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Datos principales


Desarrollo


Fundamentos del descubrimiento del Amazonas Los acontecimientos no son el resultado causal de otros en una sucesión encadenada. Cualquier acontecimiento extraído de su contexto carece de significación, pues más bien es el indicio de una estructura procesual. La expedición de Orellana, considerada en sí misma, carece de sentido. Tampoco puede explicarse exclusivamente a partir de otros viajes anteriores, como el de Díez Pineda, o las iniciativas incaicas de penetrar en el oriente ecuatoriano. Muy al contrario, todos estos fenómenos manifiestan, de una manera epidérmica, ciertos fundamentos estructurales, que apuntan hacia la necesidad secular que mueve a las sociedades andinas a relacionarse con las poblaciones de las selvas orientales. Esta tendencia, vigente en épocas prehispánicas, lo es también durante los períodos de dominio español y republicano. Se trata de un carácter de la estructura sociopolítica andina que se vislumbra como uno de los elementos que mejor pueden explicar la serie de empresas descubridoras que se desarrollan desde los núcleos políticos andinos hacia el Atlántico. Pero no es una causa en sentido estricto, sino, como se ha dicho, un fundamento estructural que orienta las acciones en un sentido particular. Tampoco es, como se verá más adelante, un fundamento único que pueda explicar el significado de cada expedición descubridora. La geografía americana presenta una particularidad muy significativa si se la compara con la euroasiática.

La orientación de ésta sigue la disposición de los paralelos, mientras que América sigue el sentido de los meridianos1. Desde el punto de vista del mundo conocido en el momento del descubrimiento de América, la existencia de un paso Este-Oeste era necesaria. Lo mismo había sucedido durante la exploración portuguesa de las costas africanas, cuando se buscaba un paso Oeste-Este que comunicase el golfo de Guinea con la ruta oriental de la especiería. Desde 1500, el reconocimiento de la existencia de un mar Dulce hacia la parte ecuatorial de la costa atlántica de América del Sur se situará como un aspecto más del conjunto de indicios que conciernen a la búsqueda de un paso que comunique el Atlántico con la ruta occidental de la India. La existencia de dicho paso habría confirmado la disposición natural de la masa continental americana. A partir del avistamiento, en 1513, del océano Pacífico, significativamente llamado Mar del Sur, la búsqueda de la comunicación entre ambos océanos, cerca de la línea equinoccial, será el objetivo de un buen número de expediciones. El descubrimiento del estrecho de Magallanes en 1519 confirmará la continuidad continental hasta latitudes bastante meridionales y supondrá el abandono de las iniciativas exploradoras para buscar el paso Este-Oeste desde el Atlántico. Unas décadas más tarde el interés surgirá de nuevo, pero esta vez será desde los Andes por donde se busque una salida al Atlántico, al mar del Norte, para facilitar la comunicación con la Península.

La identificación de lo que hoy conocemos como río Amazonas es un acontecimiento bastante tardío, cuyo proceso de desarrollo se dio en dos frentes distintos: por un lado, sobre la base de los reconocimientos geográficos inherentes a cada empresa descubridora; por otro, a partir de los conceptos que se iban asociando a lo descubierto que, con frecuencia, son el resultado de elaboraciones independientes del avance expedicionario. De este modo, las denominaciones del río no siempre se atribuyen de manera sistemática y ordenada, de ahí la suerte de confusión que parece reinar en las fuentes acerca de la identificación de cada elemento geográfico. Si se enumeran los nombres del río, sin tener demasiado en cuenta su desarrollo histórico, el resultado es un conjunto bastante heterogéneo pero muy significativo. Santa María de la Mar Dulce, Marañón, Orellana, Amazonas, Bracamoros, San Francisco de Quito, etc., no son sino denominaciones concretas aplicadas al mismo fenómeno en situaciones definidas. Lo importante es que un buen número de estas denominaciones que se atribuyen al río son de elaboración previa a su reconocimiento. La expresión Marañón, por ejemplo, es uno de los nombres más antiguos que se aplicaron al río, como bien ha demostrado Ladislao Gil Munilla al referirse al viaje de Diego de Lepe y sus compañeros, que otorgaron al Pará la denominación de Marañón en los albores del siglo XVI2. Al margen de los problemas que ha suscitado la etimología de esta palabra3, el concepto de Marañón se aplicó durante un período importante de tiempo para referirse a un territorio con características especiales: situado en la zona intertropical, repleto de riquezas, etc.

, localizado a veces al norte de la Equinoccial, a veces por debajo de dicha línea. En otras ocasiones aparece como sinónimo de río grande y se confunde alternativamente con el Orinoco, el brazo norte del Amazonas, el Pará o cualquiera de los ríos que conforman la bahía de San Marcos, donde actualmente se levanta la ciudad de San Luis de Maranhão, fundada por François de Rassily en honor de Luis XIII de Francia. El propio Orellana está convencido de que no ha salido al mar por el Marañón, como lo atestigua a su vuelta al delta amazónico4. Sin embargo, en la expedición de Ursúa y Aguirre se denomina Marañón al río de Orellana. ¿Por qué esta confusión de nombres y accidentes físicos? No hay que olvidar que sin existir una navegación fluvial completa anterior a 1542, resultaba difícil, por no decir imposible, identificar la unidad entre ciertos accidentes geográficos de la costa atlántica con los del altiplano, separados por más de 1.200 leguas; es decir, determinar la correspondencia entre los numerosos ríos que se precipitan al oriente desde los Andes y aquellos descubiertos por su desembocadura en la costa Atlántica, cuyos nombres, una vez abandonados los intentos de buscar el paso por el Atlántico, comenzaron a revestirse de significación mítica en la mente de los descubridores. Pero incluso una vez navegado el río en su totalidad, el concepto mítico de Marañón persistirá durante bastante tiempo para referirse a un río caudaloso o a un territorio lleno de riquezas.

Ni siquiera tras la navegación de Aguirre, que como hemos visto denomina Marañón al Amazonas, se producirá una identificación efectiva, y eso queda patente en algunas representaciones cartográficas, como el mapa de Abrahan Ortelio, en que Amazonas y Marañón se representaban como dos ríos independientes que, después de cruzarse en aspa en el centro de la Amazonía, van a desembocar en lugares distintos de la costa. El primero de ellos cerca de la línea ecuatorial, y el segundo mucho más al sur, en la parte correspondiente a la bahía de San Marcos, es decir, formando el Maranhão portugués. En lo concerniente a las fuentes del río, la confusión perduró aún más tiempo. Todavía en el siglo XVII se estima la posibilidad de que se hallen cerca de Quito, en los ríos Coca y Napo, a pesar de los testimonios de Vázquez y Almesto, que en sus relatos consideran ciertas opiniones que sitúan sus fuentes cerca del Cuzco o de Potosí5. Sin embargo la determinación de las fuentes del Amazonas no cobrará un interés geográfico hasta el siglo XIX, y durante los siglos precedentes depende más de intereses políticos, como lo demuestra el establecimiento de una cierta unidad entre Quito y la cuenca amazónica hasta el siglo XVIII.

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