por las espaldas se prolonga el terreno haciendo cuesta, y por ésta es por donde tiene más peligro, puesto que todas las obras interiores quedan descubiertas enteramente a los que estuvieren afuera.

Y aunque es cierto que este fuerte tiene bastantes fuegos para defender el fondeadero ordinario, que es el que está delante de la población, no puede hacer igual efecto en todo lo que el puerto se extiende, porque fondeando los navíos al Este de esta fortaleza, junto a la playa del Almendral, en dieciséis o dieciocho brazas de agua, quedarán distantes de ella tres cuartos de legua largos, donde será poco el efecto que podrá hacer su artillería, y de ninguna manera capaz de estorbar al desembarco que intenten hacer los que entraren en el puerto. 102. Este fuerte se arruinó, en la mayor parte, con un temblor de los muchos que ha experimentado aquel reino, y siendo Presidente en Chile en estos próximos años el Teniente General de los Reales Ejércitos don José Manso, reparó y levantó lo que se había destruido, añadiendo algunas obras. 103. Además de la población que está en las dos quebradas de San Francisco y San Agustín, se extienden, desde esta última hacia el Oriente, almacenes para encerrar el trigo y demás efectos que bajan de Santiago, y casas, hacia la quebrada que llaman de Elías, cuyas fábricas están contiguas a la playa, y respaldadas de un cerro alto y escarpado, el cual estorba la extensión de la población, por el limitado espacio que deja allí para ello; y de la quebrada de San Francisco hacia el Castillo Viejo corren, asimismo, algunas casas de indios y gente pobre, que vive del ejercicio de la mar, por cuya razón llaman a este sitio el barrio de los pescadores.

104. Por la quebrada de San Francisco baja un pequeño arroyo, el cual, haciendo cañería desde arriba, conduce a lo interior del fuerte la agua necesaria para la guarnición, y de la restante se provee el vecindario. Algunos navíos hacen su aguada en este sitio cuando baja en abundancia, y otros en un arroyo que corre al Sueste de la población, por donde empieza el llano del Almendral; pero aún por éste suele correr el agua tan escasamente, por lo regular, que es preciso hacer hoyos en la cañada que sirve de madre al arroyo, para recoger el agua que se junta en ellos y se filtra por entre la tierra. Al fin del Almendral hay otro arroyo que no corre sino en tiempo de invierno, porque nace allí mismo de las humedades que destilan las eminencias circunvecinas. A una legua y tres cuartos al Esnordeste de la población, desemboca al mar el río de Chile, llamado también de Margamarga, el cual es grande y en todos tiempos lleva bastante agua. 105. Como se ha dado noticia de la capacidad de esta población de Valparaíso en el segundo tomo de la Historia de nuestro viaje, de su vecindario y comercio, se omite el repetir aquí lo ya dicho, y así nos contentaremos con decir que, siendo este puerto el principal del comercio de aquel reino de Chile, porque la inmediación que tiene a Santiago proporciona mejor que en otro la comodidad de transportar a él los frutos y géneros que producen aquellos países, es a correspondencia el más frecuentado de los navíos de aquella mar, los cuales no cesan de hacer viajes a él durante el verano, que es el tiempo en que, sin peligro, se puede hacer aquella navegación y tomar el puerto con seguridad; porque en el invierno, además de ser arriesgada la navegación por causa de los nortes, es muy peligroso el puerto, tanto para tomarlo, por la cerrazón que es común entonces en todas aquellas costas, como para mantenerse dentro en el total desabrigo que hay para aguantar estos temporales, como se ha dicho.

106. Los navíos de guerra frecuentan poco este puerto en tiempo de paz, y lo regular es que vaya uno cuando lo pide la ocasión, bien sea con el fin de dejar el situado de Valdivia, y pasar después reconociendo aquellos puertos dejando en ellos las municiones de guerra que se envían de Lima para aquellas plazas de Chile, o con otro motivo equivalente. En tiempo de guerras lo frecuentan anualmente, porque siendo aquellas costas donde deben hacer el corso para recibir las embarcaciones enemigas que pasan a aquel mar, mientras se mantienen en este destino, que es todo lo que dura el verano, entran unas veces en Valparaíso y otras en La Concepción con el fin de reemplazar la aguada y proveerse de víveres, por ser los dos puertos propios para este fin; pero ninguno de ellos lo es para que puedan invernar, que no es pequeña falta en aquellas costas tan distantes de las de Lima, y tan expuestas a insultos de los enemigos en tiempo de guerra. Puerto de la bahía de La Concepción 107. La ciudad de La Concepción, también llamada Penco, nombre antiguo de los indios, cuya situación es en la costa de Chile en treinta y seis grados cuarenta y tres un cuarto minutos de latitud austral, tiene una bahía tan espaciosa y de tan buen fondo que no hay otra de su igual en todas aquellas costas, desde Tierra Firme hasta el Perú y Chile. Corre Norte y Sur, desde la punta de Quiriquina hasta el fondo, tres leguas y media, con muy corta diferencia, y de Este Oeste, desde el puerto de Talcaguano hasta el del Cerrillo Verde, en cuya inmediación está la ciudad, se ensancha tres leguas, la cual anchura conserva hasta que la isla de La Quiriquina, ocupando parte de la boca de la bahía, forma dos bocas: la que cae al Oriente, que es la boca principal, por donde entra toda suerte de embarcaciones, tiene de ancho dos millas; la del Occidente, formada entre la isla de La Quiriquina y la punta de Talcaguano, tiene poco menos que media legua de ancho.

108. La entrada principal de la bahía tiene treinta brazas de agua, y, a proporción que se entra, se va disminuyendo hasta el medio de ella, en que sólo hay doce brazas, once y diez, y ésta se conserva hasta cosa de una milla distante de la playa que hace frente a la entrada. La otra entrada, aunque parece tan escabrosa que casi hace increíble el que se pueda entrar por ella, tiene canal que empieza por treinta brazas a un cuarto de legua distante de la punta de Talcaguano, y después sigue por veinticinco, veinticuatro y once brazas en toda ella, hasta estar dentro de la bahía. Este canal está a medio fredo de la que hacen las dos tierras, e igualmente a la mitad de la distancia que dejan los escollos que salen de la de Talcaguano, y se avanzan hacia La Quiriquina, casi un cuarto de legua entre sí y esta isla. Algunos años atrás, hallándose un navío del Perú corriendo con un fuerte temporal de Norte sobre este puerto, y propasado ya de la entrada regular de la bahía, viéndose perdido, se aventuró a entrar por esta boca con ánimo de hacer menos sensible la desgracia si lograba varar en algún paraje de La Quiriquina, en donde pudiese escapar la gente, a cuya parte se aplicó porque no vio en ella los escollos que en la de Talcaguano; y sin saber que hubiese canal de bastante agua para su embarcación, antes bien, creyendo que todo era escollos y bajos por ser así el común sentir de los demás pilotos, se dejó ir, y fue entrando insensiblemente hasta que se halló en el puerto de Talcaguano, lo cual se atribuyó entonces a milagro, porque ninguno se persuadía que pudiese haber entrada por allí, y siempre han estado en esta falsa credulidad por defecto de su especulación, y no haberse dedicado a averiguar el modo con que pudo entrar aquel navío sin peligrar en las piedras que registra la vista, y que a larga distancia la empeñan, haciendo parecer que cierran el paso.

109. Aunque se puede dar fondo en cualquier parte de esta bahía, porque es limpia, y de buen tenedero, que es todo él de lama, hay en ella tres puertos que son los más proporcionados para este fin; el uno, llamado Puerto Tomé, está al Esueste de la punta del Norte de la Quiriquina, contra la costa de la tierra firme, donde, distantes de ella como media legua, se da fondo en doce brazas de agua; pero este puerto sólo sirve para fondear de noche, hasta que el día dé lugar a que, bordeando, se gane alguno de los puertos restantes. 110. El puerto principal de toda la bahía, que es el de Talcaguano, es una ensenada, la cual corresponde al Sursudeste de la punta del Sur de La Quiriquina, y en ésta es donde dan fondo todos los navíos, y pueden estar con seguridad, porque el tenedero es bueno, y hay algún abrigo para los Nortes, lo que no sucede en el puerto de Cerrillo Verde, inmediato a La Concepción, porque en él están los navíos descubiertos enteramente a los Nortes, y aun a los Sures, a causa de que, siendo la tierra baja, pasan los vientos por encima de ella con toda libertad, a que se agrega que, siendo el fondo de lama suelta, garrean los navíos muchas veces, y así están expuestos al peligro de perderse en la costa. Por cuyos inconvenientes es poco frecuentado aquel puerto, yendo solamente a él en el rigor del verano, cuando no hay peligro de Nortes, y lo ejecutan los navíos marchantes cuando quieren cargar, porque están más a mano para ello, y se detienen poco tiempo.

111. Además de estos puertos que están dentro de la bahía de La Concepción, hay fuera de ella otro, que corresponde al Sudoeste del de Talcaguano, y se nombra San Vicente, y dista de aquél poco más de una milla, que es la distancia que tiene la tierra que los separa. Su entrada es bien conocida por los dos cerros que nombran las Tetas de Biobío, al Norte de las cuales está el puerto, entre ellos y la tierra alta de Talcaguano. Este puerto, que forma una figura circular cuya boca corresponde al Oeste, tiene de diámetro una legua, cuya distancia es igual por todas partes, y dentro de él están las embarcaciones al abrigo de los Nortes, fondeando cerca de la playa del Norte y arrimadas contra la tierra alta de Talcaguano, la cual los resguarda de la fuerza de ellos. Allí pueden invernar navíos y carenar, siendo tanta su comodidad que ha facilitado la de que se fabrique uno o dos navíos con maderas cortadas en aquellos montes de La Concepción y de Talcaguano; pero padece la incomodidad de no tener agua dulce y ser preciso el conducirla de Talcaguano. 112. La bahía de La Concepción tiene dos ríos que desaguan en ella; el uno es el de La Concepción, que atraviesa la ciudad, y el otro el de San Pedro. Los navíos que dan fondo en Cerrillo Verde hacen la aguada en la ciudad, pero todos los que se mantienen en Talcaguano se sirven de varios arroyos que bajan de las mismas alturas de Talcaguano, y en ellos hacen su provisión, porque es muy buena. 113.

Este puerto es de los más cómodos que se pueden imaginar para navíos de guerra, porque además de la buena aguada logran en él la abundancia de leña y de buena calidad; los víveres muy buenos y baratos, mediante que una vaca cebada, que casi no puede comerse su carne de gorda, cuesta cuatro pesos y a veces menos; una ternera, también cebada, un peso, o diez reales cuando más, moneda del Perú, a cuyo respecto son los precios de todo lo demás. Es muy proveído de toda suerte de víveres y verduras, pescados y de marisco. Tiene maderas bastantes para poder carenar, aunque no de la calidad de las de Guayaquil, y si tuviera el abrigo necesario contra los Nortes sería muy propio para que en tiempo de guerra invernasen allí los navíos que estuviesen haciendo el corso en aquellas costas. 114. Todo el territorio de Talcaguano, hasta la punta del mismo nombre, pertenece a un sujeto principal de La Concepción, y éste, como dueño del país, lo es de la granjería que causen las carnes que consumen los navíos que están en aquel puerto, porque no permite que por sus tierras pueda pasar ninguno otro con ganados para el puerto y con este motivo tiene reservado en sí el derecho de proveer a los navíos de estos víveres; pero no por esto son más caros los que se compran de lo que queda dicho, y pudieran ser mucho más baratas las reses si tuvieran libertad todos los dueños de ganados de vender a los navíos las que tienen en sus hatos. 115. Los navíos que intentan entrar en la bahía de La Concepción procuran recalar en la isla de Santa María; después que la tienen reconocida, la costean haciendo resguardo a una laja que se aparta de la punta del Norte de la isla hacia el Noroeste tres leguas, la cual no se descubre en pleamar, ni hay reventazón en ella cuando la mar está bonancible, pero en bajamar se descubre, y estando la mar hinchada, revienta en ella.

Entre ésta y la isla de Santa María, a la mitad de la distancia, hay un mogote, todo él escarpado y guarnecido en su circunferencia de peñascos a flor de agua, donde hace reventazón la mar. Por el espacio que deja este mogote entre sí y la laja, que es corta diferencia de legua y media, puede pasar cualquier navío, pues tiene de agua el canal cincuenta y sesenta brazas; pero lo regular es pasar por fuera, por evitar el peligro cuando no hay necesidad de exponerse a él, y haciendo el resguardo suficiente a la laja, se sigue el camino a una proporcionada distancia de la costa, guardándose únicamente de las peñas y arrecifes que se vieren contra ella, porque no hay otra cosa de peligro. 116. De la punta de Talcaguano, a cuyo sitio se dirige la derrota desde la isla de Santa María en adelante, sale al mar, como media legua apartado de ella, un mogote pequeño que llaman Quiebra Ollas, el cual está guarnecido de arrecifes que conviene evitar haciéndoles algún resguardo, como será el pasar como a la distancia de un cable apartados del mogote. De éste se dirige el camino directamente a la punta del Norte de la Quiriquina, de donde se alargan a la mar dos mogotes, y el que más dista de tierra está como un cuarto de legua de ella; yo pasé tan cerca de ellos que se puede tirar desde el navío una piedra, y se ven muy cubiertos de lobos marinos; no hay peligro en acercarse a ellos, porque en su pie hay mucho fondo, y conviene hacerlo así para no perder barlovento.

Después de haberlos montado se prosigue navegando lo más cerca que es posible de la isla, y se van costeando otras piedras que hay contiguas a ella. 117. Como regularmente se suele entrar bordeando en esta bahía, no obstante el que toda ella es limpia y de bastante fondo, conviene acercarse mucho a la isla de la Quiriquina, porque tanto cuanto es fondable por la parte del Noroeste y Norte, es de poca agua la del Este y punta del Sur, y de ésta en particular sale un bajo al cual se debe hacer resguardo. 118. De Talcaguano, o del tercio de distancia que hay desde la punta del mismo nombre, sale un bajo que corre hacia el Este media legua con corta diferencia, y en medio de él hay una laja rodeada de arrecifes, la cual se descubre en bajamar, y este bajo es menester evitarlo igualmente; y para ello es la mejor señal que se puede tener, si se entra en la bahía con el terral, la de dirigirse derechamente desde su boca a la medianía de un manchón de tierra colorada, que se deja ver en el fin de la bahía sobre un cerro de mediana altura que hay en aquella parte, y continuar así hasta tener montado el bajo, el cual se deja percibir por el color del agua desde bastante distancia. Y habiéndolo montado, se continuará gobernando a las casas de Talcaguano, hasta estar distantes de la playa cosa de media milla, y en cinco a seis brazas de agua, en cuyo pasaje se da fondo, de suerte que la punta de la Herradura queda oculta con la isla de la Quiriquina. Pero es necesario tener cuidado de otra laja que hay entre el Morro y la playa de Talcaguano, la cual suele quedar bien cerca de los navíos, y de no aproximarse hacia aquella parte del Morro, porque hay un bajo de arena que corre desde la laja que acabamos de decir hasta el Cerrillo Verde.

Estando así fondeados los navíos en el puerto de Talcaguano, se hallarán resguardados del Norte con la misma tierra, pero esto no impide el que experimenten la fuerza del mar, que entra con toda su alteración por una y otra boca, aunque como es bueno el tenedero, no peligran. En estas ocasiones es difícil desembarcar en tierra, porque rompen las olas en toda la playa; cuando no hay sures se puede desembarcar cómodamente en cualquier paraje de la playa de aquel puerto. 119. La entrada del puerto de San Vicente tiene también alguna dificultad, porque en las dos puntas que forman la boca del puerto hay mogotes que salen de ellas al mar, y después corre un bajo todo alrededor del puerto, extendiéndose cosa de medio cable por todas partes. Además de esto, hay una laja donde suelen reventar el mar en ocasiones, al Noroeste del mogote de la punta del Sur del puerto, y se alarga de él afuera media legua, y por esta razón la entrada en este puerto se debe hacer con cuidado, pasando por sotavento de la laja y habiéndola hecho balizar con el bote en el caso que no se distinga bien por la reventazón, y procurando no descaecer mucho contra los mogotes correspondientes a la punta del Norte del puerto, que están casi en el veril del banco. Pero estando una vez dentro, es bastante fondable, limpio y de buen tenedero. 120. Toda esta bahía está totalmente indefensa, porque en su entrada no hay fortaleza que haga oposición, ni en toda ella más que el pequeño fuerte que acompaña a la ciudad haciendo frente a la playa, cuyos fuegos, aunque cortos, alcanzan a cubrir al fondeadero de Cerrillo Verde; pero como no hay necesidad, en caso de que entren allí navíos enemigos, de que vayan a dar fondo a aquel puerto, pudiéndolo hacer con más comodidad en Talcaguano, no sirve de defensa para la bahía, ni para la ciudad, como se ha hecho ver en las sesiones adonde se trata de las plazas de armas en particular.

121. El comercio de embarcaciones que tiene esta bahía es muy corto, mediante que en tiempo de paz se reduce a dos o tres navíos que pasan del Callao a cargar frutos, una pequeña embarcación de Valdivia, y otra de Chiloé, que van a ella con el mismo fin, y no más. En tiempo de guerra es mayor, porque los navíos de la armada que se destinan para que guarden aquellas costas, suelen hacer dos o tres entradas en la bahía para reponer los víveres y aguada, interín que dura el verano, pues para el invierno, aunque el puerto de Talcaguano está algo resguardado de los nortes, no es tanto como conviniera para invernar en él. Esto no obstante, lo han hecho algunos navíos, y particularmente los franceses que en el principio de este siglo pasaron allí. 122. Aunque esta bahía estuviese con todas las fortalezas imaginables para su defensa, servirían de poco porque, sin ir a experimentar sus fuerzas, tienen puerto los enemigos, siempre que lo pretendan, en la isla de Santa María, que está diez leguas al Sur de La Concepción y pegada a la misma costa; la cual tiene por la banda de tierra firme una bahía muy hermosa y cómoda, así por su capacidad, como por su buen fondo, abrigo y otras conveniencias apetecibles para refrescar una escuadra y carenarla con tanta prolijidad. Por el recelo de que algún día pudiese servir de asilo a los enemigos esta bahía, se mandó, con mucho acuerdo, que no se cultivasen sus tierras, no obstante su gran fecundidad, y que se retirasen de ellas a la tierra firme los ganados que pacían en sus amenos prados.

Aunque esta isla está muy cerca de tierra, su canal tiene bastante agua para que pueda pasar un navío de cualquier porte entre ella y la tierra firme. Puerto de Valdivia 123. Este puerto, que está a la desembocadura del río de Quiriquina, y su situación es en la costa de Chile en treinta y nueve grados cuarenta y cinco minutos de latitud austral, es el único a quien legítimamente le compete el nombre de puerto, porque está defendido y cerrado con fortificaciones, y dentro de él tienen abrigo las embarcaciones. Los puertos en donde regularmente se amarran, estando de los castillos hacia dentro, son dos. El uno a la entrada de la boca estrecha del río, en la costa del Sur, que se nombra el puerto del Corral, por estar su principal fondeadero casi al pie de la fortaleza que tiene el mismo nombre, entre ella y el castillo de Amargos; este puerto es muy bueno, en él se da fondo muy cerca de tierra en cuatro y cinco brazas de agua, y el tenedero es bueno. 124. El segundo puerto está casi en la mitad de la distancia que hay desde el del Corral a la plaza de Valdivia, que es de cinco leguas con corta diferencia. Cae este segundo puerto a la parte del Oriente de una isla que llaman del Rey, y tan cerca de la tierra firme que, sin necesidad de muelle, llegan a ella los navíos y descargan lo que llevan, porque pegado a la misma orilla hay de seis a siete brazas de agua. Para tomar este puerto pasando a él desde el del Corral, y también yendo en derechura desde la entrada del río, se entra por la canal que forman las islas de Mancera y la punta de Niebla, en que hay bastante fondo, lo que no sucede entre las islas y la otra tierra del Oriente, y se da fondo en seis a siete brazas de agua, como se ha dicho, amarrándose en tierra.

Para entrar en Valdivia es necesario ir a recalar a la punta de la Galera, que está al Sur de la desembocadura de este río, y no acercarse mucho a ella, porque sale un bajo con arrecifes que corre al Norte como una legua. Desde esta punta se va prolongando la costa hasta la que sigue, nombrada Morro Gonzalo, teniendo cuidado de llevarla a distancia de una milla por lo menos, porque también sale de ésta un bajo hacia el Norte, por cuya razón, para evitar todo peligro, se gobierna el camino del navío por la sonda, y ensondeando veinticinco brazas de agua al Norte de Morro Gonzalo, y más adelante doce, irá la embarcación a buena distancia de la costa. Estando ya Norte y Sur con el río de Churín, se da fondo allí, hasta informar al gobernador de la plaza de la embarcación que desea entrar en el puerto y los fines que tiene para ir a él, con cuyo consentimiento puede continuar su entrada por medio del espacio que hay entre los dos fuertes de Amargos y Niebla, inclinándose más a este último. Y de esta forma irá navegando por diez, ocho, seis y siete brazas de agua, llevando derecha la proa al castillo de Mancera, que está sobre la isla del mismo nombre, cuyas tres fortalezas, que juegan más de cien cañones de grueso calibre, defienden la entrada del puerto. 125. Lo más admirable de este puerto, después de su buena disposición, es que tanto la costa que corre hacia el Norte, como la que se extiende hacia el Sur, no tiene paraje alguno en que se pueda hacer desembarco, porque además de ser costas bravas, una y otra son de peñasquería alta y escarpada a la mar, donde la embarcación que llega a naufragar, sea del país o de las extrañas, por falta de conocimiento, no dejan a los que van en ellas la más remota esperanza de poder salvar las vidas.

Y por esto es necesario ir con cuidado cuando se desea entrar en Valdivia, siendo esto más preciso en los meses de abril y mayo, que es ya entrada de invierno, o en todo él hasta diciembre, que ya empieza el verano; porque si a la embarcación le sobreviene algún norte, hallándose empeñada en la ensenada que hay desde la punta de la Galera hacia adentro, será muy casual el que pueda volver a montarla con el temporal para salir de ella, y evitar la pérdida, y por esto los viajes a este puerto no se hacen sino en la mejor sazón del verano. 126. El puerto de Valdivia es poco frecuentado de las embarcaciones del Perú por su corto comercio, y el que se hace en él consiste en madera de luma, que se lleva al Callao y sirve, por ser sin nudos, para las varas de las calesas y otros ministerios que la requieren de semejante calidad, y en algunos cortos tejidos de lana, como ponchos, alfombras, colgaduras y cosas semejantes que se llevan a Chile. A este efecto para anualmente un navío del Perú, que sale del Callao, el cual lleva el situado para la plaza, y de vuelta conduce a Lima las maderas ya expresadas. En el mismo Valdivia hay una o dos embarcaciones, pertenecientes al gobernador de la plaza o a la misma plaza, y éstas hacen repetidos viajes a La Concepción llevando los tejidos de lana, y, en cambio de ellos, vuelven con víveres y frutos para la plaza. 127. Este puerto de Valdivia, tan abundante en maderas, es escaso en todo género de simientes y mantenimientos, no porque absolutamente deje de producirlos la tierra, que es muy fértil, sino porque la inmediación que tienen a la población los indios bravos o infieles no permite a su vecindario extenderse a cultivar la tierra en sitios algo apartados de la plaza, y solamente los que están defendidos de ella se cultivan; y como es poco lo que en su reducido recinto se produce, está pendiente esta población de los subsidios que recibe de Valparaíso para proveerse de pan, carnes saladas y frutos, y por esto, las embarcaciones que llegan allí se mantienen, a excepción de agua y leña, con los víveres que llevan, sin poder esperar que la plaza se los pueda suministrar.

Puerto de Chacao en la isla de Chiloé 128. El último puerto que tiene población española en toda aquella costa es el de Chacao, en la isla de Chiloé; su latitud es de cuarenta y dos grados, ocho minutos. Está este puerto casi en el ángulo o esquina más Oriental y boreal de la isla, pero en la costa del Norte de ella; es muy capaz y tiene buen fondo, bastante agua y suficiente resguardo contra los nortes, aunque su boca corresponde hacia esta parte, y tiene de ancho casi una legua. Pero la entrada en él desde la punta de Godoy o de Capitanes, por otro nombre de San Martín, que es la más al Norte de la tierra firme, que forma la ensenada de Chiloé, es tan difícil que temen hacerla los pilotos más experimentados y prácticos de aquel mar, porque, además de las islas que hay en toda la distancia que media entre la tal punta y el puerto, y de los bajos que la dificultan, se experimentan muchas corrientes con variedad, las cuales aumentan el peligro; y por esta razón es necesario llevar práctico para entrar. Estos conocen los parajes que son buenos y que están resguardados para dar fondo cuando empieza a experimentarse en contra el curso de las aguas, pues el mayor peligro que se debe evitar cuando es preciso fondear por causa de las corrientes, es el de que si vienta el norte, no coja en desabrigo a la embarcación. 129. Entre la punta de San Gallamán, que es la que forma el puerto por la parte del Occidente, cerrándolo por la del Norte, y la de Petecura, hay un peñón muy peligroso, porque, estando a la mitad de la entrada, embaraza el canal y está oculto a la vista, velando solamente en la bajamar.

Conociendo su situación y haciendo toda la diligencia posible para evitarlo, no lo han podido conseguir algunos navíos, y ha sucedido el naufragar en él estando a la vista del puerto, hecho causado de que, arrebatando a la embarcación rápidamente un hilo de corrientes de las que entran por el Sur entre la tierra firme y la isla, la han llevado a estrellarse sobre este peñón, sin ser posible remediarlo. 130. Además del puerto de Chacao, hay otro a la entrada del golfo, el cual está cerca de la punta de la Centinela en la tierra firme, y es nombrado puerto de Caralmapo, pero éste tiene el defecto de estar descubierto a los sures enteramente. Para entrar en él es menester costear de muy cerca la tierra del Oeste, y la punta que forma el puerto, porque aunque su entrada es de tres cuartos de legua, hay un bajo que corre de la punta oriental del puerto hacia el Oeste, y la cierra tanto que la deja aún menos ancha que media milla. 131. En Chacao, que es donde está la población, hay buena aguada, y en este puerto se logra abundancia de leña, madera para carenar, si se ofrece, y mucho pescado, del cual es sumamente abundante todo el golfo de Chiloé, entre cuyas especies se particularizan las sardinas, porque solamente las hay en este golfo y en la costa del Sur inmediata a él, y no en las otras costas de aquellos mares. Asimismo es abundante la isla en toda suerte de carnes y con particularidad se cría en ella mucho ganado de cerda, cuyos perniles, curados con poca sal, son celebrados en todo el Perú y se llevan, por modo de comercio, tanto a estos reinos como al de Chile.

132. El comercio que hacen los habitadores de esta isla con el Perú y Chile se reduce a maderas de una especie que llaman alerce, pescados secos y salados, perniles y tejidos de lana. Empléanse en este comercio uno o dos navíos que anualmente pasan a aquel puerto del Callao, y como por lo regular no tienen allí bastantes efectos para completar toda la carga, tocan en Valparaíso, en donde toman la que les falta. Entre los vecinos de Chacao hay algunas embarcaciones menores, con las cuales van a La Concepción a llevar maderas y volver, en cambio, con vino y otros frutos de que ellos carecen. 133. Los españoles de esta isla es gente corpulenta, bien dispuesta, y la mayor parte tiran a rubios en el color; todos son inclinados a este ejercicio del mar y son buenos marineros. Los naturales de la isla, en la mayor parte, y los que habitan en la tierra firme, son indios gentiles y vagantes, y que caminan por la costa, a proporción que el sol se acerca o se retira, atenidos a los animales silvestres y mariscos que pueden coger. Pero aunque de unas costumbres incultas y muy irracionales, son dóciles en el genio y, al parecer, no difíciles en civilizarlos, sobre lo cual se puede ver lo que decimos en el capítulo VII libro III, segunda parte de nuestro viaje, impreso. Estos indios y los de la misma isla mantienen correspondencia con los habitadores españoles de Chiloé, y no les perjudican en nada, como sucede con los de otros países, y particularmente con los de Arauco, de cuyas naciones se diferencian en que las costumbres y modales de estos de Chiloé aún son más ajenas de cultura que las de los araucanos, tucapeles, y otros sus confinantes.

Puerto de Juan Fernández 134. Aunque el puerto de Juan Fernández no debe en rigor comprenderse en el número de los puertos principales de la mar del Sur, por no estar poblado, se hace preciso el dar su descripción, mediante que los navíos de guerra deben ir a él siempre que España esté en guerra con algunas de las potencias marítimas, y que se recele puedan pasar a aquella mar enemigos, porque es el puerto en donde todos ellos toman asilo y se refrescan, para continuar después sus hostilidades en aquellas costas. 135. La isla de Tierra de Juan Fernández, llamada así por ser la que está más inmediata a la costa de Chile, se halla en treinta y tres grados cuarenta y dos minutos de latitud austral, y seis grados cuarenta minutos al occidente del meridiano de Valparaíso. Esta isla tiene tres puertos en su costa del Norte y en la que continúa corriendo hacia el Sueste. El primero, que es el más Occidental, y el tercero, que es el que está más al Oriente, son tan pequeños que sólo pueden ser buenos para lanchas u otra especie de embarcaciones menores; pero el que está en medio de estos dos, que cae al Norte algo inclinado al Nordeste de toda la isla, tiene capacidad para muchas embarcaciones, aunque dos defectos tales que lo hacen impracticable, y sólo la falta de otro más conocido puede reducir a los extranjeros a tomarlo, cuando pasan a aquellos mares, para repararse en él de las fatigas y del quebranto que reciben sus embarcaciones en una navegación tan dilatada y penosa como la de ir desde Europa a ellos por el Cabo de Hornos.

136. El puerto principal de esta isla, a quien legítimamente debemos llamar de Juan Fernández (y no de Anson, como han querido nombrarle algunos sin fundamento) está, como se ha dicho, a la parte del Norte de ella, haciendo una ensenada abierta, de modo que enteramente se halla descubierto a los vientos nortes y a todos los que reinan entre el Nordeste y el Norte. Si toda su mala disposición consistiera solamente en esta circunstancia, no debería ser más extraña en aquel puerto que en todos los demás de las costas del Perú y de Chile, pues como ya se ha hecho ver por las descripciones anteriores, están todos igualmente sujetos a esta incomodidad, la cual es grande, pues los puertos que están comprendidos en ella son sólo para verano, y no capaces de servir en invierno. Pero a ella se agregan las muchas aguas que hay en éste de la isla de Juan Fernández, la de su mal fondo, la de la corriente que continuamente se experimenta, las ráfagas violentas y frecuentes que causan los vientos sures y, últimamente, la de la braveza de sus playas, casi siempre impracticables para que se pueda desembarcar en ellas; esta última dificultad no es del todo irreparable, porque en una ensenadita que forma el mismo puerto hacia su costa del Este, se consigue sin tanto peligro. 137. La distancia que habrá entre las dos puntas que forman esta ensenada es de dos millas, y su profundidad como de media legua a corta diferencia, y aunque el fondeadero es casi igual por todas partes, el sitio más propio para amarrarse los navíos es a la parte del Este, contra la costa de este lado; pero es menester estar tan cerca de las peñas de la orilla que, a la distancia de uno o dos cables, se encuentran cincuenta brazas de agua, y el ancla de afuera está en setenta y ochenta; pero si la embarcación se aparta de la costa de tres a cuatro cables, será preciso poner el ancla de afuera en cien brazas de agua, y así no bastan los ayustes de dos cables para que quede tendido, ni es posible que en tanta agua quede el navío seguro.

Los navíos enemigos que llegan a este puerto entran hasta lo más interior de él y poniendo una ancla amarrada en tierra, la cual aseguran en la playa que corresponde al Sudoeste del puerto, echan al agua la otra, y así se aseguran bien a toda fortuna; pero todo su cuidado no ha bastado para evitar la pérdida de algunos, cuyos fragmentos, que todavía existen en la playa, son verdaderos testimonios del fracaso de tres navíos, los dos antiguos, y el uno más moderno. Esta misma suerte estuvo próximo a experimentar el vice almirante Anson con uno de los dos únicos navíos grandes que le quedaron, el Centurión, librándole más la casualidad que la diligencia, del destrozo que le esperaba entre las peñas. 138. El modo de amarrarse los navíos en este puerto, cuando no se acercan a tierra para poner ancla en la playa, es Noroeste Sueste, y siendo tiempo de verano (porque en el invierno no es practicable de ninguna manera) se procura asegurar bien la de Sueste, que es la que trabaja contra las ráfagas del viento, que van por lo regular del Sueste, de cuya parte suelen correr entonces los vientos. El ancla del Nordeste sirve para que el navío resista a la corriente, que se experimenta frecuentemente venir con fuerza por aquella parte, porque haciendo el agua varias revesas alrededor de la isla y entrando por la costa del Oeste de la ensenada, lo ejecuta a veces con tanta fuerza que, haciendo oposición a la violencia de las ráfagas, mantienen el navío, entre las dos, atravesado, sin hacer por uno ni por otro cable; pero descaeciendo el viento, o cesando el impulso de la corriente, mientras el contrario se mantiene en su ser, obliga éste a que el navío ceda, y entonces es cuando precisa la seguridad de aquella amarra que lo ha de sujetar.

139. El fondo de todo el puerto es de arena y lama pegajosa, mezclada con conchuela y cascajo, el cual bastaría para rozar los cables; pero además está sembrado de múcaras, las cuales los echan a perder en poco tiempo. Y por esto, aunque el fondo es tan excesivo y la necesidad de amarrar los navíos grande y penosa, no se puede evitar la repetición de levantar las anclas cada dos o tres días para reconocer los cables, cuya faena, regularmente, es preciso hacerla con el navío, porque en tanta agua, y con los remolinos de la corriente, se ahogan las boyas, sin que lo evite la precaución de ponerlas aumentadas para que puedan soportar el peso de los orinques. Si los cables padecen en un fondo tan malo como aquél, no sucede menos con las anclas, pues en llegando a encallarse entre dos múcaras, no hay otro recurso que el de cortar el cable y dejarla perdida. 140. Los vientos sures y sursuestes, que soplan con mucha fuerza en todos tiempos y particularmente en el verano, causan en el puerto de Juan Fernández ráfagas tan fuertes que, levantando el agua del mar en gotas gruesas, ocasionan una extraordinaria lluvia, de cuya particularidad podrá concebirse a dónde llegarán sus fuerzas. Estas ráfagas, en que el nombre da a entender que no son siempre de igual violencia, dejan algunos cortos intervalos, como de tres a cuatro minutos, en que se disminuyen, si no del todo, en la mayor parte, y también unos días no son menos repetidos que en otros; pero por lo regular no dejan de experimentarse siempre, con más o menos actividad y frecuencia.

De estas ráfagas proceden, asimismo, los contrastes de viento, que se experimentan desde que se empieza a entrar por el puerto, con los cuales es necesario tener gran cuidado y tomar bien sus precauciones. Porque, yendo entrando con viento fresco por el Sueste, suele calmar de golpe, y sin dar tiempo a hacer la debida faena, saltar al Sudoeste, o al Oeste, u otra parte, bien que por éstas no vienta con regularidad, e inmediatamente vuelven a cesar y a llamarse al Sueste, que es por donde estaba ventando antes del contraste. Y como en el tiempo que pasa, ínterin que el viento se muda de una parte a otra, no cesa la corriente, si el navío está muy empeñado en la costa del Este, puede ir a aconcharse sobre ella. Y para evitarlo, aunque debe llevarse a muy poca distancia, no ha de ser tan corta que deje de poderse largar un ancla cuando lo pida la ocasión, para que el navío quede seguro, lo que se ha de entender sólo en el caso de que el contraste permanezca, y se reconozca que el navío se abate contra la costa, porque mientras no suceda esto, es inútil la diligencia. 141. Como lo regular es que viente desde el Sur al Sueste, particularmente en la costa del Norte de esta isla (porque en la del Sur suelen experimentarse más constantes los vientos por el Sur, procedido de que allí soplan sin embarazo, y en la parte del Norte, por ir encañonados por entre los montes de la isla, se ocasionan las ráfagas y contrastes), siempre es preciso, para entrar en el puerto, arrimarse a la costa del Este y ceñirse contra ella por más que se pudiere, con sola la precaución de dejar aquella distancia precisa para resguardo de los contrastes, porque de otra manera no será fácil conseguirlo, no debiéndose recelar del fondo, ni guardarse de otra cosa más que de las piedras que se vieren, porque pegados contra ellas hay diez y doce brazas de agua.

142. A excepción de aquel pedazo de playa que tiene este puerto hacia la parte del Sur y Sudoeste, la cual se extenderá a cosa de un cuarto de legua, lo restante de sus costas, y todas las de la isla, son de peñascos muy altos, tan escarpados que, huyendo del regular declive que tienen todos los montes, parece, por el contrario, que las cumbres se quieren lanzar a la mar, formando por abajo concavidad. La playa de este puerto y la de los dos pequeños que hay al Oriente y Occidente del que ya se nombró, son las únicas en toda ella donde se puede desembarcar, según queda ya advertido. 143. El territorio de esta isla se compone de montañas más que de mediana altura; por en medio de éstas se eleva una que domina a las demás y es particular en su figura, porque forma como una meseta en lo más alto. De todas éstas bajan algunos arroyos de agua, de los cuales se pierden unos en las tierras por donde llevan su curso, y otros llegan hasta la mar; cinco de éstos desaguan en el puerto de Juan Fernández, en cada uno de los otros dos puertos del Oriente y Occidente otro, y en la caleta del Oriente, que está dentro del mismo puerto principal, desagua también uno. De todos los cinco que hay en él es éste el mejor, y el más cómodo para hacer aguada, porque la mar está más sosegada y, arrimándose contra las peñas de la orilla, se puede desembarcar cómodamente y llevar el agua por medio de un conducto o manguera hasta la misma ancha. Por los dos corre bastante agua, pero en los restantes es con tanta escasez que es preciso abrir pozas para recoger alguna cuando se intenta hacer aguada en ellos; lo cual es muy difícil y peligroso, porque toda la playa por donde corren está llena de peñas sueltas, y el fondo es de lo mismo, con que no pueden arrimarse a la orilla las lanchas sin exponerse al riesgo de desfondarse contra ellas, con la marejada que es continua allí.

Todas estas aguas son muy delicadas y saludables. 144. Las faldas de aquellos cerros que se extienden hacia la parte del Norte de la isla están muy pobladas de arboledas, entre las cuales hay variedad de especies, y todas ellas muy buenas y propias para carenar los navíos o componer las embarcaciones menores. Pero de la parte del Sur de la isla sólo se ven árboles en las cañadas que forman entre sí las pendientes de aquellos cerros, lo cual proviene, sin duda, de la fuerza con que los vientos sueres, que son continuos, baten por allí la isla. Los parajes que se hallan descumbrados están llenos de avenales, tan altos que exceden con mucho al hombre más corpulento. 145. En esta isla hay ganado cabrío, el cual, según sentir de algunos, fue puesto allí por los corsarios y piratas que pasaron a aquellos mares antiguamente, para que hiciesen cría y se aumentasen, a fin de hallar carnes, por ser lo único que falta en ella para refrescar una larga navegación; otros son de sentir que son reses que hubo siempre en la isla. De cualquier modo que sea, ellas se han acrecentado, y para extinguirlas, considerando inconveniente de que las hubiese, con orden de los virreyes de Lima, mandaron los presidentes de Chile poner perros que las matasen y las fuesen comiendo. Pero no se consiguió el intento, porque siendo los sitios por donde las cabras andan sumamente escarpados y escabrosos, están libres en ellos de la persecución de los cazadores o de la diligencia de los perros, y no hallando éstos ningún recurso en ellas, lo tienen en los lobos marinos, y éstos son su ordinario manjar, sobre lo cual podrá verse lo que decimos en la segunda parte de nuestro viaje, donde hacemos la descripción de la isla.

146. La abundancia de pescados de especies distintas que hay en todas las costas de estas islas, es con extremo; y entre las que más sobresalen por la cantidad tiene su lugar el bacalao, cuya especie sólo se encuentra allí, y no en otra parte de aquellos mares. Su abundancia es tanta que, sin mucho trabajo, se pueden mantener por largo tiempo las tripulaciones de cuatro o cinco navíos sin sustentarse de otra cosa más que de la pesca; así lo podemos inferir por lo que experimentamos, ínterin nos mantuvimos fondeados en aquel puerto, a principios del año de 1743. A proporción que el pescado comestible abunda con tanto exceso, no es menos el que hay en los lobos marinos, cuyas especies son tres; de todas ellas están continuamente tan llenas las playas y los peñascos que no es posible el que la gente ande sin que procure primero apartarlos para que dejen algún camino. 147. La isla de Afuera de Juan Fernández, que es la que dista más de la costa de Chile por estar al Occidente de la de Tierra cosa de veinticinco leguas, es toda muy alta, y tan escabrosa que no tiene paraje en donde se pueda desembarcar, por cuya razón, y la de no tener puerto alguno, no pasan a ella las embarcaciones enemigas que entran en la mar del Sur. DEFENSA DE LOS PUERTOS DEL MAR DEL SUR 148. Además de todos estos puertos que se han nombrado como principales, y por lo tal se han dado todas sus noticias, hay otros menores adonde también llegan embarcaciones y se hace algún comercio.

Pero como sería largo el describirlos todos, y de ninguna importancia para el asunto, nos ha parecido que podemos omitir la prolijidad de sus noticias, contentándonos solamente con decir que a proporción de éstos dichos están todos los demás, y que unos y otros son abiertos, y con tal disposición que la mayor parte no puede ser defendida por medio de fortalezas, aunque se quisiera, porque toda la vez que con éstas no se puede guardar la entrada, y que los fondeaderos son iguales en toda la capacidad de las ensenadas, es indiferente para cualquier embarcación enemiga el ponerse en un lugar o en otro, cuando puede conseguir igualmente su fin desde todos. Y así somos de sentir que la defensa principal de aquellas oblaciones que enteramente no pueden estar comprendidas en el recinto de una fortificación proporcionada, consiste en que los vecindarios tengan armas para defenderse y para oponerse a cualquier desembarco cuando los enemigos lo intenten, formando cuerpos formales de milicias en todos los puertos, de cuyas compañías no se exceptúe ningún vecino o forastero que se detenga allí, como se practica en las colonias de Francia y de Inglaterra; de modo que, sin que lo gaste la Real Hacienda y lo padezca el Estado, están defendidos los países con sus mismos habitadores, como si tuvieran tropa reglada, lo cual nace de que estas milicias están en un buen pie, y disciplinadas como la tropa. 149. No nos oponemos por esto a que haya algunas fortalezas en los puertos, porque antes somos de sentir que debe haberlas, y así lo damos a entender hablando de Guayaquil, porque aun cuando éstas no sirvan de otra cosa que de tener los habitadores un lugar seguro en donde retirarse para combatir con ventaja, cuando conozcan que sin este recurso son más fuertes que ellos los enemigos, es bastante motivo para que las deba haber. Y para que sean de la mayor utilidad que fuera dable, conviene examinar primero todas las circunstancias necesarias, a fin de que con pocas fortificaciones queden resguardadas las poblaciones, pues el hacer varios fuertes o una fortificación grande para guardar un sitio, es dividir las fuerzas de los defensores y hacerlas más endebles de lo que ellos en sí son, con que se debe evitar su aumento y atender únicamente a que se consiga el fin con el menos costo y obras que sean dables, que es el modo de que subsistan.

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