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CAPÍTULO XIX De los sacrificios de hombres que hacían Pero lo que más es de doler de la desventura de esta triste gente, es el vasallaje que pagaban al demonio, sacrificándole hombres, que son a imagen de Dios y fueron creados para gozar de Dios. En muchas naciones usaron matar para acompañamiento de sus defuntos, como se ha dicho arriba, las personas que les eran más agradables y de quien imaginaban que podrían mejor servirse en la otra vida. Fuera de esta ocasión usaron en el Pirú sacrificar niños de cuatro o de seis años, hasta diez, y lo más de esto era en negocios que importaban al Inga, como en enfermedades suyas para alcanzalle salud. También cuando iba a la guerra, por la victoria. Y cuando le daban la borla al nuevo Inga, que era la insignia de rey, como acá el cetro o corona, en la solemnidad sacrifican cantidad de doscientos niños de cuatro a diez años: duro e inhumano espectáculo. El modo de sacrificarlos era ahogarlos y enterrarlos con ciertos visajes y ceremonias; otras veces los degollaban, y con su sangre, se untaban de oreja a oreja. También sacrificaban doncellas de aquellas que traían al Inga de los monasterios, que ya arriba tratamos. Una abusión había en este mismo género, muy grande y muy general, y era que cuando estaba enfermo algún indio principal o común, y el agorero le decía que de cierto había de morir, sacrificaban al sol o al Viracocha, su hijo, diciéndole que se contentase con él y que no quisiese quitar la vida a su padre.

Semejante crueldad, a la que refiere la Escritura haber usado el rey de Moab en sacrificar su hijo primogénito sobre el muro, a vista de los de Israel, a los cuales pareció este hecho tan triste que no quisieron apretarle más, y así se volvieron a sus casas. Este mismo género de cruel sacrificio refiere la Divina Escritura haberse usado entre aquellas naciones bárbaras de chananeos y jebuseos, y los demás de quien escribe el libro de la Sabiduría; llaman paz, vivir en tantos y tan graves males, como es sacrificar sus proprios hijos, o hacer otros sacrificios ocultos, o velar toda la noche haciendo cosas de locos; y así ni guardan limpieza en su vida ni en sus matrimonios, sino que éste, de envidia, quita al otro la vida, este otro le quita la mujer, y él, contento, y todo anda revuelto; sangre, muertes, hurtos, engaños, corrupción, infidelidad, alborotos, perjuicios, motines, olvido de Dios, contaminar las almas, trocar el sexo y nacimiento, mudar los matrimonios, desorden de adulterios y suciedades, porque la idolatría es un abismo de todos males. Esto dice el Sabio de aquellas gentes de quien se queja David, que aprendieron tales costumbres los de Israel, hasta llegar a sacrificar sus hijos e hijas a los demonios, lo cual nunca jamás quiso Dios, ni le fue agradable, porque como es autor de la vida y todo lo demás hizo para el hombre, no le agrada que quiten hombres la vida a otros hombres; y aunque la voluntad del fiel patriarca Abraham, la probó y aceptó el Señor, el hecho de degollar a su hijo de ninguna suerte lo consintió, de donde se ve la malicia y tiranía del demonio que en esto ha querido exceder a Dios, gustando ser adorado con derramamiento de sangre humana, y por este camino procurando la perdición de los hombres en almas y cuerpos, por el rabioso odio que les tiene como su tan cruel adversario.

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