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Dramatis personae No podemos referimos detalladamente a todos los responsables que, directa o indirectamente, lograron convertir en realidad el dar la vuelta a la tierra: Rui Faleiro, Serrano, el astrónomo San Martín, Duarte Barbosa, Ginés de Mafra, etc. Solamente nos vamos a referir a Hernando de Magallanes, a Juan Sebastián Elcano, y a Francisco Albo. La hoja de servicios de Hernando de Magallanes -cuando se trasladó a España-, le hacía acreedor a un cargo de responsabilidad, aunque su temperamento, dictatorial, adusto, seco e intransigente, fue la causa de levantamientos y rebeliones, que terminaron violentamente, en la bahía de San Julián. Pigafetta no lo llegó a entender, fue ciega su admiración por Magallanes, admiración que suponemos fue recíproca. Para nosotros, aparte del afecto personal, hubo algo social que unió a ambos, un rango de distinción con el resto de la tripulación: el uno, con hábito y Comendador de la Orden de Santiago; el otro, caballero de la Orden de Rodas, méritos que en el siglo XVI decían mucho del que los ostentaba. ¿Por qué no pudieron caer ambos en la fatuidad humana? Jamás lo sabremos. Lo que sí está claro es que existió un binomio dominante hasta la muerte de Magallanes, en Mactán: El capitán y el Relator. Pigafetta en todo momento quiso salvar la imagen de Magallanes, aun después de muerto... aunque de los muertos nadie espera nada material: a fin de que Vuestra Ilustrísima Señoría Carlos I, conozca alguna cosa sepa que apenas anclados allá, los capitanes de los otros cuatro navíos, conjuráronse en traición para asesinar al Capitán General.

En otra ocasión se lamenta: sus capitanes, tan próximos a él, le aborrecían; ignoro el porqué, salvo porque fuese portugués y ellos españoles. Gonzalo Fernández de Oviedo resaltó con admiración el regreso de los supervivientes, pero ignoró en aquel momento, sin mala intención, por supuesto, a los que perdieron la vida en el largo período de tres años, entre ellos, Magallanes: y los que con él vinieron me parece a mí que son de más eterna memoria dignos, que aquellos argonautas que con Jasón navegaron a la isla de Colcos en demanda del vellocino de oro42. Síntesis biográfica de Magallanes Ante todo, Magallanes, como hemos dicho, fue un gran marino, conocedor de la náutica y cartografía de su momento, valiente por demás, nada asustadizo, ni aun en los momentos de máximo peligro; su muerte fue un ejemplo de heroicidad, digna de un jefe que conoce su responsabilidad con respecto a sus subordinados: Conociendo al capitán, tanto se concentró su ataque en él, que por dos veces le destocaron de su yelmo. Pero como buen caballero que era, sostúvose con gallardía. Con algunos otros, más de una hora combatimos así, y rehuyendo retirarse, un indio le alcanzó con una lanza de caña en el rostro... viendo lo cual, vinieron todos por él, y uno con gran terciado, medio le rebañó la pierna izquierda, derrumbándose él boca abajo. Llovieron sobre él, al punto, las lanzas de hierro y de caña, los terciarazos también, hasta que nuestro espejo, nuestra luz, nuestro reconforto, nuestro guía inimitable cayó muerto.

.. Mientras lo herían, volviose algunas veces aún, para ver si alcanzábamos las lanzas todos. Fue hombre de gran fe, austero de costumbres, quizá soberbio y engreído; y eso sí, frustrado en parte, ya que por circunstancias adversas, había caído en desgracia en la Corte de Lisboa, donde se le cerraron todas las puertas para continuar su brillante carrera al servicio de Portugal. Quizá debemos a ese desprecio que sufre del rey Juan II el maravilloso descubrimiento que hizo para España. De haberse encontrado a gusto en su país, jamás se habría movido de él. Mucho se ha escrito sobre la persona y la actividad de Magallanes, sobre todo por parte de los historiadores portugueses, siendo modelo de investigación el primer volumen del Visconde de Lagoa. El lugar de nacimiento -aunque no tanto como el de Colón- también ha sido motivo de discusión. Nació en las proximidades de Oporto, hacia 1480, en un ambiente cómodo, como correspondía a una familia solariega de fines del siglo XV. Su padre fue Rui Rodrigo Magalães; y uno de sus abuelos, Pedro Alfonso, personaje importante en la historia medieval portuguesa. Desde muy joven, aparece vinculado al servicio de la Corte, primero, al servicio de Doña Leonor, mujer de Juan II; posteriormente, entre los servidores del Príncipe D. Manuel (el Afortunado). Como tantos jóvenes lusitanos, vivió con inquietud -al mismo tiempo que con asombro- las noticias de los descubridores lusos, sobre todo la gran epopeya de Vasco de Gama.

Su temperamento, inquieto y valiente, lo llevó a embarcarse en la expedición de D. Francisco de Almeida, primer virrey o gobernador de la India (1505). En distintos ataques que los portugueses mantuvieron contra los indígenas: Quiloa, Mombaza, etc., tuvo una activa participación, demostrando gran pericia con las armas, al mismo tiempo que derrochaba humanidad y compañerismo como señala Herrera: Hernando de Magallanes era hombre experimentado en la mar y de mucho juicio. Contaban de él que saliendo dos navíos de la India para venir a Portugal en que venía embarcado, dieron en unos bajos y que se perdieron y que se salvó toda la gente y mucha parte de los bastimentos en los bateles, en una islita que estaba cerca desde donde se acordaron que enviasen o fuesen a ciertos puertos de la India que distaban algunas leguas43. Activo, y en vanguardia, participó en la conquista de Malaca, y desde allí, en 1510, y cumpliendo los deseos del nuevo virrey, Alonso de Alburquerque, embarcó en la flota -compuesta de tres navíos- que dirigía Antonio de Abreu; en la nao de éste, fue Magallanes; otra de las naves la mandaba Francisco Serrão. El destino era llegar a las Molucas, y así, entrar en contacto directo con el país de las especias. Dispersados los barcos por las tempestades, Magallanes regresó nuevamente a Malaca; por el contrario Serrão, tras mil penalidades -como hemos visto- arribó a Ternate, donde se afincaría hasta su muerte. Ignoramos las causas que incitaron a Magallanes a regresar nuevamente a Lisboa; pero lo que sí queda claro es que la inactividad y la vida cortesana no le gustaban.

Y así, al poco tiempo se trasladó al norte de África, y, en la plaza de Azamor, fue herido en una rodilla, dejándole la secuela de una ligera cojera, para el resto de sus días. Cometió la torpeza de verse envuelto, en esa misma localidad, en un turbio asunto económico, de lo que fue acusado ante el Monarca. A pesar de haber saldado el fraude, a partir de aquel momento cayó en desgracia: era persona non grata en la Corte. Al rey le pidió un aumento simbólico de la gratificación que percibía, para poder gozar de un mayor prestigio social, pero le fue denegado. Pigafetta nos lo cuenta: pretendió por sus beneméritos trabajos y calidad que el rey le añadiese a los gajes (allí se dice moradía) que lograba de fidalgo de su casa, cinco reales, porque crecer en ésta un real es crecer mucho en opinión. Quizá, también solicitó al Monarca la capitanía de alguna embarcación, con destino a Oriente, pero también le sería denegada. Esas circunstancias desagradables, tuvieron que suponer para Magallanes una frustración. Su fracaso en Lisboa, unido al convencimiento de que las Molucas estaban situadas dentro de la demarcación española, lo decidieron -no sin vencer serias dificultades- a trasladarse a España, en compañía de Rui Faleiro. En Sevilla, fue acogido por D. Diego Barbosa, portugués, avecindado desde hacía tiempo en esa ciudad. Era Barbosa teniente de alcalde de los Alcázares y Atarazanas, y comendador de la Orden de Santiago, quien le abrió las puertas de la sociedad sevillana, y con ella, sus contactos con los responsables de la Casa de la Contratación.

Fernández de Navarrete nos lo describe: del obsequioso y familiar trato que le dispensaron estos señores los Barbosa, con quienes tenía parentesco, resaltó que Magallanes casase con una hija de ellos, llamada doña Beatriz Barbosa, probablemente antes de enero de 1518, en que salió de Sevilla para la Corte Valladolid y no después de haber concluido su capitulación con el Rey el 22 de marzo, como han creído algunos historiadores44. Fruto del matrimonio fue un hijo, Rodrigo. Firmada la Capitulación en la ciudad castellana (22 de marzo de 1518), distinguido con el título de comendador de la Orden de Santiago, Magallanes inició el viaje buscando un paso hacia la Especiería. La brillante y sacrificada actuación que tuvo en todo momento, hasta que ocurrió su muerte en la islita de Mactán, el 27 de abril de 1521, la conocemos con pormenores, gracias a los datos recogidos en la Relación de Pigafetta. Síntesis biográfica de Elcano El profesor Amando Melón, conocedor de la figura de Elcano, al enjuiciar su personalidad, ha sido durísimo en algunas observaciones: para los estudiosos de la historia aparecen las figuras de Pigafetta y Juan Sebastián Del Cano como polos temperamentalmente opuestos. El primero, espíritu abierto, entrometido e inquieto; el segundo, de acción callada, reconcentrado y al trato, brusco y desapacible. Entre el ciclotímico y el esquizofrénico surgió al modo natural una íntima e irresistible repulsión45. No aceptamos los dos términos que emplea el profesor Melón; ni Pigafetta era un ciclotímico, ni Elcano fue un esquizofrénico.

El primero -como hemos visto al analizar su personalidad- no tuvo altas y bajas en su conducta, euforias y depresiones; siempre fue lo mismo, por lo tanto lejos de ser un ciclotímico. Por lo que respecta a Elcano, no padecía ningún tipo de esquizofrenia, lo que sí fue, ciertamente, hombre inteligente y de pocas palabras, fue protagonista de realidades y no de quimeras. Esta afirmación está avalada por el éxito obtenido en la dirección y seguro derrotero llevado por la Victoria, desde las Molucas hasta España. El hecho de que se pusiese del lado de los amotinados en la bahía de San Julián, frente a Magallanes, es comprensible: los encausados eran españoles. Por otro lado, Elcano debió ver desde el principio, con buenos ojos, el nombramiento de Juan de Cartagena como persona conjunta, no aceptando éste, desde la salida de Canarias, las órdenes de Magallanes. Los dos tenían las mismas responsabilidades y las mismas atribuciones. Esas duras fricciones, y la intolerancia del Capitán General, fueron la base de lo ocurrido en San Julián. Elcano, con su conducta, apoyó la causa de los sublevados. La imagen de Elcano, a lo largo del siglo XVI, sufrió falsas acusaciones, e incluso llegó a quedar, en ocasiones, olvidada, todo ello debido al relator Pigafetta. Tanta admiración, tanta adulación por Magallanes, tuvo que sacar de sus casillas a Elcano, y lo que hoy vemos escrito, seguramente de palabra, también lo hizo constar el relator durante los muchos meses que duró la travesía.

Estimamos que Pigafetta fue injusto con Elcano, bien la admiración por su jefe desaparecido: pero la gloria de Magallanes sobrevivirá a su muerte. Adornado de todas las virtudes mostró inquebrantable constancia en medio de sus mayores adversidades. En el mar se condenaba a sí mismo a más privaciones que la tripulación. Versado más que ninguno en el conocimiento de los mapas náuticos. Sabía perfectamente el arte de la navegación, como demostró dando la vuelta al mundo, que nadie osó intentar antes que él. Nadie le ha negado a Magallanes la paternidad del proyecto, que fue el que cruzó el Estrecho; pero desde que ocurrió su muerte, quien figura como responsable de todo lo ocurrido, y de haber logrado culminar la vuelta al mundo, fue Elcano. Juan Sebastián Del Cano (que es la grafía correcta), nació alrededor del año 1476, en Guetaria, Guipúzcoa. Fue hijo de Domingo Sebastián Del Cano y de Catalina del Puerto, tuvo cuatro hermanos, dos de ellos, también fueron gente de mar, como él. Como señala uno de sus biógrafos, José de Arteche46 el ambiente marinero lo vivió desde niño: el mar, los barcos de pesca, el miedo a los temporales, fueron su entorno infantil; era lógico pues, que los Elcano, fuesen hombres de la mar y conocedores de sus secretos y peligros. Participó en las campañas de África y, como maestre de una nao de su propiedad, estuvo al servicio de la Corona en Levante y África. Cargado de deudas, y abrumado por la crítica situación económica que atravesaba, se vio obligado a malvender su embarcación a unos extranjeros.

Esas vicisitudes -y quizá otras que no conocemos- fueron las que le incitaron a trasladarse a Sevilla (1518), donde se vivía el bullicio marinero abierto al Nuevo Mundo; y allí, como tantos otros, en busca de fortuna, trató de incorporarse a alguna expedición con destino a las Indias. La magna empresa de Magallanes necesitaba de muchos hombres expertos, y, con el cargo de maestre, quedó adscrito a la tripulación de la nao Concepción, que mandaba Quesada47. Después de la muerte de Magallanes, y tras el fracaso de los jefes elegidos, gracias al asesoramiento de Elcano, las dos naves que quedaban, la Victoria y la Trinidad, lograron salir de la maraña de las islas del archipiélago filipino, y poner rumbo a las Molucas. En la isla de Tidore tuvieron noticias de la proximidad de una escuadra portuguesa que iba en busca de las gentes de Magallanes, y ante esas noticias alarmantes, decidieron abandonar lo más rápidamente posible el Maluco, con tiempo apenas para cargar las especias. La Trinidad no estaba en condiciones de navegar, y se decidió que, con la ayuda de los indígenas, se reparase el casco y se cerrasen las vías de agua. Una vez reparada, y en condiciones de navegar, se acordó que se dirigiese por el Pacífico, hacia el norte, hasta alcanzar las costas de Castilla del Oro. Pero todos los esfuerzos resultaron vanos; la Trinidad, al poco tiempo regresó nuevamente al Maluco; y sus tripulantes fueron hechos prisioneros por los portugueses. La Victoria, dirigida por Elcano, inició su larga singladura camino de España.

Por fin, el 19 de mayo de 1522 doblaron el cabo de Buena Esperanza; en julio anclaba en las costas de la isla de Santiago (Cabo Verde); finalmente, el 6 de septiembre, arribaron nuevamente a España; casi tres años de travesía, y 14.000 leguas recorridas, fueron la epopeya vivida por los dieciocho supervivientes. Ya en España, primero en Sevilla, y finalmente en Valladolid, el odio y el rencor de Elcano y Pigafetta volvieron a aflorar; ahora era el vasco el que orilló y olvidó al italiano. En una carta, el Emperador le ordenaba a Elcano que le informase personalmente del viaje: Porque yo me quiero informar de vos muy particularmente del viaje que habéis hecho y de los que él sucedido, vos mando que luego que a ésta veáis, toméis dos personas de las que han venido con vos, las más cuerdas y las de mejor razón, y os partáis y os vengáis con ellos donde yo estuviere. A esa llamada del Emperador, Elcano rápidamente se aprestó a trasladarse a Valladolid, y acompañado de dos personas, las más cuerdas y de mejor razón. Los seleccionados fueron: Francisco Albo, persona bien cualificada para figurar en la comisión informativa, reconocimiento que no cabe hacer al otro, Fernando de Bustamante, un extremeño, de Mérida, que trabajó como barbero en la expedición. Vemos que, el lugar de Pigafetta, fue ocupado por un barbero. Había llegado el momento de la venganza. Pero las tres circunstancias que habían engendrado el odio entre ambos: antipatía personal, rivalidad de partido, y resentimiento, no terminaron aquí.

Pigafetta, por su cuenta, se trasladó a la Corte, e hizo entrega al Emperador -como hemos visto- de un manuscrito. Pero no debió limitarse a ofrecerle el libro, porque al poco tiempo D. Carlos ordenaba a Leguizano, alcalde de la Sala del Crimen, a abrir una investigación contra Elcano, citando a varios testigos para que declarasen. El interrogatorio -con las contestaciones de los testigos- lo publicamos como apéndice documental48. Del juicio salió bien parado, se le reconocieron con esplendidez sus méritos, y muestra de ello fue la concesión vitalicia de una renta de quinientos ducados de oro anuales, con cargo a la recién creada Casa de la Especiería. Gozaba de prestigio y fama en la Corte, y confiado en ello, seguro de sí mismo, envió un Memorial a D. Carlos en el que le solicitaba lo siguiente: a) merced a la capitanía mayor de cualquier armada, o armadas, que se enviasen al Maluco, bien a descubrir, o bien a guardar sus costas; b) que se le diese la tenencia de las fortalezas que se mandasen construir en el Maluco; c) que se le concediese el hábito de Santiago -Magallanes lo había lucido-; d) que se le otorgase una remuneración a los parientes más cercanos49. El Emperador -afectuoso hacia Elcano- le contestó detenidamente a cada una de las peticiones. Durante el tiempo que vive próximo a la Corte es elegido para participar en las discusiones de las juntas de Elvas y Badajoz, entre españoles y portugueses, para discutir asuntos de las Molucas. Pero no era un hombre de espíritu burócrata.

Su temperamento, amante de la acción; su pasión, el mar; y sus deseos de volver nuevamente al Maluco, fueron las causas que le impulsaron a cruzar nuevamente el Atlántico. En La Coruña se estaba organizando una nueva expedición a las Molucas, dirigida por García Jofre de Loaisa, comendador de la Orden de San Juan, y pariente de fray García de Loaisa (presidente del Consejo de Indias, y más tarde Inquisidor General). Algo de nepotismo debió de haber en aquel nombramiento. En una de las naos, la Sancti Spiritus, como capitán, se embarcó nuevamente Elcano50. La flamante armada zarpó del puerto gallego el 24 de julio de 1525. Pasado el Estrecho, las desgracias y calamidades fueron en aumento; el hambre, y la precaria situación de la tripulación, originaron en la mente de Loaisa una aguda depresión, que no pudo o no supo superar, y, víctima de su crisis, moría en aguas del Pacífico el 30 de julio de 1526. Consultados los pliegos secretos, el indicado para desempeñar el cargo de máxima responsabilidad era Elcano, pero solamente unos días pudo ostentar el título de Capitán General; el 4 de agosto de ese mismo año, desapareció para siempre el otro gran responsable del viaje alrededor del mundo. El destino los había vinculado en vida -con rivalidades-, y la muerte los unió también: sus cuerpos quedaron a poca distancia el uno del otro. Los dos lejos de sus Patrias, los dos lejos de la Península Ibérica. Los dos estuvieron unidos por una misma idea heroica. Como muy bien ha estudiado Carlos García Gual, en su trabajo Los héroes griegos, hay una ética heroica, ligada explícitamente a la condición mortal y a la búsqueda del vivir arriesgado, una sentencia griega dice que aquéllos a quienes aman los dioses mueren jóvenes51. Magallanes y Elcano murieron relativamente jóvenes; arriesgando en todo momento su vida, se comportaron como héroes.

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