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Desarrollo


De los augurios de los mexicanos Entre otras cosas ridículas pues, en las que creían los mexicanos, cuentan los augurios, que tomaban de muchas cosas. Los que por casualidad oían por la noche aullar alguna fiera, llorar como niño o reñir como vieja, presagiaban que había de venir muerte segura o gravísima enfermedad o esterilidad y carestía de subsistencias, estimando que aquéllos eran signos prenuncios de la divina voluntad. Sin embargo, no creían que debían desanimarse desde luego, sino tratar de aplacar la iracundia de los dioses rezando y llevando una vida sin culpa. Si el ave hoacton, la que mostramos pintada en nuestro libro de las aves, cantaba "yécan yécan" a los mercaderes que viajaban de noche, como es augurio próspero, seguían su camino seguros y contentos, pero si reía, como es su costumbre la mayor parte de las veces, temían que morirían de muerte muy rápida y, por consiguiente, el que de entre ellos era de mayor dignidad o más viejo, solía exhortarlos en ese medio tiempo a que fueran de buen ánimo o intrépidos para la muerte y para soportarla varonilmente si así lo quería la suerte. Además si se oían por la noche golpes como de los que cortan leña, con gran audacia se echaban polvo en el pecho y buscaban al leñador, porque tenían por cierto que eso lo hacía el fantasma de Tezcatlipoca, enorme estantigua con la cabeza cortada, a quien proclamaban señor del bien y del mal. Y si lo alcanzaban, teniéndolo fuertemente asido no lo soltaban antes que les prometiera concederles lo que le pedían y dárselo liberalmente; otros le arrancaban (según creían ellos) el corazón, el que si después encontraban que se había transformado en plumas en sus manos lo consideraban augurio próspero, pero si en carbones o en sórdidos harapos, creían que era presagio de muerte.

El canto del búho se consideraba mortífero, excepto cuando chillaban junto al nido. No era de mejor agüero el canto de la lechuza y principalmente cuando cantaba "cuel, cuel" que quiere decir: "vamos, vamos" porque en verdad estaban persuadidos de que era enviada de Plutón y que era la que por el mando de ese dios tartáreo llamaba las almas al Orco. Y se esforzaban en convencerse de eso con muchas fábulas que trataban de exponer las causas de ello, las que nosotros creemos que deben ser pasadas en silencio, como cosas pueriles y de ningún momento. Tenían entre las cosas de mal agüero hasta a la comadreja o mostolilla, que se decía presagiar alguna enfermedad, la muerte o la pobreza. Si se les presentaba una liebre saliendo de su agujero acostumbrado, creían firmemente que en ese mismo momento los ladrones saqueaban sus sembrados o sus huertos o devastaban sus casas o que se les huirían sus esclavos a lugares de donde con ninguna diligencia los pudieran sacar. También si se les presentaba el animal pinahoiztli decían que les acontecería un gran mal, y para conocerlo mejor usaban de no se que invenciones supersticiosas indignas de ser recordadas. Ni les avergonzaba afirmar constantemente que Tezcatlipoca, que confesaban ser dios, tomaba aquí y allá formas de animales pequeños y sórdidos. Ver hormigas rojas o brillantes, ranas, o ratones blancos, presagiaba infortunio insigne. Y todas estas cosas creían que las hacían los hechiceros con el objeto de dañar; de los cuales había entre ellos gran abundancia, ya sea que fueran en verdad hechiceros o que simularan serlo, para causar miedo a otros, como veo que ahora también lo hacen muchos.

Se les aparecían (si acaso son dignos de fe acerca de esto) estantiguas o cadáveres con los mismos velos funerales con los que habían sido incinerados. Y dicen que los dioses se les aparecían en esa forma y también con la apariencia de niñas muy bien vestidas y así indicaban la muerte o algún otro mal muy grande. Y afirmaban también que se les presentaba para venerarla, una cabeza con cabellera muy larga, y otras cosas semejantes a éstas, indignas de recordarse, ya sea que ellos mismos las fingieren o que acontecieren por el cuidado y la solicitud de los demonios que querían engañarlos y burlarlos con tantas imposturas. Tomaban también presagios de las hierbas y de los árboles y principalmente del omixochitl y del cuetlaxochitl; de los ramos de flores, los cuales decían que no era permitido oler en el medio; además, de los maíces; de beber el hermano menor antes del mayor; de comer lo que quedaba en la olla; del tamal mal cocido; de las preñadas; de la cortadura del ombligo; de las recién paridas; de los terremotos; de los que ponían el pie sobre las trébedes; de las tortillas que se doblaban o enrollaban en el comal; de los que limpiaban la piedra donde suele molerse el maíz, llamada metlatl; de los arrimados o pegados a los postes; del que comía estando de pie; de la quema del olote; de otra manera de las preñadas; de la mano de la mona; del comal; del majadero de piedra llamado metlapilli; de los ratones; de las gallinas; de los pollos y del ayotochtli; de las partes de las mantas; del granizo; de los cuchillos de piedra puestos detrás de la puerta o del patio; de la comida que dejaron los ratones; de las uñas; del estornudo; de los niños y niñas; de las cañas verdes del maíz; del respendar de las maderas; del metlatl roto; de la casa nueva y del fuego encendido en ella por primera vez, que si prendía en breve, atestiguaban que presagiaba habitación óptima y afortunada, pero si se encendía tardíamente y con dificultades, adversa. Del baño o temazcalli; de los dientes que se mudan y de otras mil, las que consideré deber pasar en silencio porque las ya listadas indican abundantemente la ignorancia y la estupidez de esos hombres.

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