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PROEMIO AL LECTOR Conversando mucho tiempo y en diversos lugares con un caballero, grande amigo mío, que se halló en esta jornada, y oyéndole muchas y muy grandes hazañas que en ella hicieron así españoles como indios, me pareció cosa indigna y de mucha lástima que obras tan heroicas que en el mundo han pasado quedasen en perpetuo olvido. Por lo cual, viéndome obligado de ambas naciones, porque soy hijo de un español y de una india, importuné muchas veces a aquel caballero escribiésemos esta historia, sirviéndole yo de escribiente. Y, aunque de ambas partes se deseaba el efecto, lo estorbaban los tiempos y las ocasiones que se ofrecieron, ya de guerra, por acudir yo a ella, ya de largas ausencias que entre nosotros hubo, en que se gastaron más de veinte años. Empero, creciéndome con el tiempo el deseo, y por otra parte el temor, que si alguno de los dos faltaba perecía nuestro intento, porque, muerto yo, no había él de tener quién le incitase y sirviese de escribiente, y, faltándome él, no sabía yo de quién podría haber la relación que él podía darme, determiné atajar los estorbos y dilaciones que había con dejar el asiento y comodidad que tenía en un pueblo donde yo vivía y pasarme al suyo, donde atendimos con cuidado y diligencia a escribir todo lo que en esta jornada sucedió, desde el principio de ella hasta su fin, para honra y fama de la nación española, que tan grandes cosas ha hecho en el nuevo mundo, y no menos de los indios que en la historia se mostraren y parecieren dignos del mismo honor.

En la cual historia --sin hazañas y trabajos que, en particular y en común, los cristianos pasaron e hicieron, y sin las cosas notables que entre los indios se hallaron-- se hace relación de las muchas y muy grandes provincias que el gobernador y adelantado Hernando de Soto y otros muchos caballeros extremeños, portugueses, andaluces, castellanos, y de todas las demás provincias de España, descubrieron en el gran reino de la Florida. Para que de hoy más (borrado el mal nombre que aquella tierra tiene de estéril y cenagosa, lo cual es a la costa de la mar) se esfuerce España a la ganar y poblar, aunque sin lo principal, que es el aumento de nuestra Santa Fe Católica, no sea más de para hacer colonias donde envíe a habitar a sus hijos, como hacían los antiguos romanos cuando no cabían en su patria, porque es tierra fértil y abundante de todo lo necesario para la vida humana, y se puede fertilizar mucho más de lo que al presente lo es de suyo con las semillas y ganados que de España y otras partes se le pueden llevar, a que está muy dispuesta, como en el discurso de la historia se verá. El mayor cuidado que se tuvo fue escribir las cosas que en ella se cuentan como son y pasaron, porque, siendo mi principal intención que aquella tierra se gane para lo que se ha dicho, procuré desentrañar al que me daba la relación de todo lo que vio, el cual era hombre noble hijodalgo y, como tal, se preciaba tratar verdad en toda cosa. Y el Consejo Real de las Indias, por hombre fidedigno, le llamaba muchas veces (como yo lo vi), para certificarse de él así de las cosas que en esta jornada pasaron como de otras en que él se había hallado.

Fue muy buen soldado y muchas veces fue caudillo, y se halló en todos los sucesos de este descubrimiento, y así pudo dar la relación de esta historia tan cumplida como va. Y si alguno dijere lo que se suele decir, queriendo motejar de cobardes o mentirosos a los que dan buena cuenta de los particulares hechos que pasaron en las batallas en que se hallaron, porque dicen que, si pelearon, cómo vieron todo lo que en la batalla pasó, y, si lo vieron, cómo pelearon, porque dos oficios juntos, como mirar y pelear, no se pueden hacer bien, a esto se responde que era común costumbre, entre estos soldados, como lo es en todas las guerras del mundo, volver a referir delante del general y de los demás capitanes los trances más notables que en las batallas habían pasado. Y muchas veces, cuando lo que contaba algún capitán o soldado era muy hazañoso y difícil de creer, lo iban a ver los que lo habían oído, por certificarse del hecho por vista de ojos. Y de esta manera pudo haber noticia de todo lo que me relató, para que yo lo escribiese. Y no le ayudaban poco, para volver a la memoria los sucesos pasados, las muchas preguntas y repreguntas que yo sobre ellos y sobre las particularidades y calidades de aquella tierra le hacía. Sin la autoridad de mi autor, tengo la contestación de otros dos soldados, testigos de vista, que se hallaron en la misma jornada. El uno se dice Alonso de Carmona, natural de la Villa de Priego. El cual, habiendo peregrinado por la Florida los seis años de este descubrimiento, y después otros muchos en el Perú, y habiéndose vuelto a su patria, por el gusto que recibía con la recordación de los trabajos pasados escribió estas dos peregrinaciones suyas, y así las llamó.

Y sin saber que yo escribía esta historia, me las envió ambas para que las viese. Con las cuales holgué mucho, porque la relación de la Florida, aunque muy breve y sin orden de tiempo ni de los hechos, y sin nombrar provincias, sino muy pocas, cuenta, saltando de unas partes a otras, los hechos más notables de nuestra historia. El otro soldado se dice Juan Coles, natural de la Villa de Zafra, el cual escribió otra desordenada y breve relación de este mismo descubrimiento, y cuenta las cosas más hazañosas que en él pasaron. Escribiolas a pedimiento de un provincial de la provincia de Santa Fe en las Indias, llamado fray Pedro Aguado, de la religión del seráfico padre San Francisco. El cual, con deseo de servir al rey católico don Felipe Segundo, había juntado muchas y diversas relaciones de personas fidedignas de los descubrimientos que en el nuevo mundo hubiesen visto hacer, particularmente de esto primero de las Indias, como son todas las islas que llaman de Barlovento, Veracruz, Tierra Firme, el Darién, y otras provincias de aquellas regiones. Las cuales relaciones dejó en Córdoba, en poder y guarda de un impresor, y acudió a otras cosas de la obediencia de su religión y desamparó sus relaciones, que aún no estaban en forma de poderse imprimir. Yo las vi, y estaban muy maltratadas, comidas las medias de polilla y ratones. Tenían más de una resma de papel en cuadernos divididos, como los había escrito cada relator, y entre ellas hallé la que digo de Juan Coles; y esto fue poco después que Alonso de Carmona me había enviado la suya.

Y, aunque es verdad que yo había acabado de escribir esta historia, viendo estos dos testigos de vista tan conformes con ella, me pareció, volviéndola a escribir de nuevo, nombrarlos en sus lugares y referir en muchos pasos las mismas palabras que ellos dicen sacadas a la letra, por presentar dos testigos contestes con mi autor, para que se vea cómo todas tres relaciones son una misma. Verdad es que en su proceder no llevan sucesión de tiempo, si no es al principio, ni orden en los hechos que cuentan, porque van anteponiendo unos y posponiendo otros, ni nombran provincias, sino muy pocas y salteadas. Solamente van diciendo las cosas mayores que vieron, como se iban acordando de ellas; empero, cotejados los hechos que cuentan con los de nuestra historia, son los mismos; y algunos casos dicen con adición de mayor encarecimiento y admiración, como los verán notados con sus mismas palabras. Estas inadvertencias que tuvieron, debieron de nacer de que no escribieron con intención de imprimir, a lo menos el Carmona, porque no quiso más de que sus parientes y vecinos leyesen las cosas que había visto por el nuevo mundo, y así me envió las relaciones como a uno de sus conocidos nacidos en las Indias, para que yo también las viese. Y Juan Coles tampoco puso su relación en modo historial, y la causa debió de ser que, como la obra no había de salir en su nombre, no se le debió de dar nada por ponerla en orden y dijo lo que se le acordó, más como testigo de vista que no como autor de la obra, entendiendo que el padre provincial que pidió la relación la pondría en forma para poderse imprimir.

Y así va la relación escrita en modo procesal, que parece que escribía otro lo que él decía, porque unas veces dice: "Este testigo dice esto y esto"; y otras veces dice: "Este testigo dice que vio tal y tal cosa"; y en otras partes habla como que él mismo la hubiese escrito, diciendo vimos esto e hicimos esto, etc. Y son tan cortas ambas relaciones que la de Juan Coles no tiene más de diez pliegos de papel, de letra procesada muy tendida; y la de Alonso de Carmona tiene ocho pliegos y medio, aunque, por el contrario, de letra muy recogida. Algunas cosas dignas de memoria que ellos cuentan, como decir Juan Coles que yendo él con otros infantes --debió de ser sin orden del general-- halló un templo con un ídolo guarnecido con muchas perlas y aljófar, y que en la boca tenía un jacinto colorado de un jeme en largo y como el dedo pulgar en grueso, y que lo tomó sin que nadie lo viese, etc., esto, y otras cosas semejantes, no las puse en nuestra historia, por no saber en cuáles provincias pasaron, porque en esto de nombrar las tierras que anduvieron, como ya lo he dicho, son ambos muy escasos, y mucho más el Juan Coles. Y, en suma, digo que no escribieron más sucesos de aquellos en que hago mención de ellos, que son los mayores, y huelgo de referirlos en sus lugares por poder decir que escribo de relación de tres autores contestes. Sin los cuales tengo en mi favor una gran merced que un cronista de la Majestad Católica me hizo por escrito, diciendo, entre otras cosas, lo que sigue: "Yo he conferido esta historia con una relación que tengo, que es la que las reliquias de este excelente castellano que entró en la Florida, hicieron en México a don Antonio de Mendoza, y hallo que es verdadera, y se conforma con la dicha relación, etcétera".

Y esto baste para que se crea que no escribimos ficciones, que no me fuera lícito hacerlo habiéndose de presentar esta relación a toda la república de España, la cual tendría razón de indignarse contra mí, si se la hubiese hecho siniestra y falsa. Ni la Majestad Eterna, que es lo que más debemos temer, dejará de ofenderse gravemente, si, pretendiendo yo incitar y persuadir con la relación de esta historia a que los españoles ganen aquella tierra para aumento de nuestra Santa Fe Cató1ica, engañase con fábulas y ficciones a los que en tal empresa quisieron emplear sus haciendas y vidas. Que cierto, confesando toda verdad, digo que, para trabajar y haberla escrito, no me movió otro fin sino el deseo de que por aquella tierra tan larga y ancha se extienda la religión cristiana; que ni pretendo ni espero por este largo afán mercedes temporales; que muchos días ha desconfié de las pretensiones y despedí las esperanzas por la contradicción de mi fortuna. Aunque, mirándolo desapasionadamente, debo agradecerle muy mucho el haberme tratado mal, porque, si de sus bienes y favores hubiera partido largamente conmigo, quizá yo hubiera echado por otros caminos y senderos que me hubieran llevado a peores despeñaderos o me hubieran anegado en ese gran mar de sus olas y tempestades, como casi siempre suele anegar a los que más ha favorecido y levantado en grandezas de este mundo; y con sus disfavores y persecuciones me ha forzado a que, habiéndolas yo experimentado, le huyese y me escondiese en el puerto y abrigo de los desengañados, que son los rincones de la soledad y pobreza, donde, consolado y satisfecho con la escasez de mi poca hacienda, paso una vida, gracias al Rey de los Reyes y Señor de los Señores, quieta y pacífica más envidiada de ricos, que envidiosa de ellos.

En la cual, por no estar ocioso, que cansa más que el trabajar, he dado en otras pretensiones y esperanzas de mayor contento y recreación del ánimo que las de la hacienda, como fue traducir los tres Diálogos de Amor de León Hebreo, y, habiéndolos sacado a la luz, di en escribir esta historia, y con el mismo deleite quedo fabricando, forjando y limando la del Perú, del origen de los reyes incas, sus antiguallas, idolatría y conquistas, sus leyes y el orden de su gobierno, en paz y en guerra. En todo lo cual, mediante el favor divino, voy ya casi al fin. Y aunque son trabajos, y no pequeños, por pretender y atinar yo a otro fin mejor, los tengo en más que las mercedes que mi fortuna pudiera haberme hecho cuando me hubiera sido muy próspera y favorable, porque espero en Dios que estos trabajos me serán de más honra y de mejor nombre que el vínculo que de los bienes de esta señora pudiera dejar. Por todo lo cual, antes le soy deudor que acreedor, y como tal, le doy muchas gracias, porque a su pesar, forzada de la divina clemencia, me deja ofrecer y presentar esta historia a todo el mundo, la cual va escrita en seis libros, conforme a los seis años que en la jornada gastaron. El libro segundo y el quinto se dividieron en cada dos partes. El segundo, porque no fuese tan largo que cansase la vista, que, como en aquel año acaecieron más cosas que contar que en cada uno de los otros, me pareció dividirlo en dos partes, porque cada parte se proporcionase con los otros libros, y los sucesos de un año hiciesen un libro entero.

El libro quinto se dividió porque los hechos del gobernador y adelantado Hernando de Soto estuviesen de por sí aparte y no se juntasen con los de Luis de Moscoso de Alvarado, que fue el que le sucedió en el gobierno. Y así, en la primera parte de aquel libro, prosigue la historia hasta la muerte y entierros que a Hernando de Soto se le hicieron, que fueron dos. Y en la segunda parte se trata de lo que el sucesor hizo y ordenó hasta el fin de la jornada, que fue el año sexto de esta historia. La cual suplico se reciba en el mismo ánimo que yo la presento, y las faltas que lleva se me perdonen porque soy indio, que a los tales, por ser bárbaros y no enseñados en ciencias ni artes, no se permite que, en lo que dijeren o hicieren, los lleven por el rigor de los preceptos del arte o ciencia, por no los haber aprendido, sino que los admitan como vinieren. Y llevando más adelante esta piadosa consideración, sería noble artificio y generosa industria favorecer en mí (aunque yo no lo merezca) a todos los indios, mestizos y criollos del Perú, para que, viendo ellos el favor y merced que los discretos y sabios hacían a su principiante, se animasen a pasar adelante en cosas semejantes, sacadas de sus no cultivados ingenios. La cual merced y favor espero que a ellos y a mí nos la harán con mucha liberalidad y aplauso los ilustres de entendimiento y generosos de ánimo, porque mi deseo y voluntad en el servicio de ellos (como mis pobres trabajos pasados y presentes, y los por salir a la luz, lo muestran), la tiene bien merecida. Nuestro Señor, etc.

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