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Datos principales


Desarrollo


De cómo el piloto mayor pidió licencia para ir en nombre del general a hablar a los soldados a tierra, y lo que con ellos pasó El siguiente día, que fue un viernes, viendo el piloto mayor la determinación de la gente del campo, por lo que el vicario le había dicho, y la falta de salud y tristeza del adelantado, le pidió licencia para de su parte ir a hablar a los soldados; a que le respondió el adelantado: --No sé si esa gente estará para oír cosas dichas en mi favor y de la tierra, por estar ya tan declarados y determinados en hacer su voluntad. Volvió el piloto segunda vez a instar por ella, y al fin se la concedió; y con esto fue a tierra, y el primero que encontró como al desgaire, con la cabeza a modo de burla, le dijo: --¿No se despacha para irse con el aviso al Perú? Avíese, que ya es tiempo y llevarme ha unas cartas. Llegóse un soldado amigo del adelantado mayor, que le dijo: --Muy dañado lo veo; no sé en qué ha de parar según anda. Y otro le dijo, que cuanto se holgó de verle venir a la jornada, le pesaba de verle allí, por las amenazas que le hacían. En entrando más en el campo, se vinieron a él muchos soldados, unos diciendo: --¡A dónde nos han traído!, qué es lugar éste, dónde no daldrá hombre, ni aquí volverá, aunque vaya aviso, sino es llevando oro, plata, perlas u otras cosas de valor que aquí no hay. El adelantado no ha de enviar aviso, ni lo habemos de consentir todos, o ninguno. Decían otros: --Aquí no venimos a sembrar, que para esto mucha tierra hay en el Perú; ésta lo es de que se sigue servicio a Dios ni al Rey.

Más obligación tenemos a nosotros mismos, que no a estos bárbaros. No son éstas las islas que el adelantado nos dijo, ni habemos de quedar aquí. Embarquémonos y vámoslas a buscar; o sino, llévennos al Perú o a otra parte de cristianos. Palabras resolutas de gente sin dueño. De estas cosas y semejantes, decían los unos y los otros, corriendo todos por donde sus deseos los guiaban, o por mejor decir los despeñaban, sin atender a cosa que fuese de provecho ni daño; porque de los muñidores tenían las voluntades tan rebotadas, que no había freno que los hiciese parar, aunque más verdades les dijesen. El piloto mayor les preguntó las causas por qué hallaban ser mala la tierra; a que respondieron, que porque no tenía que dar; y él les dijo: ¿qué habían dejado en el Perú?, o qué trajeron de él?, ¿o qué se busca pasar esta vida, sino dinero para comprar una casa y sustentar la vida?, cosa que pocos alcanzan tarde, o se les va la vida en esperanzas, y que lo presente era bueno para hacendarse, sin saberse lo que más habrá y lo que se descubriría. Dijeron que cuando llegase ese tiempo, se pasarían veinte años y serían viejos. El piloto les dijo: --Según eso debieron de entender hallar ciudades, viñas y huertas, entrar en casa a mesa puesta, y que los dueños dejando la posesión, se la otorgasen con perpetua esclavitud; o hallar los montes, valles y campos de esmeraldas, rubíes y diamantes para cargar, y dar vuelta; mal mirando que todas las provincias del mundo han tenido su principio, y que Sevilla, Roma y Venecia y las demás ciudades que tiene el mundo, o fueron montes o campos rasos, y que a sus pobladores ha costado lo que cuestan cosas grandes, para que sus sucesores gozasen como las gozan.

Mas yo entiendo, quisieran ellos que otros hubieran trabajado, para que ellos descansasen; sin acordarse que todo estuviera por hacer, si los primeros hubieran hecho estas cuentas. Teníanle al piloto mayor por sospechoso y daban por razón que como había de ir con el aviso, por eso favorecía tanto la población de la tierra por quedarse en la otra; y él les dijo, que ¿qué riquezas le veían prestas para que tal se entendiese de él?, que era el que más arriesgaba, pues había de ir para su bien de ellos a descubrir caminos por mares no navegados, a donde podría, demás de los trabajos a que iba puesto, encontrar de noche una piedra y rematar cuantas. Díjoles más: --Señores, ¿quién les engaña e inquieta?, ¿cuál es el mal mirado que dice podemos salir todos de este lugar con la facilidad que prometen? Díganme quiénes, que yo les daré a entender las imposibilidades que hay y puede haber en ir desde aquí, así al Perú como a cualquiera otra parte. Respondió el uno: --Haya lo que hubiere; que más quiero morir en la mar que donde estoy, y entrambos habemos de ir en un grillo. A esto dijo el piloto: --¿No saben que seguimos a nuestro general, que está en lugar de el Rey, y que tenemos obligación de querer lo que él en su servicio quiere, y el querer otra cosa es querer ir contra el servicio del Rey? Respondieron: --Aquí no vamos contra el servicio real. --¿Pues cómo quieren (replicó el piloto), contra la voluntad de su general, salirse y desamparar la tierra que en su real nombre ha poblado, y libertarse e incitar y amenazar a los que no estamos de su parecer? Dijeron --Nosotros no queremos sino que no envíe aviso al Perú, que somos poca gente y queremos que nos saque de aquí y lleve a las islas que pregonó, o a otra parte mejor.

Dijo el piloto mayor: --El adelantado es la persona que tiene a cargo lo que a todos estará bien; bueno será dejarlo a él, que ya quiere segunda vez enviar a buscar al almirante a la isla de San Cristóbal, que llevaba por instrucción buscarla si se derrotase; y que si la hallase haría lo conveniente, y que si no, tomaría cristiano parecer, medido a la necesidad del estado presente; que también él tenía su persona y la de su mujer en el lugar que todos estaban: que no se podían escapar de los peligros que ellos tanto recelaban. Y cuanto a la vista de la almiranta, lo aprobaron todos; mas que el piloto mayor no había de ir, sino el adelantado que estaba bien prendado. Mas el piloto estaba enfermo y no era razón poner su persona a nuevos riesgos, ni que se ausentase del lugar; mas antes cuando el quisiera ir, se lo habían de contradecir, teniendo hombres tan honrados de quien poder fiar esto y más. Ya en este tiempo se habían juntado otros a dar su parecer; mas como era música de muchos y tan desconcertada, mal sonaba. Mas prosiguiendo, les dijo el piloto mayor, que les vía olvidados de lo que había pasado navegando, con traer los navíos tanta provisión, y contó por acaso cuatro islas donde se hizo nueva escala, y haber sido el viento a popa, el viaje breve. --Acuérdense, les dijo, que si Dios no nos diera la isla en que estamos, podría ser pereciéramos, y pues nos la dio, debe ser su voluntad quedémonos en ella agora. Ya se ve que el mismo viento que trujimos ése tenemos, y que cuanto fue en favor es contrario, y que la vuelta al Perú es imposible, sin subir a mucha altura; y que las naos están desaparejadas y sin orden de poderlas dar carena, y que no había cables, y la jarcia está podrida; y que bastimentos no había más que poca harina, y que las botijas del agua eran menos, por haberse quebrado muchas, y las pipas rotas, por no haber quien las aderezase.

El camino mucho y no conocido: que no se sabía el tiempo que había de durar tal jornada: que estas cuentas eran las ciertas que se habían de hacer, y no tratar sin fundamento de acometer cosas con riesgos de propias vidas y ajenas. Dijo más: --Yo quiero que se mude el viento y se haga el oeste, que es todo lo que puede ser favorable; y estamos ciertos que no habemos de estar más tiempo en el viaje que el que estuvimos en llegar aquí, a donde tenemos otros tantos bastimentos como se trujeron, cuanto más que los otros no llegaron. ¿Y para qué habíamos tomado tanto trabajo, gastando nuestras haciendas y nos pusimos a tantos riesgos, emprendiendo una tan honrada empresa para no salir con ella? Y mirasen bien que otros vasallos ha tenido y tiene el Rey, que le han sustentado y sustentan fronteras y provincias enteras, y a veces comiendo los gatos y perros por no hacer una vileza, y todo sin esperar premio tan grande como aquí se puede esperar; y que al presente ni adelante faltará de comer en tan fértil tierra, ni los enemigos apretaban tanto, ni otras faltas que nos necesiten y obliguen a olvidar de lo que otros no se olvidaron. Y pues estamos en tan honrada ocasión, no la dejemos, pues otros muchos las desean sin poder jamás verse en ellas; esto por eternizarse a costa de muchas finezas; y para que se diga que no rehusamos la carrera, mostremos buena voluntad, pues para todo hay tiempo; y tanto importa llegar a donde se desea por mayo como por septiembre. Y en fin, a donde quiera que lleguemos se ha de decir que sólo venimos a buscar nuestros provechos, y que aun para procurarlos nos faltó el ánimo; pues tan presto, y sin haber más causa que nuestra flaqueza, lo habíamos desamparado; y todos habíamos de ser tenidos por enemigos de Dios y del Rey, y de la honra de nuestro general y nuestra propia, si dejábamos tal empresa y tal tierra.

De Dios, porque con tanta facilidad y sin haber causas bastantes, alzábamos la predicación que se venía a hacer a los naturales, y por ser honra de Dios y salvación de almas, es el mayor interés en que habemos de poner entrambos ojos, y sacallas del cautiverio del demonio que tan domados y ciertos tiene, y desterrarle su adoración y darle a Dios, a quien se debe y cuya es. Del Rey, por impedir el servicio que se le podía hacer deste lugar, sin que para estos descubrimientos se hiciesen nuevos gastos ni arriesgase otras armadas. Y puede ser que sea lo que se entiende, que cuando se descubrió el Nuevo Mundo no dieron luego con lo importante de él, sino con unas muy cortas islas de él y de poco o ningún provecho; y por la constancia de sus descubridores hubieron después a las manos las dos tan grandes y ricas provincias de la Nueva España y Perú, y que la vuelta para España les fue oculta y trabajosa muchos años, lo que agora se hace fácil por la misericordia de Dios. De la honra de nuestro general, porque ha gastado su hacienda, dejando lo que dejó en el Perú. Quieren por sólo su gusto desbaratalle tan cristianos pensamientos que tanto le han durado. De nuestras propias honras, porque de este paraje en que estamos, a ningunas partes podemos ir que no sean tierras de nuestro Rey; a donde sus ministros nos han de pedir muy estrecha cuenta, de dónde venimos y a dónde dejábamos al general y qué razón tuvimos para despoblar las tierras, que en nombre del Rey estaban pobladas, en especial ésta que es fértil, la gente mucha y doméstica, que por un camino u otro no podemos dejar de ofender nuestras conciencias, arriesgar vidas, honras y libertad.

Salir todos, aunque queramos, no es posible: dejar las mujeres, niños y gente impedida en lugar semejante, no fuera justo: ir a la Nueva España, ya el adelantado ha andado aquel camino cuando destas partes fue, y se le murió mucha gente, pasó inmensos trabajos y estuvo mucho en llegar; que no eran todos caminos ni tiempos para poderse navegar: ir a las Filipinas, también tiene sus dificultades. Pensándolo todo bien, y por hartar esta inconsiderada gana, y por concluir, el piloto mayor cerró este punto con decir: --Y porque vean que pleitean sin fundamento, váyanse luego a embarcar; que yo acabaré con el adelantado que los deje hoy ir a la vela, y verán lo imposible de toda su pretensión. Algunos, abriendo los ojos, se mostraron convencidos a las dichas razones, y otros no, diciendo que cuanto a comida, que ellos se preferían de hinchir los navíos de lo que la tierra tenía, y el agua la meterían en diez mil cocos, en cañutos de cañas, o si no que en las mismas canoas de los indios, tapándolas y calafateándolas, y otras cosas tan bien concertadas como éstas. Mas el piloto mayor, les dijo: --¿Toda esa máquina no ha de menester tiempo?, ¿pues cómo no le dan al adelantado para que se determine en lo que ha de hacerse? Dicen que de la tierra han de llevar mucha comida; ¿cómo dicen que ya no tienen qué comer della?, y sin salir desta bahía, se comieron cien leguas de isla. ¿Qué certidumbre tienen de que los bastimentos de aquí durarán cuanto el viaje sin corrupción? --Dijeron que a ese riesgo querían ir.

--Cuanto al agua, les dijo, que no teníamos sabidas otras islas en el camino, como hallamos Para hacer nueva aguada, y que se sujetasen a la razón, pues eran racionales. En fin, reventaron con decir querían ir a Manila, que era tierra de cristianos. Díjoles el piloto: --También lo fue de gentiles, y el ser de cristianos se debe a los descubridores que la Poblaron y conservaron: y en nuestro negocio otro tanto se debiera a nosotros, como se debió a ellos; y adviertan bien que en Manila no han de ser más que unos soldados sujetos a presidios que allí tiene el Rey, haciendo buenas y seguras las haciendas a los encomenderos della, y que para andar allá con el arcabuz al hombro, más valdrá aquí, donde vendrán a ser lo que los otros son con honra y fama. A esto dijo el uno de ellos que la honra había de ser a donde está el Papa y el Rey, y no entre indios. Mas el piloto les dijo que mejor era pedir comedidamente lo que querían a su general, que era persona que no taparía los oídos a cosas justas, y considerasen que aquel lugar y aquel tiempo era muy peligroso y ofendía mucho el oído del general, que deseaba hacer lo que su Rey le mandaba, cualquier palabra mal sonante; cuánto más tantas y tan libres. A esto dijo un soldado: --Déjenlo, déjenlo, y quédese quien se quisiere quedar; que nosotros nos habemos de ir, pese a quien pesare. Estaba sin espada, y él y otros seis, o siete fueron por ellas, y vinieron luego demudada la color; y preguntando por el maese de campo, se le arrimaron todos las cabezas bajas, las espadas en la mano muy a lo bravo, no faltando sobrecejos, ni secretos entre algunos que se hablaban al oído, y fue público que venían a matar al piloto mayor, y hay quien juró en juicio que venían diciendo: --Vamos y matemos a éste que es causa de que estemos en esta tierra; y otros juraron que pasaban las amenazas a decir "que beberían por su calavera". Las apariencias no parecieron bien; la intención sábelo Dios. Habló el que dijo que se habían de ir, y dijo: --Ninguno hay que no se quiera ir desta tierra, y alguno que se hace muy afuera, era el que más voluntad mostró; pero no importa. En resolución ello se dijo mucho en esta parte, esta y otras veces; y como había mucha gente, muchas razones y con ellas voces: el piloto mayor acabó las suyas con decir que cuanto había dicho tocaba al servicio de Dios y del Rey, y lo había de sustentar hasta morir, como lo tiene probado.

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