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CAPÍTULO XXIX De la fiesta del jubileo que usaron los mexicanos Los mexicanos no fueron menos curiosos en sus solemnidades y fiestas, las cuales de hacienda eran más baratas, pero de sangre humana sin comparación más costosas. De la fiesta principal de Vitzilipuztli ya queda arriba referido. Tras ella la fiesta del ídolo Tezcatlipuca, era muy solemnizada. Venía esta fiesta por mayo, y en su calendario tenía nombre toxcoatl, pero la misma cada cuatro años concurría con la fiesta de la penitencia, en que había indulgencia plenaria y perdón de pecados. Sacrificaban este día un cautivo, que tenía la semejanza del ídolo Tezcatlipuca, que era a los diez y nueve de mayo. En la víspera de esta fiesta venían los señores al templo, y traían un vestido nuevo, conforme al del ídolo, el cual le ponían los sacerdotes, quitándole las otras ropas y guardándolas con tanta reverencia como nosotros tratamos los ornamentos, y aun más. Había en las arcas del ídolo muchos aderezos y atavíos, joyas y otras preseas y brazaletes de plumas ricas, que no servían de nada sino de estarse allí, todo lo cual adoraban como al mismo dios. Demás del vestido con que le adoraban este día, le ponían particulares insignias de plumas, brazaletes, quitasoles y otras cosas. Compuesto de esta suerte, quitaban la cortina de la puerta, para que fuese visto de todos, y en abriendo, salía una dignidad de las de aquel templo, vestido de la misma manera que el ídolo, con unas flores en la mano y una flauta pequeña de barro de un sonido muy agudo, y vuelto a la parte de Oriente la tocaba, y volviendo al Occidente, y al Norte y Sur, hacía lo mismo.

Y habiendo tañido hacia las cuatro partes del mundo, denotando que los presentes y ausentes le oían, ponía el dedo en el suelo y cogiendo tierra con él, la metía en la boca y comía en señal de adoración; y lo mismo hacían todos los presentes, y llorando, postrábanse invocando a la escuridad de la noche y al viento, y rogándoles que no los desamparasen ni los olvidasen, o que les acabasen la vida y diesen fin a tantos trabajos como en ella se padecían. En tocando esta flautilla, los ladrones, fornicarios, homicidas o cualquier género de delincuentes, sentían grandísimo temor y tristeza, y algunos se cortaban de tal manera, que no podían disimular haber delinquido. Y así todos aquellos no pedían otra cosa a su Dios, sino que no fuesen sus delitos, manifiestos, derramando muchas lágrimas con grande compunción y arrepentimiento, ofreciendo cuantidad de incienso para aplacar a dios. Los valientes y valerosos hombres y todos los soldados viejos que seguían la milicia, en oyendo la flautilla, con muy grande agonía y devoción pedían al Dios de lo criado y al Señor por quien vivimos, y al sol, con otros principales suyos, que les diesen victoria contra sus enemigos y fuerzas para prender muchos cautivos, para honrar sus sacrificios. Hacíase la ceremonia sobredicha diez días antes de la fiesta, en los cuales tañía aquel sacerdote la flautilla, para que todos hiciesen aquella adoración de comer tierra y pedir a los ídolos lo que querían, haciendo cada día oración alzados los ojos al cielo con suspiros y gemidos, como gente que se dolía de sus culpas y pecados.

Aunque este dolor de ellos no era sino por temor de la pena corporal que les daban, y no por la eterna, porque certifican que no sabían que en la otra vida hubiese pena tan estrecha, y así se ofrecían a la muerte tan sin pena, entendiendo que todos descansaban en ella. Llegado el proprio día de la fiesta de este ídolo Tezcatlipuca, juntábase toda la ciudad en el patio para celebrar asimismo la fiesta del calendario, que ya dijimos se llamaba toxcoatl, que quiere decir cosa seca, la cual fiesta toda se endereza a pedir agua del cielo al modo que nosotros hacemos las rogaciones, y así tenían aquesta fiesta siempre por mayo, que es el tiempo en que en aquella tierra hay más necesidad de agua. Comenzábase su celebración a nueve de mayo, y acabábase a diez y nueve. En la mañana del último día, sacaban sus sacerdotes unas andas muy aderezadas, con cortinas y cendales, de diversas maneras. Tenían estas andas tantos asideros cuantos eran los ministros que las habían de llevar, todos los cuales salían embijados de negro con unas cabelleras largas trenzadas por la mitad de ellas con unas cintas blancas, y con unas vestiduras de librea del ídolo. Encima de aquellas andas ponían el personaje del ídolo señalado para este oficio, que ellos llamaban semejanza del dios Tezcatlipuca, y tomándolo en los hombros, lo sacaban en público, al pie de las gradas. Salían luego los mozos y mozas recogidas de aquel templo con una soga gruesa torcida de sartales de maíz tostado, y rodeando todas las andas con ella, ponían luego una sarta de lo mismo al cuello del ídolo, y en la cabeza una guirnalda.

Llámase la soga toxcatl, denotando la sequedad y esterilidad del tiempo. Salían los mozos rodeados con unas cortinas de red, y con guirnaldas y sartales de maíz tostado; las mozas salían vestidas de nuevos atavíos y aderezos, con sartales de lo mismo a los cuellos, en las cabezas llevaban unas tiaras hechas de varillas, todas cubiertas de aquel maíz, emplumados los pies y los brazos, y las mejillas llenas de color. Sacaban asimismo, muchos sartales de este maíz tostado, y poníanselos los principales en las cabezas y cuellos, y en las manos unas flores. Después de puesto el ídolo en sus andas, tenían por todo aquel lugar gran cantidad de pencas de maguey, cuyas hojas son anchas y espinosas. Puestas las andas en los hombros de los sobredichos, llevábanlas en procesión por dentro del circuito del patio, llevando delante de sí dos sacerdotes con dos braseros o inciensarios, inciensando muy a menudo al ídolo, y cada vez que echaban incienso, alzaban el brazo cuan alto podían hacia el ídolo y hacia el sol, diciéndoles subiesen sus oraciones al cielo como subía aquel humo a lo alto. Toda la demás gente que estaba en el patio, volviéndose en rueda hacia la parte donde iba el ídolo, llevaban todos en las manos unas sogas de hilo de maguey, nuevas, de una braza con un ñudo al cabo, y con aquellas se disciplinaban, dándose grandes golpes en las espaldas de la manera que acá se disciplinan el Jueves Santo. Toda la cerca del patio y las almenas estaban llenas de ramos y flores, también adornadas y con tanta frescura, que causaban gran contento.

Acabada esta procesión, tornaban a subir el ídolo a su lugar adonde lo ponían; salía luego gran cuantidad de gente, con flores aderezadas de diversas maneras, y henchían el altar y la pieza, y todo el patio, de ellas, que parecía aderezo de monumento. Estas rosas ponían por sus manos los sacerdotes, administrándoselas los mancebos del templo desde acá fuera, y quedábase aquel día descubierto, y el aposento sin echar el velo. Esto hecho, salían todos a ofrecer cortinas, cendales, joyas y piedras ricas, encienso, maderos resinosos, mazorcas de maíz y codornices, y finalmente, todo lo que en semejantes solemnidades acostumbraban ofrecer. En la ofrenda de las codornices, que era de los pobres, usaban esta ceremonia, que las daban al sacerdote, y tomándolas, les arrancaba las cabezas, y echábalas luego al pie del altar, donde se desangrasen y así hacían de todas las que ofrecían. Otras comidas y frutas ofrecía cada uno según su posibilidad, las cuales eran el pie de altar de los ministros del templo, y así ellos eran los que los alzaban y llevaban a los aposentos que allí tenían. Hecha esta solemne ofrenda, íbase la gente a comer a sus lugares y casas, quedando la fiesta así suspensa, hasta haber comido. Y a este tiempo, los mozos y mozas del templo, con los atavíos referidos se ocupaban en servir al ídolo de todo lo que estaba dedicado a él para su comida, la cual guisaban otras mujeres, que habían hecho voto de ocuparse aquel día en hacer la comida del ídolo, sirviendo allí todo el día.

Y así se venían todas las que habían hecho voto, en amaneciendo, y ofrecíanse a los prepósitos del templo, para que les mandasen lo que habían de hacer, y hacíanlo con mucha diligencia y cuidado. Sacaban después tantas diferencias e invenciones de manjares, que era cosa de admiración. Hecha esta comida y llegada la hora de comer, salían todas aquellas doncellas del templo en procesión, cada una con una cestica de pan en la mano, y en la otra una escudilla de aquellos guisados; traían delante de sí un viejo que servía de maestresala, con un hábito harto donoso. Venía vestido con una sobrepelliz blanca, que le llegaba a las pantorrillas sobre un jubón sin mangas a manera de sambenito de cuero, colorado; traía en lugar de mangas, unas alas, y de ellas salían unas cintas anchas, de las cuales pendía en medio de las espaldas una calabaza mediana, que por unos agujerillos que tenía estaba toda llena de flores, y dentro de ella diversas cosas de superstición. Iba este viejo así ataviado delante de todo el aparato, muy humilde, triste y cabizbajo, y en llegando al puesto, que era al pie de las gradas, hacía una grande humillación, y haciéndose a un lado, llegaban las mozas con la comida e íbanla poniendo en hilera, llegando una a una con mucha reverencia. En habiéndola puesto, tornaba el viejo a guiarlas, y volvíanse a sus recogimientos. Acabadas ellas de entrar, salían los mozos y ministros de aquel templo, y alzaban de allí aquella comida, y metíanla en los aposentos de las dignidades y de los sacerdotes, los cuales habían ayunado cinco días arreo, comiendo sólo una vez al día, apartados de sus mujeres, y no salían del templo aquellos cinco días, azotándose reciamente con sogas, y comían de aquella comida divina (que así la llamaban) todo cuanto podían, de la cual a ninguno era lícito comer sino a ellos.

En acabando todo el pueblo de comer, tornaba a recogerse en el patio, a celebrar y ver el fin de la fiesta, donde sacaban un esclavo que había representado el ídolo un año, vestido y aderezado, y honrado como el mismo ídolo, y haciéndole todos reverencia, le entregaban a los sacrificadores, que al mismo tiempo salían, y tomándole de pies y manos, el papa le cortaba el pecho y le sacaba el corazón, alzándolo en la mano todo lo que podía, y mostrándolo al sol y al ídolo, como ya queda referido. Muerto éste, que representaba al ídolo, llegábanse a un lugar consagrado y diputado para el efecto, y salían los mozos y mozas con el aderezo sobredicho, donde tañéndoles las dignidades del templo, bailaban y cantaban puestos en orden junto al atambor, y todos los señores, ataviados con las insignias que los mozos traían, bailaban en cerco alrededor de ellos. En este día no moría ordinariamente más que este sacrificado, porque solamente de cuatro a cuatro años morían otros con él, y cuando éstos morían, era el año del jubileo e indulgencia plenaria. Hartos ya de tañer, comer y beber, a puesta del sol íbanse aquellas mozas a sus retraimientos, y tomaban unos grandes platos de barro, y llenos de pan amasado con miel, cubiertos con unos fruteros labrados de calaveras y huesos de muertos cruzados, llevaban colación al ídolo, y subían hasta el patio, que estaba antes de la puerta del oratorio; y poniéndolo allí, yendo su maestresala delante, se bajaban por el mismo orden que lo habían llevado.

Salían luego todos los mancebos puestos en orden, y con unas cañas en las manos, arremetían a las gradas del templo, procurando llegar más presto unos que otros a los platos de la colación. Y las dignidades del templo tenían cuenta de mirar al primero, segundo y tercero y cuarto, que llegaban, no haciendo caso de los demás hasta que todos arrebataban aquella colación, la cual llevaban como grandes reliquias. Hecho esto, los cuatro que primero llegaron, tomaban en medio las dignidades y ancianos del templo y con mucha honra los metían en los aposentos, premiándoles y dándoles muy buenos aderezos, y de allí adelante los respetaban y honraban como a hombres señalados. Acabada la presa de la colación y celebrada con mucho regocijo y gritería, a todas aquellas mozas que habían servido al ídolo, y a los mozos, les deban licencia para que se fuesen, y así se iban unas tras de otras. Al tiempo que ellas salían, estaban los muchachos de los colegios y escuelas a la puerta del patio, todos con pelotas de juncia y de yerbas, en las manos, y con ellas, las apedreaban, burlando y escarneciendo de ellas, como a gente que se iba del servicio del ídolo. Iban con libertad de disponer de sí a su voluntad, y con esto se daba fin a esta solemnidad.

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