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Desarrollo


Valor de la obra de Fr. Martín No cabe duda, por todo lo que llevamos dicho, que la Historia General del Perú de Fr. Martín de Murúa, es una obra excepcional, diferente de todas las otras que se han escrito sobre el Perú y sus habitantes. Sabido es cómo suele clasificarse la historiografía indianista en torno a los incas: a favor o en contra, y que a ello no es ajena la postura del virrey de Toledo. Por ello puede hablarse de crónicas pretoledanas y postoledanas. Expliquemos un poco el fenómeno y lo que fueron las fuentes informativas de los cronistas españoles. Partamos de dos hechos importantes: a) la admiración que en los españoles produjo la magnitud de la organización incaica, su perfección administrativa, su disciplina social y su autoridad jerárquica, y b) la inexistencia de escritura entre los incas. Parecen dos cosas sin relación, pero sin embargo, como vamos a ver, íntimamente ligadas entre sí. La admiración -punto a)- convirtió en escritores a muchos que nunca habían soñado con serlo, y así soldados y clérigos tuvieron una especie de comezón intelectual por dejar constancia de aquello que habían vivido, en primer lugar, y por contar las maravillas de aquella tierra y de aquella gente, en segundo término. De lo que ellos habían vivido no necesitaban más fuente informativa que sus propios recuerdos, pero para contar el origen y desarrollo, organización y vida antes de la catástrofe final del imperio, tenían que basarse en lo que los indios mismos supieran de su historia.

Y ésta no la tenían escrita, en un sentido literal de la palabra, por el hecho -punto b)- de que carecían totalmente de escritura, pese a que por algunos se defienda la especie de que los quipus28 también fueron históricos. Pero sí tenían escrita su historia en la memoria, pero no como "recuerdo", sino como "relato", tan fielmente redactado como los antiguos cronistas medievales lo habían hecho en pergamino o papel. En otras palabras, la organización incaica también había previsto las enseñanzas de la Historia en sus escuelas formativas de mandos y jerarcas, y se había condimentado un relato uniforme ad majorem gloriam Incarum, en que se cantaban las grandezas, glorias y excelencias del pueblo conquistador, sus hazañas guerreras, la bondad de su organización y los beneficios del señorío incaico sobre los pueblos que, en larga teoría de campañas, habían ido domeñando, desde el lago Titicaca hasta el Chimborazo, y desde las costas de Guayaquil hasta el río Maule, en Chile. El resultado de estos dos hechos -admiración y textos tradicionales prefabricados- fue lógico: una serie de obras en que los cronistas españoles alaban la cultura incaica, aunque ponderen las ventajas de la conquista española y la barbarie que suponían muchos aspectos de la vida india, en especial el desconocimento de la verdadera religión. Así aparecen los primeros escritos, que hallarán su autor clásico en el príncipe de los cronistas peruanos, Pedro Cieza de León, que en prodigioso alarde de fecundidad ofrecerá una historia desde los orígenes míticos hasta las guerras civiles entre españoles29.

No en vano Cieza había sido secretario de Pedro de la Gasca. Las informaciones verbales, pero realmente textos impresos en la memoria de los sacerdotes y hombres cultos del Inkario, supervivientes a su ruina, produjeron en castellano una literatura clásica, a la que los propios Incas nada hubieran tenido que objetar. Es entonces cuando aparece el virrey D. Francisco de Toledo30. En su tiempo habían triunfado ya en España las ideas de la justificación de la conquista y posesión de las Indias. Toledo iba a ellas imbuido de que tenían que existir unos justos títulos para dominar, y que había que justificarse constantemente. Y surgió en su mente el pensamiento de recorrer el laberinto a la inversa, averiguando qué justos títulos habían tenido los Incas para señorear todo lo que juntaron en el Tahuantinsuyu, y para ello inició incansable sus largas y provechosas -especialmente para la Historia- Informaciones, procurando que las gentes que había en su torno, como Pedro Sarmiento de Gamboa, escribieran en el mismo sentido, con un solo fin: demostrar la ilegalidad de la conquista incaica, la privación de libertad de que habían hecho víctimas a los pueblos dominados. Los españoles aparecían así, en su acción, bajo una luz nueva, como verdaderos liberadores de mitimaes y yanaconas, de los pueblos oprimidos. Vemos, pues, bien claramente la distinción entre dos etapas bien definidas: la pretoledana, influenciada por la reproducción servil de las tres tradiciones que la memoria incaica ofrecía, y la actitud crítica, antiincaica, del virrey Toledo y sus colaboradores.

Fuera de este encasillado, y quizá como una reacción, se ha de colocar al Inca Garcilaso de la Vega Chimpuocllo, al que su sangre incaica le empuja a pintar un cuadro paradisiaco de la vida organizada bajo el imperio del Cuzco31. Y también a nuestro Fray Martín. Fray Martín no es un fraile palaciego y aunque llegó al Perú en tiempos del gobierno de Toledo, es evidente que al comienzo de su apostolado no debió preocuparse por recopilar noticias, ni su persona fue notada como posible escritor que formase en la falange de los escogidos para probar una tesis histórico-política. Es muy posible que cuando Toledo cesa, sea cuando el mercedario comenzó su tarea. No se halla pues comprometido en una postura oficial, y se gobierna por sus propias informaciones, que tanto son cuzqueñas como aymaraes o arequipeñas, es decir, son tanto metropolitanas, áulicas u oficiales, como provincianas y emanadas de la opinión de los vencidos. Hombre de sana fe, casi profesional, diríamos, halla que el gran defecto -defecto en el sentido de algo que falta- de los incas fue la ignorancia de la religión católica, pero por lo demás admira y ama a los indios, pondera sus excelencias y hasta disculpa las crueldades y excesos, porque no estaban iluminados por la verdadera fe. Muchas veces siente admiración por lo que había, y el buen orden con que se desarrollaba, y se lamenta del desorden que luego vino, y el olvido de las buenas cosas, como, por citar un ejemplo, la organización de las estafetas, correos o chasquis.

Podría decirse que en su ánimo -sin las razones de mestizaje que explican la actitud de Gracilazo- luchan dos posiciones: su calidad de español y cristiano y su amor a la tierra y a las gentes con las que convivió muchos años, precisamente en el tiempo de la total descomposición del antiguo estado de cosas por la implantación de un orden nuevo, que no siempre le parece a Murúa superior a lo que antes existía. Pese a las acusaciones de explotador de indios e indias que le hace Huamán Poma de Ayala, aparte de la ya citada, toda la obra de Fray Martín está trasluciendo un profundo amor por la tierra, además de un gran conocimiento de las cosas de ella. La disposición interior del libro es muy lógica y procede con un criterio que demuestra que la mente del autor estaba bien ordenada y que dedica cada libro a una materia diferente, con una orientación que le hace extraordinariamente original, como vamos a ver inmediatamente, en un breve análisis de cada uno de sus Libros. El Libro I, como ya se ha dicho, trata del origen y descendencia de los Incas, y es un tratado histórico de tipo convencional, es decir, por un orden cronológico, que va desde los tiempos preincaicos (capítulo I) hasta la extinción del reino de Vilcabamba, pasando por toda la historia incaica, la guerra civil entre Atau-Huallpa y Huaskar, la llegada de los españoles, la sublevación de Manco II, su retirada y -saltando muchos años de historia- las campañas del virrey Toledo con Martín Hurtado de Arbieto para la reducción de Tupac-Amaru.

Lo más original, a poco que se preste atención, de esta disposición y contenido, es que la historia indiana está contada desde el lado incaico. Dicho de otro modo, no procede Murúa como la mayoría de los escritores, centrando la acción en lo español, y colocando lo indio como lo que sucedió antes, sino que, situado en el Perú, el autor toma la historia en su comienzo, la desarrolla y la narra en tanto es historia incaica, para la cual lo español es una etapa más, aunque sea la última. Y sigue esta historia hasta que deja de existir como tal, aunque pervivan, como es lógico, los contingentes indígenas, pero bajo el gobierno español. Que se trata de una historia india contada desde el punto de vista indígena, o sea a base de las informaciones de los propios indios, viene comprobado por el hecho, que he sugerido antes, de que se salta muchos años de la historia: ¿cuáles son? Son los años del gobierno de Pizarro, de las guerras civiles entre españoles, y los omite el autor porque no tocan al origen y descendencia de los Incas. Por eso vuelve a hablar del gobierno español cuando el virrey Toledo decide acabar con el reducto de Vilcabamba, último verdadero capítulo de la historia incaica. Tiene este primer libro, de contenido, como hemos visto, estrictamente incaico, ocho capítulos32 en que, tras haber acabado el relato cronológico, vuelve sobre temas ya tratados, para exponer hechos curiosos o biografías más detalladas, como al de Pachacuti, de Inca Urco y hasta relatos novelescos, de "ficción", como dice el propio Murúa, como el de Chuquillanto y el pastor Acoytapa, a través de los cuales podemos asomarnos al mundo de las tradiciones indígenas y de su sensibilidad amorosa.

El Libro II, cuyo título ya dimos, y figura, naturalmente, en este original, es un tratado independiente de la cultura incaica, especialmente referido a la vida palaciega y de alto nivel de gobierno, vista desde las alturas de la dirección imperial de todo el territorio, con especial atención a los aspectos religiosos y rituales. Se trata de cuarenta capítulos, en que Murúa nos brinda una información novísima, especialmente en lo relativo al calendario. El Libro III podríamos decir, si viviéramos en tiempos del sabio mercedario, que trata del Perú actual. Los treinta y un capítulos pueden agruparse en la forma siguiente: a) Geografía y etnografía33, en que trata del origen de las gentes y se describe la tierra. b) Gobierno español34, o sea la organización del mismo y de la justicia. c) Gobierno y conquista espiritual35, en que hace, y no hay que reprochárselo, un mayor énfasis en la presencia de los frailes de la orden de Nra. Sra. de la Merced, Redentora de Cautivos. d) Descripción de las ciudades del Perú36, pero no de las antiguas, sino de las fundadas por españoles, aunque haya mención de alguna que ya existía, como es el caso del Cuzco. Como vemos, la obra que tenemos entre manos es una verdadera enciclopedia del Perú a fines del siglo XVI y un repaso de las tradiciones incaicas y de la historia de sus monarcas, así como de su cultura, modo de gobierno y vida social y administrativa. El estilo de Fr. Martín es llano, de enormes párrafos, que a veces abarcan un capítulo entero, y que hay que puntuar conforme a un criterio moderno, pues sino sería irrespirable su lectura.

Es de tono narrativo, sin florituras oratorias, salvo cuando el autor se cree obligado a hacer reflexiones de tipo moral. En la redacción de su obra Fr. Martín debió proceder del modo siguiente. Primero tomó notas, en borradores, que no existen, pero de los cuales quizá se tomó algo de la copia que contenía el Mss. Loyola, luego fue distribuyendo todo en capítulos, haciendo una primera redacción, que es quizá la que tenía ya muy adelantada a fines del siglo XVI, y de la que tomó idea y notas Huamán Poma, según Ramiro Condarco37. Luego vino la puesta en limpio, que es lo que llamamos original o Mss. Wellington, y que fue lo que llevó consigo desde el Alto Perú a España. En este manuscrito aún hizo retoques Fr. Martín, corrigiendo unas cosas, subrayando otras y tachando algunas. Queda, por último, una nota por decir: las ilustraciones. Los Incas no fueron amigos de las representaciones gráficas, como ocurría con los aztecas, sus contemporáneos. Así pues, no se puede hablar propiamente de códices pictóricos como en México, ni de historias gráficas o por la imagen. Por eso, los cronistas, aunque incorporaron -traduciéndolas literalmente muchas veces- las tradiciones historiales quéchuas, nunca las adornaron con dibujos. De esta regla general se salen dos obras tardías y contemporáneas entre sí: la Nueva Crónica y buen Gobierno, de Huamán Poma de Ayala, y la Historia General del Perú, de Fr. Martín de Murúa, es decir, el libro de que ahora tratamos.

El libro de Fr. Martín viene ornado con 37 láminas a la acuarela, en color, la mayoría representando a los diversos incas y a sus coyas o esposas, salvo la primera y la última, que son escudos. La primera es la portada, con varios escudos, y la última, que sirve también de portada (al Libro II), tiene según reza la leyenda las Armas del Reyno del Pirú. De las 35 restantes, 33 son de una mano y 2 de otra diferente, y sobre ello es preciso hacer un comentario: se trata de ilustraciones hechas indudablemente por un dibujante de oficio, que conocía el arte del dibujo, según las escuelas europeas, sin que podamos saber si era indígena o español, aunque por el estilo más parecen de español, ya que la Escuela Cuzqueña, con importantes pintores nativos, como Quisque Tito, sólo florece en la segunda mitad del siglo XVII38, y sabemos que en la segunda mitad del XVI se instalan algunos artistas procedentes de Sevilla, que enseñaron en Cuzco el arte de la pintura a criollos y nativos. Pero hay dos láminas del libro de Fr. Martín que no son de esta mano general. Son las 35 y 36, que respectivamente representan el Modo de caminar los Reyes Incas. Huascar Inga, y Modo de caminar las coyas y Reynas, mujeres de los Incas. Chuquillanto, mujer de Huascar Inca, respectivamente. Estas dos láminas guardan en su estilo un parecido asombroso, hasta el punto de hacernos creer que son obra suya, con las ilustraciones de Huamán Poma en Nueva Crónica. Y Huamán Poma utiliza el estilo pictórico único que usaron los incas, y que ha perdurado hasta hoy en el trabajo de cortezas secas de frutos: el de los keros39. A muchas de las láminas les puso la titulación el propio Murúa, y en varias aparece manuscrita la frase no se a deponer, indudable indicación para el impresor. Queda aún un tema por dilucidar: el de las ilustraciones de ambos trabajos. El asunto lo he tratado a fondo en dos estudios míos (véase Ballesteros 1978 y 1981), en que creo llego a conclusiones -siempre sobre la base de hipótesis- bastante claras. Antes de entrar en ello recordemos que Huamán Poma no dice

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