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Desarrollo


CAPÍTULO XVI Del buen invierno que se pasó en Utiangue y de una traición contra los españoles Por lo que en el capítulo pasado hemos dicho del contento y regalo con que los nuestros pasaban el invierno en el pueblo de Utiangue, es mucho de llorar que una tierra tan fértil y abundante de las cosas necesarias para la vida humana como estos españoles descubrieron, la dejasen de conquistar y poblar por no haber hallado en ella oro ni plata, no advirtiendo que si no se halló fue porque estos indios no procuran estos metales ni los estiman, que oído he a personas fidedignas que ha acaecido hallar los indios de la costa de la Florida talegos de plata de navíos que con tormenta han dado al través en ella y llevarse el talego como cosa que les había de ser más provecho y dejar la plata por no la preciar ni saber qué fuese. Según esto, y porque es verdad que generalmente los indios del nuevo mundo, aunque tenían oro y plata, no usaban de ella para el comprar y vender, no hay por qué desconfiar que la Florida no la tenga, que buscándolas se hallarán minas de plata y oro, como cada día en México y en el Perú se descubren de nuevo. Y cuando no se hallasen, bastaría dar principio a un imperio de tierras tan anchas y largas, como hemos visto y veremos, y de provincias tan fértiles y abundantes, así de lo que la tierra tiene de suyo, como para las frutas, legumbres, mieses y ganados que de España y México se le pueden llevar, que para plantar y criar no se pueden desear mejores tierras, y con la riqueza de perlas que tienen, y con la mucha seda que luego se puede criar, pueden contratar con todo el mundo y enriquecer de oro y plata, que tampoco la tiene España de sus minas, aunque las tiene, sino la que le traen de fuera de lo que ella ha descubierto y conquistado desde el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos a esta parte.

Por todo lo cual, no sería razón que se dejase de intentar esta empresa, siquiera por plantar en este gran reino la fe de la Santa Madre Iglesia Romana y quitar de poder de nuestros enemigos tanto número de ánimas como tiene ciegas con la idolatría. A la cual hazaña provea Nuestro Señor como más su servicio sea, y que los españoles se animen a lo ganar y sujetar. Y, volviendo a nuestra historia, decimos que los castellanos estuvieron en el pueblo de Utiangue invernando a todo su placer y regalo, alojados en buen pueblo, bastecidos de comida para sí y para los caballos. El curaca principal de la provincia, viendo que los españoles estaban de asiento, pretendió con amistad fingida y trato doble echarlos de ella, para lo cual envió mensajeros al gobernador con recaudos falsos, dándole esperanzas que muy presto saldría a servirle. Estos mensajeros servían de espías y no venían sino de noche para ver cómo se habían los españoles en su alojamiento, si velaban, si se recataban, si dormían con descuido y negligencia, y de qué manera y en qué lugar tenían las armas y cómo estaban los caballos, para notarlo todo, y, conforme a lo que hubiesen visto, ordenar el asalto. De parte de los nuestros había descuido en lo que tocaba a recatarse de los indios mensajeros porque, en diciendo el indio al español centinela que venía con recaudo del curaca, a cualquier hora que fuese de la noche, en lugar de decirle que volviese de día, lo llevaba luego al gobernador y lo dejaba con él para que diese su embajada.

El indio, después de haberla dado, paseaba todo el pueblo, miraba los caballos y las armas, el dormir y velar de los castellanos, y de todo llevaba larga relación a su cacique. El gobernador, teniendo noticia de estas cosas por sus espías, mandaba a los mensajeros no viniesen de noche sino de día. Mas ellos porfiaban en su mala intención con venir siempre de noche y a todas horas, de la cual desvergüenza se quejaba el general muchas veces a los suyos diciendo: "¿No habría un soldado que con una buena cuchillada que a uno de estos mensajeros nocturnos diese los escarmentase que no viniesen de noche, que yo les he mandado que no vengan sino de día y no me aprovecha nada?" De estas palabras se indignó un soldado llamado Bartolomé de Argote, hombre noble que se había criado en casa del marqués de Astorga, primo hermano del otro Bartolomé de Argote, uno de los treinta caballeros que fueron de Apalache con Juan de Añasco a la bahía de Espíritu Santo, el cual, siendo centinela una noche a una de las puertas del pueblo, mató una de las espías porque contra su voluntad quiso pasar a dar su recaudo falso. Del cual hecho holgó mucho el gobernador y lo aprobó con loores, y el soldado, de allí en adelante, quedó puesto entre los valientes, que hasta entonces no lo tenían por tal ni entendían que fuera para tanto, mas él hizo lo que todos los del ejército no habían sido para hacer. Con la muerte del mensajero cesaron los mensajes y las tramas de los indios, porque vieron que los castellanos los habían entendido y que estando recatados no podían medrar con ellos.

El general, y su gente, se ocupaba en guardar su pueblo y en correr cada día con los caballos toda la comarca para tener siempre noticia de lo que los indios pudiesen maquinar contra ellos. Con este cuidado pasaban el invierno con mucho descanso y regalo, que, aunque tenían guerra con los naturales, nunca fue de momento que les hiciese daño. Después que el rigor de las nieves se fue aplacando, salió un capitán con gente a hacer una correría y prender indios, que los habían menester para servicio, el cual volvió al fin de ocho días con pocos indios presos. De cuya causa mandó el gobernador que fuese otro capitán con más gente, el cual hizo lo mismo que el pasado, que habiendo gastado en su correría otros ocho días, al fin de ellos volvió y trajo pocos prisioneros. Pues como el general viese la poca maña que sus dos capitanes se habían dado, quiso él por su persona hacer una entrada, y, eligiendo cien caballeros y ciento cincuenta infantes, caminó con ellos veinte leguas hasta que llegó a los confines de otra provincia, llamada Naguatex, tierra fértil y abundante, llena de gente muy hermosa y bien dispuesta. En el primer pueblo de esta provincia, donde el señor de ella residía aunque no era el principal de su estado, dio el gobernador una madrugada de sobresalto y, como hallase los indios desapercibidos, prendió mucha gente, hombres y mujeres de todas edades, y con ella se volvió a su alojamiento, habiendo tardado en su jornada catorce días, y halló los suyos que había cuatro o cinco días que estaban con mucha pena de su tardanza, mas con su presencia se regocijaron todos y hubieron parte de sus ganancias, las cuales repartió por los capitanes y soldados que habían menester gente de servicio. FIN DEL CUARTO LIBRO

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