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CAPÍTULO VIII Y nuevamente les habló su dios. Así les hablaron entonces Tohil, Aviliz y Hacavitz a Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam : -¡Vámonos ya, levantémonos ya, no permanezcamos aquí, llevadnos a un lugar escondido! Ya se acerca el amanecer. ¿No sería una desgracia para vosotros que fuéramos aprisionados por los enemigos en estos muros donde nos tenéis vosotros los sacerdotes y sacrificadores? Ponednos, pues, a cada uno en lugar seguro, dijeron cuando hablaron. -Muy bien. Nos marcharemos, iremos en busca de los bosques, contestaron todos. A continuación cada uno tomó y se echó a cuestas a su dios. Así llevaron a Avilix al barranco llamado Euabal Ziván, así nombrado por ellos, al gran barranco del bosque que ahora llamamos Pavilix, y allí lo dejaron. En este barranco fue dejado por Balam Acab. En orden fueron dejándolos. El primero que dejaron así fue Hacavitz, sobre una gran pirámide colorada, en el monte que se llama ahora Hacavitz. Allí fue fundado su pueblo, en el lugar donde estuvo el dios llamado Hacavitz. Asimismo se quedó Mahucutah con su dios, que fue el segundo dios escondido por ellos. No estuvo Hacavitz en el bosque, sino que en un cerro desmontado fue escondido Hacavitz. Luego vino Balam Quitzé, llegó allá al gran bosque; para esconder a Tohil llegó Balam Quitzé al cerro que hoy se llama Patohil. Entonces celebraron la ocultación de Tohil en la barranca, en su refugio. Gran cantidad de culebras, de tigres, víboras y cantiles había en el bosque en donde estuvo escondido por los sacerdotes y sacrificadores.

Juntos estaban Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e IquiBalam; juntos esperaban el amanecer allá sobre el cerro llamado Hacavitz. Y a poca distancia estaba el dios de los de Tamub y de los de IIocab. Amac Tan se llamaba el lugar donde estaba el dios de los de Tamub, y allí les amaneció. Amac Uquincat se llamaba el lugar donde les amaneció a los de llocab ; allí estaba el dios de los de Ilocab, a corta distancia de la montaña. Allí estaban también todos los de Rabinal, los Cakchiqueles, los de Tziquinahá, todas las tribus pequeñas y las tribus grandes. Juntos se detuvieron aguardando la llegada de la aurora y la salida de la gran estrella llamada Icoquih, que sale primero delante del sol, cuando amanece, según cuentan. Juntos estaban, pues, Balam Quitzé, Balam Acab, Máhucutah e Iqui Balam. No dormían, permanecían de pie y grande era la ansiedad de sus corazones y su vientre por la aurora y el amanecer. Allí también sintieron vergüenza, les sobrevino una gran aflicción, una gran angustia y estaban abrumados por el dolor. Hasta allí habían llegado. -¡Ay, que hemos venido sin alegría! ¡Si al menos pudiéramos ver el nacimiento del sol! ¿Qué haremos ahora? Si éramos de un mismo sentir en nuestra patria, ¿cómo nos hemos ausentado?, decían hablando entre ellos, en medio de la tristeza y la aflicción y con lastimera voz. Hablaban, pero no se calmaba la ansiedad de sus corazones por ver la llegada de la aurora: -Los dioses están sentados en las barrancas, en los bosques, están entre las parásitas, entre el musgo; ni siquiera un asiento de tablas se les dio, decían.

Primeramente estaban Tohil, Avilix y Hacavitz. Grande era su gloria, su fuerza y su poder sobre los dioses de todas las tribus. Muchos eran sus prodigios e innumerables sus viajes y peregrinaciones en medio del frío y el corazón de las tribus estaba lleno de temor. Tranquilos estaban respecto a ellos los corazones de Balam-Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui-Balam. No sentían ansiedad en su pecho por los dioses que habían recibido y traído a cuestas cuando vinieron de allá de Tulán Zuiva, de allá en el Oriente. Estaban, pues, allí en el bosque que ahora se llama Zaquiribal Pa Tohil, P'Avilix, Pa Hacavitz. Y entonces les amaneció y les brilló su aurora a nuestros abuelos y nuestros padres. Ahora contaremos la llegada de la aurora y la aparición del sol, la luna y las estrellas.

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