Compartir


Datos principales


Desarrollo


En que se cuenta el gobierno del presidente don Francisco de Sandi; lo sucedido en su tiempo; la venida del licenciado Salierna de Mariaca; su muerte, con la del dicho presidente Ya queda dicho cómo el presidente don Francisco de Sandi, del hábito de Santiago, que lo había sido de la Audiencia de Guatemala, de donde vino a este gobierno y presidencia, entró en esta ciudad a 28 de agosto del año de 1597, poco antes que el doctor Antonio González se fuese a Castilla. Trajo consigo a la presidenta, su mujer, y a un hermano suyo, fray Martín de Sandi, del Orden de San Francisco, que aun cuando lo hubiera dejado en Guatemala le estuviera mejor, por lo que después se dijo de él por causa de este hermano. Comenzó el presidente su gobierno, y como en esta ciudad en aquella sazón había gente satírica, que no sé si la hay agora, fuéronle a visitar algunos de los más principales, y halláronle con una gran calentura, que era muy antigua, con lo cual temieron mal despidiente y no le volvieron a ver más. Era esa aspereza del presidente Sandi en tanto grado, que en ninguna manera consentía que persona ninguna, fuese de la calidad que se fuese, visitase a la presidenta, su mujer, con lo cual desde luego fue tenido por juez áspero y mal acondicionado. Los dos oidores, el licenciado Diego Gómez de Mena y el licenciado Luis Enríquez, fomentaron sus cosas y sus rigores, porque eran de un mismo humor. Concluyo esto con decir que su gobierno fue penoso y de mucho enfado.

Dice Marco Aurelio que el buen juez ha de tener doce condiciones. La primera: "no sublimar al rico tirano, ni aborrecer al pobre justo; no negar la justicia al pobre por pobre, ni perdonar al rico por rico; no hacer merced por sola afición, ni dar gusto por sola pasión; no dejar mal sin castigo, ni bien sin galardón; no cometer la clara justicia a otro, ni determinar la suya por sí; no negar la justicia a quien la pide, ni la misericordia a quien la merece; no hacer castigo estando enojado, ni prometer mercedes estando alegre; no descuidarse en la prosperidad, ni desesperar en la adversidad; no hacer mal por malicia, ni cometer vileza por avaricia, no dar la puerta al lisonjero, ni oídos a murmuradores; procurar ser amado de buenos y temido de malos; favorecer a los pobres que pueden poco, para ser favorecido de Dios, que puede mucho". Veamos agora si topan algunas de estas doce condiciones en los jueces de este gobierno. Cúpole al licenciado Luis Enríquez mandar hacer la puente de San Agustín, que está en la calle principal de esta ciudad. Pues haciendo las diligencias necesarias para esta obra, envió por indios a los pueblos de Ubaque, Chipaque, Une y Cueca, Usme y Tunjuelo para que sirviesen por semanas en la obra. Pues enviando por los unes y cuecas, que eran de la encomienda de Alonso Gutiérrez Pimentel, fueron por estos indios a tiempo que el encomendero los tenía ocupados en sus sementeras y labores, y como se los quitaron, dejóse decir no sé qué libertades contra el oidor, que de la misma manera que él las dijo, de esa misma manera se las cortaron.

Si le cogieron de lleno o no, remítome a la resulta. El oidor informó en el Real Acuerdo del caso, y cometiéronle la causa para que hiciese las informaciones. ¡Válgame Dios! Parte y juez..., no lo entiendo. ¡Guarte Alonso Gutiérrez Pimentel, que va sobre ti un rayo de fuego! ¡Con los primeros testigos le mandó prender y secrestar los bienes, y finalmente le hizo una causa tan fea, que con ella le ahorcaron! ¡Un hombre que había sido muchas veces en esta ciudad alcalde ordinario y alférez real! Más valiera que hubiera nacido mudo, o que no fuera encomendero; y Dios nos libre que una mujer pretenda venganza de su agravio: ojo a Thamar y al desdichado Amón. Estaba preso en la cárcel de Corte Damián de Silva, sobre ciertos negocios, y fuéronle a notificar un auto acordado. Hecha la notificación, dijo contra los jueces mil libertades malsonantes, que como él las dijo se hizo relación en el Real Acuerdo. Hízose allí la información, con que le condenaron en doscientos azotes, y antes que saliesen del Acuerdo anduvo la procesión. Cosa maravillosa es para mí, que del hablar he visto muchos procesos, y que del callar no haya visto ninguno, ni persona que me diga si lo hay. Bien dicen que el callar es cordura. Otras muchas justicias se hicieron en estos tiempos, unas justiciadas, otras no tanto, porque si entran de por medio mujeres, Dios nos libre. Quien comúnmente manda el mundo son mujeres, y así dijo Isaías de la hierosolimitana, que mujeres la mandaban, y fue porque en un tiempo estaba en mujeres constituido el gobierno de Jerusalén.

Viendo el profeta jeremías las mujeres hierosolimitanas mandar a sus maridos, y a sus maridos mandar a Jerusalén, dice que mujeres gobernaban la ciudad. ¿Cómo se le puede quitar a la mujer que no mande, siendo suya la jurisdiscción, porque es primera en tiempo, por la cual razón es mejor en derecho? Demás que le viene por herencia; pruébolo: Mándale Dios a Adán: "No comas del árbol que está en medio del paraíso, porque en la hora que comieres de ése, morirás". Pues Eva, su mujer, va y tráele la fruta, y mándale que coma de ella, y obedece Adán a su mujer. Come la fruta vedada, pasa el mandato de Dios y sujétanos a todos de la muerte. Llama Dios a Adán a juicio, y dale por disculpa, diciendo: Mulier quem dedisti mibi, ipsa me decepit. Andad, señor, que no es ésa la disculpa de vuestra golosina; no la dejárades vos irse a pasear, que aquí estuvo todo el daño. La mujer y la hija, la pierna quebrada y en casa; y si le dieres licencia para que se vayan a pasear, o ellas se la tomaren y sucediere el mal recaudo, no le echéis a Dios la culpa, ni tampoco os abroqueléis con la disculpa de Adán: quejaos de vuestro descuido. Hasta este punto no hallo yo en la Escritura lugar alguno que me diga que Adán hubiese mandado cosa alguna; luego de la mujer es la jurisdicción en el mandar. Ella le quitó la viña a Nabot. A Sansón le quitó la guedeja de cabellos de su fortaleza y le sacó los ojos. A David lo apartó de la amistad de Dios por algún tiempo, y le hizo cometer el adulterio y homicidio y, lo que fue peor, el mal ejemplo para los suyos y para sus vecinos.

A su hijo Salomón lo hizo idolatrar, v al glorioso Baptista le cortó la cabeza. ¿Qué diferencia hay entre mandar las mujeres la república, o mandar a los varones que mandan las repúblicas? Las mujeres comúnmente son las que mandan en el mundo; las que se sientan en los tribunales y sentencian y condenan al justo y sueltan al culpado; las que ponen y quitan leyes y ejercitan con rigor las sentencias; las que reciben dones y presentes y hacen procesos falsos. El otro emperador griego dijo de su hijo Diofruto, muchachuelo de siete años, que mandaba toda la Grecia, y pruébalo diciendo: "Este niño manda a su madre, su madre me manda a mí, y yo a toda la Grecia". ¡Buena está esta chanza! Decid, emperador, que vuestra mujer, con aquel garabatillo que vos sabéis, que esto corre por todos los demás, os manda a vos; y vos a la Grecia; y no echéis la culpa al niño, que no sabe más que pedir papitas. Son muy lindas las sabandijas, y tienen otro privilegio, que son muy queridas, que de aquí nace el daño. Buen fuego abrase los malos pensamientos, porque no lleguen a ejecutarse. ¡Válgame Dios! ¿Quién al cabo de setenta y dos años y más, me ha revuelto con mujeres? ¿No bastará lo pasado? Dios me oiga y el pecado sea sordo: no quiero que llueva sobre mí algún aguacero de chapines y chinelillas que me haga ir a buscar quien me concierte los huesos; pero yo no sé por qué... Yo no las he ofendido, antes bien las he dado la jurisdiscción del mundo.

Ellas lo mandan todo, no tienen de qué agraviarse. Ya me estarán diciendo que por qué no digo de los hombres; que si son benditos o están santificados. Respondo: que el hombre es fuego y la mujer estopa, y llega el diablo y sopla. Pues a donde se entremeten el fuego, el diablo y la mujer, ¿qué puede haber bueno? Con esto lo digo todo, porque querer decir del hombre, en común o en particular, sería nunca acabar. El hombre se dice mucho menor, porque todo lo que se halla en el mundo mayor se halla en él, aunque con forma más breve, porque en él se halla ser, como en los elementos; vida, como en las plantas; sentido, como en los animales; entendimiento y libre albedrío, como en los ángeles; y por esto le llama San Gregorio al hombre "toda criatura", porque se hallan en él la naturaleza y propiedades de todas las criaturas, por lo cual Dios le crió en el secto día, después de todas las criaturas criadas, queriendo hacer en él un sumario de todo lo que había fabricado. Quiero volver a las mujeres y desenojarlas, por si lo están, y decir un poquito de su valor. Grandísima es la fama de las diez Sibilas, pues con palabras tan divinas trataron de los dichos y hechos, muerte, resurrección y ascensión de nuestro Redentor, y de todos los demás artículos de fe católica. La casta y famosa viuda Judith, con sabiduría y animo más que humano, guardó su decoro y limpieza, cortó la cabeza de Holofernes y libró a la ciudad de Betulia. Maria, hermana de Moisés, fue doctísima, y tomando su adufe guió la danza con otras mujeres, y cantó en alabanza de Dios un cántico de divinas sentencias, y en memoria de la victoria que el pueblo de Dios había tenido contra Faraón y un ejército.

Abigaíl tuvo tantas letras y discreción, que supo aplacar la ira del rey David contra Nabal Carmelo, su marido, después de cuya muerte mereció ser mujer del mismo rey David. La reina Ester fue tan docta y valerosa, que supo aplacar al rey Asuero para que perdonase al pueblo hebreo y sentenciase a muerte al traidor Amán. Quíteseles el enojo, señoras mías, que como he dicho de éstas dijera de muchas más; pero llámanme el presidente don Francisco de Sandi y unos oidores mancebos, que lo cierto es que si son mozos y por casar, algún entretenimiento han de tener. Pasaba esto tan adelante, que en las puertas de las casas reales les ponían los papeles de sus cosas y vez hubo que ellos propios, juzgando en los estrados reales, se echaban chanzonetas y coplas. * * * La mujer es arma del diablo, cabeza de pecado y destrucción del paraíso. Gobernado, como digo, el doctor don Francisco de Sandi, sucedió que le vino al convento de Santo Domingo un visitador, con el cual el provincial de su orden, que lo era en aquella sazón el Padre fray Leandro Garfias, gran predicador, el cual con otros frailes de su devoción, no pudiendo sufrir las cosas de su visitador, se salieron de su convento y se andaban, como dicen, al monte, para cuyo remedio se creó un juez conservador, y fue nombrado para ello el Padre fray Francisco Mallón, de la Orden de San Agustín, el cual, conociendo la causa, entre otras diligencias que hizo fue publicar censuras contra los comprendidos.

Fijó una de ellas en las puertas de esta santa iglesia catedral. Dijéronle al señor arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero cómo en las puertas de su iglesia estaba aquella censura. Su Señoría la mandó quitar y que se la llevasen. El día siguiente amaneció puesta otra contra los comprendidos en la primera, y contra el mesmo arzobispo. Enfadado Su Señoría del atrevimiento, llamó a don Francisco de Porras Mejía, maestre-escuela y su provisor, y mandóle que le prendiese el juez conservador y se lo trajese a su presencia. Con este mandato partió luego el provisor a ponerlo en ejecución. Era tiempo de órdenes, estaba la ciudad llena de ordenantes, sin otros muchos clérigos que había, que eran más de trescientas personas. Pues con todas ellas pasó el provisor por la calle real y por la plaza, la vuelta de San Agustín, a hora que los señores de la Real Audiencia estaban en la sala del Acuerdo, a donde se les dio el aviso de lo que pasaba. Despacharon luego a la diligencia al licenciado Diego Gómez de Mena, para que reparase el daño; el cual, acompañado de los alcaldes oridinarios, alguaciles mayores de Corte y ciudad, con los demás y mucha gente secular, siguió al provisor y a su acompañamiento, y alcanzóle en la puente de San Agustín, a donde hizo alto el un campo y el otro. Mientras el oidor y el provisor estaban hablando, un clérigo, no sé sobre qué, asió al alcalde ordinario (Mayorga) de los cabezones, de manera que le sacó todas las lechuguillas del cabello en una tira; y soltándole, se empuñó en una espada que traía debajo del manteo, que todos venían prevenidos de armas.

Acudió luego el provisor, puso censuras. El oidor, por su parte, echó bando, con pena de traidor al rey secular que se menease; y con esto se entraron en las casas del capitán Sotelo, junto a la mesma puente, a donde actuaron. Con lo cual el oidor se volvió a la Audiencia, y el provisor hizo lo propio, sin que se entrase en San Agustín, que los frailes también estaban prevenidos. Mientras esto pasaba en la puente de San Agustín, el Real Acuerdo había enviado al licenciado Lorenzo de Terrones a casa del provisor, a secrestarle los bienes; el cual habiendo llegado con todos sus clérigos a la esquina de las casas reales, a donde por mandado del Real Acuerdo le estaba esperando el licenciado Luis Enríquez el cual le prenció y metió preso en una sala de las casas reales. De todo esto se le dio aviso al señor arzobispo, el cual vino luego acompañado de todos los prebendados y de toda aquella clerecía y ordenantes. Estaban ya aquellos señores en la Real Audiencia, diéronles el aviso, y mandaron que a sólo el arzobispo dejasen entrar en la real sala. Había en el patio de las casas reales mucha gente secular prevenida. Entró el arzobispo y llamó a la puerta de la Audiencia. Preguntaron de dentro: --"¿Quién llama a la puerta de la Real Sala?". Respondió: --"El arzobispo del Reino". Respondieron de dentro, diciendo: --"Abrid al arzobispo del Reino". Abrieron las puertas, quisieron entrar con él otros clérigos y no les dieron lugar. Pues habiendo entrado el arzobispo en la sala comenzó a dar voces, diciendo: --"Bajen acá, bajen acá, vamos al Real Acuerdo, que yo también soy del Consejo".

Dijeron desde los estrados: --"Secretario, notificadle al arzobispo del Reino que tome su asiento en estos reales estrados, o se salga de ellos". Volvió a dar voces, diciendo: --"Bajen acá, bajen acá, vamos al Acuerdo". Volvieron a responder de los estrados, diciendo: --"Secretario, notificadle por segundo término al arzobispo del Reino que, so pena de las temporalidades y de que será tenido por extraño de los reinos, toma su asiento en estos reales estrados, o se salga de ello". Con esto subió a tomar su asiento. Al punto mandó la Audiencia despejar la sala, saliéronse todos, y cerraron las puertas. Lo que allá pasó no lo pudimos saber. Al cabo de más de una hora, salió el arzobispo; a lo que mostró en el semblante, harto disgustado, y fuese a su casa. Aquellos señores salieron de la Audiencia y se fueron al Acuerdo, donde comieron aquel día; y a la tarde, entre las cinco y las seis, le enviaron al señor arzobispo su provisor, acompañado del licenciado Lorenzo de Terrones, oidor de la Real Audiencia, y de muy lucida gente popular que había estado esperando a ver en qué paraban aquellos negocios. Con lo cual se acabó todo aquel alboroto, sin que se tratase más de él. El negocio del visitador de Santo Domingo también tuvo buen suceso; con lo cual los frailes retirados se volvieron a su convento. Acabadas las constituciones sinodiales, pretendió el señor arzobispo despachar convocatorias a sus sufragáneos, para celebrar concilio provincial, y lo estorbó su promoción al arzobispado de Lima.

Recibió las bulas de esta merced a 3 de agosto del año de 1608; y en el siguiente de 1609, a 8 de enero, partió de esta ciudad para la de Lima, en la que vivió hasta enero de 1622 años, en que falleció de más de ochenta de edad. Téngale Nuestro Señor en la santa gloria, que él me desposó de su mano, ha más de treinta y siete años, con la mujer que hoy vive. Sucedióle en este arzobispado de Santa Fe don fray Juan de Castro, del Orden de San Agustín, que habiendo gozado de su renta algunos años, lo renunció sin salir de España. * * * No puedo dejar de tener barajas con la hermosura, porque ella y sus cosas me obligan a que las tengamos. Esto lo uno, y lo otro porque ofrecí escribir casos, no para, que se aprovechen de la malicia de ellos, sino para que huyan los hombres de ellos y los tomen por doctrina y ejemplo para no caer en sus semejantes y evitar lo malo. A los fines del gobierno del doctor Antonio González, y al principio de la presidencia del doctor don Francisco de Sandi, siendo corregidor de la ciudad de Marequita Pedro de Andújar (son de este corregimiento la dicha ciudad, la de Tocaima, la de Ibagué, Los Remedios, y también lo era victoria la Vieja, que de ella no ha quedado más que el sitio de su población con sus ricos minerales y veneros de oro). Vivía, pues, en la ciudad de Marequita, una doña Luisa Tafur, moza gallarda y hermosa, casada con un Francisco Vela, hijo de Diego López Vela, vecinos que habían sido de Victoria la Vieja.

Esta señora tenía un hermano, llamado don Francisco Tafur, mozo de pensamientos desordenados, e incorregible, el cual había muerto a un Miranda, dándole una estocada pensando que la daba a otro, por lo cual andaba huyendo de la justicia. Sucedió que la doña Luisa, su hermana, trataba sus amores con un caballero llamado don Diego de Fuenmayor, vecino de la dicha ciudad, hombre rico y hacendado. Siempre la hermosura fue causa de muchas desgracias, pero no tiene ella la culpa, que es don dado de Dios. Los culpados son aquellos que usan mal de ella. Poca culpa tuviera la hermosura de Dina, hina de Jacob, si el príncipe de Siquen no hubiera usado mal de ella. Poca culpa tuviera la hermosura de Elena, la greciana, si Paris, el troyano, no la robara. Todo esto nació de irse estas hermosas a pasear. Finalmente, la ocasión es mala, porque en los lugares ocasionados peligran los más virtuosos. Dice San Agustín: "Nunca hallé en mi más virtudes que cuando me aparté de las ocasiones". El Francisco Vela traía algunas sospechas de estos amores de la mujer con el don Diego de Fuenmayor, y para enterarse hizo sus diligencias. Pues un día, entre otros, que él había espiado buscando ocasión para satisfacerse y satisfacer su honor, halló una, que de ella no surtió más efecto que dar a la mujer unas heridas, de lo cual quedó el don Diego escaldado, o, por mejor decir, más bien avisado para mirar por si y procurar, por todos los medios posibles, quitar de en medio al perturbador de sus gustos.

La doña Luisa, ofendida del marido y privada de poder ver a don Diego, que era la herida que ella más sentía, porque las que el marido le dio sólo cortaron la carne y sacaron la sangre; pero la de la ausencia y privación de ver lo que amaba, teníala en el corazón, el cual le espoleaba a la venganza, y así puso la mira en matar al marido y quitarle de enemigo. Comunicó este pensamiento con el don Francisco Tafur, su hermano, al cual halló dispuesto al hecho, espoleado del honor en ver que el cuñado había sido causa, con las heridas que había dado a su hermana, de que la ciudad murmurase y cada cual juzgase a su intento, con lo cual se dispuso a matar al cuñado. El don Diego de Fuenmayor, que le conoció el propósito y lo que pretendía hacer, acudió (como dicen) a echar leña al fuego, prometiéndole al don Francisco Tafur que si hacía el hecho le daría dineros, cabalgadura y todo el avío para que se fuese al Pirú, o donde quisiese; con lo cual el don Francisco puso mucho cuidado en matar al cuñado. En esta sazón, vino a la ciudad de Marequita un maestro de armas, llamado Alonso Núñez, con quien trabó amistad el don Francisco Tafur, el cual de muchos días atrás posaba en compañía de Francisco Antonio de Olmos, fundidor y ensayador de la moneda de este Reino. Pues trabadas las amistades del Alonso Núñez, el don Francisco Tafur se salió de esta posada y se fue a vivir en casa de la doña Luisa Tafur, su hermana. El Francisco Vela, que con las heridas que había dado a la mujer andaba con cuidado, procurando ocasión y tiempo para satisfacerse mejor.

La mujer, por su parte, no se descuidaba en hacer diligencias, viéndose privada de la vista y amistad del don Diego de Fuenmayor; que esto era lo que ella más sentía. ¡Oh mujeres, armas del diablo! Las malas digo, que las buenas, que hay muchas, no toca mi pluma si no es para alabarlas; pues si dan en crueles, Dios nos libre, que por venganza echan todo el resto, sin que reparen en honra y vida ni tampoco se acuerden de Dios, de quien no pueden huir para ser juzgadas; todo lo atropellan por salir con la suya y vengarse. Tulia hizo matar a su padre, el rey Tarquino de Roma, por quedarse con el reino, hízolo arrojar en una calle; y pasando por allí en su carro triunfal, quiso el carretero, movido de piedad, torcer por otra vía el camino, pero la hija le forzó a que pasase las ruedas por encima de su padre y hacerle pedazos después de muerto. Dime, Tarquino, rey de Roma, ¿cuál pecado fue el tuyo, pues permitió Dios que tal hija engendrases? Sin duda fue gravísimo. Dime también, pues allá estáis entrambos, ¿qué pena se le da en el infierno a la hija que tal crueldad usó con su padre? Sin duda es gravísima, porque de más de ser contra el precepto de Dios, tiene en sí delito, horror y espanto. Paréceme que carros de fuego pasarán por sobre ella horas y momentos, y que tú, cargado de tus penas y tormentos, eres el carretero. justa venganza, si de ella pudieras tener gozo! El don Francisco Tafur, cargado de promesas del don Diego de Fuenmayor, buscaba la ocasión de poder matar al cuñado.

Supo que estaba en una estancia, de la otra banda del río Gualí; tomó una escopeta cargada y fue en busca de él; y llegando a ella, aunque la noche era obscura, fue sentido de los perros y de la gente de la estancia, con la cual y con los perros cargó el Francisco Vela sobre él, yéndose en retaguardia de su gente que llevaba; y no paró hasta quitalle la escopeta que traía; y como conoció que era el don Francisco de Tafur, su cuñado, preguntóle qué era lo que buscaba y adónde iba. Respondióle: --"Que bien sabia que andaba huyendo de la justicia por la muerte que había hecho de aquel hombre, y que esto le hacía andar prevenido de armas, y que no hallaba lugar seguro a donde reposar ni descansar una hora". El Francisco Vela le aquietó y díjole que "mirase que era su cuñado, y que por volver por su honra había hecho lo que ya sabía". Con estas y otras razones quedaron por entonces reconciliados y amigos, y ambos entraban y salían en la ciudad, de noche. El Alonso Núñez, maestro de armas, como vivía en casa de la doña Luisa Tafur, y con la continua comunicación trató de requebrarla; ella, que no atendía a otra cosa más que a la venganza del marido, diole al Alonso Núñez muy buena salida a su pretensión, con que primero y ante todas cosas quitase el estorbo del marido matándole, que su hermano don Francisco Tafur le ayudaría. Con lo cual comunicó el negocio con él y concertados buscaban la ocasión para matar al Francisco Vela, la cual les trajo el demonio a las manos, que es el maestro aquestas danzas, en esta manera: Estaba fuera de la ciudad el Francisco Vela, y vino una noche a casa de una tía suya, a donde se apeó, y de allí se fue a casa del cura de la ciudad, a ver a un don Antonio, amigo suyo, que estaba allí enfermo.

Supo el don Francisco Tafur de la llegada del Francisco Vela a casa de la tía, diole el aviso al Alonso Núñez, encargándole que, en todo caso, procurasen aquella noche matarle, y que no se sabría por estar recién venido; que él lo iría a buscar y lo sacaría a donde lo pudiesen hacer con seguridad. Asentado esto, fuese el don Francisco Tafur a buscarle a casa de la tía, en donde le dijeron que había ido a casa del cura a visitar a aquel enfermo; con lo cual fue a casa del cura, donde le halló; y habiendo hecho la visita se salieron hacia la plaza. El Alonso Núñez, que seguía los pasos del don Francisco, violos salir e hizo alto en la esquina de la calle. El don Francisco Tafur, que reconoció al Alonso Núñez, le dijo al Francisco Vela, su cuñado: --"Allí veo un bulto, no quisiera que fuese la justicia. Salgamos por esta calle hacia el campo, hasta que sea un poco más tarde". Con esto se salieron de la ciudad, siguiéndolos siempre el Alonso Núñez; y llegando junto a un arcabuco, metieron mano a las espadas los dos contra el Francisco Vela y le dieron muchas estocadas hasta matarle; lo cual hecho lo metieron en el monte, con lo cual se fueron. El don Francisco Tafur le dijo al cura que le dijese a Diego López Vela cómo él había muerto a su hijo, por las heridas que dio a su hermana y por la deshonra que había causado; con lo cual se hizo diligendia en buscar al Francisco Vela y en tres días no pudo ser hallado, hasta que los gallinazos descubrieron el cuerpo, que un indio, viéndolos, entró en el monte pensando ser otra cosa, donde halló al Francisco Vela muerto.

Dijo de ello aviso a la justicia, la cual, informada del caso, despachó dos hombres contra los delincuentes, que se habían retirado hacia Purnio, a los cuales, después de haberse defendido gran rato, prendieron y trajeron presos a la cárcel de la dicha ciudad, a donde substanciando el corregidor la causa condenó a tormento al don Francisco Tafur, en el cual negó fuertemente. Reconoció el corregidor que se había preparado y prevenido el don Francisco para el tormento, y díjole: --"Muchos cuñados tenéis, don Francisco, mas yo lo remediaré". Quitáronle del tormento y dejó el corregidor que pasasen algunos días, al cabo de los cuales, cogiéndole descuidado, le volvió a dar tormento, en el cual confesó la verdad, condenando al Alonso Núñez. Con lo cual se hizo justicia de ellos, degollando al don Francisco Tafur y ahorcando al Alonso Núñez, porque éste es el Pago del amor mundano. Y con estos casos y otros semejantes me despido. La lujuria es una incitación y aguijón cruel de maldades, que jamás consiente en sí quietud; de noche hierve y de día suspira y anhela. Lujuria es un apetito desordenado de deleites desonestos, que engendra ceguedad en el entendimiento y quita el uso de la razón y hace a los hombres bestias. La doña Luisa Tafur con tiempo se salió de la ciudad, fuese a la villa de la Palma, y de ella se vino a esta ciudad, a donde se metió monja en la Concepción, aunque después se salió del convento sin que se supiese cuál camino tomase ni qué fuese de ella.

* * * Y con esto volvamos a nuestro presidente don Francisco de Sandi. Del riguroso gobierno del presidente pasaron los informes a Castilla, y a vueltas del rigor dijeron también cómo fue fray Martín de Sandi, del orden de San Francisco* (Hasta aquí paró este cuento de este religioso por faltarle al libro una hoja que le perdieron. Quizá importaría el quitarla... y prosigue la historia así)**. ¿Llevar todo aquel oro? Respondiéronle que si. Dijo: "Pues no traigo ninguno", enseñándoles las faltriqueras y las demás partes del cuerpo, con lo cual los despidió. De allí a pocos días, como se le agravase el mal al visitador, y todos decían que se moría, publicó el presidente su queja, diciendo que el visitador le llevaba cinco mil pesos de buen oro mal llevados, y no paró en sólo quejarse, sino que fue personalmente a casa del señor arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero, y le contó el caso, suplicándole encargase la conciencia al licenciado Salierna de Mariaca, visitador, para que le restituyese los cinco mil pesos que llevaba. No se descuidó Su Señoría en hacer diligencia, porque al punto fue a casa del visitador y le propuso el caso, apretándole mucho en ello; el cual, con las palabras del sentimiento que tal caso requería, y con solemnidad de juramento, tomándole las manos consagradas, afirmó ser injusta la demanda del doctor Sandi, y falsa, porque no era ni pasaba tal como él decía; con lo cual el señor arzobispo se volvió a su casa, de donde le envió al presidente la respuesta de lo que le había encargado.

El visitador, habiendo entendido la mácula que le había puesto contra su honor y cargo, envió a llamar al doctor don Francisco de Sandi, el cual habiendo ido, el visitador, en presencia de muchas personas que se hallaron allí, le dijo que "¿cómo un caballero como él le hacía cargo de lo que no era ni había pasado, diciendo que le llevaba cinco mil pesos de buen oro, siendo falso?". El presidente le respondió afirmándose en lo dicho, diciéndole que "con mala conciencia le llevaba aquel dinero, y que se lo había dado de su propia mano a la suya, como probaría bastantemente". El visitador le respondió que "no sabía qué testigos podrían testificar tan gran maldad; pero que él estaba muriendo, y que tenía por muy cierta su muerte, y que desde luego le citaba y emplazaba para que, dentro de nueve días desde el de su muerte, pareciese con él ante Dios, a donde se averiguaría la verdad, porque era tribunal a donde no valdrían falsedades ni engaños". Con lo cual se fue el doctor Sandi, afirmándose en lo que había dicho, y el visitador le respondió repitiéndole el emplazamiento que le había hecho. Al cuarto día después que aquesto pasó, llegó el último de la vida del licenciado Salierna de Mariaca. Habíale ido a ver un amigo del doctor Sandi aquella mañana, y pasando por junto a las casas del Mariscal Hernán Venegas, que hoy son casas reales, a donde posaba el presidente, desde la ventana le preguntó que de dónde venía, respondióle que de ver al visitador.

Díjole el presidente: --"¿No acaba el diablo de llevarse a ese ladrón?". Respondióle: --"Señor, sin habla está, y entiendo tiene pocas horas de vida". Con lo cual se despidió. Entre las once y las doce horas, el mesmo día doblaron en la Catedral por el visitador Mariaca. Alborotóse la ciudad, corrió la voz; el presidente Sandi se asentó a comer con mucho gusto, y aun dijeron los que se hallaron presentes que había dicho algunas cositas, que cada uno podrá adivinar. Después que hubo comido, se acostó a dormir la siesta. Doña Ana de Mesa, su mujer, tomó una silla y asentóse junto a la cabecera de la cama, a donde consideró la inquietud que el marido tenía aquel espacio de tiempo que estuvo en la cama. Dentro de una hora, poco menos, recordó sobresaltado, y díjole a la mujer: --"Señora, ¿he dormido mucho?". Respondióle: --"Poco ha dormido Usía, porque ha estado inquieto". Respondióle: --"Pues no he dormido, señora, porque desde que me acosté he estado con el licenciado Mariaca en muy grandes disputas y diferencias, de que salí muy enfadado, y yo me siento bueno. Míreme este pulso, que me parece que tengo calentura". La presidenta le tomó el pulso, diciéndole: --"No crea Usía en sueños, que es burlería, y quieto tiene el pulso con una poquita de calentura, que no será nada, mediante Dios". Dijo el presidente: --"Llámenme al licenciado Auñón". El cual habiendo venido y vístole, le dijo que la calentura era lenta, y que iba a ordenarle una purga con que se la quitara.

Esta calentura no le soltó, porque a 13 de septiembre del año de 1602 murió el visitador Mariaca, y a 22 de dicho mes y año murió el presidente Sandi, dentro de los nueve días del emplazamiento que le puso su competidor, que fue caso de admiración, y mucho mayor lo que el día de su muerte hubo, la gran tormenta de rayos, truenos, relámpagos y agua que hubo en esta ciudad, que parecía que se hundía. El día siguiente se enterró su cuerpo, con moderada pompa, en el convento de San Agustín. El visitador se enterró en la Catedral de esta ciudad. Este desgraciado caso, que o tengo por muy desgraciado, pasó en esta ciudad; y hoy viven muchos que lo vieron y lo supieron, porque son muchos los peligros de esta vida. Este mundo es un continuo peligro, y así dice San Pablo: "Peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de la ciudad, peligros en el mar, peligros en la soledad y peligros en falsos hermanos". Volviendo a mi tema, digo que si lo que queda dicho son dulces del gobernar, presidir y mandar, hágales muy buen provecho, que yo no los quiero, porque para mí más quiero una arroba de azúcar, aunque cueste cuatro o cinco pesos, porque al fin con ella se hacen regalitos que come el hombre, que no una arroba de oro con talta hiel, acíbar y desventuras como hubo en el caso presente y cada día vemos. * * * Siempre se conoció al doctor don Francisco de Sandi la condición cruel que tenía; y tenía pensado quitar tres cabezas de esta ciudad: la una, de Diego Hidalgo de Montemayor; la otra, del contador Juan de Arteaga, y la tercera, del capitán Diego de Ospina.

El porqué, él solo y Dios lo sabían; pero este mal intento no tuvo efecto, porque permitió Dios que sucediese de otra manera, porque al Diego Hidalgo de Montemayor le dio una enfermedad de que en breves días murió. El Juan de Arteaga, yendo en una mula a ver su estancia que tenía en Tunjuelo, desde el puente de San Agustín revolvió la mula con él asombrada, llegando a la esquina de las casas reales, a donde yo y Juan Prieto de Ureta (vizcaíno) estábamos. Tuve yo la espada desnuda para cortar las piernas a la mula porque en toda aquella calle, aunque se le pusieron muchas personas por delante, no la pudieron detener; dejé de ejecutar el intento por consejo del compañero. Atravesó la mula por medio de la plaza, pasó por en medio de la horca que estaba puesta para hacer justicia, y en una puerta de cal y canto de las tiendas de Luis López Ortiz, dio al pobre contador con los cascos, cayendo de la mula tan mal herido, que dentro de tercero o cuarto día lo enterraron. Al capitán Diego de Ospina lo tenía preso en la cárcel de Corte, y el jueves santo en la noche, acompañado del alcaide de la cárcel, que llevaba ya su limosna, y con otros presos, se fueron a andar las estaciones y nunca más volvieron; con lo cual salieron vanos los pensamientos del doctor Sandi y su mala intención. Antes que pase adelante quiero decir los oidores que concurrieron en estas dos presidencias, y lo que fue de ellos, que son los siguientes: Con el doctor Antonio González concurrieron: el licenciado Ferráez de Porras, que murió en esta ciudad, y el licenciado Rojo del Carrascal, que de aquí fue a la Audiencia de las Carcas, a la silla del fiscal.

Sucedió el licenciado Aller de Villagómez, y con él vinieron por oidores el licenciado Egas de Guzmán, que también murió en esta ciudad, y el licenciado Miguel de Ibarra, que fue el visitador general del partido de Santa Fe y dio el resguardo a los indios, y de esta plaza fue proveído por presidente de la Real Audiencia de San Francisco de Quito. Después vino por oidor el doctor don Luis Tello de Erazo, y consecutivamente los licenciados Diego Gómez de Mena y Luis Enríquez, que todos tres fomentaron el rigor del doctor don Francisco de Sandi. Templóse algún tanto con la venida del licenciado Lorenzo de Terrones, y mucho más con la venida del licenciado Alonso Vásquez de Cisneros, que fue el oidor de México. Sus dos compañeros fueron residenciados y enviados a España, de donde, salieron proveídos: el licenciado Diego Gómez de Mena por oidor de la Audiencia de México, y el licenciado Luis Enríquez por alcalde de Corte de Lima.

Obras relacionadas


No hay contenido actualmente en Obras relacionadas con el contexto

Contenidos relacionados