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Datos principales


Desarrollo


De lo que nos sucedió costeando las sierras de Tuxtla y de Tuspa Después que de nosotros se partió el capitán Pedro de Alvarado para ir a la isla de Cuba, acordó nuestro general con los demás capitanes y pilotos que fuésemos costeando y descubriendo todo lo que pudiésemos; e yendo por nuestra navegación, vimos las sierras de Tustla, y más adelante de ahí a otros dos días vimos otras sierras muy altas, que ahora se llaman las sierras de Tuspa; por manera que unas sierras se dicen Tustla porque están cabe un pueblo que se dice así, y las otras sierras se dicen Tuspa porque se nombra el pueblo, junto adonde aquellas están, Tuspa; e caminando más adelante vimos muchas poblaciones, y estarían la tierra adentro dos o tres leguas, y esto es ya en la provincia de Pánuco; e yendo por nuestra navegación, llegamos a un río grande, que le pusimos por nombre río de Canoas, e allí enfrente de la boca dél surgimos. Y estando surtos todos tres navíos, y estando algo descuidados, vinieron por el río diez y seis canoas muy grandes llenas de indios de guerra, con arcos y flechas y lanzas, y vanse derechos al navío más pequeño, del cual era capitán Alonso de Ávila, y estaba más llegado a tierra, y dándole una rociada de flechas, que hirieron a dos soldados, echaron mano al navío como que lo querían llevar, y aun cortaron una amarra; y puesto que el capitán y los soldados peleaban bien, y trastornaron tres canoas, nosotros con gran presteza les ayudamos con nuestros bateles y escopetas y ballestas, y herimos más de la tercia parte de aquellas gentes; por manera que volvieron con la mala ventura por donde habían venido.

Y luego alzamos áncoras e dimos vela, e seguimos costa a costa hasta que llegamos a una punta muy grande; y era tan mala de doblar, y las corrientes muchas, que no podíamos ir adelante; y el piloto Antón de Alaminos dijo al general que no era bien navegar más aquella derrota, e para ello se dieron muchas causas, y juego se tomó consejo de lo que se había de hacer, y fue acordado que diésemos la vuelta de la isla de Cuba, lo uno porque ya entraba el invierno e no había bastimentos, e un navío hacía mucha agua, y los capitanes disconformes, porque el Juan Grijalva decía que quería poblar, y el Francisco Montejo e Alonso de Ávila decían que no se podían sustentar por causa de los muchos guerreros que en la tierra había; e también todos nosotros los soldados estábamos hartos e muy trabajados de andar por la mar Así que dimos vuelta a todas velas, y las corrientes que nos ayudaban, en pocos días llegamos en el paraje del gran río de Guazacualco, e no pudimos estar por ser el tiempo contrario, y muy abrazados con la tierra entramos en el río de Tonalá, que se puso nombre entonces San Antón, e allí se dio carena al un navío que hacía mucha agua, puesto que tocó tres veces al estar en la barra, que es muy baja; y estando aderezando nuestro navío vinieron muchos indios del puerto de Tonalá, que estaba una legua de allí, e trajeron pan de maíz y pescado e fruta, y con buena voluntad nos lo dieron; y el capitán les hizo muchos halagos e les mandó dar cuentas verdes y diamantes, e les dijo por señas que trajesen oro a rescatar, e que les daríamos de nuestro rescate; e traían joyas de oro bajo, e se les daban cuentas por ello.

Y desque lo supieron los de Guazacualco e de otros pueblos comarcanos que rescatábamos, también vinieron ellos con sus piecezuelas, e llevaron cuentas verdes, que aquellos tenían en mucho. Pues demás de aqueste rescate, traían comúnmente todos los indios de aquella provincia unas hachas de cobre muy lucidas, como por gentileza e a manera de armas, con unos cabos de palo muy pintados, y nosotros creímos que eran de oro bajo, e comenzamos a rescatar dellas; digo que en tres días se hubieron más de seiscientas dellas, y estábamos muy contentos con ellas, creyendo que eran de oro bajo, e los indios mucho más con las cuentas; mas todo salió vano que las hachas eran de cobre e las cuentas un poco de nada. E un marinero había rescatado secretamente siete hachas y estaba muy alegre con ellas, y parece ser que otro marinero lo dijo al capitán, e mandole que las diese; y porque rogamos por él, se las dejó, creyendo que eran de oro. También me acuerdo que un soldado que se decía Bartolomé Pardo fue a una casa de ídolos, que ya he dicho que se decía cues, que es como quien dice casa de sus dioses, que estaba en un cerro alto, y en aquella casa halló muchos ídolos, e copal, que es como incienso, que es con que zahuman, y cuchillos de pedernal, con que sacrificaban e retajaban, e unas arcas de madera, y en ellas muchas piezas de oro, que eran diademas e collares, e dos ídolos, y otros como cuentas; y aquel oro tomó el soldado para sí, y los ídolos del sacrificio trajo al capitán.

Y no faltó quien le vio e dijo al Grijalva, y se lo quería tomar; e rogámosle que se lo dejase; y como era de buena condición, que sacado el quinto de su majestad, que lo demás fuese para el pobre soldado; y no valía ochenta pesos. También quiero decir cómo Yo sembré unas pepitas de naranjas junto a otras casas de ídolos, y fue desta manera: que como había muchos mosquitos en aquel río, fuime a dormir a una casa alta de ídolos, e allí junto a aquella casa sembré siete u ocho pepitas de naranjas que había traído de Cuba, e nacieron muy bien; parece ser que los papas de aquellos ídolos les pusieron defensa para que no las comiesen hormigas, e las regaban e limpiaban desque vieron que eran plantas diferentes de las suyas. He traído aquí esto a la memoria para que se sepa que estos fueron los primeros naranjos que se plantaron en la Nueva-España, porque después de ganado México e pacíficos los pueblos sujetos de Guazacualo, túvose por la mejor provincia, por causa de estar en la mejor comodación de toda la Nueva-España, así por las minas, que las había, como por el buen puerto, y la tierra de suyo rica de oro y de pastos para ganados; a este efecto se pobló de los más principales conquistadores de México, e yo fui uno, e fui por mis naranjos y traspúselos, e salieron muy buenos. Bien se que dirán que no hace al propósito de mi relación estos cuentos viejos, y dejarlos he: e diré cómo quedaron todos los indios de aquellas provincias muy contentos, e luego nos embarcamos y vamos la vuelta de Cuba, y en cuarenta y cinco días, unas veces con buen tiempo y otras veces con contrario, llegamos a Santiago de Cuba, donde estaba el gobernador Diego Velázquez, y él nos hizo buen recibimiento; y desque vio el oro que traíamos, que sería cuatro mil pesos, e con el que trajo primero el capitán Pedro de Alvarado sería por todo unos veinte mil pesos, unos decían más e otros decían menos, e los oficiales de su majestad sacaron el real quinto; e también trajeron las seiscientas hachas que parecían de oro, e cuando las trajeron para quintar estaban tan mohosas, en fin como cobre que era, y allí hubo bien que reír y decir de la burla y del rescate. Y el Diego Velázquez con todo esto estaba muy contento, puesto que parecía estar mal con el pariente Grijalva; e no tenía razón sino que el Alfonso de Ávila era mal acondicionado: y decía que el Grijalva era para poco, e no faltó el capitán Montejo, que le ayudó mal. Y cuando esto pasé, ya había otras pláticas para enviar otra armada, e a quién elegirían por capitán.

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