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Datos principales


Desarrollo


En que se da cuenta del infelice estado de nuestra gente y muerte del vicario y la embarcación de todos Con los sucesos dichos llegaron los nuestros a estado, que si sólo diez indios vinieran determinados, los degollaran a todos y arrasaran el pueblo bien a su salvo. Finalmente los enfermos apretados de su mal que era grande, y sin remedio se vinieron a la nao, y la gobernadora con ellos; quedando la bandera en tierra con los pocos soldados que tenían alguna salud, en cuanto se recogió agua y leña: y lunes, que se contaron siete de noviembre, se embarcó bandera y gente, y con esto se dio mal fin a esta buena empresa. Yo nunca entendí menos: y se dejó en las uñas de quien de antes la tenía, hasta que Dios permita vayan otros más deseosos de el bien de aquellos perdidos, para que con el dedo les muestren el camino de su salvación para que fueron criados. El pueblo quedó hecho un espectáculo de sentimiento y consideración, por los desastrados y breves sucesos que en él hubo. Era cosa notable ver en la playa andar los perros aullando, como que preguntaban la causa por que se iban y los dejaban. El más chiquito se echó a la mar y vino nadando, y por tanta lealtad fue recibido, y por él se pudo decir que a los osados favorece la fortuna. El vicario ordenó su testamento, y la siguiente noche le velaron tres soldados. Rogó al uno le leyese en el Símbolo de la fe de Fray Luis de Granada. Venido el día, viendo el piloto mayor la poca esperanza de vida con que estaba, y como al parecer se moría, le dijo, que pues se le acortaba el plazo y llegaba el de la cuenta, mirase lo que convenía a su alma, Respondióle el piloto mayor que él hacía oficio de amigo y que no se dejase engañar, porque se iba concluyendo.

--¿Y cómo no me lo ha dicho más temprano?, dijo el vicario; y el piloto mayor: que nunca entendió que su enfermedad le pusiera en el estado que le veía. Pidió el vicario un Cristo, y con él en las manos dijo: --¡Oh, Padre eterno que enviaste... Lo que prosiguió no se le entendió, porque luego se le impidió la lengua: y así, agonizando, dio al Salvador y Criador suyo el alma. Esta pérdida fue tal, cual nuestros pecados merecieron. Azote y castigo para que nos desengañemos que teníamos a Dios muy enojado, pues después de tantas aflicciones corporales, nos quitó el regalo espiritual. Fue su muerte muy sentida; no de todos, porque no todos saben sentir semejantes faltas. Era el vicario Juan Rodríguez de Espinosa, un muy honrado sacerdote, a quien por su mucha virtud y buenas partes se debía un grande amor. El piloto mayor, su albacea, le hizo sepultar en la mar; no queriendo fuese en tierra, por temor de que los indios no le desenterrasen e hiciesen con su cuerpo algunas cosas indecentes.

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