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"Mi fin es mi comienzo... ... y mi comienzo mi Fin". Así se inicia un hermoso rondó de Guillaume de Machaut, y así, con esta paráfrasis, concluye mi acercamiento a la vida y obra de Alvarado Tezozomoc, cuya complejidad, como habrá podido comprobar el lector, exige ir más allá de los estudios ad hoc. La extensa crónica que sigue y la personalidad de su autor sólo son inteligibles si se tiene en cuenta un par de ideas. Primera, que Don Hernando de Alvarado Tezozomoctzin era más Tezozomoc que Alvarado; y segunda, que tenía derecho a usar indistintamente el Don castellano y su equivalente nahuatl, el reverencial -tzin. Un dato acaso sin importancia para el mundo actual, hijo legítimo de las revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII, pero vital para sociedades estamentales como eran la española del siglo XVI o la mexicana prehispánica. Unas sociedades, conviene añadir, que, para desgracia y desesperación del cronista, experimentaban un duro proceso de cambio. A Don Hernando de Alvarado, al Tlaçopilli Tezozomoctzin, quien debería haber sido bien Tlatoani, bien padre de tlatoque, sólo le quedó el recurso de la memoria y la transmisión del glorioso pasado a las generaciones futuras. De ahí que nada resuma mejor la personalidad de este tlamatini ("sabio") noble metido a escritor castilleca que las palabras que acompañan a los créditos de Más allá de la Cúpula del Trueno: Los años caminan rápido, y veces sin fin yo he dicho el relato, pero no es relato de sólo uno, es relato de todos nosotros. Así que tienes que oírlo. Y recuerda, porque lo que oyes hoy, tienes que contarlo a los nacidos mañana. Germán Vázquez Chamorro

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