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La pérdida del libro siguiente Todas las copias de La Argentina terminan señalando el extravió de unas páginas que faltan hacia el final y, en la última línea del manuscrito, se lee: ... de cuyos sucesos y de los demás que acerca de esta provincia se ofreció, se podrá largamente dar individual noticia en el libro siguiente. Este libro siguiente nunca se ha conocido; pero ello no significa que no haya existido y haya sido aprovechado por otros historiadores de la colonia. Estos historiadores pudieron ser hombres como Pedro Lozano, José Guevara y otros. ¿De dónde sacaron tantos datos posteriores a la partida de Juan de Garay, un hidalgo vizcaíno, según Díaz de Guzmán, quienes escribieron acerca de la segunda fundación de Buenos Aires y sucesos siguientes? No lo dicen, pero la única fuente era Díaz de Guzmán. Hay datos que no se encuentran en los archivos y sólo pudieron hallarse en una obra escrita por un hombre de Asunción que conocía muy bien toda esa gente y lo que en el Río de la Plata había ocurrido. Vamos a un único ejemplo. Pedro Lozano nos refiere que en la segunda fundación de Buenos Aires había una mujer: Ana Díaz. Y agrega que era viuda y no había querido separarse de una hija suya casada con uno de los pobladores. ¿Y cómo supo Lozano estos detalles? Los genealogistas modernos no han podido comprobar absolutamente nada acerca de esta mujer. La historiadora paraguaya, doctora Idalia Flores G. de Zarza, ha hallado en el archivo de Asunción menciones de un tal Díaz que pudo ser padre de Ana Díaz.

Nada más. Un historiador argentino, H. Edmundo Gammalsson, en su magnífico libro Los pobladores de Buenos Ayres y su descendencia (Buenos Aires, 1080), cree que en la fundación de Buenos Aires hubo otras mujeres, además de Ana Díaz. Se basa en el hecho de que muchos de ellos tenían mujer e hijos. Constan sus nombres en testamentos, sucesiones, pleitos, etcétera; pero no en documentos propios de la fundación. No puede, por tanto, afirmarse que en la fundación hecha por Garay había otras mujeres. Lo que podemos sospechar, con elementos conocidos, pero no utilizados en esta averiguación, es cuándo y cómo murió esta Ana Díaz y si realmente hubo otras mujeres en Buenos Aires en sus primeros tiempos. Ante todo, la carta de la Audiencia de Charcas a la de Lima, del año 1583, nos dice que, a cuatro leguas de la fortaleza de Caboto, los salvajes mataron a Juan de Garay y a otros doce hombres y prendieron a diez y un fraile franciscano e una mujer e hirieron a otros treinta y estos heridos se tornaron a embarcar como mejor pudieron en el bergantín y vinieron a la ciudad de Santa Fe...44. Notemos las palabras ... e una mujer.. Había, por tanto, en esa expedición en que Garay fue muerto, una mujer. ¿Qué mujer pudo ser? No consta que hubiese mujeres en el viaje de Alonso de Torres de Pinedo que llegó desde España a Buenos Aires en enero de 1583 con 30 vecinos y 10 frailes. Tampoco había mujeres en el ejército de 500 hombres que pasaron por Buenos Aires, rumbo a Chile, en el mes de febrero al mando de Alonso Sotomayor.

La muerte de Garay se produjo a fines de marzo de 1583. No se conoce la fecha exacta. La única mujer que creemos existía en Buenos Aires, Ana Díaz, aparece muerta o aprisionada en la matanza de Garay y parte de sus hombres. No sabemos si esta deducción es una prueba. No lo afirmamos; pero sí nos consta que esta mujer se llamaba Ana. Lo dice un testimonio incuestionable, bien conocido y bien olvidado Por los historiadores que se ocuparon de estos particulares: Martín del Barco Centenera, que siempre firmaba Martín Barco de Centenera, en su poema La Argentina, impreso en Lisboa en 160245. En el canto XXIV nos cuenta, mejor que ningún otro autor, cómo fue muerto Juan de Garay por los indios minuanes. Dice que Garay fue de prudencia siempre falto. Y agrega que, en el ataque, murieron con Garay justos cuarenta, /De la gente escogida paragüeña, /Los indios eran solos ciento y treinta. Y, tres versos más adelante: Aquí murió Valverde, bella dueña, /Que en quitalla la muerte al mundo quita / Tesoro y el contento a piedra hita. ¿Quién era este Piedrahita? Podía ser el marido. El elogio que el arcediano hace de esta mujer no puede ser mayor: Llore mi musa y verso con tristura /La muerte desta dama generosa. / Y llore la mi tierra Extremadura, / Y Castilla la vieja perdídosa, / Y llore Logrosan la hermosura, /De aquella dama bella tan hermosa, / Cual entre espinas, rosa y azucena, / De honra y de virtudes también llena. Este Logrosan que, unos versos más adelante, aparece como Miguel Simón el Logrosano, ¿es otro marido o el marido de otra mujer? Y ahora viene el nombre de la tal Ana: Las argentinas nimphas conociendo/ De aquella Ana Valverde la Belleza, / Sus dorados cabellos descojando / En bueltas en dolor y gran tristeza, /Están a la fortuna maldiciendo, / Las flechas y los dardos, la crueza / Del indio Manuá, que así ha robado / Al mundo de virtudes un dechado.

Si estas líneas se refieren, en verdad, a Ana Díaz, que aquí aparece con el apellido de Valverde, debemos reconocer que fue una mujer rubia, de gran belleza y muy honrada. En cuanto a este apellido de Valverde no se encuentra en los documentos de la época de Garay. Garnmalsson no lo trae en su documentada obra. Basta la coincidencia del nombre Ana. Hay otras Anas, como puede comprobarse en el libro del citado Garnmalsson: una Ana Méndez, mujer de Cristóbal Altamirano; una Ana Somoza, mujer de Luis Alvarez Gaitán, y tal vez otras; pero no sabemos si realmente vivieron el instante de la fundación y los primeros meses. Lo más probable es que hayan llegado más tarde, en años posteriores a la fundación Esta Ana Valverde, con tantos encantos, según Centenera, ¿era la Ana Díaz que aparece con un solar en la actual calle Florida de Buenos Aires dado por Juan de Garay? La historia algún día contestará. Lo que ahora podemos revelar, con el testimonio de Centenera, es que en 1583, en Buenos Aires, había algunas mujeres, que varias acompañaron a Garay en su viaje a la Asunción y se hallaron junto a esta Ana Valverde en el momento del ataque de los indios. La menciona Centenera. Miguel Simón, el Logrosano, librando de la muerte por su mano /A su mujer, que en brazos al navío / La trajo... Un tal Cuevas, que luego resulta llamarse Alonso de Cuevas, triste y doloroso / Por salvar su mujer muy congojoso / En el agua cayó cuando subía / El bergantín arriba la cuitada, / Y viendo que casi se hundía, / Su marido la juzga ya ahogada.

.. Estas tres mujeres: la Ana Valverde, la de Simón y la de Cuevas, ¿estuvieron en la fundación de la ciudad o llegaron a Buenos Aires, desde el Paraguay o Santa Fe, en viajes que pasaron al olvido? No lo sabemos. Tal vez nuevas investigaciones revelen hechos inesperados y nos den luces nuevas. Por último, una comprobación, tan simple que nadie la tuvo en cuenta. Pedro Lozano, al decirnos que Ana Díaz, viuda, no había querido separarse de una hija suya casada con uno de los pobladores, nos está revelando que en Buenos Aires, en el momento de la fundación, había, por lo menos, dos mujeres: Ana Díaz y su hija casada con un poblador. No fue, por tanto, Ana Díaz la única mujer que se halló en la fundación. Reconozcamos que es preciso volver a estudiar el problema de las mujeres que asistieron a la fundación de Garay y que los datos de Lozano sólo pueden provenir de la segunda parte, perdida, de la historia de Díaz de Guzmán. Nuestro cronista fue acusado de inventar nombres como los de Lucía Miranda, Bartolomé de Bracamonte y otros. Estos apellidos no se encuentran en la documentación de la época, pero sí en una o dos generaciones posteriores. No sabemos si sus padres no vivieron en los tiempos que evoca Díaz de Guzmán y la historiografía no puede encontrar. En fin: el texto de Díaz de Guzmán no puede ser desdeñado ni puesto en duda, a cada línea, como lo fue en otros tiempos. Salvo algunos errores, propios de toda obra histórica, su relato es el más completo que existe, escrito por un solo hombre, en lo que se refiere al descubrimiento y conquista de las tierras del Plata y del Paraguay y su libro perdido es posible que haya sido glosado, por no decir plagiado, por los cronistas que le sucedieron. Enrique de Gandía

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