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Datos principales


Desarrollo


Los ayunos de Teouacan Otra manera de ayuno tenían en la provincia de Teouacan, muy grande y muy diferente de todas las dichas. De cuatro en cuatro años, que es, como dicen ellos, el año de Dios, entraban cuatro mancebos a servir en el templo; no vestían más que una sola manta de algodón, y aquélla de año en año, y unas bragas; la cama era el suelo, la cabecera un canto. Comían a mediodía sendas tortillas de pan y una escudilla de atulli, brebaje que hacen de maíz y miel. De veinte en veinte días, que comienza mes, y es fiesta ordinaria, podían comer y beber de todo. Una noche velaban dos de ellos, y otra los otros dos; pero no dormían en toda la noche de la vela, y se sangraban cuatro veces para ofrecer la sangre con oraciones. Cada veinte días se metían por un agujero que se hacían en lo alto de las orejas, sesenta cañas largas cada uno. Al cabo de los cuatro años tenía cada uno cuatro mil trescientas veinte cañas metidas por sus orejas. Montaban las de los cuatro ayunadores diecisiete mil doscientas ochenta cañas. Las quemaban en acabando su ayuno con mucho incienso, para que los dioses gustasen de aquella suavidad. Si alguno de ellos moría durante los cuatro años, entraba otro en su lugar; pero temían que sería mortandad de señores. Si participaba con mujer, lo mataban a palos de noche, ante la furia del pueblo, y delante de los ídolos; lo quemaban y esparcían los polvos por el aire para que no quedase recuerdo de tal hombre, pues no pudo pasar cuatro años sin llegar a mujer, habiendo pasado toda la vida Quezalcoatl, por cuya remembranza comenzó el ayuno.

Con estos ayunadores se distraía mucho Moctezuma, y los tenía por santos. Cuentan de ellos que conversaban siempre con el diablo, que adivinaban grandes cosas y que veían maravillosas visiones; pero la más continua era una cabeza con cabellos muy largos, por lo cual debían de criar cabello largo todos los sacerdotes de esta tierra. No dejaré de contar otro sacrificio de los moradores, aunque feo, por ser extrañísimo. Había muchos mancebos por casar de Teouacan, Teutitlan, Cuzcatlan y otras ciudades, que, o por devotos o por animosos, ayunaban muchos días, y después se hendían con agudas navajas el miembro por entre cuero y carne cuanto podían, y por aquella abertura pasaban muchos bejucos, que son como sarmientos mimbres, gruesos y largos, según la devoción del penitente; unos diez brazas, otros quince, y algunos veinte; los quemaban luego, ofreciendo el humo a los dioses. Si algunos desmayaba en aquel paso no le tenían por virgen ni por bueno, y quedaba infamado y por fementido. Tal cual veis era la religión mexicana. Nunca hubo, a lo que parece, gente más, ni aun tan idólatra como ésta; tan matahombres, tan comehombres; no les faltaba para llegar a la cumbre de la crueldad sino beber sangre humana, y no se sabe que la bebiesen.

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