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Capítulo XXVI De los médicos que tenían los indios y las curas que hacían De todos los oficios necesarios a la vida humana tuvieron los indios, como el de médicos lo sea tanto también, los tuvieron señalados, que entendían en curar las enfermedades y darles remedio para ellas; y no sólo eran los tales hombres, sino con ellos había mujeres curanderas. A éstos llamaban camasca osoacoyoc. Para cualquiera cura y remedio habían de preceder sacrificios y suertes. Decían algunos destos que, entre sueños, se les había dado el oficio de curar, y que se les había aparecido cierta persona que se dolía de sus necesidades, y les había dado remedio y poder para ello y todas las veces que hacían alguna cura, sacrificaban primero a quien les dio el poder y se les apareció estando durmiendo, y les enseñó el modo de curar y les dio los instrumentos de que habían de usar en ello. También había entre ellos mujeres parteras, y dicen que entre sueños se les comunicó este oficio, apareciéndoseles quien les dio los instrumentos. Estas mujeres entendían el curar las mujeres preñadas, enderezándoles las criaturas y aun, cuando se lo pedían, la mataban en el cuerpo, llevando por ello muy buena paga y plugiera a Dios que el día de hoy no tuviera tanto como hay de esto, pues una de las mayores lástimas del mundo, y que no se puede referir sin lágrimas, cuantas almas son privadas de la vista del cielo y van al limbo por medio destas infernales ministras y parteras, porque en sintiéndose una india preñada, y no queriendo que su parto salga a luz, por miedo de sus padres o vergüenza, o por otra causa, el remedio que tiene es ponerse en manos de estas parteras que, con yerbas, bebedizos y aun sangrías las hacen mover y entierran las criaturas en lugares secretos.

Con esto, cometen otros millones de pecados que no se les pone obstáculo, por hacerlos ocultísimamente; y no sólo corre esta miseria y desventura en las indias solas, sino también en personas que tienen conocimiento del daño que causan, y la ofensa tan gravísima con que a Dios ofenden, las cuales se ayudan destas parteras para cubrir por este medio sus flaquezas. Y cada día suceden millones de cosas harto desventuradas en esta materia, y esto basta. Otras indias había que curaban indios y criaturas quebradas, y mientras dura la cura del lugar quebrado, o desconcertado, sacrificaban y generalmente en ello usaban palabras y unciones, sobando la parte y con otras supersticiones, y si alguna india paría dos de un vientre, y era pobre que no tenía de qué sustentarse, desde luego usaba el oficio de partera, y en su parto hacía sacrificios y oraciones para ello. Cualquier indio que tenía quebrado brazo o pierna, u otra parte del cuerpo, y sanaba antes del tiempo que solía sanar los otros enfermos, de tal mal era tenido por maestro curar semejantes enfermedades; y otros había que fingían el mal y decían que habían sanado muy presto y, teniéndolo por cosa milagrosa, acudían a ellos luego los demás para que los curasen. El día de hoy se ha introducido un abominable modo de curar todo, fundado en superstición y hechicería, y es que se andan de pueblo en pueblo indios médicos, a los cuales ellos entre sí llaman licenciados, porque como ven que entre los sacerdotes, y aun seglares, se tiene más respeto a los que se llamaban licenciados y doctores y son tenidos por más sabios que los demás, y se les hacen preguntas en las dudas que se ofrecen, así ellos a los indios que usan el oficio de médico, por parecerles que saben más que los otros, les dan este nombre.

Estos, pues, se van por los pueblos diciendo que tienen licencia de los obispos y visitadores y de los padres, y curan enfermos sobándoles las partes que les duelen y, a vueltas desto, de secreto sacrifican y con coca, sebo y cuyes, les untan el cuerpo y las piernas y chupan la parte dolorosa del enfermo, y dícenles que sacan gusanos, pedrezuelas y sangre, y se las muestran al enfermo, diciendo que se las sacaron y que ya ha salido el mal con aquello, y la verdad es que ni sacan piedra ni sangre, ni otra cosa sino que las llevan en algodones, o en otra cosa y, al tiempo de chupar, se las meten en la boca y las sacan y muestran. Y con estos embustes y mentiras los engañan a los pobres, para que les den plata, carne, maíz, coca y ropa, que éste es su fin porque por la mayor es gente pobre y desventurada los que hacen esto, y so especie y color de estas curas entran las hechicerías y los engaños. Otras veces dicen al enfermo que le han abierto la barriga, y les sacan las piedras y males, y los tienden para este efecto, de suerte que no puedan ver lo que hacen, y les aprietan de manera que les duela, y como si les cortasen la parte de la barriga donde hacen esto, y con ello les engañan y ellos creen que así es, y que les abrieron y lo dicen, y aun porfían, por cosa certísima. Siempre procuran hacer estas cosas y supersticiones en lugares escondidos y que no los vea nadie, con recato y de noche, por no ser vistos. Este modo de curar es el más dañoso que hay entre los indios, porque de cualquier manera que sea, con licencia o sin ella entremeten mil hechicerías y supersticiones y sacrificios y aunque no los hagan, al menos engañan al pobre enfermo, y les llevan la ropa y vestidos con título de curarlos, y la comida que tienen.

A este fin sólo los engañan, porque aunque no se puede negar que hay entre ellos indios herbolarios, que tienen conocimiento de la virtud de algunas yerbas con que se pueden sanar y sanan muchas enfermedades, pero son pocos y pocas las que pura y sencillamente usan dellos, sin mezcla de hechicerías y supersticiones, y como no conocen las calidades de las yerbas perfectamente, las aplican sin distinción a diferentes enfermedades y males, porque vieron y experimentaron que en alguno sucedió bien y, así, acontecen cada día mil desastres a las personas que a ellos se encomiendan, por no aplicarse por el modo necesario, ni aun en los tiempos convenientes, y yo he visto algo de lo que tengo referido. Habían de procurar los curas y ministros reales, con todas sus fuerzas, no consentir semejantes médicos ni licenciados falsos en los pueblos, sino echarlos castigándolos, porque no hay palabras bastantes a decir el daño irreparable que causan, el cual, si no son los que mucho tiempo entre ellos han vivido y conversado, y tienen noticia pública y secreta de ello, no lo alcanzan otros.

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