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Notas para una biografía Siempre resulta difícil describir la trayectoria vital de un hombre, mas las dificultades alcanzan cotas extremas en algunos casos. La vida de Fernando de Alva Ixtlilxochitl ofrece un buen ejemplo de ello. El autor de la Historia de la nación chichimeca no llevó a cabo grandes hechos de armas, ni alcanzó puestos destacados en la Administración Pública; fue, simplemente, un oscuro funcionario colonial, cuyo único mérito --extraordinario, por otra parte--, consistió en legar a la posteridad unos escritos que versaban sobre la historia de los tiempos antiguos. Por tanto, no debe extrañarnos que ningún escritor virreinal o decimonónico se ocupara de él. Rafael García Granados, en su monumental obra dedicada a los indígenas notables de la República mexicana, sólo recogió el testimonio del propio Ixtlilxochitl y del sabio italiano Lorenzo Boturini, quien se limitó a enumerar los diversos trabajos atribuidos a D. Fernando29. En nuestros días, se ha intensificado el deseo de conocer la vida del tetzcocano en profundidad. Los archivos han proporcionado bastantes datos; pero este tipo de investigación, frustrante y pesada --el descubrimiento de la anécdota más nimia requiere la lectura de decenas de polvorientos y gruesos legajos--, ilumina única y exclusivamente algunas facetas de la existencia de nuestro personaje. La fecha exacta del nacimiento de Ixtlilxochitl30 no se ha podido determinar con exactitud. Alfredo Chavero31 la fijó en 1568; pero, tras el descubrimiento de diversos documentos relacionados con la familia del tetzcocano, parece más lógico situar el natalicio entre 1578 y 158032.

Gracias al llamado Códice Chimalpopoca, un manuscrito que perteneció a D. Fernando, conocemos gran parte de su árbol genealógico. Según se desprende de lo anotado en las guardas del documento, Alva Ixtlilxochitl nació del matrimonio formado por el español Juan Pérez de Peraleda33 y la mestiza Ana Cortés, hija de otro español, Juan Grande, y de Cristina Verdugo. Sus bisabuelos fueron Francisco Quetzalmamalitzin y Ana Cortés Iztlilxochitl; sus tatarabuelos Xiuhtototzin, señor de Teotihuacan, y Tecuhcihuatzin, quien tomó el nombre de Magdalena al recibir el bautismo34. Causa cierta extrañeza el hecho de que en esta breve noticia genealógica no se mencione la ascendencia tetzcocana de Ixtlilxochitl, ya que la bisabuela del historiador --Ana Cortés Ixtlilxochitl-- era el fruto de la unión de Ixtlilxochitl, vástago legítimo de Nezahualpilli de Tetzcoco, y de Beatriz Papatzin, hija de Cuitlahuac, penúltimo tlatoani de Tenochtitlan35. El por qué de tal exclusión responde a razones crematísticas. Poco o ningún beneficio podía obtener D. Fernando de sus regios ancestros tetzcocanos, reducidos a la miseria. Por el contrario, los parientes teotihuacanos, que habían ocupado un puesto secundario en la época precortesiana, gozaban de una cierta posición económica durante los primeros tiempos del virreinato. De la infancia del autor de la Historia chichimeca se desconoce casi todo. Probablemente, no disfrutaría de muchos lujos, ya que su padre, un honrado trabajador, carecía de rentas y debía ganar el pan de la familia laborando como maestro de obras del Ayuntamiento de México.

Gracias a la poca sangre india que tenía, Alva Ixtlilxochitl pudo ingresar en el Imperial Colegio de Santa Cruz Tlatelolco. Aunque el famoso centro se había convertido en una caricatura de sí mismo, el joven Fernando obtuvo una sólida formación durante los seis años que permaneció allí36. En 1597, cuando el historiador contaba alrededor de veinte años, falleció Cristina Verdugo, cacica de San Juan de Teotihuacan. La muerte de D.? Cristina abría las puertas de la prosperidad a la familia Paraleda-Cortés, pues, a falta de herederos varones, la sucesión del teccalli37 recaía en la hija de la finada. Sin embargo, las esperanzas pronto se desvanecieron, y el ansiado cacicato comenzaría a generar mil y un problemas. El primero surgió hacia 1610, año en que la madre de nuestro cronista tuvo noticia de que algunas personas maliciosamente y con siniestra relación pretenden pedir tierras en las de su patrimonio y señorío natural, y otras que se han entrado en ellas, ocupándolas con labores, estancias y otras granjerías38. Como la familia no tenía posible para seguir pleitos ni pedirlos, Ixtlilxochitl inició los pesados trámites burocráticos para obtener el derecho de amparo. Finalmente, el 12 de septiembre de 1612, Simón de Oliva, justicia mayor de San Juan Teotihuacan amparaba y amparó a los padres de Fernando de Alva. Ese mismo año, el virrey nombró a Ixtlilxochitl juez gobernador de la ciudad de Tetzcoco. D. Fernando cumplió tan bien en el cargo que, una vez transcurrido el tiempo estipulado en el nombramiento, se le concedieron nuevos destinos.

Así, entre 1616 y 1618, le encontramos ejercitando en Tlalmanalco, y, trescientos sesenta y cinco días después, en Chalco, donde residió por espacio de varios años. Hacia 1624, el sesudo historiador, el hombre que parecía sentir pasión sólo por la cosas bien hechas, tiene un hijo. Este niño, que recibirá en la pila bautismal el nombre de Juan, es el fruto de una relación ilícita, lo cual resulta bastante sorpendente en un juez gobernador. El carácter bastardo del retoño de Ixtlilxochitl se plasmaría en otro documento. ...conviene probar y averiguar como soy hijo legítimo y natural y único y universal heredero de don Fernando de Alva Isquixochitl, ya difunto, y de Antonia Rodríguez, su legítima mujer, mi madre, que hoy vive, y que me hubieron y procrearon siendo los dos solteros; me criaron y alimentaron, tratándome como a su hijo natural y por tal fui habido y tenido y quedé legitimado por haber contraído el dicho mi padre matrimonio según orden de nuestra Santa Madre Iglesia con la dicha Antonia Rodríguez, mi madre39. ¿Cuándo se casaron el historiador y su concubina? No lo sabemos; pero, desde luego, no antes de que la pareja decidiera traer al mundo dos nuevos hijos, Ana y Diego. Al finalizar el primer cuarto del siglo se abre un vacío documental que finaliza en 1640, año en el que encontramos a nuestro cronista como intérprete del juzgado de Indios. La fecha en que tomó posesión del cargo la ignoramos. La plácida vida de D. Fernando, funcionario de la administración virreinal y escritor en los ratos perdidos, sufrió una fuerte conmoción en el verano de 1643.

¡El cacicato de San Juan Teotihuacan volvía a dar problemas! Dando muestras de una energía increíble en una persona de su edad, la octogenaria Da Ana movilizó a la familia para defender los derechos sobre el teccalli. Las acusaciones de los labradores se basaban esta vez en que los señores de Teotihuacan eran de sangre española y, en consecuencia, no gozaban de derechos sobre el cacicato. Durante un año, Alva Ixtlilxochitl se vio envuelto en un maremagnum de peticiones, decretos, citaciones y otra infinidad de papeles oficiales. El largo pleito tuvo un final feliz, ya que D.? Ana conservó el señorío. Conviene señalar aquí que, a mi entender, la activa participación de D. Fernando en el pleito se debió a que tenía la secreta esperanza de que su primogénito, Juan de Alva, heredara el cacicato. El testamento de Ana Cortés estipulaba que el mayor de sus diez hijos, Francisco de Navas y Peraleda, le sucedería en el señorío. Ixtlilxochitl sólo recibiría las casas de Xoxocotlan que estén en el dicho pueblo de San Juan Teotihuacan, y el sitio enfrente de las dichas casas, mas la otra suerte de tierras de Misquititlan40. Ahora bien, como Francisco de Navas carecía de descendientes, el control del teccalli teotihuacano asaría tarde o temprano al retoño de Fernando de Alva, quien, según la legislación prehispánica y colonial, era la persona más idónea para la sucesión. Sin embargo, el origen ilegítimo de Juan de Alva le impediría el acceso al cacicato. A partir de 1643, la vida de D. Fernando de Alva Ixtlilxochitl entra en el anonimato. Por ironías de la historia, se sabe con exactitud la fecha de su muerte. La partida de entierro del autor de la Historia chichimeca dice así: D. Fernando de Alva, no testó. Enterróse en la capilla de la Preciosa Sangre de Nuestro Sr. Jesu Christo en veinte y seis de octubre de mil seiscientos y cinquenta años No testó ni dexó missas41.

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