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Desarrollo


CAPITULO V Intenta Morgan de guardar la isla de Santa Catalina para refugio y almacén de piratas; pero fáltanle los medios a sus designios. Relátase la llegada y toma de la villa llamada el Puerto del Príncipe Viendo Morgan que su predecesor y almirante era muerto, procuró e hizo guardar y tener en posesión perpetua la isla de Santa Catalina, situada cerca de la de Cuba, y asignarla refugio y asilo de piratas, poniéndola en estado (según creía) de suficiente almacén de sus robos y latrocinios. Buscó mil invenciones para establecer esta empresa, con cuyo fin escribió a diversos mercaderes que vivían en la Nueva Inglaterra, exhortándolos a enviarle vituallas y otras cosas concernientes a hacerse fuerte en la dicha isla; de suerte que no tuviese temores de daños exteriores, ni sospechas de invasiones por cualquiera que intentara inquietarle. Halláronse sus pensamientos vanos y frustrados por la reconquista de los españoles. No obstante, Morgan conservaba más coraje que maduro consejo y buscó nuevas prácticas, haciendo armar un navío con intención de recoger una flota entera, tan grande cuanto sus fuerzas alcanzasen. Púsolo por ejecución y dio orden a cada miembro de su flota para hallarse en los puertos del sur de la isla de Cuba, donde determinó juntar consejo, y en él tomar resolución de lo que había de hacer y a qué plaza acometería primeramente. Dejando esto en este estado pasaremos a hacer breve descripción de la isla de Cuba al presente, pues fui omiso en hacerla cuando en lo precedente hablé en diversas partes de ella.

Breve descripción de la isla de Cuba Extiéndese esta isla del oriente al occidente en la altura y situación de veinte hasta veinte y tres grados, latitud septentrional; es larga de ciento y cincuenta leguas alemanas, y ancha de cuarenta semejantes. Es tan fructuosa como la Española. Rinde muchas cosas propias al comercio, como pieles de diversas bestias y en particular las que en Europa llamamos de Habana. De todas partes está rodeada de un número muy grande de isletas, a las cuales llaman cayos; sírvense los piratas de ellas para refugio y citación de sus juntas y para asaltar más a gusto a los españoles. Riéganla por todas partes raudales de abundantes y bellas riberas, cuyas bocas forman asegurados y muy capaces puertos, sin otros que en calmosas costas adornan muchas partes de esta isla, enriqueciéndola con facilidad del comercio que ofrecen a los propios y foráneos. Los más célebres de estos puertos, son: Santiago, Trinidad, Xagoa, Cabo de Corrientes y otros, los cuales están todos en la costa del sur. En la del norte se hallan: La Habana, Puerto Mariano, Santa Cruz, Matarricos y el Baracoa. Dos ciudades principales tiene, debajo de cuyo gobierno toda la isla se dirige y a quienes todos los pueblos de ella obedecen. Santiago, una de ellas, está situada en la costa del sur, a quien pertenece la mitad de la isla; tiene un obispo y un gobernador que mandan sobre las villas y lugares de la mitad sobredicha, conviene a saber: del lado del mediodía, al Espíritu Santo, Puerto del Príncipe, Bayamo; del lado del septentrión tiene Baracoa y la villa de los Cayos.

La mayor parte del comercio que se contrata en el sobredicho Santiago viene de las islas Canarias, a donde envían tabaco, azúcar y pieles, todo lo cual retira de otras villas y lugares subalternos. En tiempos pasados fue miserablemente saqueada por los piratas de Jamaica y Tortuga, aunque la defiende un castillo considerable. La ciudad de La Habana yace a la parte de entre el norte y poniente; es una de las más famosas y más fuertes plazas de todas las Indias septentrionales; alárgase su jurisdicción a la otra mitad de la isla, contándose debajo de ella, Santa Cruz, que está a la parte del norte, y la Trinidad, en la del sur, de las cuales sale grande cantidad de tabaco, dándolo con abundancia a la Nueva España y Costa Rica hasta la mar del Sur y también enviando navíos cargados a España y a otras partes de Europa, no sólo en manojos, mas torcido en rollos. Guardan a esta ciudad tres castillos muy grandes y fuertes, dos al puerto y el tercero sobre una montaña predominando al pueblo. Habítanla diez mil moradores, los mercaderes trafican en Nueva España, Campeche, Honduras y Florida. A todos los navíos que vienen de esas sobredichas partes y los de Caracas, Cartagena y Costa Rica, les es preciso venir a buscar sus provisiones a La Habana para navegar a España, siendo su derecho camino y necesario queriendo pasar a la Europa meridional y otras partes. La flota de la plata viene allí anualmente a tomar el resto de sus cargazones, como pieles, tabaco, y palo de Campeche.

No había más que dos meses que Morgan estuvo en los puertos de la isla de Cuba, cuando tenía ya armada una flota de doce velas, navíos y barcas con setecientos hombres combatientes, tanto ingleses como franceses. Juntaron consejo, y algunos propusieron de embestir, con el favor de la oscuridad nocturna, a la ciudad de La Habana, lo cual decían se podía fácilmente emprender, particularmente, si podían tomar una parte de los eclesiásticos y hacerlos prisioneros; y también saquear la ciudad antes que los castillos se pusiesen en estado de defensa. Otros proponían, según sus pareceres, diversas empresas; no obstante, la primera propuesta fue desechada porque muchos de los piratas estuvieron prisioneros en otras ocasiones en aquella ciudad y aseguraban que no podía hacer cosa de importancia, menos que con mil y quinientos hombres, y que primero debían con toda esta gente ir a la isla de los Pinos y echar en tierra toda la gente con pequeños barcos hacia Batabanó, que está catorce leguas de la referida ciudad, para que con este orden saliesen con sus intentos. Veían, en fin, que los medios les faltaban para juntar una tan grande armada y con la que tenían resolvieron de ir a otra plaza. Había uno entre ellos que proponía el asalto de la villa del Puerto del Príncipe, diciendo que la conocía muy bien, y que, como apartada de la mar, no estuvo jamás saqueada, y que así los moradores eran muy ricos, como haciendo su comercio con dinero de contado, en la correspondencia familiar que los de La Habana tienen establecida en esta parte, consistiendo en pieles.

Esta propuesta fue al punto aceptada por Morgan y sus principales socios. Dieron orden a cada capitán para levantar las áncoras y ponerse a la vela, tomando la rota hacia la costa más próxima del Puerto del Príncipe, donde se halla una bahía intitulada el Puerto de Santa María. Sucedió, pues, que estando la flota cerca de tierra se echó a nado un español prisionero y se fue de noche a la tal villa de Santa María, contando como había oído discutir a los piratas (que no creían entendiese la lengua inglesa) como venían con designio de embestirles. Los españoles que entendieron su afortunado anuncio, comenzaron al momento a cubrir sus bienes y guardar los muebles que pudieron. Hizo el gobernador congregar toda su gente, tanto vecinos como esclavos, y se pusieron con una parte de ellos en camino por donde los piratas debían pasar. Ordenó cortasen muchos árboles y que los atravesasen en todos los caminos para impedir el paso a los piratas. Formó diversas emboscadas, donde asentaron alguna artillería. Eran todos ochocientos hombres, de los cuales repartió para dichas emboscadas cuantos juzgó a propósito y con el resto circunvaló la villa en un campo muy dilatado, desde el cual podían ver la venida de piratas a lo largo. Los enemigos que caminando vieron los pasos y entradas impenetrables, tomaron su derrota entre el bosque, atravesándole, con que evitaron diversas emboscadas, y finalmente llegaron a campaña rasa, cuyo nombre es la Sabana. Desfiló una tropa de caballería española contra los piratas creyendo los harían huir y, al mismo tiempo, dar sobre sus espaldas; sucedióles de otra manera, porque los piratas hicieron su marcha en orden al son del tambor, guiados de sus enarbolados estandartes.

Acercáronse y se pusieron en forma de semicírculo, con que de este modo avanzaron a los españoles que se les opusieron como bravos soldados por algún tiempo, mas viendo que los piratas eran diestrísimos en jugar las armas y que su gobernador, con otros muchos de sus compañeros, cayeron en tierra, comenzaron a retirarse hacia el bosque para salvarse más asegurados, aunque, infortunadamente, antes que a él llegasen, fueron los más muertos a manos de los piratas, dejando la victoria a los advenedizos enemigos que no tuvieron en este combate (duró cerca de cuatro horas) considerable pérdida de gente y muy pocos heridos. Entraron en la villa, si bien, precediendo alguna resistencia de los que estaban dentro, que se defendieron hasta no poder más, creyendo impedir el saqueo; algunos se encerraron en sus casas y desde las ventanas tiraron muchos arcabuzazos, y viéndolo los piratas hicieron amenazas, diciendo: Si no os rendís voluntariamente, presto veréis toda la villa en incendio, vuestras mujeres e hijos todos despedazados. Sobre tales conjuros los españoles se sometieron enteramente a la discreción de sus enemigos, creyendo que los vencedores no podían quedar allí largo tiempo y que se verían obligados a desalojar con presteza. Luego que los piratas se señorearon de la villa, metieron a todos los españoles, tanto hombres como mujeres y niños, como también a los esclavos, en las iglesias, y recogieron todos los bienes de pillaje que pudieron hallar.

Corrieron después por todo el país trayendo de día en día muchos bienes y prisioneros con muchas vituallas, de que hicieron opulentos banquetes sin acordarse de los hambrientos prisioneros, a quienes dejaban morir de necesidad. No ahorrando sus crueles tormentos para con los encerrados, pues cotidianamente los maltrataban sin misericordia para hacerles confesar en qué parte tenían los muebles, dinero y otras cosas encubiertas, aunque ya no tenían más; castigaban a las mujeres y criaturas con el mismo intento, no dándolas así nada de comer, de que resultó morir la mayor parte. Cuando no tuvieron más que poder robar y que los víveres les comenzaban a faltar, tomaron resolución de partir para buscar más fortuna en otras partes, diciendo a los prisioneros: Buscad medios para rescataros, o si no os transportaremos a Jamaica y si, junto con esto, no nos tributáis la quema de toda la villa, veréis bien presto en inextinguibles llamas vuestras casas. Nombraron entre sí los españoles cuatro prisioneros para ir a buscar tales contribuciones y, para que despachasen presto, atormentaban en su presencia a los otros con el mayor rigor que se puede imaginar. Volvieron los fatigados españoles de sus irrazonables comisiones, diciendo a Morgan: Hemos corrido, buscado y escudriñado todos los cincunvecinos bosques y sitios más sospechosos para descubrir a quien pedir vuestra demanda, y no hemos podido sacar rastro de los nuestros ni, por consiguiente, fruto de nuestra embajada; pero si os agrada ejercer vuestra paciencia por quince días, haremos de suerte que todo se os pague en este tiempo.

Parece que Morgan oyó las razones sobredichas, pero poco después llegaron siete u ocho piratas, que venían de los campos y bosques con algunas ventajas y, entre ellas, un negro prisionero que traía cartas, las cuales fueron abiertas por Morgan. Y halló que eran del gobernador de Santiago, que escribía a algunos prisioneros diciendo: No os deis prisa a pagar lo que se os pide por rescate, quema, ni otro tributo; antes, al contrario aguardar mi socorro en breve tiempo y entretened a los piratas, lo mejor que os fuese posible, entre tanto que os llega. Al punto Morgan hizo llevar todo lo que había hurtado y lo puso en sus navíos, advirtiendo a los españoles que el día siguiente pagasen lo que les pedía, y que no aguardaría un momento más si no contribuían para poner en combustión y reducir en cenizas toda la villa. No les hizo mención en sus discursos Morgan a los españoles de las cartas que había hallado, con que le respondieron serles imposible dar tal suma de dinero en tan poco tiempo, pues sus compañeros no aparecían en todos los contornos. Sabía bien Morgan sus intenciones, y así no le era útil el quedar allí más tiempo. Pidióles quinientos bueyes o vacas con bastante sal para salarlos; sacando por condición se los llevarían a bordo del navío, lo cual le prometieron, y partió con los suyos tomando consigo seis principales, en prendas de lo que tenía intención. Vinieron el siguiente día con el ganado vacuno y sal, pidiendo los seis prisioneros que Morgan rehusó y, no fiándose más largo tiempo en permanecer allí, por temor de ser asaltado, les dijo ayudasen a matar y salir dicho ganado, lo cual hicieron con mucha prisa y después fueron absueltos los seis moradores que estaban en rehenes de las demandas.

Mientras esto se disponía hubo algunas disensiones entre los ingleses y franceses, pues como un inglés matase a un francés por un nonada y el tal francés se emplease en desollar una vaca, vino otro inglés y le quitó los huesos de tuétano que sacó de ella (de los cuales hacen grande caso estas gentes) y se llamaron en duelo los dos; con que llegando al lugar destinado de su refriega, sacó más presto el inglés su alfanje y le tiró por detrás un golpe; de modo que cayó muerto al improviso. Los otros franceses, queriendo vengarse de tal acción, se levantaron contra los ingleses; pero Morgan apaciguó al punto toda la llama; mandando que al malhechor le atasen de pies y manos, y que de aquel modo le llevasen a Jamaica; prometiendo a todos que en llegando haría justicia, pues aunque le era permitido de llamar en duelo a su contrario, no le era lícito matarle a traición como lo hizo. Después que todo fue dispuesto, embarcado y los prisioneros sueltos, alargaron las velas enderezándose a una isla, en la cual Morgan debía disponer el repartimiento de todos sus pillajes; que llegando, hallaron cerca de cincuenta mil pesos, tanto en moneda como en alhajas. Fue grande el sentimiento y pena que tuvieron de ver tan tenue presa, pues no les bastaba para pagar sus deudas en Jamaica, y así Morgan les propuso de discurrir alguna nueva empresa y pillaje antes que llegasen a su tierra; pero no pudiéndose los franceses acordar con los ingleses se separaron, dejando a Morgan solo con los de su nación, no bastándole las repetidas instancias para reducirlos a proseguir en su compañía; y así con señales exteriores de amistad se separaron, y el caudillo les dijo que no faltaría de ninguna manera a hacer justicia en el sobre dicho criminal, lo que cumplió, pues llegando a Jamaica le hizo ahorcar, según su promesa.

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