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Los últimos años de Bernal Conciencia tenía don Bernal de que era viejo ya y de bastantes años. Al concluir su Historia, afirma que, según sabía, sólo quedaban vivos cinco de sus antiguos compañeros de armas. Su vejez, sin embargo, no le impidió seguir atendiendo sus obligaciones en el cabildo de Guatemala. De ello dan fe sus muchas firmas en las correspondientes actas, hasta la última que aparece a principios de 1583. Todavía consta que concurrió a la primera sesión de 1584, aunque en el acta quedó constancia de que no firmó porque ya no veía23. Por otra parte, el empedernido litigante, al participar en las discusiones en el cabildo, coadyuvó a la toma de algunos acuerdos, como aquel de 1572 en que se ruega al Papa que, en vista de las dificultades que han ocurrido durante el episcopado de don Bernardino de Villalpando, no se envíen por el momento más sacerdotes a Guatemala24. Se tiene también noticia de un proceso muy diferente y que pudo ser bastante enojoso para Bernal. Consta, por una parte, que él había contraído varias deudas. Por otra, se conserva asimismo documentación que habla de un poder dado por Francisco, su hijo mayor, a un abogado que debía impedir que don Bernal, en su afán de hacerse de recursos, dispusiera de algunos bienes que suponía el dicho Francisco le corresponderían más tarde por razón de su mayorazgo25. En medio de contradicciones como ésta y otras referentes a nuevos litigios sobre tierras de sus pueblos encomendados, Bernal, que en tanto aprecio tenía su Historia, no dejaba de hacer anotaciones y correcciones en ella.

Por fin, según consta por carta que dirigió al rey el licenciado Pedro de Villalobos, presidente de la Audiencia ya reinstalada en Guatemala, sabemos que la obra de Bernal era enviada a España. La fecha de tal carta es 29 de marzo de 1575. En ella se asienta que remite una Historia de la Nueva España que nos dio un conquistador de aquella tierra. La correspondiente minuta en que se hace un resumen de la carta de Villalobos dice a su vez: Un conquistador de los primeros de Nueva España le dio a Villalobos una historia que envía y la tienen por verdadera como testigo de vista y las demás son por relaciones26. Deseoso quedaría sin duda Bernal de saber cuál seria el fallo real emitido a través del Consejo de Indias. Para desconsuelo suyo, lo único que pudo alcanzar a conocer fue que se recibió acuse de recibo fechado en Aranjuez, el 25 de mayo de 157727. Muy poco es ya lo que puede añadirse respecto de los postreros años de Bernal. Consta así que su hijo Francisco que, por lo visto se había iniciado con cierto éxito en el arte de hacer demandas, promovió el 12 de febrero de 1579 una probanza de méritos. El cuestionario que dispuso para ella incluyó preguntas que llevaron a los declarantes a hacer elogios de don Bernal, su padre, y de su ya difunto suegro, el conquistador Bartolomé Becerra. Las otras preguntas se hacían en beneficio directo de Francisco: si se sabe que es casado y buen cristiano, y si consta que es muy pobre... y padece y ha padecido mucha necesidad.

..28. Desconociendo qué es lo que con tal probanza obtuvo Francisco, puede decirse al menos que en ella quedó nueva constancia --promovida ahora por el hijo-- de algunos de los más sobresalientes merecimientos de don Bernal. De un encuentro poco usual --entre hombres conocedores prácticos del quehacer histórico-- se tiene noticia gracias al célebre franciscano Juan de Torquemada. Expresa éste en dos lugares de su monumental crónica de crónicas, intitulada Monarquía Indiana que, hallándose en Guatemala, tuvo ocasión de tratar a Bernal: Yo vi y conocí en la ciudad de Guatemala al dicho Bernal Díaz, ya en su última vejez y era hombre de todo crédito...29. Y en otro capítulo de la misma Monarquía Indiana, hablando de la expedición a México de Juan de Grijalva en 1518 nota: Así dice Bernal Díaz del Castillo, soldado de autoridad y verdad30. Es interesante preguntarse en qué forma tuvo más tarde acceso Torquemada a los testimonios de Bernal. La respuesta, aunque a primera vista parezca extraña, es que conociera en parte sus escritos a través de la obra, ya impresa, del cronista real don Antonio de Herrera. Este, hallándose en Madrid, tuvo conocimiento del manuscrito de Bernal desde mucho antes de que se publicara. Pudo así aprovecharlo bastante. El examen de varios capítulos de los libros tercero y quinto de su Historia de los hechos de los castellanos, muestra que se apoyó allí en alto grado en lo escrito por Bernal31. Así, mientras éste, perdidos casi del todo la vista y el oído, seguía aguardando en Guatemala el dictamen real, que nunca le llegó, acerca de su obra, otros se aprovechaban de ella.

Además de los ya citados Torquemada y Herrera, mencionaré al menos a otro contemporáneo, el cronista mestizo de Tlaxcala, Diego Muñoz Camargo. Este, en su Historia de Tlaxcala, dijo acerca de nuestro autor: Bernal Díaz del Castillo, autor muy antiguo, que hablara como testigo de vista copiosamente de esto, pues se halló en todo, como uno de los primeros conquistadores de este Nuevo Mundo, al cual me remito32. Sin que alcanzara él a saberlo, comenzaba ya a ser elogiado en vida por cronistas e historiadores que reconocían el mérito de su obra. En lo expresado acerca de él por Torquemada, Herrera y Muñoz Camargo comenzaba a cumplirse lo que él había deseado: Es bien que haga relación para que haya memorable memoria de mi persona y de los muchos y notables servicios que he hecho a Dios y a su majestad y a toda la cristiandad, como hay escrituras y relaciones de los duques y marqueses y condes y ilustres varones que sirvieron en las guerras... (CCXII). Estas palabras que cuentan entre los añadidos que, ya en su última vejez, hizo a su manuscrito, aunque aparezcan una vez más picadas de vanidad, ponen también al descubierto que tenía confianza Bernal en no haber trabajado en vano al afanarse en sus empeños de cronista. Creamos o deseemos que con tal convicción fue como, el 3 de febrero de 1584, a los ochenta y ocho o uno más años de edad, descansó ya para siempre de las mundanales preocupaciones y fatigas que tan presentes estuvieron en su vida33. Su sepelio se efectuó probablemente al día siguiente en la catedral. Sus restos quedaron muy cerca de los de su antiguo capitán, Pedro de Alvarado que, desde Jalisco, habían sido trasladados, años antes, a Guatemala.

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