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Datos principales


Desarrollo


Que trata de cómo se ganó la provincia de Chalco por medio del infante Axoquentzin, y nacimiento del príncipe Nezahualpilli Viéndose Nezahualcoyotzin tan contrastado de la fortuna, que por una parte estaba sin sucesor de su reino, y por otra que a sus barbas y a la puerta de su casa estuviesen tan descomedidos y desvergonzados los de la provincia de Chalco, a quien la otra vez había sojuzgado, que cuando toda la tierra estaba sujeta a su voluntad y mando, éstos hubiesen llegado a tanto atrevimiento que le hubiesen matado dos hijos suyos y otros dos infantes del reino de México, hijos de Axayacatzin, que a la sazón era capitán y sumo sacerdote del templo de México; y lo peor, que les sirviesen de candeleros sus cuerpos en una sala donde de noche hacía sus saraos y convites, y los corazones de ellos con otros de los más famosos capitanes y gente ilustre que había muerto en el discurso de esta guerra, le sirvieron de collar y joyas a Toteotzintecuhtli, su señor, que los tenía engastados en oro por modo de soberbia y vana presunción; y lo que más le acabó de irritar y atravesar el corazón fue que una mujer natural de la ciudad de Tetzcuco, que había sido cautiva de los chalcas y servía en palacio, una noche cogió los cuerpos de los infantes, que los tenían embalsamados, compadecida y lastimada de esta crueldad y espectáculo, y se los llevó al rey Nezahualcoyotzin, librándolos, aunque muertos, del poder de sus enemigos; todas estas cosas y las atrás referidas movieron al rey a buscar el remedio conveniente, y éste no podía venir por mano de los hombres, y así, juntando a los más doctos de su reino, le dijeron y aconsejaron que convenía hacer muy grandes y solemnes sacrificios a sus dioses, para que aplacasen su ira y le diesen victoria contra sus enemigos y heredero de su reino y señorío, el cual, aunque siempre era enemigo de este modo de servir y agradecer a los dioses de los culhuas mexicanos, hubo de hacerles muy grandes y solemnes sacrificios, y admitir su adoración, que hasta entonces no lo había hecho, ni admitido hacerles templos ningunos, y así en esta ocasión dentro de sus casas comenzaron a edificar los templos de los dioses mexicanos, como queda atrás referido.

Fueron de tan poco efecto estos sacrificios, víctimas y servicios que hizo a los falsos dioses, como piedras y palos mudos que no tenían poder alguno, que no tan solamente no alcanzó lo que les pedía, sino que aún iban sus cosas de mal en peor, y así echó de ver que su opinión no era falsa, y que aquellos ídolos eran algunos demonios enemigos de la vida humana, pues no se hartaban de que les sacrificasen tanta suma de hombres, y así salió de la ciudad de Tetzcuco y se fue a su bosque de Tetzcotzinco, en donde ayunó cuarenta días, haciendo oraciones al Dios no conocido, creador de todas las cosas y principio de todas ellas, a quien compuso en su alabanza sesenta y tantos cantos que el día de hoy se guardan, de mucha moralidad y sentencias, y con muy sublimes nombres y renombres propios a él; hacía esta oración cuatro veces en cada día natural, que era al salir el sol, al mediodía, al ponerse y a la media noche, ofreciendo sahumerio de mirra y copal, y otros sahumerios aromáticos; al cabo de los cuales, una noche como a la mitad de ella, Iztapalotzin, uno de los caballeros de su recamara, oyó una voz que le llamaba por su nombre de la parte de afuera, y saliendo a ver quien era, vio a un mancebo de agradable aspecto y el lugar en donde estaba claro y refulgente, que le dijo que no temiese, que entrase y dijese al rey su señor, que el día siguiente, antes del mediodía, su hijo el infante Axoquentzin ganaría la batalla de los chalcas, y que la reina su mujer, pariría un hijo que le sucedería en el reino, muy sabio y suficiente para el gobierno de él; desapareciéndose esta visión, se entró a donde el rey dormía, y lo halló que estaba en oración y sacrificio de incienso y perfumes, mirando hacia donde nace el sol, al cual dijo lo que había visto y oído que le dijese; el rey llamó a los de su guardia y mandó que a Iztapalotzin le pusiesen en una jaula para castigarlo, pareciéndole que eran embelesos y ficciones suyas.

Aquella madrugada, Axoquentzin, mancebo que sería de hasta dieciocho años, se fue con otros mancebos amigos suyos al campo de Chalco, codicioso y deseoso de ver a sus hermanos los infantes Ichantlatoatzin, Acapioltzin y Xochiquetzaltzin, que había mucho tiempo que estaban por caudillos del ejército que tenía el rey en estas fronteras y campo contra los chalcas; el cual, llegó al tiempo y cuando se sentaban a almorzar para dar luego la batalla a sus enemigos, que la misma ocupación tenían en esta ocasión. Los infantes estaban almorzando todos tres sobre una gran rodela, y Acapioltzin, que fue el primero que conoció a su hermano, se holgó mucho de verle, y preguntándole de su venida, lo llamó y sentó a su lado para que comiese con ellos. Ichantlatoatzin se indignó de esto diciendo que aquel puesto no era para que comiese en él un muchacho rapaz sin haberse hallado en guerra ninguna, que aún de mochilero no podía servir, y que mejor estuviera en las faldas de las mujeres y amas que lo habían criado, diciéndole otras palabras sacudidas, y reempujándole del lugar en donde su hermano lo tenía. El mancebo corrido y afrentado de las cosas que su hermano le había dicho, se fue a una tienda de armas que allí cerca vio, y entrándose en él desesperadamente (queriendo más aína ser muerto y hecho pedazos de sus enemigos, que vivir afrentado y menospreciado de su hermano), se dio tan buena maña y tanta prisa que en dos saltos entró dentro de la tienda en donde estaba Toteotzintecuhtli, señor y caudillo principal del ejército de los chalcas, que aunque era ya muy viejo y ciego, gobernaba el campo valerosamente por medio de dos famosos capitanes que tenía llamados (blanco en el original) y embistiendo con él le asió de los cabellos con una mano, y con la otra se fue defendiendo de sus enemigos, y fue tan de repente, que cuando quisieron defenderse y libertar a su señor ya los tetzcucanos tenían ganado los demás del ejército, que por librar a este infante habían ido en seguimiento los más valerosos capitanes que allí estaban, con lo cual muy a su salvo, pudo cautivar a este señor, herir y matar a los contrarios que se le ponían por delante.

Cuando acordaron sus hermanos, ya se cantaba la gloria del triunfo y vencimiento de su hermano Axoquentzin, y haciendo ellos por su parte, fueron prosiguiendo la victoria hasta ganar y sujetar a todos los chalcas, con que quedó sujeta su provincia; y al tiempo que esta hazaña hizo Axoquentzin, despacharon por la posta a dar aviso al rey, su padre, con lo cual se holgó infinito y fue libre Iztapalotzin de la jaula y prisión en que estaba, y luego se hicieron muy grandes y solemnes fiestas, y de allí a pocos días parió la reina un hijo que se llamó Nezahualpiltzintli, que significa príncipe ayunado y deseado. En recompensa de tan grandes mercedes que había el rey recibido del dios incógnito y creador de todas las cosas, le edificó un templo muy suntuoso, frontero y opuesto al templo mayor de Huitzilopochtli, el cual, además de tener cuatros descansos y fundamento de una torre altísima, estaba edificada sobre él con nueve sobrados, que significaban nueve cielos; el décimo que servía de remate de los otros nueve sobrados, era por la parte de afuera matizado de negro y estrellado, y por la parte inferior estaba todo engastado en oro, pedrería y plumas preciosas, colocándolo al dios referido y no conocido ni visto hasta entonces, sin ninguna estatua ni formar su figura. El chapitel referido casi remataba en tres puntas, y en el noveno sobrado estaba un instrumento que llamaban chililitli, de donde tomo el nombre este templo y torre; y en él asimismo otros instrumentos musicales, como eran las cornetas, flautas, caracoles y un artesón de metal que llamaban tetzilácatl que servía de campana, que con un martillo asimismo de metal le tañían, y tenía casi el mismo tañido de una campana; y uno a manera de a tambor que es el instrumento con que hacen las danzas, muy grande; éste, los demás, y en especial el llamado chililitli, se tocaba cuatro veces cada día natural, que era a las horas que atrás queda referido que el rey oraba.

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