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Datos principales


Desarrollo


Relación verdadera de todo lo que sucedió en la JORNADA DE OMAGUA y DORADO que el gobernador Pedro de Orsúa fue a descubrir por poderes y comisiones que le dio el visorey Marqués de Cañete, desde el Pirú, por un río que llaman de Amazonas, que por otro nombre se dice el río Marañón, el cual tiene su nascimiento en el Pirú, y entra en el mar cerca del Brasil. Trátase asimismo del alzamiento de don Fernando de Guzmán y Lope de Aguirre, y de las crueldades de estos perversos tiranos. Fue el gobernador Pedro de Orsúa, de nación navarro; era caballero, y Señor de la Casa de Orsúa hombre de gran habilidad y experiencia en los descubrimientos y entradas de indios. Descubrió y pobló en el Nuevo Reino de Granada la ciudad de Pamplona; anduvo en la conquista de los Musços y los pobló; y anduvo por Capitán en la jornada de Tairona y en otras partes del dicho Nuevo Reino. Y en el Nombre de Dios y Panamá, le encargó el marqués de Cañete la guerra contra los negros cimarrones, que hacían gran daño en aquella tierra; la cual hizo con tan buena maña y solicitud, que destruyó, prendió y mató muchos de los indios negros, y a los demás dejó tan escarmentados y medrosos, que por muchos días no osaron hacer más daño; y acabada esta guerra, pasó al Pirú en fin del año de mil y quinientos y cincuenta y ocho años; y habiendo entendido el dicho marqués de Cañete su valor y habilidad, le encargó la jornada del Dorado, con otras muchas provincias y tierras comarcanas, de que se tenía gran noticia en los reinos del Pirú, así por las grandes cosas que dijo haber visto el capitán Orellana y los que con él vinieron desde el Pirú por este río del Marañón abajo, donde decían que estaban las dichas provincias, como por lo que dijeron ciertos indios brasiles, que desde su tierra subieron por este Río arriba, descubriendo y conquistando, hasta que llegaron al Pirú, al tiempo que estaba en él el presidente Gasca.

Dieron por relación estos indios brasiles que salieron de sus tierras, que son en la costa del Brasil, más de diez o doce mil dellos, en muchas canoas, con sus mujeres y hijos, y con ellos dos españoles portugueses, y el uno decían que se llamaba Matheo, a buscar mejor tierra que la suya; y según lo que yo más creo, a hartar sus malditos vientres de carne humana, la cual todos ellos comen, y se pierden por ella. Tardaron en subir al Pirú por este dicho Río más de diez años; y de los doce mil indios, solamente llegaron hasta trescientos, con algunas mujeres, y vinieron a dar a un pueblo que se dice Chachapoyas y ansí, se quedaron entre los españoles. Murieron en el dicho Río en guerras y guazavaras que con los naturales dél tuvieron estos indios. Decían tan grandes cosas del Río y de las provincias a él comarcanas, y especialmente de la provincia de Omagua, ansí de la gran muchedumbre de naturales, como de innumerables riquezas (que), pusieron deseo a muchas personas de las ver y descubrir. Pues destas Provincias y Río, el marqués de Cañete, visorey del Pirú, hizo Gobernador a Pedro de Ursúa, en nombre de Su Majestad, con muy bastantes poderes y provisiones, y cumplidísimos límites, y con grande ayuda de costa de la caja de Su Majestad. Principio del año de mil y quinientos y cincuenta y nueve, publicó el gobernador Pedro de Orsúa sus provisiones por todo el Pirú y otras partes, y luego se partió el mismo Pedro de Orsúa de la ciudad de Lima hasta veinte y cinco hombres, los más oficiales de hacer navíos, y con doce negros carpinteros y aserradores; y llevando asimismo muchas herramientas necesarias, clavazón y brea y otras que competen para nacer navíos; y con este aparejo fue a la provincia de los Motilones, que es en las montañas del Pirú, a un río grande que por allí pasa, donde habían salido los indios brasiles que habemos dicho, y buscando el asiento más cómodo, fundó un astillero en la barranca deste río, veinte leguas abajo, en un pueblo de españoles que estaba poblado en la dicha provincia, llamado Santa Cruz de Capocovar, que había un año que le había poblado un capitán, Pedro Ramiro; y dejando a un Capitán por su Teniente en el armada, que era el dicho Pedro Ramiro, y a un Maese, Juan Corso, por Maese mayor, les mandó que hiciesen ciertas barcas y navíos, y él se tornó a la ciudad de Lima a hacer gente y buscar lo que le faltaba para el aviamiento de su jornada.

Esta provincia de los Motilones se llama así porque sólo estos indios se han hallado tresquilados en todo el Pirú. Esta tierra es muy fértil, en especial de maíz y algodón, y los indios andan vestidos de costales. Este río que por ella pasa es muy caudal y poderoso, sin comparación mayor que los ríos de España; nasce en el Pirú en la provincia de Guanuco; es caudal casi desde sus nascimientos, pero es innavegable por más de trescientas leguas, porque pasa por tierra áspera y de grandes sierras y peñascos, de que se causan grandes saltos y velocísimas corrientes en esta provincia de los Motilones. Subieron por este río los indios brasiles, y desde aquí se fueron por tierra al pueblo de Chachapoyas, por donde tuvieron noticia íbanse a favorescer entre los españoles, viéndose ya los indios pocos. Partido el gobernador Pedro de Orsúa de su astillero para la ciudad de Lima, para acabar de aderezar su jornada, por la poca posibilidad que tenía, en especial de dineros, y por lo mucho que le faltaba, se detuvo por allí casi año y medio, y estuvo en un punto de deshacerse la jornada, porque a esta sazón vino nueva de España que Su Majestad había nuevamente proveído por visorey del Pirú a D. Diego de Acebedo, con la cual nueva el marqués de Cañete no le hacía ni osaba hacer tantas mercedes y favores como al principio; y los Oidores y vecinos del Pirú decían que no convenía que se hiciese junta de gente en tal tiempo; y estando en estos términos, vino otra nueva que D.

Diego de Acebedo se había muerto en Sevilla, viniendo del Pirú, y con esto el Marqués le tornó de nuevo a favorecer más que de antes, aunque no fue sin alguna sospecha de la gente del Pirú, porque se dijo públicamente que el marqués de Cañete, teniendo recelo de la cuenta que le venían a tomar, y que también enojado y afrentado porque Su Majestad le removía el cargo, quería, en achaque de la jornada, juntar gente para se alzar con el Pirú contra Su Majestad, y tener a Pedro de Orsúa, que era hechura suya, por su Capitán y valedor, para que, acabada de juntar la gente, revolviese sobre el Pirú; lo cual fue mentira e invención de hombres malos y deseosos de motines. Todo este tiempo anduvo Pedro de Orsúa por el Pirú sin volver a su astillero, buscando gente y dineros para se acabar de aviar; y entre algunas personas le prestaron unos a mil y otros a dos mil pesos, y otros más y menos, con algunas deudas y falta de cosas necesarias que le daban pena; y echando cada día gente por delante, y despachando negocios, a cabo de año y medio, o poco menos, vino a un pueblo que llaman Moyo Bamba, y había allí un clérigo, llamado Portillo, que era cura y vicario; el cual pueblo de Moyo Bamba está cerca de su astillero. Este Clérigo estaba rico, y tratando y conversando con Pedro de Orsúa, según se entendió, le dijo que se hiciese de suerte que él fuese cura y vicario de la dicha jornada, y que él le prestaría dos mil pesos, y el Gobernador le prometió lo que pedía; y teniendo por cierto los dos mil pesos, envió a comprar algunas cosas, y al tiempo de pagarlas el Clérigo se arrepintió de lo que había dicho primero a Pedro de Orsúa y no quiso dar los dineros; y visto por el Gobernador, movido de extrema necesidad, buscó manera cómo se los sacase, y entre él y ciertos soldados suyos concertaron lo que diré.

Estaba un D. Juan de Vargas, soldado del dicho Gobernador, a quien después hizo su Teniente general, herido de una o dos cuchilladas y retraído en la iglesia de dicho pueblo, el cual, con D. Fernando de Guzmán y con Juan Alonso de la Bandera y un Pero Alonso Casco, y otro Pedro de Miranda, mulato, por concierto hecho con el Gobernador, el Pedro de Miranda, una noche muy oscura, a media noche, desnudo, en camisa, fue en casa del dicho Clérigo, y llamando a la puerta a muy gran priesa con grandes golpes, fingiendo alteración, le dijo que el D. Juan de Vargas se estaba muriendo, que le rogaba por amor de Dios que le fuese a confesar; y el Clérigo le creyó y salió de su casa medio desnudo a mucha priesa, y llegando a la iglesia, que está fuera de la conversación de las casas del pueblo, los soldados arriba dichos, con arcabuces y las mechas encendidas, le tomaron en medio dentro de la iglesia y con temor que le matasen, le hicieron firmar un libramiento de dos mil pesos, que ellos traían hecho, para un mercader en cuyo poder el Clérigo tenía los dineros, y ansí desnudo como estaba, sin le dejar volver a su casa ni hablar con nadie, lo hicieron subir en un caballo, y aquella noche, contra su voluntad, lo llevaron a los Motilones y allí le hicieron dar lo demás todo que le quedaba, que serían otros tres mil pesos. Había, según fama, hurtado este Clérigo estos dineros a sí propio y a su comer y vestir, tratando mal y laceradamente su persona por los ahorrar; y así, permitió Dios se perdiesen los dineros, y el Clérigo murió en la jornada laceradamente, y todos los que hicieron la fuerza murieron a cuchillo, sin que ninguno saliese vivo de la jornada.

Esto hecho, el Gobernador y sus amigos echaron fama que el Clérigo había querido parescer forzado, sin serlo, porque no le tuviese a mal su Perlado haber dejado el cargo sin su licencia, y el pueblo sin sacerdote. Partió el Gobernador de Moyo Bamba para el pueblo de Santa Cruz, que es en los Motilones, y, llegado allá, mientras se aderezaba la partida, porque había mucha gente y en el dicho pueblo no se podían sustentar todos, determinó de enviar cuarenta o cincuenta hombres a comer, y a que se entretuviesen en unos pueblos de indios de los dichos Motilones, que llaman los Tabalocos, y con esta gente dos caudillos, el uno llamado Diego de Frías, criado del visorey del Pirú, y muy su privado, a quien enviaba por tesorero de la jornada, y otro se decía Francisco Díaz de Arles, de la tierra, y muy grande amigo del Gobernador; y mandó al capitán Pedro Ramiro, su Teniente y Corregidor del dicho pueblo de Santa Cruz, que, como hombre práctico en la tierra y a quien los indios tenían temor y respeto, fuese con ellos, y dándoles la orden de lo que habían de hacer, los dejase en los dichos pueblos; y desto se corrieron mucho los dichos caudillos, de ser mandados por el Pedro Ramiro; y por envidias de que Pedro de Orsúa, su Teniente, y así viendo esto, los dos dichos caudillos se volvieron solos, dejando al Pedro Ramiro con la gente en el camino; y encontraron dos soldados amigos suyos, el uno llamado Grixota, y el otro Fulano Martín, a los cuales dijeron que se volvían, entendiendo que el Teniente iba alzado con la gente y que quería meterse la tierra adentro a poblar una provincia de que tenía noticia, y que harían servicio al Rey y al Gobernador en procurar prenderle; y que si ellos ayudaban, que volverían a procurar de prender al dicho Pedro Ramiro; los cuales dos soldados, inducidos por los dichos caudillos y dando crédito a lo que decían, se profirieron y prometieron de les ayudar; y dando vuelta todos cuatro para donde estaba dicho Capitán con la gente, hallaron el aparejo conforme a su dañada voluntad, que el Pedro Ramiro estaba solo a la barranca de un río grande, y toda la gente de la otra parte, que habían pasado el río dos a dos y tres a tres, en una canoa pequeña, y el Pedro Ramiro se había quedado a la postre con sólo un mozo, y estaba esperando que la canoa volviese para pasar a la otra banda con la gente; y a este tiempo llegaron los dichos todos cuatro un rato, y se sentaron todos en buena conversación, asegurándolo con palabras a la orilla del río, y desde a poco rato se abrazaron con él todos cuatro, y, sin dejarle menear, le tomaron las armas; y el Diego de Frías mandó a un negro suyo, que venía con ellos, que le diese garrote, y así le ahogaron y le cortaron la cabeza; y venida la canoa se pasaron a la otra banda y se pusieron en arma con la gente, haciéndoles entender que el gobernador Pedro de Orsúa se lo había mandado que matasen a Pedro Ramiro porque se quería alzar con la gente; y el Gobernador fue luego avisado deste suceso por el mozo que digimos que estaba con el dicho Pedro Ramiro, y también los dichos soldados enviaron un amigo suyo por mensajero al Gobernador para que supiese lo que pasaba, y enviáronle a decir que tenían preso a Pedro Ramiro porque iba alzado con la gente; pero el Gobernador, como ya sabía la verdad por el dicho mozo, sacó también al mensajero lo que había, y sabiendo dél que los dichos estaban puestos en armas, con gran brevedad se partió solo para donde estaban, y, aguardándolos, con mañas los prendió a todos cuatro, y de allí los llevó al pueblo de Santa Cruz, adonde, guardándoles todos sus términos, los sentenció a muerte, forzando harto su voluntad por guardar justicia, y sin les admitir apelación les hizo cortar las cabezas a todos cuatro.

Fue éste un negocio con que el Gobernador se acabó de acreditar con el Visorey y los Oidores y vecinos de todo el Pirú, y, sabiendo este suceso en todo el Pirú los que tenían sospecha todos que el Gobernador se quería alzar, como se ha tratado, la perdieron y se aseguraron con esto. Hobo pronósticos de algunos que dijeron que la dicha jornada no acabaría con bien, pues empezaba con sangre. Después deste suceso vinieron a los Motilones a se juntar con el gobernador Pedro de Orsúa cuarenta hombres, a los cuales un Gobernador, Juan de Salinas, que pretendía hacer esta misma jornada, había dejado en cierta provincia, y que allí le aguardasen, que iba por más gente y socorro; y sabido por ellos que el gobernador Pedro de Orsúa hacía esta jornada, y no Juan de Salinas, le vinieron a buscar de muy lejos por este río de los Motilones arriba, hasta que toparon su astillero, y con ellos y con los vecinos del pueblo de Santa Cruz, que se despobló, todos se fueron a esta jornada. Juntó el gobernador Pedro de Orsúa trescientos hombres bien aderezados de todo lo necesario, con otros tantos caballos y algunos negros, y otro mucho servicio, y cien arcabuces y cuarenta ballestas y mucha munición de pólvora y plomo, salitre y azufre. En este tiempo vino a los Motilones una Doña Inés, moza y muy hermosa, la cual era amiga del Gobernador, para se ir con él a la jornada, bien contra la opinión de los amigos del Gobernador, que se lo estorbaban, y la trujo contra la voluntad de todos, de lo cual pesó a la mayor parte del campo; lo uno por el mal ejemplo; lo otro, porque de semejantes cosas siempre en las guerras donde van tantas diferencias de gentes, hay escándalos y alborotos, y sobre todo descuido en el buen gobierno del campo, que, cierto, fue causa principal de la muerte del Gobernador y nuestra total destruición.

En el entretanto que el gobernador Pedro de Orsúa anduvo por el Pirú buscando gente y aderezando lo que le faltaba para el aviamiento de su jornada, la gente de la mar y oficiales que habemos dicho que dejó en el astillero hicieron once navíos grandes y pequeños, y entre ellos había un género de barcas muy anchas y planudas, que llaman chatas, que en cada una destas cabían a treinta y a cuarenta caballos y en las proas y popas mucho hato y gente. Todos estos navíos, por lo mucho que digo que el Gobernador se detuvo, y por la ruin maña que se dieron los oficiales y los que allí quedaron, o que la tierra es muy lluviosa, se pudrieron de suerte que al echarlos al río se quebraron los más dellos, que solamente quedaron dos bergantines y tres chatas, y éstos tan mal acondicionados, que al tiempo que los comenzaban a cargar, se abrían y quebraban todos dentro del agua, de manera que no las osaron echar casi carga, y en una sola chata, la más recia, se pudieron llevar hasta veinte y siete caballos, y todos los demás, que fueron muchos, se quedaron en una montaña perdidos. Llegado el Gobernador a su astillero, porque allí no había comida, y lo que se podía traer del pueblo de Santa Cruz y provincia de los Motilones era poco, porque con mucha gente estaba muy disipado, determinó, tres meses antes de su partida, de enviar un Capitán suyo, llamado D. Juan de Vargas, con cien hombres en un bergantín, y ciertas canoas y balsas a un río llamado Cocama, que se junta con este otro de los Motilones, el cual había descubierto el Gobernador Juan de Salinas, y sabía que había en él mucha gente y comida, y le mandó que, subiendo por el río hasta la poblazón, trayendo la más comida y canoas que pudiese, le aguardase a la boca deste río, porque había noticia de gran despoblado, y para que estos cien hombres que se adelantaban pudiesen llevar comida, que no la tenían, envió delante del dicho D.

Juan los treinta dellos en balsas, y una canoa grande con un caudillo amigo y paniaguado suyo, llamado García de Arce, a una provincia llamada los Caperuzos, porque los indios de aquella tierra traen en las cabezas una manera de bonetes, que estará veinte leguas del dicho astillero, a que en esta provincia buscase la comida, y con la que hallase acudiese al dicho don Juan; el cual dicho García de Arce, no hallando comida en aquella provincia, o como otros quieren decir, por no ir con el dicho Capitán y hacer cabeza de su juego, sin esperar en la dicha provincia ni en la boca del río de Cocama, se echó el río abajo con los dichos treinta hombres, y pasaron más de trescientas leguas de despoblado hasta llegar a una isla poblada, que de su nombre llamamos la Isla de García, de la cual y de su suceso diremos adelante. Partió el dicho D. Juan de Vargas con el restante de la gente, que fueron setenta hombres, principio de Julio de mil y quinientos sesenta años; y no hallando a García de Arce en los Caperuzos, pasó hasta llegar al dicho río de Cocama; y dejando alguna de la gente que llevaba en la boca del río en guarda del bergantín, y con ellos por su caudillo a un Gonzalo Duarte, tomando la gente más recia en algunas canoas que llevaba, subieron por el río arriba veinte y dos jornadas, y al cabo de las cuales toparon la poblazón y hallaron mucha comida, en especial maíz; y tomando muchas canoas que halló y algunos indios para servicio, cargando todas las canoas de maíz, se volvió a la boca del río donde había dejado muy fatigados de hambre a los que se habían quedado en el bergantín, y halló de los que se habían quedado, muertos tres hombres españoles y muchas piezas, y con su venida se remediaron todos; y allí esperó al Gobernador, el cual quedó con el restante de la gente en los Motilones, y recogiéndola a los Motilones y de allí al astillero, y detúvose más de lo que pensó por causa de las barcas que se quebraron y hubiéronse de hacer gran cantidad de balsas y una canoa grande; y, con tres chatas que habían quedado y un bergantín, nos echamos en el río abajo, harto descontentos por dejar los caballos y mucha ropa y ganados, y otras cosas que por falta de barcos no se pudieron llevar, y con harto riesgo de nuestras vidas, porque el río es poderosísimo y los navíos que llevábamos eran quebrados y podridos, y también al tiempo de la partida hobo algunos motines, dejando aparte que se quisieron volver al Pirú; y entendiéndolo el Gobernador, prendió algunos, y con otro disimulo y sin que nadie se le huyese, se embarcó a los veinte y seis de Septiembre del año de mil y quinientos y sesenta.

Embarcado el dicho Gobernador con su gente el mismo día, se echó río abajo y comenzó a navegar, y, pasando un raudal grande en unos remansos que estaban un cuarto de legua de su astillero, pasó aquel día para embarcar los caballos, y otro día por la mañana se partió; y pasando otros caudales y remolinos este día, dejó atrás todas las sierras y cordilleras del Pirú, y se empezó a meter en la tierra llana, que dura casi hasta la mar del Norte. Otro día, por la mañana, dio el bergantín que llevábamos en un bajo y del golpe se le saltó un pedazo de quilla, y el Gobernador lo vido quedar en seco y no se detuvo a lo socorrer, antes caminó con el restante de la armada hasta que llegó a los Caperuzos, donde había enviado delante con cierta gente y canoas a un Lorenzo de Calduendo, para que allí buscase alguna comida, porque iba la armada con gran necesidad; y repartiendo la que allí hubo, que tenía el dicho Lorenzo de Calduendo, que fue bien poca, esperó al bergantín, que los que en él venían se dieron buena maña, que tapando el agujero con mantas, en dos días, con harto trabajo, se juntaron con su Gobernador. Allí se detuvo el armada otros dos días adobando el bergantín, y adobado, le enviaron delante, a la lijera, con gente, por caudillo un Pedro Alonso Galeas, a la boca de Cocama, a avisar a D. Juan de Vargas de nuestra venida, porque con la mucha tardanza que habíamos hecho, el dicho D. Juan y los que estaban con él no hiciesen alguna cosa, paresciéndoles que ya nosotros no iríamos, como en efecto lo pensaron, y aún había muchos dellos que se querían ir y no aguardar; y sobre esto hubo algunos medio amotinados.

Partidos de esa provincia de los Caperuzos, fuimos sin ningún contraste desembarcando y durmiendo en tierra hasta llegar a la punta de un río que se junta con este otro de los Motilones, que entra sobre mano izquierda, que llamamos el río Bracamoros, porque pasa en Pirú por una provincia de este nombre. Es, al parecer, mayor que dos veces el que traíamos. Júntase ciento y veinte leguas del astillero. Nace este río del Pirú, en la misma provincia de Guanuco, y viene cerca del nacimiento deste otro río de los Motilones. Pasa este río por Guanuco el viejo, y de allí se va haciendo cada vez mayor por entre Caxamarca y Chachapoyas, y de ahí a los Bracamoros. Júntase aquí, que serán más de trescientas leguas de su nacimiento, y en las juntas deste río se detuvo el Gobernador dos días, y envió por él arriba en canoas gente a buscar poblazón, y no se halló; y partidos de allí de las juntas destos ríos, sin acaecerles cosa que de contar sea, llegamos sobre las juntas del otro que viene a la mano derecha, que se llama de Cocama, que es el nombre desta provincia, que está el río arriba del río por donde subió D. Juan de Vargas y llegó a Cocama, y estarán las juntas destos ríos ochenta leguas de los Bracamoros; y en la boca deste río de Cocama hallamos a don Juan de Vargas, que habemos dicho que vino delante con los setenta hombres a buscar comida, donde habían estado dos meses esperando al Gobernador; y en este tiempo se comió la gente que allí estaba la mayor parte de la comida que habían traído de arriba de la provincia de Cocama, y urdieron algunos vecinos ciertos motivos contra el don Juan: unos decían que lo querían matar; otros que no, sino dejarle allí, y salirse y irse al Pirú: que fuese lo uno o lo otro, con la venida del Gobernador cesó todo, y la gente unos con otros se alegraron y regocijaron, aunque no sin algún pesar de no saber de García de Arce, que digimos que se había ido del río abajo con los treinta hombres.

Aquí se repartió la comida que allí había; a unos cupo mucho, a otros poco, como por la mayor parte suele acaescer en semejantes repartimientos. Este río de Cocama es muy caudal y poderoso; es poco menor que el que llamamos de Bracamoros, y mayor que el de los Motilones. Es muy fértil de pescados de diferentes géneros, y tortugas, y en las playas hay muchos huevos de las tortugas, y en las mismas playas se toman gran cantidad de pájaros del tamaño de palominos, que son muy gordos y sabrosos. Nasce este río de los reinos del Pirú: cuáles son sus nacimientos hay diversas opiniones; porque unos dicen que será Apurima y Auanca, y con los ríos de Vilcos y Xauxas, y otros muchos que con éstos se juntan; y mi opinión y de otros es que será un río grande que nasce a las espaldas de Chinchacocha, y en la misma provincia de Guanuco, que pasa por los asientos y pueblos que llaman Paucartambo y Guacambamba juntándose con los ríos que salen de Tamara y con otros muchos que salen de los montes de aquellas comarcas, y con los que vido y pasó el gobernador Gómez Arias en lo que dicen de Ruparupa, porque estos ríos que digo, bastarán a hacer este río de Cocama y aún otro más poderoso, y si fuera a Porima y a Vancay, con los demás arriba dichos, que forzosamente se han de juntar todos en este río de Cocama, no hay otro ninguno que entre de los Motilones que se pueda pensar que sea de los ríos de Ruparupa juntos, por si fuera muy más poderoso, sin comparación, de lo que es, y aún mayor que todos juntos esotros, a parescer mío.

Juntos estos tres ríos tan poderosos con otros muchos pequeños y arroyos y esteros que no cuento, hacen de aquí para abajo uno tan grande, que no puedo creer haber otro en el mundo semejante. Extiéndese y hácense muchos brazos. Hay en él de verano grandes playas en que se hallan de verano muchos huevos de tortugas y ycoteas, y lagartos y pájaros de los arriba dichos, que al tiempo que son nuevos se toman a manos. En la junta deste río de Cocama se detuvo el Gobernador ocho días con toda el armada. Aquí se reformó algo la gente, que venía fatigada de hambre con poca comida que allí se les repartió. Quedáronse aquí muchas balsas de las que traíamos de arriba, porque no caminaban tanto como los barcos, y los que las traían tomaron allí muchas canoas de las que allí tenía D. Juan de Vargas, de las que había traído de Cocama. Partió el armada de la boca de este río, y al salir della se quebró y anegó el bergantín con que había venido delante don Juan de Vargas, y apenas dio lugar a la gente que venía dentro para tomar tierra, y a gran fuerza de los remos la tomaron, y volvieron muchas canoas que iban delante, y en ellas se embarcaron la gente y el hato del bergantín, y él quedó allí anegado y hecho pedazos. Desde aquí caminó el armada cinco o seis días por el río abajo, siempre por los brazos de la mano derecha, parando todos los días a hora de vísperas, o poco más tarde, y la gente saltaba en tierra a pescar y mariscar, y guisar de comer y dormir, los que querían.

A cabo deste tiempo, un día, a medio día, dimos de repente sobre unos indios que estaban pescando en una playa despoblada, con sus canoas, y tenían tomadas más de cien tortugas y allegados muchos huevos dellas, y desque nos vieron, huyeron por el río con sus canoas, y dejáronnos la presa. Aquí paró el armada y repartieron las tortugas y huevos entre todos. Partidos desta playa, hallamos otro río grande, al tamaño, al parecer, del de los Motilones, y no mayor; viene de la mano izquierda. Creyose que era este río el de la Canela, por do vino el capitán Orellana, que nasce del Pirú de las espaldas de Quito de los Guijos. Desde a dos o tres días que partimos de la junta de este río, dimos en una isla poblada de indios, que fue la primera poblazón, que en todo el río topamos desde los Caperuzos, que había más de trescientas leguas, todas despobladas. Aquí hallamos a García de Arce, que habemos dicho que se echó el río abajo con los treinta hombres antes que D. Juan de Vargas; los cuales pasaron gran necesidad por el despoblado, tanto, que pensaron perescer de hambre, y su principal mantenimiento fue lagartos del agua, que el dicho García de Arce mataba con el arcabuz, que era maravilloso arcabucero. Perdieron dos hombres en el camino, que salieron a buscar comida juntos, y nunca más los vieron. Creyose que se perdieron con la aspereza de la montaña, y no supieron atinar a volver donde habían salido; finalmente, nunca se supo qué se hicieron. Hallamos al dicho García de Arce con sus compañeros, fechos fuertes con un palenque que habían hecho delante de la puerta de los bohíos, por temor de los indios que cada día les venían a dar guerra, que si no fuera por el dicho García de Arce, que con el arcabuz hacía gran daño en ellos, hobieran muerto.

Averiguose por cierto que en una guazavara que los indios les dieron, que los tenían en gran estrecho, el García de Arce se echó en su arcabuz dos pelotas, asido de una a otra un hilo de alambre, y de aquel tiro, de seis indios que venían en una canoa, mató los cinco de sólo aquel tiro, y hizo otros muchos y maravillosos tiros, con que libró así y a sus compañeros. Estaban con tanto temor de los indios, que viniendo un día de paz ellos, pensando que era cautela y que los venían a matar, para atemorizar a los demás, mataron dentro de un bohío más de cuarenta dellos a estocadas y puñaladas, por consejo y mandado del dicho García de Arce, según se dijo. A esta isla llamamos la Isla de García, porque en ella hallamos a García de Arce. Estará más de cien leguas de la boca de Cocama, cerca del río que nosotros pensamos que sería el de la Canela: había en ella dos pueblos, cada uno de treinta casas o más. Los indios desta isla son bien agestados y dispuestos; andan vestidos de camisetas de pincel labradas; las casas son cuadradas y grandes; sus armas son una manera de varas con puntas de palmas, del tamaño de dardos de Vizcaya, tiradas con una manera de avient, de palo, que las hay en la mayor parte de las Indias, y las llaman tiraderas de estólica. Al cacique desta isla le llaman los indios en su lengua el Pappa. Aquí empezamos a hallar mosquitos zancudos, aunque pocos. La comida destos indios es algún maíz y mucha yuca dulce y batatas: tienen macato, que es yuca rallada, en hoyos debajo de la tierra a podrir, y dello hacen pan y cierto brebaje.

Todos sus tratos y caminos son por el río en canoas. En esta isla se detuvo el armada ocho días; aquí se desembarcaron los caballos que desde el astillero no habían salido en tierra, y habíanse muerto dos o tres dellos. Desde aquí envió el Gobernador a descubrir y tomar algunas guías y lenguas, y no se halló ni tomó nada: en esta isla se nos quedó anegada una de las tres chatas que traíamos, que estaba ya podrida y casi quebrada. Aquí hizo el Gobernador su Teniente general a don Juan de Vargas, y a Don Hernando de Guzmán su Alférez general. Partió el Gobernador desta Isla de García por el brazo de mano derecha, arrimado a la tierra firme; halló otras muchas islas y pueblos sin gente que, con temor del dicho García de Arce y del armada, se habían huido, donde solamente hallábamos las sementeras de yuca y batata, que todo lo demás estaba alzado. Halláronse por aquí algunas gallinas y gallos de Castilla, blancos, y algunas guacamayas y papagayos blancos. Dimos con un pueblo, el primero que topamos en la tierra firme sobre la mano derecha, donde comenzamos a ver algunos indios en canoas por el río, que recatadamente y de lejos nos venían a mirar. En este pueblo nos vino un cacique de paz con ciertos indios: trujo algunos pescados y tortugas; el Gobernador le dio en recompensa dello alguna chaquira y cuchillos, por le contentar y traer de paz. Fuese luego, y tras dél vinieron luego otros indios, y traían asimismo pescado y tortugas. A todos los que venían daba el Gobernador cuchillos, por los contentar.

Mandó el Gobernador que a ningún indio de los que viniesen nadie les tomase ningún rescate, ni contratasen con ellos nada de lo que traían, sino que a todos los que viniesen los encaminasen a él, que él partiría lo que trujesen con los que lo hubiesen más menester, y así se hizo. Llámase este pueblo Carari, donde pusimos nombre a toda la Provincia; desde este pueblo para abajo nos comenzaron a salir muchas canoas con comida y pescado y tortugas y otras cosas, y andaban entre nosotros, pero algunos no osábamos rescatar con ellos, porque el Gobernador lo había así mandado no sé a qué efecto; y otros, abscondidamente, rescataban y aun se lo tomaban sin rescate. Todos los pueblos que topábamos estaban sin gente, y los indios andaban huyendo por temor del armada y del daño que García de Arce había hecho en su isla. En esta isla prendió el Gobernador a un Alonso de Montoya, y le echó en una collera, porque dijeron, y fue cierto, que él y otros que se querían huir en canoas y volverse por el río arriba al Pirú, que había al pie de quinientas leguas que subir: así lo llevó preso algunos días, y fuera más acertado matarle, como lo merecía, por este y otros motines que éste, como hombre que le tenía odio, por esta causa fue después el principal urdidor de su muerte del Gobernador; sino que Pedro de Orsúa tuvo la condición más que buena, que no sólo no castigó a los que lo merecían, pero no se halla que a ninguno de sus soldados dijese palabra fea ni de afrenta.

En esta provincia de Carari determinó el Gobernador de descubrir si en la tierra adentro habría algunos caminos o poblazón; y haciendo alto en un pueblo, envió a un Pero Alfonso Galeas con cierta gente a descubrir, el cual fue por un estero, y allí tomó un camino por una montaña; y andando por él adelante, topó ciertos indios cargados con caçabi y otras cosas, los cuales, como vieron a los españoles, huyeron todos, que no pudieron tomar más que una india, que les dijo por señas que su pueblo estaría de allí cinco días de camino; y porque ellos no tuvieron ganas, se volvieron sin descubrir más, trayendo consigo la india, que era diferente en traje y lengua de los desta provincia. Fue parescer de algunos que se debían volver con aquella india a ver aquella tierra que ella decía; pero el Gobernador no quiso detenerse, porque llevábamos los navíos mal acondicionados, y aún quebrados, y la principal noticia era Omagua, adonde pensaba parar, porque no le faltasen los navíos antes de llegar allá. Cada día nos venía mucha gente de indios en canoas, que, como a los primeros que habían venido dióseles, había(n) hecho mucho daño, unos a otros se convocaban y venían a vernos y a rescatar con nosotros, aunque si no era ascondidamente no osábamos rescatar con ellos, porque el Gobernador lo había mandado, no sé a qué efecto, y se enojaba y reñía con los que rescataban, aunque también disimulaba harto. Pasamos asimismo por otra provincia que llamamos Manicuri, del nombre de otro pueblo.

Es toda una gente y un traje y ropa y lengua, y unas mismas armas y casas y ropas que visten. Son todos estos indios amigos y confederados, y así paresce ser toda una provincia y no dos, porque toda la poblazón va trabada, sin que haya división, y que Carari y Manicuri sean nombres de pueblos y no de provincias. Dura esta población desde la Isla de García hasta el cabo de lo que llamamos Manicuri, más de ciento y cincuenta leguas. Los pueblos todos en la barranca del río, sin que haya de uno a otro mucho. Los indios de esta provincia traen algunas joyas de oro fino, aunque pequeñas, como son orejeras, caricuríes en las orejas y en las narices. La gente destas provincias no es mucha, según buena conjetura, porque en las poblaciones que nosotros vimos, basta que haya siete u ocho mil indios habitadores, y a lo muy largo, diez mil, que es esto lo que paresce, según overa de la barranca, porque mal lo podíamos ver si no hacíamos más de allegar una noche y luego salir por la mañana, sin ver ni entender lo que había la tierra adentro. Hay en esta provincia muchas frutas de la tierra, y sabrosas, y muchos mosquitos de unos y de otros. Aquí se nos anegó el bergantín que nos había quedado, y nos quedaron solas dos chatas. Pasada esta provincia que habemos dicho, dimos, sin saberlo, en un despoblado que nos duró nueve días, adonde pasamos gran necesidad, por no venir proveídos de comida; y la pasáramos mayor, sino que Dios nos proveía de mucho pescado que se toma en el río con anzuelos, que alcanzaba de ello la mayor parte del campo.

Hobo en esto gran descuido el Gobernador y en los que mandaban el campo, por no examinar cada día las lenguas y guías; así, a durar más el despoblado, no sé qué fuera de nosotros, porque duró la pesquería poco, y entramos en el despoblado muy desapercibidos de comida y bien descuidados, porque como siempre habíamos traído pueblos y veníamos durmiendo cada noche en ellos, no se tenía cuenta con que podíamos tener tan gran despoblado; y así hubo muchos que no tenían qué comer, si no era algunos bledos que hallaban por la playa del río, que eran bien pocos, a respecto de la mucha gente que padescía necesidad; y con todo esto, no pudieron dejar de morir alguna gente. En este despoblado hallamos otras dos bocas de ríos grandes, y no muy desviados el uno del otro. Conoscíase claro en que venían turbios y crescidos; así parescía en ellos no tener muy lejos sus nascimientos. Venían estos dos ríos de la mano derecha; traían las barrancas altas y bermejas; y el Gobernador, por la necesidad que llevábamos de comida, no se descubrieron ni detuvo en ellas. Pasamos estos nueve días de despoblado, fue Dios servido que dimos en un pueblo de indios, tal cual convenía para remedio de la necesidad que llevábamos. A este pueblo llamaban los indios Machifaro. Es pueblo grande, el mayor que hasta allí habíamos visto: está sentado sobre una barranca del río. Los indios deste pueblo son de mediana dispusición; andan desnudos del todo; sus armas son tiraderas de estólica, con los de arriba son enemigos y tienen guerra con ellos.

Las casas son redondas y grandes y de vara en tierra, cubiertas de hojas de palmas hasta el suelo, con cada dos puertas. Llegamos a este pueblo de repente y sin que los indios supiesen de nosotros; pero cuando nos vieron, se pusieron de guerra, y echaron sus mujeres y hijos y los indios que no eran para pelear, en canoas por el río, para más asegurarlos, y en el pueblo nos esperaron de guerra trescientos o cuatrocientos indios. Llegó el Gobernador en la delantera con un arcabuz en la mano, y con él otros arcabuceros y rodeleros, aunque pocos, y los indios hicieron muestra que los querían acometer al subir de la barranca; pero el Gobernador tuvo gran sufrimiento, y mandó a los arcabuceros que ninguno tirase sin su mandado, y él iba delante de todos, llamando a los indios con un paño blanco, señalando que lo tomasen, y el cacique deste pueblo se llegó y tomó el paño y amigablemente se metió entre los españoles, y algunos otros indios con él. Todos los demás indios se desviaron a una parte, y hechos una manera de escuadrón, con las armas en las manos, se estuvieron un gran rato en la placeta hasta que llegó todo el armada. Pidioles el Gobernador que nos diesen una parte del pueblo con la comida para nosotros, y que en lo demás se estuviesen ellos con sus mujeres y hijos, que no les enojarían en nada. Aposentose toda la gente del armada en el comedio del pueblo, adonde el Gobernador les señaló, mandándoles que no pasasen de allí ni fuesen a las casas de los indios a cosa ninguna.

Había en este pueblo, según a todos pareció, más de seis mil tortugas grandes, que los indios tenían para comer, encerradas en unas lagunetas que tenían hechas de mano, y cercadas a la redonda con un cerco de varas gruesas, porque no se pudiesen salir, y a la puerta de cada bohío había una y dos y tres lagunetas destas, llenas de las dichas tortugas. Hallose gran cantidad de maíz recogido en los bohíos, y en el campo había infinitas sementeras de yuca brava y otras comidas; y no curando de la seguridad que el Gobernador había dado a los indios, comenzaron alzar las comidas, así de las tortugas como de maíz, de aquella parte del pueblo que para ellos les habían dejado, y llevándolos en canoas a esconder; lo cual, visto por la gente del campo, empezaron a ir los soldados a sus estancias a traer la comida que hallaron, aunque contra la voluntad del Gobernador, y sobre ello echó presos algunos españoles y mestizos, por lo cual dejaron de recoger más comida, y los indios acabaron de llevar toda la que quedó; si se pusiera buena orden y regla había para muchos días. Mala gente, sin cuenta de que los podría faltar, la desperdició y gastó muy presto, porque con mucha manteca y huevos que de las tortugas sacaban, y con la carne dellas y el mucho maíz que había, comían ordinariamente buñuelos, pasteles, mucho género de comidas de potajes, y más era lo que se desperdiciaba que lo que comían. Hacían vino de maíz, con que bebían, y dieron cabo presto de todo.

Al Gobernador le pesó después por la mala orden, porque a quien primero faltó fue a él, y después lo anduvo pidiendo a quien lo tenía. En este pueblo nos detuvimos treinta y tres días; tuvimos en él la Pascua de Navidad. Envió el Gobernador desde aquí, a descubrir, a Pero Alonso, el cual fue con cierta gente en canoas por un estero de agua negra, no de muy gran boca, que entra en el río junto a este pueblo, de sobre la mano derecha, y halló dentro una laguna tan grande y temerosa que les puso espanto; metiéronse por ella tanto adentro, que aínas se perdieron, que no acertaron a salir. No vieron el fin de ella ni hallaron nada. Acaesció en este pueblo que los indios de la provincia de arriba, que son enemigos y tienen guerra unos con otros, vinieron hasta ducientos dellos, bien apercibidos de guerra, en diez y siete canoas a hacer salto en ellos, y a roballos y cativallos, como entre ellos es costumbre; y una noche, sin ser sentidos, dieron sobre este pueblo donde nosotros estábamos, que es el primero desta provincia de Machifaro, y como nos reconocieron, no se atrevieron a saltar en tierra, por nuestro temor; y desde el río, ya casi amanescido, nos dieron alborada con sus bocinas y flautas y otros instrumentos de guerra, y en orden de guerra se comenzaron a retraer el río arriba hacia su tierra, sin que hobiesen hecho daño alguno; pero antes que se fuesen, el cacique deste pueblo de Machifaro vino a muy gran priesa a demandar socorro al Gobernador contra aquellos indios, diciendo que eran sus enemigos, y muy valientes, y que los venían a matar y destruir, y que le diesen algunos españoles que contra ellos les ayudasen; y el Gobernador, por contentarle, envió a D.

Juan de Vargas, su Teniente, con cincuenta hombres, los más arcabuceros, en su ayuda, y atajándolos, que se volvían por un estero, los tomaron en medio, los cuales, viendo que no podían huir, se apercibieron de guerra y como vieron a los españoles dicen que hicieron señal de paz, y no los entendiendo o no queriendo entenderlos, comenzaron a disparar con muchos arcabuces, y los indios de Machifaro a tirarles varas, y ellos con miedo de los arcabuces, dejando las canoas, se huyeron al monte, sin que se pudiesen tomar más de hasta cuatro o cinco de ellos, y tomaron todas las canoas. Creyose que morirían todos a manos de los de Machifaro, por estar sin canoas, y muy lejos de sus tierras y gran despoblado. Aquí paresció a la mayor parte de la gente del campo que las guías que traíamos, que eran ciertos indios brasiles de los que por ese río salieron a Pirú, según se había dicho, habían dado falsa relación y mentían en toda la noticia que nos habían dado: fuimos por el río casi setecientas leguas, sin que viésemos cosa de las que nos habían dicho; y asimismo iba con nosotros un español de los que habían bajado por el río con el capitán Orellana, el cual no conocía la tierra, y desatinaba, y así, la gente comenzó a desconfiar de la noticia, teniéndola por burla, y deseaban volver al Pirú, que decían que no había más que buscar; lo cual, entendido por el Gobernador, dicen que dijo que no pensase nadie tal, que los que entonces eran muchachos habían de envejescer buscando la tierra; y en esto, cierto, mostró siempre gran valor y constancia, si se supiera guardar de sus enemigos y creyera a sus amigos, que le avisaron que pusiese guarda en su persona, no porque nadie de los que esto le aconsejaron supiese cosa cierta de motín, mas de que conjeturaban lo que podría ser, por la gran desvergüenza que algunos traían en el campo.

Y a esta sazón el Gobernador iba malquisto con la mayor parte del campo, que eran ruines y mal intencionados, porque no les dejaba robar y atar indios, y ranchearlos y matarlos a diestro y siniestro; y decían que ya desde entonces temía la residencia; y también Doña Inés, su amiga, quisieron decir que le había hecho en alguna manera que mudase la condición, y que le había hechizado, porque de muy afable y conversable que solía ser con todos, se había vuelto algo grave y desabrido, y enemigo de toda conversación, y comía solo, cosa que nunca había hecho, y no convidaba a nadie: habíase hecho amigo de soledad y aun alojábase siempre solo y apartado lo más que podía de la conversación del campo, y junto a sí la dicha Doña Inés, sólo, y a fin, según parescía, de que nadie le estorbase sus amores; y embebecido en ellos, parescía que las cosas de guerra y descubrimiento las tenía olvidadas; cosa, cierto, muy contraria de lo que siempre había hecho y usado. Había en su campo algunos soldados que se habían querido amotinar por volverse al Pirú, y aunque lo habían probado a hacer, y habían sido hallados con el motín de se huir, a los cuales, en pena, como quien los hecha a galeras, los hacía que fuesen remando y bogando la balsa de Doña Inés; y aunque este castigo era harto liviano para lo que merescían ellos, se afrentaban dello mucho; y otros mal intencionados, por indignar a los dichos, murmuraban diciendo que mejor era ahorcarlos que no hacerles remar las canoas y balsas; por donde comenzaron a hacer algunos borrones y descuidos en su campo, y el mayor fue el de su muerte, que en este pueblo que es dicho se la comenzaron a tratar, hallando los traidores aquel aparejo de verlo malquisto y descuidado.

Juntose con esto la dañada voluntad de algunos soldados de su campo, que eran y habían sido traidores, y se habían hallado en el Pirú en muchos motines contra el servicio de Su Majestad, algunos de los cuales habían venido a esta jornada a más no poder, que andaban huyendo y escondidos por delitos y traiciones que habían cometido, y tuvieron por último remedio venirse a ella, por se desviar de las justicias que los buscaban, y otros que, deseosos de los dichos motines habían venido desta jornada, porque públicamente se dijo en el Pirú que el Gobernador Pedro de Orsúa no juntaba gente para jornada, sino para revolver sobre el Pirú por concierto hecho con el Visorey, lo cual fue falsedad y mentira, como se ha visto y dicho; y estos tales, por desechar de sí la carga y trabajo de la jornada, y deseosos de volver al Pirú, andaban buscando y inventando cómo lo podrían hacer: y porque todos estos que digo eran gente baja y de poca suerte, y los más oficiales de oficios bajos, no teniéndose ninguno dellos por suficiente para ser Capitán y cabeza a quien la gente obedesciese de buena gana, se concertaron con D. Fernando de Guzmán, que era Alférez general del campo, que allende que ser caballero era tenido por virtuoso y bien quisto entre ellos, porque era vicioso y amigo de su opinión, y pusiéronle por delante la prisión de un su criado, mestizo, que el Gobernador había mandado prender, como arriba se ha dicho, cosa cierta bien liviana, aunque ellos la estimaron mucho, diciendo que había sido grande afrenta que el Gobernador le había hecho, siendo él caballero y Alférez general de campo, y que no eran hombres los que no sentían esas cosas, y lo que más le movió fue la ambición y cudicia de mandar, porque le prometieron que sería General y cabeza de todos, aunque primero intentaron juntar cincuenta o sesenta amigos de su opinión, y una noche, con las más armas que pudiesen haber, alzarse con los navíos y salirse a la mar, y de allí al Pirú; mas Lope de Aguirre y un Lorenzo Calduendo fueron de parecer que mejor era matar al Gobernador y alzarse con todo, y así lo acordaron y determinaron; y que siendo el D.

Fernando general y cabeza, podrían buscar la tierra y poblarla, y que esto sería antes hacer servicio al Rey por el gran descuido que el Gobernador llevaba en el descubrimiento, que no ir contra el servicio real, y esto todo lo hacían al fin que el D. Hernando, como hombre que era en obligación al Gobernador, no les mallase y diese parte del negocio al Gobernador; y ansí le aseguraban para entender dél lo que decía; pero no para que poblasen, sino huirse o matar al Gobernador, porque, cierto, fue la mayor traición que en el mundo se ha hecho la que D. Fernando hizo al Gobernador, por la mucha y antigua amistad que con él tenía, que era tanta, que ni comía el uno sin el otro, y dormían muchas veces juntos, aunque tuviesen cada uno su cama, que era cosa no de creer la grande hermandad y amistad que Pedro de Orsúa mostraba al D. Fernando, así por obras como por palabras, que no podía creer que tal traición hobiese hecho hombre con otro, que, como ellos, se hobiesen tratado con amistad.

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