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Capítulo XVIII De cómo Juan Tafur llegó a Panamá, y cómo volvió un navío a la Gorgona al capitán Francisco Pizarro Habiendo dejado en la isla a Francisco Pizarro, Juan Tafur, con los cristianos que estaban embarcados en los navíos, anduvieron hasta llegar a Panamá, donde estaba el gobernador Pedro de los Ríos; y como supo que Francisco Pizarro con tan pocos españoles había quedado en la Gorgona pesóle, diciendo que si se muriese o fuesen indios a lo matar, que sobre ellos cargase la culpa, pues no habían querido venir en los navíos con Juan Tafur. Los que habían venido contaban las lástimas de los trabajos y hombres que habían pasado, y era muy gran dolor oírlos. El padre Luque y Diego de Almagro leyeron las cartas de su compañero Francisco Pizarro y derramaron muchas lágrimas de compasión que de él tuvieron, y con voluntad de le enviar con brevedad un navío para que pudiese descubrir lo de adelante o volverse a Panamá, fueron al gobernador a pedirle licencia para ello, poniéndole por delante grandes causas. Respondió que no quería dar tal licencia ni consentir que fuese navío de Panamá. Almagro con requerimientos se lo protestó, afirmando que se hacía sin justicia, pues habiendo trabajado y gastado tanto en aquel descubrimiento, no quería dar lugar a que fuese navío a traer los que habían quedado en la isla. Con estas cosas y otras que dijo Almagro, conociendo el gobernador que tenía razón, dio licencia para que fuese el navío, de que se alegraron mucho los dos compañeros; y con mucha diligencia metieron en uno de los que estaban en el puerto mucho bastimento; y como estuviese presto para el viaje, volvieron al gobernador a decirle que viese lo que mandaba, porque lo querían enviar; y dicen que le había pesado por haber dado licencia para ello, y que respondió, que él enviaría a ver el navío y a que lo registrasen y le avisasen si estaba para navegar.

Habló de secreto con un Juan de Castañeda, para que yendo él con un carpintero, a quien llamaban Hernando, a ver la nao, dijesen que no estaba para navegar ni salir del puerto hasta que la adobasen. Mas cuentan que Castañeda, habiéndose cristianamente, lo hizo mejor que Pedro de los Ríos se lo había mandado, porque su visitación aprovechó y no dañó nada, antes luego el mismo Pedro de los Ríos envió a llamar a Diego Almagro, a quien dijo que fuese el navío con la bendición de Dios en busca del capitán, con tanto que cumpliesen lo que él les daría por una instrucción firmada de su nombre; que era la sustancia de ella que pudiesen navegar hasta seis meses, los cuales pasados viniesen a Panamá a dar cuenta de lo que habían hecho, so algunas penas que para ello puso. Esto hecho, el maestrescuela don Hernando de Luque y Diego de Almagro escribieron al capitán cartas alegres y que bien había mostrado su gran valor, pues así había osado con tan poca gente quedar en una tierra yerma y tan mala; y que habían trabajado harto de le enviar navío, porque el gobernador lo estorbaba; por tanto, que procurase de llegar con él a la tierra de Túmbez, que los indios decían, pues llevaban a Bartolomé Ruiz en el navío por piloto; que fue el mismo que les prendió en la balsa. Como le escribieron estas cosas y otras, se partió Bartolomé Ruiz con el navío, sin llevar más gente que los marineros, y se dio prisa navegar camino de la Gorgona. El capitán, con los españoles que habían quedado en ella, pasaban sus vidas con el trabajo que en el capítulo pasado se dijo, comiendo de lo que mariscaban y pescaban, y del maíz qué les había quedado; estaban aguardando el navío como si fuera la salvación de sus ánimas; tanto lo deseaban, que los celajes que se hacían bien dentro de la mar, se les antojaba que era él, y como viesen que no venía al cabo de tanto tiempo que había que se partieron los navíos, muy congojados y trabajados estaban con determinación de hacer balsas para se volver a Panamá la costa abajo.

Y habiendo concertado esto, vieron un día bien adentro en la mar venir el navío; unos de ellos lo tuvieron por palo, otros por otra cosa, porque tanto lo deseaban, que aunque conocían que era vela, no lo creían; mas como llegó cerca, blanquearon las velas y conocieron que era lo que tanto deseaban; de que recibieron tanta alegría, que de gozo no podían hablar; y tomó puerto en la isla a hora de medio día, saliendo luego en tierra el piloto Bartolomé Ruiz con algunos marineros y se abrazaron unos con otros con gran placer, contando los de tierra a los que venían por la mar lo que habían pasado en la isla, y ellos contaban lo que les había sucedido en el viaje, como se suele hacer.

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