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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO XXVII De algunos milagros que en las Indias ha obrado Dios en favor de la fe, sin méritos de los que los obraron Santacruz de la Sierra es una provincia muy apartada y grande en los reinos del Pirú, que tiene vecindad con diversas naciones de infieles, que aún no tienen luz del Evangelio, si de los años acá que han ido padres de nuestra Compañía con ese intento no se la han dado. Pero la misma provincia es de cristianos, y hay en ella españoles indios bautizados, en mucha cuantidad. La manera en que entró allá la cristiandad fue esta. Un soldado de ruin vida y facineroso, en la provincia de los Charcas, por temor de la justicia que por sus delitos le buscaba, entró mucho la tierra adentro, y fue acogido de los bárbaros de aquella tierra, a los cuales viendo el español que pasaban gran necesidad por falta de agua, y que para que lloviese hacían muchas supersticiones, como ellos usan, díjoles, que si ellos hacían lo que él les diría, que luego llovería. Ellos se ofrecieron a hacerlo de buena gana. El soldado, con esto, hizo una grande cruz, y púsola en alto, y mandoles que adorasen allí y pidiesen agua, y ellos lo hicieron así. Cosa maravillosa, cargó luego tan copiosísima lluvia, que los indios cobraron tanta devoción a la Santa Cruz, que acudían a ella con todas sus necesidades, y alcanzaban lo que pedían. Tanto, que vinieron a derribar sus ídolos y a traer la cruz por insignia, y pedir predicadores que les enseñasen y bautizasen, y la misma provincia se intitula hasta hoy por eso, Santacruz de la Sierra.

Mas porque se vea por quién obraba Dios estas maravillas, es bien decir cómo el sobredicho soldado, después de haber algunos años hecho estos milagros de apóstol, no mejorando su vida, salió a la provincia de los Charcas, y haciendo de las suyas, fue en Potosí públicamente puesto en la horca. Polo, que le debía de conocer bien, escribe todo esto como cosa notoria que pasó en su tiempo. En la peregrinación extraña que escribe Cabeza de Vaca, el que fue después Gobernador en el Paraguay, que le sucedió en la Florida con otros dos o tres compañeros, que solos quedaron de una armada, en que pasaron diez años en tierras de bárbaros, penetrando hasta la mar del Sur, cuenta y es autor fidedigno, que compeliéndoles los bárbaros a que les curasen de ciertas enfermedades, y que si no lo hacían les quitarían la vida, no sabiendo ellos parte de medicina, ni teniendo aparejo para ella, compelidos de la necesidad, se hicieron médicos evangélicos, y diciendo las oraciones de la Iglesia y haciendo la señal de la cruz, sanaron aquellos enfermos; de cuya fama hubieron de proseguir el mismo oficio por todos los pueblos, que fueron innumerables, concurriendo el Señor maravillosamente, de suerte que ellos se admiraban de sí mismos, siendo hombres de vida común, y el uno de ellos, un negro. Lancero fue en el Pirú un soldado que no se saben de él más méritos de ser soldado; decía sobre las heridas, ciertas palabras buenas, haciendo la señal de la cruz, y sanaban luego; de donde vino a decirse como por refrán, El Salmo de Lancero.

Y examinado, por los que tienen en la Iglesia autoridad, fue aprobado su hecho y oficio. En la ciudad del Cuzco, cuando estuvieron los españoles cercados y en tanto aprieto que sin ayuda del cielo fuera imposible escapar, cuentan personas fidedignas, y yo se lo oí, que echando los indios fuego arrojadizo sobre el techo de la morada de los españoles, que era donde es agora la Iglesia Mayor, siendo el techo de cierta paja que allá llaman chicho, y siendo los hachos de tea muy grandes, jamás prendió ni quemó cosa, porque una señora que estaba en lo alto, apagaba el fuego luego, y esto visiblemente lo vieron los indios y lo dijeron muy admirados. Por relaciones de muchos y por historias que hay, se sabe de cierto que en diversas batallas que los españoles tuvieron, así en la Nueva España como en el Pirú, vieron los indios contrarios, en el aire, un caballero con la espada en la mano, en un caballo blanco, peleando por los españoles; de donde ha sido y es tan grande la veneración que en todas las Indias tienen al glorioso Apóstol Santiago. Otras veces vieron en tales conflictos la imagen de Nuestra Señora, de quien los cristianos en aquellas partes han recibido incomparables beneficios. Y si estas obras del cielo se hubiesen de referir por extenso, como han pasado, sería relación muy larga. Baste haber tocado esto con ocasión de la merced que la Reina de Gloria, hizo a los nuestros cuando iban tan apretados y perseguidos de los mexicanos; lo cual todo se ha dicho para que se entienda que ha tenido Nuestro Señor, cuidado de favorecer la fe y religión cristiana, defendiendo a los que la tenían, aunque ellos por ventura no mereciesen por sus obras semejantes regalos y favores del cielo.

Junto con esto, es bien que no se condenen tan absolutamente todas las cosas de los primeros conquistadores de las Indias, como algunos letrados y religiosos han hecho, con buen celo sin duda, pero demasiado. Porque aunque por la mayor parte fueron hombres cudiciosos y ásperos, y muy ignorantes del modo de proceder, que se había de tener entre infieles, que jamás habían ofendido a los cristianos, pero tampoco se puede negar que de parte de los infieles hubo muchas maldades contra Dios y contra los nuestros, que les obligaron a usar de rigor y castigo. Y lo que es más, el Señor de todo, aunque los fieles fueron pecadores, quiso favorecer su causa y partido para bien de los mismos infieles que habían de convertirse después por esa ocasión al Santo Evangelio; porque los caminos de Dios son altos, y sus trazas, maravillosas.

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