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Desarrollo


Matrimonio de los mexicanos Cuando el joven llegaba a edad idónea para casarse, se juntaban sus consanguíneos a deliberar acerca de una esposa de igual condición, con el objeto de evitar (según ellos mismos atestiguaban) el adulterio y de ver por la procreación de la prole. Sobre este negocio le dirigían un larguísimo discurso exhortándole a la aplicación a la virtud, al culto de los dioses y a contraer matrimonio. El hijo daba gracias por los consejos y confesaba qué tiempo hacía que deseaba tener mujer para vivir tranquila y castamente y propagar la estirpe. Conocida pues la disposición de ánimo del adolescente, invitaban a los maestros de los jóvenes a una cena, concluida la cual, los más viejos les ofrecían una gran tea comprada en gracia de este asunto. Añadiendo que, si ellos lo tenían a bien, les sería muy grato dar al joven matrimonio según su condición y los jefes respondían que la cosa no había de ser para ellos menos, ni menos alegre que para los mismos padres, y se llevaban la antorcha al colegio de los jóvenes. Al día siguiente antes del medio día, los varones viejos y las mujeres ya ancianas, iban al domicilio de la doncella que se deseaba fuera del joven y trataban de obtener de los padres que la dieran en matrimonio. La mayor parte respondía que la hija era todavía de tierna edad y no madura para varón, ni digna de tal matrimonio. Pero ellos otra vez con mayores súplicas, trataban de obtener la muchacha que debía casarse con el joven; repetían esto una tercera vez, y cuando intentaban lo mismo la cuarta, era costumbre responder que ya la doncella les había hablado y que reconocían su conformidad en casarse con el joven, aun cuando se reputase indigna de semejante varón.

Entonces los consanguíneos trataban de que dominando un signo fausto, fuera conducida a la casa del esposo, tal cual Acatl, comactli (sic ¿ocomatli?), Cipactli y otros semejantes, de los cuales más adelante hablaremos cuanto sea suficiente. En esa ocasión alguno de los parientes del joven invitaba a los consanguíneos de la doncella, consolaba a los padres y los colmaba de dones. Usaban todos en el convite cacaoatl como bebida absteniéndose del vino, que suele ser compuesto del jugo metl con algunas plantas mezcladas, porque induce la embriaguez, si la moderación está ausente. Exceptuábase a los viejos, que lo tomaban de manera muy temperante. A la segunda hora después del mediodía, bañaban a la doncella con cuanta destreza y cuidado podían, y según la costumbre de aquellos tiempos le pegaban plumas rojas a las quijadas. En la tarde antes de que fuera conducida a la habitación de su suegro, se le mandaba sentarse en el medio de la casa junto al fuego, porque estaban persuadidos de que el dios del fuego dominaba en los matrimonios, y allí continuaban con ella en largas conversaciones y le enseñaban cómo debería portarse para preservar y gobernar los bienes de familia, obedeciendo a su cónyuge; sirviendo a su suegro y a su suegra; ablandando a los consanguíneos y adorando y reverenciando a los dioses y a las diosas. Todo lo oía la doncella con mucha atención y lo preservaba en su mente. Daba las gracias por los consejos y prometía que todas aquellas cosas que aconsejaban las guardaría religiosamente y les demostraría con los hechos y que de buen grado obedecería los consejos de los ancianos.

Ya cayendo el sol, para completar las nupcias, la conducían al domicilio del esposo adonde, después de que muchos de los consanguíneos de uno y otro cónyuge de una y de otra parte decían discursos, era llevada la recién casada sobre la espalda de algunas de las mujeres que ejercían la medicina, las cuales en su lengua patria llaman titici, acompañada por muchos sus parientes por la sangre y que la precedían con dos antorchas en honra y alabanza del matrimonio, indicio (como ellos mismos decían) de las gracias que daban a los dioses, y de la dignidad de la institución que imitaba por su esplendor a las llamas. Rogaban en este tiempo a los dioses las mujeres presentes, que tocara felicidad semejante y cónyuge parecido a sus hijas y un igualmente próspero matrimonio. Por su parte el esposo recibía no sin inmenso júbilo dentro de sus lares a la esposa, acompañado de sus parientes y llevando en sus manos la lámpara ardiente. Las mujeres que llaman titici sentadas alrededor en media casa adonde estaba el fuego, indicaban que ya debía ser atada la doncella al lado izquierdo del joven; al mismo tiempo añudaban el manto del varón al cueitl uxorio y con este mismo nudo significaban para lo futuro el vínculo indisoluble del matrimonio. Y no sólo esto, sino que les eran revelados muchos arcanos sobre este asunto. Después, la madre del joven regalaba a su nuera el cueitl con el cual se vestiría desde luego, y el suegro a su yerno el manto con el que generalmente sólo, además del maxtle, permitía vestirse la costumbre de aquel tiempo.

Lo suspendía con un nudo del hombro derecho y le ponía también el maxtlatl a los pies para que cuando llegase el tiempo se lo ciñera y ocultara su sexo. Poco después la madre del esposo traía agua y una toalla en las cuales la nuera se lavara la boca y las manos; después, varios géneros de comida, y daba cuatro bocados en la boca al esposo y el suegro hacía el mismo mimo a la nuera. Despachado esto, las mujeres llamadas titici los llevaba a una habitación a acostarse, donde (como ellos mismos lo estimaban) poseídos de una casta Venus, pasaban una noche alegre. En la mañana reunidos los consuegros y las consuegras, interrogaban al joven si había encontrado a su mujer intacta o violada; a lo que si respondía que la habían sentido contaminada por el estupro y ya arrebatado el pudor virginal, sumamente indignados perforaban todos los vasos en los que los manjares que habían comido, habían sido preparados y servidos, diciendo a los consanguíneos de la recién casada que ni ella había guardado la pudicia, ni ellos habían cuidado de su pudor con solicitud. Pero si respondía que la había encontrado intacta, se llenaban todos de gran alegría. Congratulaban a los consanguíneos de la doncella y álacres, la ensalzaban con grandes alabanzas llenos de gran alegría y trataban nuevas amistades, de tal manera sólidas y firmes que duraban en gran parte hasta el final de la vida. La tornaboda se alargaba hasta el cuarto día, aun entre los hombres de mediocre fortuna, y ya cerca del último, levantaban el lecho donde habían tenido lugar las nupcias, celebradas con gran regocijo de todos, y muchos lo sacudían en medio del patio expresando con esto la alegría de los ánimos.

Entonces los recién casados eran amonestados de nuevo por casi todos los amigos acerca de lo que les convenía hacer después para que pudieran llevar vida suave y tranquila y sacudirse el grave yugo de la inopia. Cuando andando el tiempo, comprendían que la recién casada estaba embarazada, todos los consanguíneos celebraban un banquete espléndido creyendo que no de otra manera, sino por la suspensión súbita de los negocios familiares, podía ser celebrada dignamente aquella fecundidad y declarada la alegría del ánimo. Durante la comida daban las gracias a los Dioses creadores de todas las cosas por la criatura incoada y pedían que les fuera concedido ver con la misma alegría al niño dado a luz con que lo habían visto engendrado, y que fuera honra y ornamento de sus mayores; decían además muchas cosas con las cuales atestiguaban su benevolencia y el afecto de su ánimo. Despachadas estas cosas y después de muchos discursos habidos de una y otra parte entre los afines y los consanguíneos, congratulaban a la embarazada y la exhortaban para que se abstuviera de todo lo que pudiera ser dañino para el feto y para ella, y advertían a los padres que cuidaran de lo mismo. Dadas las gracias por estas advertencias, todos se marchaban para irse a sus propias casas.

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