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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO XV Lo que sucedió a los tres capitanes exploradores Los caudillos que fueron a una mano y a otra de la costa, habiendo cada cual de ellos caminado por ella más de una legua, se volvieron a los suyos, y los unos trajeron un medio plato de barro blanco de lo muy fino que se labra en Talavera, y los otros una escudilla quebrada del barro dorado y pintado que se labra en Malasa, y dijeron que no habían hallado otra cosa y que eran muy buenas señales y muestras de estar en tierra de españoles, porque aquel barro, el uno y el otro, era de España, y que era prueba de lo que decían. Con lo cual se regocijaron mucho todos los nuestros e hicieron gran fiesta teniendo las señales por ciertas y dichosas conforme al deseo de ellos. A Gonzalo Silvestre y a su cuadrilla que fue la tierra adentro les sucedió mejor, que, habiéndose alejado de la mar poco más de un cuarto de legua y habiendo traspuesto un cerrillo, vieron una laguna de agua dulce que bajaba más de una legua. Andaban en ella cuatro o cinco canoas de indios pescando y porque los indios no los viesen y tocasen arma se encubrieron con unos árboles y caminaron por ellos un cuarto de legua por par de la laguna hechos ala como que buscasen liebres. Yendo así mirando con mucho cuidado y atención a una parte y a otra, vieron dos indios por delante (espacio de dos tiros de arcabuz de donde iban), que estaban cogiendo fruta debajo de un árbol grande llamado guayabo en lengua de la isla Española y savintu en la mía del Perú.

Como los españoles los viesen, pasando la palabra de unos a otros, se echaron en el suelo por no ser descubiertos y dieron orden que, yendo en cerco unos por una parte y otros por otra, fuesen como lagartos arrastrándose por el suelo y cercasen los indios de manera que no se les fuesen y que los que quedasen atrás no se levantasen de tierra hasta que los delanteros hubiesen rodeado los indios. Con este aviso fueron todos pecho por tierra y los delanteros caminaron a gatas casi tres tiros de arcabuz por tomar la delantera a los indios. Y cada uno de los españoles llevaba puesta su honra en que no se fuese la caza por su parte. Cuando los tuvieron cercados se levantaron todos a un tiempo y arremetieron con ellos, y por mucha diligencia que hicieron se les fue uno, que se echó al agua y escapó nadando. El indio que quedó preso daba grandes voces repitiendo muchas veces esta palabra brezos. Los españoles, por darse prisa a volver a los suyos antes que acudiesen indios a quitarles el preso, no atendían a lo que el indio decía, sino a salir presto de aquel lugar, y con toda prisa tomaron dos cestillas de guayabas que los indios habían cogido y un poco de zara que hallaron en una choza y un pavo de los de tierra de México, que en el Perú no los había, y un gallo y dos gallinas de las de España y un poco de conserva hecha de unas pencas de un árbol llamado maguey, que son como pencas de cardo, del cual árbol hacen los indios de la Nueva España muchas cosas, como vino, vinagre, miel y arrope, de un cierto licor dulce que las hojas, quitado el tronco, echan a cierto tiempo del año, y las pencas tiernas, cocidas y puestas al sol, son sabrosas de comer y asemejan en la vista al calabazate, aunque no tienen que ver con él en bondad.

De las mismas pencas, que son como las del cardo, sazonadas en su árbol, hacen los indios cáñamo, y es muy recio y bueno, y del palo del maguey, que en cada pie no nace más de uno, a semejanza de las cañahejas de España, que así es la madera fofa aunque la corteza es dura, se sirven para enmaderar sus casas donde hay falta de otra mejor madera. Todo lo que hemos dicho que hallaron los castellanos en la choza llevaron consigo, y el indio preso bien asido porque no se les huyese. Al cual, por señas y por palabras españolas, preguntaban diciendo: "¿Qué tierra es ésta y cómo se llama?" El indio por los ademanes que le hacían como a un mudo entendía qué le preguntaban, mas por las palabras no entendía qué era lo que le preguntaban y, no sabiendo qué responder, repetía la palabra brezos, y muchas veces, pronunciando mal, decía bredos. Los españoles, como no respondía a propósito, le decían: "Válgate el diablo, perro, ¿para qué queremos bledos?" El indio quería decir que era vasallo de un español llamado Cristóbal de Brezos y como con la turbación no acertase a decir Cristóbal y dijese unas veces brezos y otras bredos no podían entenderle los castellanos, y así se lo llevaron dándole prisa antes que se lo quitasen, para después preguntarle despacio lo que querían saber de él. A propósito del preguntar de los españoles y del mal responder del indio (porque no se entendían los unos a los otros), habíamos puesto en este lugar la deducción del nombre Perú, que, no lo teniendo aquellos indios en su lenguaje, se causó de otro paso semejantísimo a éste, y por haberse detenido la impresión de este libro más de lo que yo imaginé, lo quité de este lugar y lo pasé al suyo propio, donde se hallará muy a la larga con otros muchos nombres puestos a caso, porque ya en aquella historia, con el favor divino, este año de seiscientos y dos, estamos en el postrer cuarto de ella y esperamos saldrá presto.

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