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Los últimos años de Hernández en la corte madrileña A mediados de octubre de 1577, Hernández estaba ya instalado en Madrid. En la corte española esperaba un reconocimiento por parte del rey y, desde luego, de la sociedad madrileña. Sabemos que los libros enviados en 1576, cuando llegaron a El Escorial, gustaron mucho al monarca. El historiador del momento, fray José de Sigüenza, lo dejó consignado: Todos los animales y plantas que se han podido ver en las Indias occidentales, en sus mismos nativos colores... cosa que tiene sumo deleite y variedad en mirarse17. Y, sin embargo, el rey no se decidió a imprimir la obra. Este hecho y la existencia de enemigos del protomédico de la corte amargaron un poco los últimos años de éste. Uno de sus adversarios era el cosmógrafo italiano Juan Bautista Gesio, que llegó a enviar un escrito al rey en el que pedía no se imprimieran las obras de Hernández hasta que las examinara una persona muy inteligente. Tal circunstancia explica la actitud de Hernández, quien, al poco tiempo de su regreso, dirigió al rey un Memorial de petición de mercedes, ya que, como tantos otros españoles del XVI, no se sentía adecuadamente recompensado por sus trabajos en América. En ese memorial, entre otras cosas, suplicaba a su majestad ordenara se imprimieran sus obras. Pero la suerte no le acompañó en este punto. Hernández murió sin ver en letras de molde su obra, igual que otros grandes humanistas de su época, como fray Andrés de Olmos y fray Bernardino de Sahagún.

Todavía en sus últimos años le tocó ver cómo aparecía como censor la persona muy inteligente de la que hablaba su enemigo Gesio y cómo se manejaban sus manuscritos. En efecto, en 1580, Felipe II encargó el examen de sus textos y su posible arreglo para la imprenta al italiano Nardo Antonio Recchi, médico de cámara del rey. Con ello el protomédico vio frustrado su deseo de ser él mismo quien los completara con los otros manuscritos que conservaba en su poder y de esta manera culminara su gran empresa americana. Sin embargo, no todo fue triste en estos últimos años de su vida en Madrid. Hernández tuvo el respaldo de dos figuras cumbres de la época de Felipe, los ya citados Benito Arias Montano y Juan de Herrera18, y contó además con la amistad de su paisano el célebre Juan Fragoso. Además, en 1578, año siguiente de su llegada, fue nombrado médico del infante don Felipe, el futuro Felipe III, lo cual constituía una gran distinción en el ambiente médico madrileño. Durante esta etapa de vida madrileña, la salud de Hernández se deterioraba. Según testimonio de sus hijos, no tuvo un día de salud19 desde que vino de América hasta su muerte. Esta llegó por fin en enero de 1578. No era viejo, contaba aproximadamente sesenta años, y había tenido el privilegio de visitar el Nuevo Mundo en una misión de gran interés para cualquier estudioso de su época y de todas las épocas. Somolinos hace notar cómo, con su muerte, toda su fecunda vida quedó inédita en sus obras20. Veamos, pues, cuáles son estas obras y cómo han llegado hasta nosotros.

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