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Capítulo XXXI De los ministros que tenían en los sacrificios y modo de hacerlos No ha habido nación tan bárbara e ignorante, que no haya tenido sacerdotes mayores o menores, y siempre han sido respetados y reverenciados, de lo cual nos dan verdadero testimonio las historias humanas que desto tratan. Así los indios tenían sacerdotes que se ocupaban en los sacrificios, y estaban sólo ocupados en este ministerio y aunque no refieran sus nombres ni hayan observado memorial de ellos, bien se acuerdan haberlos tenido, y sabemos que al tiempo que fue preso Guascar Ynga, era gran pontífice del Sol Chalco-Yupanqui. Este residía de ordinario en el famoso templo de Curi-Cancha, dedicado al Sol, y tenía infinito número de criados y gente de servicio particular, fuera de la que estaba dedicada al ministerio del templo. Cuando el Ynga iba al templo a ofrecer los sacrificios que tenemos dicho, este sacerdote mayor se ponía ante él, y habiendo hecho muchas ceremonias, hablaba con el hacedor, diciendo: Señor, acuérdate de nosostros que somos tuyos, danos salud, concédenos hijos y prosperidad, para que tu pueblo se aumente. Danos agua y buenos temporales para que con ellos nos mantengamos y vivamos bien. Oye nuestras peticiones, recibe nuestras plegarias. Ayúdanos contra nuestros enemigos y danos holganza y descanso. Todas estas peticiones y palabras decía, de manera que todo el pueblo que allí estaba, lo oía. Cuando había de sacrificar, subía al altar del sacrificio, y el Ynga le ponía la víctima en las manos, conforme era la cualidad y suerte della, como tenemos ya dicho, y él, con sus ministros, guardando la orden que solían, sacaba el corazón a lo que había de ofrecer, y mostrábaselo al Sol, a la imagen de Ticci Viracocha o trueno.

Con dos o tres dedos tomaba la sangre y rociaba el ídolo, y luego hacia la parte del nacimiento del Sol, y así se andaba rociando los demás ídolos, que estaban en sus altares. También guardaban en el sacrificio este modo, y era que, cualquiera res, chica o grande que querían matar para víctima, la tomaban encima del brazo derecho, y le volvían los ojos hacia la imagen del sol o hacia el nacimento suyo, diciendo las palabras diferentes, conforme era lo que sacrificaban porque, si es pintado, dirigían las palabras al trueno, llamado chuquilla, para que no les faltase agua y, si era pardo, dirigían las palabras al Viracocha y, si era blanco el carnero y raso, ofrecíanle al Sol con unas palabras y, si era blanco y lanudo, con otras, pidiéndole que alumbrase el mundo y criase las plantas. Todos los días en el Cuzco se sacrificaba un carnero raso blanco al Sol, y lo quemaban vestido con una camiseta colorada y, al tiempo de quemarlo, echaban en el fuego unos cestillos de coca. Para estos sacrificios había diputada gente, que no entendía en otra cosa ninguna. También había indios señalados, para hacer sacrificios a las fuentes y manantiales o arroyos que pasaban por el pueblo y por las chácaras, y estos sacrificios los hacían, cuando acababan de sembrar, para que no se secasen, para que no dejasen de correr, y regasen sus chácaras. Para esto hacían una contribución de todo el pueblo y, hecha, lo entregaban a los que tenían a cargo hacer los sacrificios, los cuales se hacían al principio del invierno, que es cuando las fuentes y ríos crecen, como empieza el tiempo a humedecerse, y ellos, ciegos e ignorantes, atribúyenlo a los sacrificios que les ofrecían; y es de advertir que no sacrificaban a las fuentes y manantiales de los despoblados y desiertos, de los cuales no se aprovechaban para regar sus chácaras y sementeras, como a cosa que les traía provecho, y si les faltaba, les podía hacer grandísimo daño, secándoseles las chácaras y sembrados.

Aunque también hacían reverencia y temían a las fuentes, manantiales y arroyos de los desiertos porque, cuando por allí pasasen, no les hiciesen daño en sus personas y ganados. Pero no les hacían ofrendas ni sacrificios y, cuando cerca de sus pueblos y chácaras se encontraban y venían a juntarse dos ríos, los temían y hacían reverencia, porque no les hiciesen daño, saliendo de madre, y destruyese las chácaras, y porque se juntaban a fertilizarlas y a darles abundancia de agua; y lavábanse en estos ríos, untándose primero el cuerpo con harina de maíz y con otras cosas. Para ello, cuando les faltaba agua hacían un sacrificio pequeño, para echar con él suertes y saber qué sacrificio sería más acepto al trueno, y las suertes se echaban con conchas de la mar y, si salía bueno, entonces concurría todo el pueblo, contribuyendo, y lo entregaban a los sacerdotes dedicados para ello, y cada uno tomaba su parte y se subía a lo alto de las punas y allí lo ofrecían al trueno, y volvían diciendo que el trueno les había respondido, y la causa por la que estaba enojado, y lo que pensaba hacer en lo que le rogaban y pedían; y, conforme el sacerdote decía, así le daban crédito, obedeciéndole en todo. Con esto, hacían sacrificios e idolatrías, haciendo grandes bailes y borracheras de día y de noche. El modo que tenían para nombrar estos sacerdotes falsos, para este efecto, era que si algún varón o hembra nacía en el campo, en tiempo que tronaba, se llamaba chuquiilla, y ya que era viejo, le mandaban entendiese en esto, porque entendían que sus sacrificios serían más aceptos. Otros había hijos del trueno, porque sus madres decían habían concebido hijos del trueno y parido dél. A éstos señalaban para este ministerio y, cuando nacían dos o tres de un vientre y, finalmente, a aquellos en quien la naturaleza ponía más de lo común, diciendo que no había sido sin misterio.

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