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Datos principales


Desarrollo


Capítulo XXIX Del cuidado que tenían los indios en que se aumentasen las huacas, y los ayunos que hacían y sacrificios generales Tuvieron todos los yngas y sus descendientes cuidado muy particular, en que se aumentasen las huacas y creciese el número de sus ídolos, y juntamente con ello los sacrificios y ceremonias dellos y, ya está dicho, que en conquistando alguna provincia, luego tomaba la huaca principal de ella o del pueblo, y la traía al Cuzco, y desta manera tenía aquella provincia sujeta, y contribuía con criados y gente para los sacrificios. Esta huaca la ponía en el templo famoso de Curicancha, o las ponían en otros lugares diferentes o en los caminos, conforme a la provincia de donde era, y, de esta manera, hubo en el Cuzco y sus contornos, infinito número de huacas, ídolos y adoratorios de diferentes nombres en los cerros, encrucijadas, peñascos y fuentes y, cuando había grandísima necesidad, en que se había de hacer sacrificio general por todas las cuatro partes, en que estaba dividido este reino, precedía un ayuno general, en el cual no comían sal ni ají, que eran las principales cosas y de mayor apetito y gusto que tenían. Concluido este ayuno, llevaban los sacrificios, sacándolos de la casa del Sol con mucha veneración y reverencia, y los principales eran los hechiceros de ella, acompañados de mucha cantidad de indios que los seguían, y en el camino iban ayunando, y no llevaban consigo mujeres de ninguna edad, y en todo el camino no miraban a parte ninguna ni volvían la cara atrás, sino siempre cabizbajos, y guardábase esto con tanto rigor que, al que se descuidaba en ello, lo mataban sin remedio.

Con este silencio iban caminando y a trechos, con mucha atención, hincados de rodillas decían: el Sol sea mozo; la luna doncella no se revuelva; la tierra haya mucha paz; el Ynga viva muchos años; hasta que sea viejo, no enferme, no tropiece ni caiga; viva bien, guárdenos y gobiérnenos. Acabado esto, caminaban derecho, sin volver el rostro a parte ninguna, y donde quiera que la noche les tomaba: en llano o cuesta arriba o abajo, allí paraban y sacrificaban los carneros que llevaban para este efecto de todas suertes, derramando la sangre dellos por los cerros altos y bajos y peñas, y esto hacían para que lloviese o nevase, y en los cerros que había dificultad de subir, echaban la sangre en unos vasillos de barro muy tapados y tirábanlos con hondas a lo alto para que se quebrasen y derramasen. La carne, que destos sacrificios quedaba, no la comían, sino la quemaban, ni en todo el camino podían cazar ni tomar cosa alguna. Con estos sacrificios iba un orejón de los del Consejo del Ynga, para ver cómo sacrificaban por los pueblos. Llegados a los yngas que están en la costa de la mar, habiendo sacrificado lo que ellos les traían y, puestas otras cosas en unas bolsas, precediendo muchas ceremonias, las arrojaban dentro la mar, y así se volvían al Cuzco. Lo que se llevaba hacia los Andes, a lo último que era sujeto al inga, lo hacían quemar muy solemnemente con diferentes ceremonias en una barbacoa, hecha de palo de palma, que es muy recio y, hecho, se volvían el orejón y hechiceros.

Acabados todos estos sacrificios, el Ynga se holgaba, comiendo y bebiendo con sus deudos y capitanes y la demás gente, y les daba de comer cinco o seis días; y en el primero hacía matar mil cabezas de ganado, y repartía por todos, los cuales lo comían por la salud del Ynga, el cual en ese tiempo hacía muchas mercedes y daba cosas preciosas y mujeres a los capitanes y gobernadores; como eran vestidos de cumbi y plumajes de argentería, copas de oro y plata en platos de lo mismo y criados. Habiendo recibido esto los curacas y gobernadores y capitanes, se levantaban y entraban adonde estaba la imagen del Sol, y otras veces, acá fuera cuando la sacaban y ponían en la plaza que está delante de su casa, y la adoraban con profunda humildad y luego al Ynga y, saliéndose de aquel lugar, se vestían las ropas y ponían los plumajes que les había dado, y tornaban a entrar vestidos, y adoraban al sol y al Ynga, y luego bailaban un rato y se sentaban y bebían; y el Ynga les tornaba a hacer mercedes de ovejas, coca, ají y otras cosas de comer a cada uno según su calidad, y lo que le había servido. Acabado esto, les proponía lo que pensaba hacer de guerras o de edificios famosos o puentes o fortalezas, y les señalaba a cada uno lo que habían de contribuir de sus provincias y, aceptado, se partían a ponerlo por obra.

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