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Capítulo XCVI De cómo Rodrigo Orgóñez salió del Cuzco, y lo que le sucedió hasta llegar al valle de Copayapo En lo de atrás me acuerdo que tengo escrito que cuando el adelantado salió de la ciudad del Cuzco, dejó en ella a su general, Rodrigo Orgóñez, para que fuese en seguimiento con la gente que venía de todas partes para ir en la jornada; y siendo tiempo salió, yendo con él, Cristóbal de Sotelo, Oñate, Pérez y otros vecinos. Llevaban buenos caballos y con buen aderezo así de servicio, negros, como de otras cosas que son convenientes para los descubrimientos. Por sus jornadas anduvieron hasta entrar en la grande provincia de Collao: servían los indios bien, proveíanlos de lo necesario, sin recibir de ello paga ninguna, porque acá no se ha usado sino comer a discreción; puesto que estaban estos naturales desasosegados y mucho, con lo que había amonestado Villahoma. Aguardaban a saber que Mango estuviese fuera de la prisión para clara y abiertamente oponerse contra los cristianos y darles guerra. Por estos pueblos anduvieron hasta que saliendo de ellos, dende a pocos días, llegaron a la provincia de Topisa, con alguna necesidad de bastimento, que fue causa que convino salir algunos caballos por la tierra con gente de servicio a lo buscar. Andando ocho leguas, en una quebrada estaba cantidad de ganado de ovejas y otros bastimentos, mas los indios cuyo eran, estaban puestos en arma para los defender de quien lo viniese a tomar: por lo alto de los cabezos tenían puestas muchas galgas para desgalgar por los cerros, y que con su grandeza y furia matasen todo lo que por delante topasen.

Los españoles, como no habían salido si no a buscar lo que sabían estaba allí, teniendo en poco los indios ni sus tan crecidas piedras abajaron de yuso la quebrada: los naturales, amenazándolos malamente dieron de mano a las galgas, pusieron gran pavor en los nuestros, procuraban de hurtar los cuerpos por miedo que no los encontrase. Aprovechó a los que se salvaron, mas del todo no pudieron huir, ni dejar de ser hechos pedazos dos de ellos, con que los indios se alegraron mucho, diciendo: "¡Tomá, ladrones, comé lo que os hemos echado! ", y otros dichos como éstos semejantes. Los españoles habían dejado los caballos algo atrás porque la tierra --por ser fragosa-- no eran de provecho, y como se vieron en tal peligro y que no podían hacer daño a los indios, determinaron de como mejor pudiesen salir de entre ellos: los indios, que conocieron esta flaqueza, les apretaron malamente, pudieron tanto que mataron otros dos de los cristianos. Los demás, con gran ventura, y favor de Dios, principalmente, tomaron los caballos y vueltos al real contaron a Orgóñez lo que les había sucedido; el cual salió de aquella tierra, marchando por el camino que llevaba Almagro, pasando gran trabajo y necesidad: porque los naturales habían alzado el bastimento y no hallaron sino algunas raíces y yerbas campesinas. Llegaron de esta manera a los Xuys, donde hallaron alguna comida que les fue harto remedio. Venían los caballos cansados, que fue causa que holgaron cuatro días; de aquí fueron a Chicuana, donde pararon dos para se proveer de comida, que hallaron mucha.

Tenían noticia de los alpes de Chicuana, caminaron hasta llegar a un río, que llaman río Bermejo, donde hicieron pan de algarroba, que es bueno. Dende algunos días llegaron a vista de las grandes sierras nevadas, espantáronse de ver tanta blancura, temían el frío que habían de pasar; como mejor pudieron entraron en las nieves, encomendándose todos a Dios nuestro señor, caminaban con gran trabajo, el viento era recio; venida la noche era mayor el temor, como mejor podían armaban los toldos. Fue tan grande el frío que se murieron los más de los negros, y indios e indias; y los que escaparon fue con los dedos comidos o ciegos de los ojos. Estando poniendo el toldo Orgóñez, de no más de poner la mano en el palo para lo tener, cayó tanta nieve que le quemó los dedos y se le cayeron las uñas, y por días mudó los cueros de todos, como si fuera fuego de Sant Antón. Dos españoles estaban dentro de un toldo de éstos, viniendo el austro furiosamente lo arrancó y cayó tanta nieve que los dos españoles con sus indios e indias que tenían, tomaron aquel lugar por sepultura para siempre, e lo mismo los caballos que tenían atados junto a la tienda. Sotelo y Castillo también sintieron en las manos el daño que Orgóñez. Espantados los españoles de ver tanta tormenta, rogaban a Dios que los sacase de ella; y con su ayuda, siendo pasados cuatro días, se hallaron fuera de las nieves, dejando muertos los dos españoles y muchos indios e indias y negros, y veinte y seis caballos con sus sillas y aderezos, muchas petacas y líos de ropa. Los naturales de Copayapo supieron su venida; el señor del valle por el beneficio que recibió de Almagro cuando lo puso en la posesión de su señorío, determinó de honrar los cristianos que venían porque el mismo Almagro se lo había rogado; y así mandó que saliesen del valle muchos indios con bastimento, de que Orgóñez y los suyos holgaron mucho. Volviendo todos al valle con los cristianos, donde fueron bien recibidos y aposentados en los aposentos ordinarios; los cristianos, como habían pasado tanto trabajo en los alpes, determinaron de descansar algunos días en aquella tierra, pues los naturales recibían poca pesadumbre con ellos.

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