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Plática que hizo Cortés a los de México sobre los ídolos "Todos los hombres del mundo, muy soberano Rey, y nobles caballeros y religiosos, ora vosotros aquí, ora nosotros allá en España, ora en cualquier otra parte, que vivan de él, tienen un mismo principio y fin de vida, y traen su comienzo y linaje de Dios, casi con el mismo Dios. Todos somos hechos de una forma de cuerpo, de una igualdad de alma y de sentidos; y así todos sin duda ninguna somos, no sólo semejantes en cuerpo y alma, sino aun también parientes de sangre. Sin embargo, acontece, por la providencia de aquel mismo Dios, que unos nazcan hermosos y otros feos; unos sean sabios y discretos, otros necios, sin entendimiento, sin juicio ni virtud; por donde es justo, santo y muy conforme a razón y a la voluntad de Dios, que los prudentes y virtuosos enseñen y adoctrinen a los ignorantes, y guíen a los ciegos y a los que andan errados, y los pongan en el camino de salvación por la vereda de la verdadera religión. Yo, pues, y mis compañeros, os deseamos y procuramos tanto bien y mejoría, cuanto más el parentesco, amistad y el ser vuestros huéspedes, cosa que a quienquiera y donquiera, obligan, nos fuerzan y constriñen. En tres cosas, como ya sabréis, consiste el hombre y su vida: en cuerpo, alma y bienes. De vuestra hacienda, que es lo menos, ni queremos nada, ni hemos tomado sino lo que nos habéis dado. A vuestras personas ni a las de vuestros hijos ni mujeres, no hemos tocado, ni aun queremos; el alma solamente buscamos para su salvación; a la cual ahora pretendemos aquí mostrar y dar noticia entera del verdadero Dios.

Nadie que tenga juicio natural negará que hay Dios; mas, sin embargo, por ignorancia dirá que hay muchos dioses, y no atinará al que verdaderamente es Dios. Mas yo digo y certifico que no hay otro Dios sino el nuestro de cristianos, el cual es uno, eterno, sin principio, sin fin, creador y gobernador de lo creado. Él solo hizo el cielo, el Sol, la Luna y las estrellas, que vosotros adoráis; Él mismo creó el mar con los peces, y la tierra con animales, aves, plantas, piedras, metales, y cosas semejantes, que ciegamente vosotros tenéis por dioses. Él asimismo, con sus propias manos, ya después de todas las cosas creadas, formó un hombre y una mujer, y una vez formado, le puso el alma con el soplo, y le entregó el mundo, y le mostró el paraíso, la gloria y a Sí mismo. De aquel hombre, pues, y de aquella mujer venimos todos, como al principio dije; y así, somos parientes, y hechura de Dios, y hasta hijos suyos; y si queremos volver al Padre, es menester que seamos buenos, humanos, piadosos, inocentes y corregibles, lo que no podéis ser vosotros si adoráis estatuas y matáis a los hombres. ¿Hay hombre de vosotros que querría le matasen? No por cierto. Pues, ¿por qué matáis a otros tan cruelmente? Donde no podéis meter el alma, ¿para qué la sacáis? Nadie hay de vosotros que pueda hacer almas ni sepa forjar cuerpos de carne y hueso; que si pudiese no habría nadie sin hijos, y todos tendrían cuantos quisiesen y como los quisiesen, grandes, hermosos, buenos y virtuosos; empero, como los da este nuestro Dios del cielo que digo, los da como quiere y a quien quiere, que por eso es Dios, y por eso le habéis de tomar, tener y adorar por tal, y porque llueve, serena y hace sol, con que la tierra produzca pan, fruta, hierbas, aves y animales para vuestro mantenimiento.

No os dan estas cosas las duras piedras, ni los secos maderos, ni los fríos metales ni las menudas semillas de que vuestros mozos y esclavos hacen con sus manos sucias estas imágenes y estatuas feas y espantosas, que vanamente adoráis. ¡Oh, qué gentiles dioses, y qué donosos religiosos! Adoráis lo que hacen manos que no comeréis lo que guisan o tocan. ¿Creéis que son dioses lo que pudre, carcome, envejece y no tiene ningún sentido? ¿Lo que ni sana ni mata? Así que no hay por qué tener aquí más estos ídolos, ni se hagan más muertes ni oraciones delante de ellos, pues son sordos, mudos y ciegos. ¿Queréis saber quién es Dios y dónde está? Alzad los ojos al cielo, y en seguida veréis que allá arriba hay alguna deidad que mueve el cielo, que rige el curso del Sol, que gobierna la Tierra, que abastece el mar, que provee al hombre y aun a los animales de agua y pan. A este Dios, pues, que ahora imagináis dentro en vuestros corazones, a Ése servid y adorad, no con muerte de hombres ni con sangre ni sacrificios abominables, sino sólo con devoción y palabras, como los cristianos hacemos; y sabed que para enseñaros, esto vinimos aquí". Con este razonamiento aplacó Cortés la ira de los sacerdotes y ciudadanos; y como había ya derribado los ídolos, para adelantar, acabó con ellos, otorgando Moctezuma que no volviesen a ponerlos, y que barriesen y limpiasen la sangre hedionda de las capillas, y que no sacrificasen más hombres, y que le consintiesen poner un crucifijo y una imagen de santa María en los altares de la capilla mayor, a donde suben por las ciento catorce gradas que dije. Moctezuma y los suyos prometieron no matar a nadie en sacrificio, y tener la cruz e imagen de nuestra Señora, si les dejaban los ídolos de sus dioses que aun no estaban derribados, en pie; y así lo hizo él, y lo cumplieron ellos, porque nunca más, después, sacrificaron hombre alguno, al menos en público ni de manera que los españoles lo supiesen; y pusieron cruces e imágenes de nuestra Señora y de otros santos entre sus ídolos. Pero les quedó un odio y rencor mortal hacia ellos por esto, que no pudieron disimular en mucho tiempo. Más honra y prez ganó Cortés con esta hazaña cristiana que si los hubiese vencido en batalla.

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