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CAPÍTULO XIV De las esmeraldas Aunque será bien primero decir algo de las esmeraldas, que así por ser cosa preciada como el oro y plata de que se ha dicho, como por ser su nacimiento también en minas de metales, según Plinio, no viene fuera de propósito tratar aquí de ellas. Antiguamente fue la esmeralda estimada en mucho, y como el dicho autor escribe, tenía el tercer lugar entre las joyas después del diamante y de la margarita. Hoy día, ni la esmeralda se tiene en tanto, ni la margarita, por la abundancia que las Indias han dado de ambas cosas; sólo el diamante se queda con su reinado, que no se lo quitará nadie; tras él los rubíes finos, y otras piedras se precian en más que las esmeraldas. Son amigos los hombres de singularidad, y lo que ven ya común, no lo precian. De un español cuentan que en Italia al principio que se hallaron en Indias, mostró una esmeralda a un lapidario y preguntó el precio, vista por el otro que era de excelente cualidad y tamaño, respondió que cien escudos; mostrole otra mayor; dijo que trescientos. Engolosinado del negocio, llevole a su casa y mostrole un cajón lleno de ellas; en viendo tantas, dijo el italiano: señor, estas valen a escudo. Así ha pasado en Indias y España, que el haber hallado tanta riqueza de estas piedras les ha quitado el valor. Plinio dice excelencias de ellas, y que no hay cosa más agradable ni más saludable a la vista, y tiene razón; pero importa poco su autoridad mientras hubiere tantas. La otra Lollia romana, de quien cuenta que en un tocado y vestido labrado de perlas y esmeraldas, echó cuatrocientos mil ducados de valor, pudiera hoy día con menos de cuarenta mil hacer dos pares como aquél.

En diversas partes de Indias se han hallado. Los reyes mexicanos las preciaban y aun usaban algunos horadar las narices y poner allí una excelente esmeralda. En los rostros de sus ídolos también las ponían; mas donde se ha hallado y hoy en día se halla más abundacia, es en el Nuevo Reino de Granada y en el Pirú, cerca de Manta y Puerto Viejo. Hay por allí dentro una tierra que llaman de las esmeraldas por la noticia que hay de haber muchas, aunque no ha sido hasta agora conquistada aquella tierra. Las esmeraldas nacen en piedras a modo de cristales, y yo las he visto en la misma piedra que van haciendo como veta, y según parece poco a poco se van cuajando y afinando; porque vi unas medio blancas, medio verdes; otras cuasi blancas; otras ya verdes y perfectas del todo. Algunas he visto de grandeza de una nuez, y mayores las hay; pero no sé que en nuestros tiempos se hayan descubierto del tamaño del catino o joya que tienen en Génova, que con razón la precian en tanto por joya y no por reliquia, pues no consta que lo sea, antes lo contrario. Pero sin comparación excede lo que Teofrasto refiere de la esmeralda que presentó el rey de Babilonia al rey de Egipto, que tenía de largo cuatro codos y tres de ancho, y que en el templo de Júpiter había una aguja hecha de cuatro piedras de esmeraldas, que tenía de largo cuarenta codos y de ancho, en partes, cuatro, y en partes dos, y que en su tiempo en Tiro había en el templo de Hércules, un pilar de esmeralda.

Por ventura era (como dice Plinio), de piedra verde que tira a esmeralda, y la llaman esmeralda falsa. Como algunos quieren decir que ciertos pilares que hay en la Iglesia Catedral de Córdoba desde el tiempo que fue mezquita de los reyes miramamolines moros, que reinaron en Córdoba, que son de piedra de esmeralda. En la flota del año de ochenta y siete en que yo vine de Indias, trajeron dos cajones de esmeraldas, que tenían cada uno de ellos por lo menos cuatro arrobas, por donde se puede ver la abundancia que hay. Celebra la Divina Escritura las esmeraldas como joya muy preciada, y pónelas así entre las piedras preciosas que traía en el pecho el Sumo Pontífice, como en las que adornan los muros de la celestial Jerusalén.

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