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Capítulo XLI Del solemne triunfo con que entró el ejército de Huayna Capac en el Cuzco He querido poner y detenerme en este solemnísimo triunfo del ejército de Huayna Capac para que se entienda que estas naciones, tenidas de todos por bárbaras, festejaban y celebraban sus vencimientos con regocijos y fiestas militares, haciendo en ellas ostentación y muestra del valor de los soldados, de las armas que ganaron a sus enemigos, de los despojos que quitaron, del número de los cautivos que prendieron en las batallas, del adorno suyo y gallardos ánimos. Que tuvieron rematadas todas estas muestras con sacrificios al Hacedor y Sol y demás huacas y adoratorios que tenían, y juntamente con grandes bailes, danzas y cantares, mezclados con comer y beber abundantísimamente, pues no hay fiesta, contento ni regocijo que si esto falte Sea cumplida y perfecta, sino antes triste y enfadosa. Traían para el triunfo un bulto y retrato de la persona de Huaina Capac entallado, el cual venía en unas andas muy ricas hechas a manera de teatro y trono, y él allí dentro en pie, armado con las armas con que acostumbraba salir a batalla y los vestidos que solía sacar a la guerra. Entró en el Cuzco esta figura y todo el ejército triunfante, clon orden y conicerto militar, en la manera siguiente. Ante todas cosas, Huascar Ynga, por engrandecer y sublimar el triunfo y entrada de su padre, mandó que todas las calles del Cuzco y los andenes que estaban alrededor, que las frentes que hiciesen pared al Cuzco, todo estuviese entapizado y cubierto de ropas finas de colores y las casas y torres de oro y plata, las más ricas y vistosas que tuviesen.

En todas partes había infinito número de los moradores del Cuzco, así hombres como mujeres, y de las provincias comarcanas, que se habían juntado a ver el triunfo. Así empezaron a bajar por la ladera de Yavira abajo, porque mejor pareciese la gente y los escuadrones diesen más muestra de su bizarría y vinieron a dar a Picho y Sahuamarca y allí, en su ordenanza, al templo famoso del Sol. Los delanteros, entraban representando las batallas puntualmente como habían pasado; venía toda esta gente repartida en tres compañías y detrás dellas entraron los orejones del Cuzco cantando unas como endechas de placeres. Venían éstos pomposamente vestidos, con los más ricos aderezos que cada uno podía, con sus armas en las manos y de las lanzas colgadas las cabezas de algunos que habían muerto, de los principales y de los más preciosos despojos que en la guerra habían ganado. Otros traían colgadas de las puntas de las lanzas las patenas de oro y plata y algunas camisetas labradas de oro y plata. Duró entrar la gente de Urincuzco, por esta orden, todo un día: fueron todos ciento y tantos escuadrones, y entre escuadrón y escuadrón iban los vencidos por esta orden las cabezas bajas, porque no se las consentían los orejones alzar al cielo, diciendo que con su lástima y rostros tristes y afligidos no causasen dolor y pena al Hacedor y pidiesen venganza de los que habían vencido y metido en triunfo. Traían unos camisetas coloradas hasta los pies vestidas y las cabezas destocadas, sin llautos ni otra atadura, las manos metidas en los senos en son de prisioneros, y así iban poco a poco caminando por su orden a la casa del Sol, el cual estaba en un escaño de oro en la plaza, en la cual había muchos escaños, unos de oro y otros de plata, plumería de diferentes colores y visos que hacían una agradable vista, porque conforme a los vestidos que vestían al Sol, así era el escaño y allí le adoraban hincadas las rodillas en tierra.

Los soldados iban pasando poco a poco en ordenanza y los cautivos se iban quedando asentados por su orden en la plaza, y la gente de guerra iba a hacer reverencia y adoración al Ynga, que así mismo estaba allí, y hecha la reverencia, se iban asentando por su orden como venían y alrededor los vecinos del Cuzco principales riquísimamente aderezados, mirando el triunfo. Duró esta entrada de los de Urincuzco hasta que se cerraba la noche, y entonces el Ynga se fue a su palacio con grandísimo acompañamiento de todos los orejones de su guardia y de los más principales deudos que tenía. Y los orejones de la parcialidad de Urincuzco con los demás soldados que aquel día habían entrado con ellos de fuera del Cuzco, se aposentaron todos conforme lo tenía mandado Huascar Ynga, y prevenido con sus aposentadores. Y los cautivos se quedaron aquella noche en la plaza, con mucho número de soldados que los guardaban. Otro día temprano sacaron a la plaza la estatua del Sol con su escaño, juntamente con la figura de Yllapa Ynga y del Pacha y Acha Chic, porque así lo estuvieron el día antes y lo estaban cuando salían a la plaza, adoquiera que iban. Con muy buena orden y concierto comenzaron, por donde el día antes, a entrar los de la parcialidad de Anancuzco, haciendo una bella muestra de que los vecinos del Cuzco y demás gente que había concurrido a ella quedaron admirados, porque fueron los despojos más ricos y preciosos y los atavíos mejores y de más valor de los soldados y capitanes.

Así fue más vistosa y de mayor majestad esta entrada y triunfo por ser y haber sido siempre tenida en más y de mayor valor la gente de Anancuzco. Entraron en la delantera Adcayqui Ataurimachi y Cahumana y Conchi Chapa y Huascar, fueron ciento y tantos escuadrones como el día precedente y tardaron en entrar hasta la noche, y hechas las ceremonias dichas de adorar la estatua del Sol, y hecha reverencia a Huascar Ynga, se recogieron por el orden del día antes a reposar, dejando los cautivos en la plaza, con guarda de soldados. Otro día por la mañana entraron en cabildo los principales, junto de los orejones, de las dos parcialidades de Anancuzco y Urincuzco y acordaron que el Sol, su padre, diese el triunfo a Huascar Ynga que entrase triunfando con lo que restaba de los despojos, riquezas y prisioneros y con la estatua y cuerpo de su Padre, que desde Quito había traído. Hay opiniones que dicen que Huascar Ynga de codicia lo pidió al Sol y él se lo otorgó, y así envió al cuerpo de su padre Huania Capac sacrificios, diciendo que su brazo derecho que era él, pues era su hijo y sucesor, quería triunfar por él y, concedido, mandó aderezar las cosas que para tan honrado y famoso triunfo eran necesarias. Mandó poner por las calles muchas invenciones de ropas muy más ricas y finas, con infinita argentería de oro y plata y de plumería, que hasta allí nunca había sido vista.

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