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Desarrollo


Capítulo XCIV De cómo Almagro envió al capitán Saucedo a castigar los indios que mataron tres cristianos; y le dieron de presente más de noventa mil pesos; y Villahoma se huyó, y lo que más pasó Cuando Almagro supo la muerte que habían dado en Xuxuy a los tres cristianos, recibió mucho enojo, mandó al capitán Saucedo que se partiese luego con sesenta caballos y peones, y que no parase hasta que llegado a aquella tierra hiciese gran castigo de ella. Salió Saucedo como le fue mandado; llevaba por guías a los dos cristianos que habían escapado. Los que se hallaron en matar a los cristianos dichos, hicieron grandes sacrificios a sus demonios aderezándose de armas; recelando lo que fue, hicieron por los caminos hoyos hondables, como suelen hacerlos, cubiertos sutilmente con hierba para que el engaño sea encubierto, sin lo cual se fortificaron en un lugar haciendo albarradas y baluartes. Saucedo, habiendo caminado con prisa, llegó donde los indios estaban, mas no pudo hacerles guerra ni daño, por la fuerza grande que tenían; salvo el sitiarla para que no pudiesen entrar ni salir: de todo lo cual envió aviso a Almagro pidiéndole socorro. El cual, como lo supo, mandó a Francisco de Chaves que con algunos caballos fuese a lo dar, y dándose prisa andar se juntó con Saucedo. Los indios, por sus espías, supieron como venían, y antes que se juntasen, sin hacer ruido ninguno, por donde mejor pudieron se fueron todos, desamparando el fuerte. Y habiendo pasado Francisco de Chaves con los caballos; salieron los vecinos de éstos al camino e hicieron daño en los yanaconas, que robaron parte del bagaje; retrayéndose a paso ligero, por huir de la furia de los caballos, que dando alarma revolvían sobre ellos.

Entendiendo como los enemigos habían desamparado el pueblo, asentaron el real los cristianos, y en unas arboledas que estaban por bajo de él. Estando muy recatados, por estar cerca de los xuris, gente indómita, muy calientes, que muchos comen carne humana: y fueron tan temidos de los incas que no solamente no pudieron hacer de ellos amigos, mas por temor de los daños que hacían, en las fronteras había guarniciones ordinarias de gente de guerra; y casi viven como los alarbes. Muchos cuentan de estas gentes, especialmente los españoles que andan en la conquista del río de la Plata. Tornó a hacer Saucedo mensajeros al adelantado Almagro, haciéndole saber lo que había sucedido y cómo los tres cristianos habían sido muertos ciertamente en aquella tierra, y que tenía aviso corno adelante iban otros tres. Había llegado Almagro a Topisa, donde alcanzó a Villahoma y a Paullo que habían venido delante y le dieron los indios noventa mil pesos, en oro fino que dicen algunos habían traído de Chile de los tributos de los incas; y tuvo gran noticia de haber ricas vetas de metales en Collasuyo: y aun se trató de poblar, que fuera otra cosa, pues tenía los pies en la más rica tierra del mundo. Mas esto respondía Almagro que era poca tierra para tantos españoles, como con él iban. Los principales de aquella provincia de Paria con otros caciques de los pueblos de atrás habían venido con Almagro porque se los mandó: habían recibido mucha honra: los más o todos se volvieron a sus tierras.

Villahoma, como dejase concertado con Mango Inga de levantar las provincias australes contra los cristianos que iban a Chile, porque aquella vía les parecía ser más cierta la destrucción de ellos, de callada y con gran disimulación, alborotaba los pueblos y lugares por donde estaban: diciendo de los españoles muchas blasfemias, para que luego descubiertamente se opusiesen contra ellos. Ni los que lo oían tenían ánimo, ni él lo pretendía, por temor de que eran muchos los caballos y españoles, mas deseaba ausentarse por juntarse con Mango; y teniendo más fácil matar a los que estaban en el Cuzco que los que iban a Chile; y así, pareciéndole que Almagro estaba lejos del Cuzco y que no sería en su mano volver con brevedad, determinó de se huir: como lo pensó, lo puso por obra, una noche que tal no pensaban, llevando consigo algunos indios y mujeres. Caminó hacia el Collao, por caminos secretos, de los nuestros no sabidos, recibiendo por dondequiera que pasaba grandes servicios: porque por la dignidad pontifical del sacerdocio le tenían gran respeto; por la mañana fue echado de menos Villahoma, súpose ciertamente como se había ausentado; recibió Almagro enojo por ello, mandó llamar a Paullo, a quien airadamente preguntó cómo se había ido Villahoma, y por qué no le dio aviso de ello. Paullo era muchacho; respondió con temor que no supo nada ni lo entendió; proveyó Almagro que lo mirasen dende adelante porque no hiciese lo que Villahoma, encargándolo a Martiacote, soldado valiente natural vizcaíno.

A los naturales de aquella tierra donde estaba, habló con toda gracia, esforzólos con la amistad de los cristianos; partió para se juntar con los capitanes Saucedo y Francisco de Chaves, dejando escrito a Noguerol de Ulloa que quedaba con la retaguardia para que se diese prisa a caminar y a juntar con él. Marchó luego con su gente, llegó al pueblo de Xuxuy, donde estuvo más de dos meses aguardando a los españoles que quedaban atrás: vino entre ellos don Alonso de Montemayor, caballero principal, natural de Sevilla, a quien Almagro recibió muy bien. De esta tierra fue descubriendo Almagro hasta llegar a Chicuana, donde halló a los naturales alborotados y puestos a punto de guerra: mandó a Francisco de Chaves y a Saucedo que fuesen con ciertos caballos a correr el valle arriba; aprovechó mucho porque como los naturales vieron la ligereza de los caballos, unos por una parte y otros por otra, se escondieron todos, sin parecer ninguno. Mas dende a algunos días se juntaron mayor poder, cobrado esfuerzo; juraban por el sol, alto y poderoso, que había de morir o matarlos a todos: enviando, cuanto esto pensaban, de ellos mismos para que molestasen y matasen a los yanaconas negros y servidores que de los cristianos saliesen del real a buscar leña, yerba, paja, o las otras cosas necesarias. Después de haber hecho algún daño, se puso Almagro con algunos caballos en celada para los matar, mas ellos sin recibir demasiado daño, le mataron el caballo. Dende a poco volvió a salir con más gente, hallaba los pueblos desiertos y los indios ausentados no parecían sino Por cima de los altos y collados donde se ahincaban dando grita que parecía que entre ellos estaban algunos demonios, según daban los aullidos roncos y temerosos.

Vuelto el adelantado donde fue a buscar los indios, determinó de salir de Chicuana dando licencia a los señores de Paria, y a los demás para que se volviesen a sus tierras. Sería la gente que se había juntado con Almagro ciento y noventa y tres españoles, caballos y peones, llevaba por su maese de campo a Rodrigo Núñez y por su alférez a Maldonado; para llevar el bagaje y de servicio llevaban tantos indios e indias que era lástima decirlo, todos puestos en cadenas, sogas y otras prisiones; llevando que los guardasen los tiranos, de los yanaconas y negros, los cuales por nada les daban grandes palos y azotes sin les dar tiempo de tomar huelgo: si alguno se quejaba por ir cansado o estar enfermo, no era creído ni tenía otra cura que golpes, tanto que perdiendo el vigor y aliento dejaban los cuerpos sin ánimos en las cadenas y prisiones; y no solamente servían de esto, mas en llegando al real luego, así cansados como estaban, les hacían ir por leña, por yerba, paja, agua, todo lo demás que era menester; comían mucha mala ventura; venida la noche hacían una parva de todos, dándoles para cama el suelo, y aunque estuviese más helado, y por cobertura del cielo, y allí los guardaban; y si quería usar de su persona alguno, o de cansado se meneaba, los veladores con los pomos de las espadas, o palos, les hacían estar quedos, a su pesar. Estas cosas y otras más ásperas, por mis ojos he yo visto hacer a esta gente desventurada, muchas y muchas veces. Y los que lo leyeren, tengan paciencia, pues me corto en lo que cuento; y aprovéchense de lo leer para suplicar a nuestro Señor perdone tan graves pecados.

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