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CAPÍTULO XXVI De los temblores de tierra Algunos han pensado que de estos volcanes que hay en Indias, proceden los temblores de tierra, que por allá son harto frecuentes. Mas porque los hay en partes también que no tienen vecindad con volcanes, no puede ser esa toda la causa. Bien es verdad que en cierta forma tiene lo uno con lo otro mucha semejanza, porque las exhalaciones cálidas que se engendran en las íntimas concavidades de la tierra, parece que son la principal materia del fuego de los volcanes, con las cuales se enciende también otra materia más gruesa y hace aquellas apariencias de humos y llamas que salen, y las mismas exhalaciones, no hallando debajo de la tierra salida fácil, mueven la tierra con aquella violencia, para salir, de donde se causa el ruido horrible que suena debajo de la tierra y el movimiento de la misma tierra, agitada de la exhalación encendida, así como la pólvora, tocándole el fuego, rompe peñas y muros en las minas, y como la castaña puesta al fuego salta y se rompe y da estadillo en concibiendo el aire, que está dentro de su cáscara, el vigor del fuego. Lo más ordinario de estos temblores o terremotos suele ser en tierras marítimas, que tienen agua vecina. Y así se ve en Europa y en Indias, que los pueblos muy apartados de mar y aguas sienten menos de este trabajo, y los que son puertos, o playas o costa, o tienen vencidad con eso, padecen más esta calamidad. En el Pirú ha sido cosa maravillosa y mucho de notar, que desde Chile a Quito, que son más de quinientas leguas, han ido los terremotos por su orden corriendo, digo los grandes y famosos, que otros menores han sido ordinarios.

En la costa de Chile no me acuerdo qué año hubo uno terribilísimo, que trastornó montes enteros y cerró con ellos la corriente a los ríos, y los hizo lagunas, y derribó pueblos y mató cuantidad de hombres, e hizo salir la mar de sí por leguas, dejando en seco los navíos muy lejos de su puesto, y otras cosas semejantes de mucho espanto. Y si bien me acuerdo dijeron había corrido trescientas leguas por la costa el movimiento que hizo aquel terremoto. De ahí a pocos años el de ochenta y dos fue el temblor de Arequipa, que asoló cuasi aquella ciudad. Después, el año de ochenta y seis, a nueve de julio, fue el de la Ciudad de los Reyes, que según escribió el Virrey, había corrido en largo por la costa ciento y setenta leguas, y en ancho la sierra adentro, cincuenta leguas. En este temblor fue gran misericordia del Señor, prevenir la gente con un ruido grande que sintieron algún poco antes del temblor, y como están allí advertidos por la costumbre, luego se pusieron en cobro, saliéndose a las calles, o plazas o huertas, finalmente a lo descubierto. Y así, aunque arruinó mucho aquella ciudad y los principales edificios de ella los derribó o maltrató mucho; pero de la gente sólo refieren haber muerto hasta catorce o veinte personas. Hizo también entonces la mar el mismo movimiento que había hecho en Chile, que fue poco después de pasado el temblor de tierra, salir ella muy brava de sus playas y entrar la tierra adentro cuasi dos leguas, porque subió más de catorce brazas y cubrió toda aquella playa, nadando en el agua que dije, las vigas y madera que allí había.

Después, el año siguiente, hubo otro temblor semejante en el reino y ciudad de Quito, que parece han ido sucediendo por su orden en aquella costa todos estos terremotos notables. Y en efecto es sujeta a este trabajo, porque ya que no tienen en los llanos del Pirú la persecución del cielo de truenos y rayos, no les falte de la tierra qué temer, y así todos tengan a vista alguaciles de la divina justicia para temer a Dios, pues como dice la Escritura, Fecit haec, ut timeatur. Volviendo a la proposición, digo que son más sujetas a estos temblores, tierras marítimas, y la causa a mi parecer es que con el agua se tapan y obstruyen los agujeros y aperturas de la tierra, por donde había de exhalar y despedir las exhalaciones cálidas que se engendran; y también la humedad condensa la superficie de la tierra, y hace que se encierren y reconcentren más allá dentro los humos calientes que vienen a romper encendiéndose. Algunos han observado que tras años muy secos, viniendo tiempos lluviosos, suelen moverse tales temblores de tierra, y es por la misma razón, a la cual ayuda la experiencia que dicen de haber menos temblores donde hay muchos pozos. A la ciudad de México tienen por opinión que le es causa de algunos temblores que tiene, aunque no grandes, la laguna en que está; aunque también es verdad que ciudades y tierras muy mediterráneas y apartadas de mar, sienten a veces grandes daños de terremotos, como en Indias la ciudad de Chachapoyas, y en Italia la de Ferrara, aunque está por la vecindad del río, y no mucha distancia del mar Adriático, antes parece se debe contar con las marítimas para el caso de que se trata. En Chuquiavo, que por otro nombre se dice La Paz, ciudad del Pirú, sucedió un caso en esta materia, raro, el año de ochenta y uno, y fue caer de repente un pedazo grandísimo de una altísima barranca cerca de un pueblo llamado Angoango, donde había indios hechiceros e idólatras. Tomó gran parte de este pueblo y mató cuantidad de los dichos indios; y lo que apenas parece creíble, pero afírmanlo personas fidedignas, corrió la tierra que se derribó continuamente, legua y media, como si fuera agua o cera derretida, de modo que tapó una laguna y quedó aquella tierra tendida por toda esta distancia.

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