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Capítulo XXV De cómo Pizarro llegó a Panamá, donde procuró negociar con Pedro de los Ríos que le diese gente para volver, lo cual, como no se efectuase, determinó de ir a España De la isla de la Gorgona anduvo sin parar el capitán Francisco Pizarro hasta que llegó a la ciudad de Panamá, donde fue recibido honradamente del gobernador y de todos los vecinos de ella, recibiendo sus compañeros alegría tan grande en lo ver, cuanto se puede pensar. Daban gracias a Dios nuestro señor, pues fue servido que en fin de tantos trabajos descubriesen tan gran tierra. Espantábanse de las ovejas, viendo su talle; estimaron su lana, pues con ella ropa tan fina se hacía; loaban los colores de las pinturas de perfectos; creían que, pues hallaron aquel cántaro, con la otra muestra en la isleta, que en las ciudades y pueblos grandes habría mucha plata y oro; y como suele acontecer con semejantes novedades, no se hablaba en la ciudad de otra cosa que en el Perú, loando a Pizarro de constante, pues en trabajo y necesidad, no bastó a desmayar ni perder voluntad de ver el fin que vio de lo que pretendió. Estuvo ocho días retraído sin salir a lo público, en el curso de los cuales trataron muchas cosas sus compañeros, y sobre la manera que se daría, para seguir al descubrimiento y conquista del Perú. Determinaron de hablar a Pedro de los Ríos para que diese lugar que sacasen gente y caballos, pues la mayor parte del provecho sería suyo. Cometióse a don Hernando de Luque el proponer de la plática, la cual se hizo delante de los otros compañeros, porque saliendo Pizarro, fueron con él entrambos a dos a visitar al gobernador; y estando solos ellos con él, habló Luque, representándole, cuánto fue lo que Pizarro y Almagro trabajaron en el Perú y cómo siempre se habían mostrado servidores del rey, habiendo sido lo mismo en la Tierra Firme, donde era su gobernación, en tiempo de Pedrarias, quien, por conocimiento que tenía de ser todo lo que decían verdad, les había dado la demanda de la mar del Sur, donde habían pasado los trabajos que él sabía y le constaba, pues llegó a tanto extremo Francisco Pizarro que lo desampararon sus compañeros y le dejaron en la Gorgona, tierra enferma, poblada de mosquitos y culebras, de donde con el navío que él y Diego de Almagro le enviaron, siendo Dios de ello servido, habían descubierto a la tierra que había oído, de la cual habían traído la muestra que había visto, y que Francisco Pizarro tenía voluntad de volver con brevedad a aquella tierra tan buena y rica; por tanto, que pues él era gobernador de Castilla del Oro, que diese lugar a que sacase gente y favoreciese para la conquista y enviase a su majestad a pedirle merced de ella, pues era de creer se la daría.

Pedro de los Ríos respondió encogidamente que si él pudiera que hiciera lo que pedían; mas que no había de despoblar su gobernación por ir a conquistar tierras nuevas, ni que muriesen más de los que habían muerto con aquel cebo que veían de las ovejas y muestra de oro y plata. Pasado esto y otras pláticas entre el gobernador y los tres compañeros, se despidieron de él muy tristes por el poco aparejo que hallaban para la conquista de la tierra que dejaban descubierta. Platicaron entre ellos mucho sobre lo que harían para salir con su intención, determinaron de enviar en España un mensajero para que de su parte informase a su majestad y le pidiese merced de la gobernación y adelantamiento para ellos, y para su compañero, el maestrescuela del obispado, que era el que más ahincaba que hiciesen mensajero. Y así lo tenían concertado. Mas Diego de Almagro, delante de Luque habló con Pizarro, diciendo que, pues tuvo ánimo para gastar entre manglares y ríos de la costa más de cuatro años, pasando tantas hambres y trabajos nunca oídos ni vistos por hombres, que no le faltase, para meterse en un navío y dar consigo en España y ponerse a los pies del emperador, para que le haga mercedes de la gobernación de la tierra; que sería otro negociar, que por mensajero que al fin era tercera persona. Pizarro, cobrando más aliento del que tenía con lo que oyó a su compañero, dijo que tenía razón y que habiendo algún dinero que gastar les estaría a todos ellos mejor su ida, que no "enviar".

El maestrescuela Luque, mirándolo con más atención, y conociendo que el mandar no sufre igualdad y que cada uno querría más para sí, contradijo la opinión de Almagro. Con razones bastantes que para ello dio, mandó a decir que enviasen despachos con el licenciado Corral. Pizarro callaba a lo que Luque proponía, dando a entender que pasaría por lo que ellos ordenasen; mas Diego de Almagro, habiéndose puesto en cabeza lo que había dicho, lo sustentaba, y de tal manera lo tornó a decir, que se vino a resumir en su voto, diciendo primero don Hernando de Luque: "Plega a Dios, hijos, que no os hurtéis la bendición el uno al otro, que yo todavía digo que holgara, por lo que a entrambos toca, que juntos fuérades a negociar o enviárades persona que por vosotros lo hiciera". Y como Almagro ahincase tanto en la ida de Pizarro, se capituló que negociase para el mismo Pizarro la gobernación, y para Almagro el adelantamiento, y para el padre Luque el obispado, y para Bartolomé Ruiz el alguacilazgo mayor (); sin lo cual de pedir mercedes aventajadas para los que, de los trece, se hallaron con él en el descubrimiento, habían quedado vivos. Francisco Pizarro dio su palabra de lo hacer así, diciendo que todo lo quería para ellos; mas después sucedió lo que veréis adelante. Acuérdome que andando yo por este Perú mirando los archivos de las ciudades donde están estas sus fundaciones con otros instrumentos antiguos, encontré en la ciudad de los Reyes con escritura que tenía el sochantre en su poder, la cual se pudieron leer de ella unos renglones que decían hablando con Pizarro, Almagro y el padre Luque: "Habéis de negociar lo que hemos concertado, lo cual habéis de hacer sin ningún mal ni engaño ni cautela".

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