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Desarrollo


CAPÍTULO V De la idolatría que usaron los indios con cosas particulares No se contentó el demonio con hacer a los ciegos indios, que adorasen al sol, y la luna y estrellas y tierra, y mar y cosas generales de naturaleza; pero pasó adelante a dalles por dioses y sujetarlos a cosas menudas, y muchas de ellas muy soeces. No se espantará de esta ceguera en bárbaros, quien trajere a la memoria que de los sabios y filósofos dice el Apóstol, que habiendo conocido a Dios, no le glorificaron ni dieron gracias como a su Dios, sino que se envanecieron en su pensamiento y se oscureció su corazón necio, y vinieron a trocar la gloria y deidad del eterno Dios, por semejanzas y figuras de cosas caducas y corruptibles, como de hombres, de aves, de bestias, de serpientes. Bien sabida cosa es el perro Osiris, que adoraban los egipcios, y la vaca Isis, y el carnero Amon; y en Roma, la diosa Februa de las calenturas, y el Anser de Tarpeya; y en Atenas la sabia, el cuervo y el gallo. Y de semejantes bajezas y burlerías están llenas las memorias de la gentilidad, viniendo en tan gran oprobio los hombres por no haber querido sujetarse a la ley de su verdadero Dios y Creador, como San Atanasio doctamente lo trata escribiendo contra los idólatras. Mas en los indios, especialmente del Pirú, es cosa que saca de juicio la rotura y perdición que hubo en esto; porque adoran los ríos, las fuentes, las quebradas, las peñas o piedras grandes, los cerros, las cumbres de los montes que ellos llaman Apachitas, y lo tienen por cosa de gran devoción; finalmente, cualquiera cosa de naturaleza que les parezca notable y diferente de las demás, la adoran como reconociendo allí alguna particular deidad.

En Cajamalca de la Nasca me mostraban un cerro grande de arena, que fue principal adoratorio o guaca de los antiguos. Preguntado yo qué divinidad hallaban allí, me respondieron que aquella maravilla de ser un cerro altísimo de arena en medio de otros muchos, todos de peña. Y a la verdad, era cosa maravillosa pensar cómo se puso tan gran pico de arena en medio de montes espesísimos de piedra. Para fundir una campana grande tuvimos en la Ciudad de los Reyes, necesidad de leña recia y mucha, y cortose un arbolazo disforme, que por su antigüedad y grandeza había sido largos años adoratorio y guaca de los indios. A este tono cualquier cosa que tenga extrañeza entre las de su género, les parecía que tenía divinidad, y hasta hacer esto con pedrezuelas y metales, y aún raíces y frutos de la tierra, como en las raíces que llaman papas hay unas extrañas, a quien ellos ponen nombre llallahuas, y las besan y las adoran. Adoran también osos, leones, tigres y culebras, porque no les hagan mal. Y como son tales sus dioses, así son donosas las cosas que les ofrecen cuando los adoran. Usan cuando van camino, echar en los mismos caminos o encrucijadas, en los cerros, y principalmente en las cumbres que llaman Apachitas, calzados viejos y plumas, coca mascada, que es una yerba que mucho usan, y cuando no pueden, más siquiera una piedra, y todo esto es como ofrenda para que les dejen pasar y les den fuerzas, y dicen que las cobran con esto, como se refiere en un Concilio Provincial del Pirú.

Y así se hallan en esos caminos muy grandes rimeros de estas piedras ofrecidas, y de otras inmundicias dichas. Semejante disparate al que usaban los antiguos, de quien se dice en los Proverbios: "Como quien ofrece piedras al montón de Mercurio, así el que honra a necios, que es decir que no se saca más fruto ni utilidad de lo segundo, que de lo primero; porque ni el Mercurio de piedra siente la ofrenda, ni el necio sabe agradecer la honra que le hacen". Otra ofrenda no menos donosa usan, que es tirarse las pestañas o cejas, y ofrecerlas al sol, o a los cerros y Apachitas, a los vientos o a las cosas que temen. Tanta es la desventura en que han vivido y hoy día viven muchos indios, que como a muchachos les hace el demonio entender cuanto se le antoja, por grandes disparates que sean, como de los gentiles hace semejante comparación San Crísostomo en una Homilía. Mas los siervos de Dios que atienden a su enseñanza y salvación, no deben despreciar estas niñerías, pues son tales que bastan a enlazarlos en su eterna perdición, mas con buenas y fáciles razones desengañarlos de tan grandes ignorancias. Porque cierto es cosa de ponderar cuán sujetos están a quien los pone en razón. No hay cosa entre las criaturas corporales más ilustre que el sol, y es a quien los gentiles todos comúnmente adoran. Pues con una buena razón me contaba un capitán discreto y buen cristiano, que había persuadido a los indios que el sol no era dios, sino sólo creado de Dios, y fue así: Pidió al cacique y señor principal, que le diese un indio ligero para enviar una carta; diósele tal, y preguntole el capitán al cacique.

Dime, ¿quién es el señor y el principal; aquel indio que lleva la carta tan ligero o tú que se la mandas llevar? Respondió al cacique: yo, sin ninguna duda, porque aquél no hace más de lo que yo le mando. Pues eso mismo (replicó el capitán) pasa entre ese sol que vemos, y el Creador de todo. Porque el sol no es más que un criado de aquel altísimo Señor, que por su mandado anda con tanta ligereza sin cansarse, llevando lumbre a todas las gentes. Y así veréis cómo es sin razón y engaño, dar al sol la honra que se le debe a su Creador y señor de todo. Cuadroles mucho la razón del capitán a todos, y dijo el cacique y los indios que estaban con él, que era gran verdad, y que se habían holgado mucho de entenderla. Refiérese de uno de los reyes Ingas, hombre de muy delicado ingenio, que viendo cómo todos sus antepasados adoraban al sol, dijo que no le parecía a él que el sol era dios, ni lo podía ser. Porque Dios es gran señor, y con gran sosiego y señorío hace sus cosas; y que el sol, nunca para de andar; y que cosa tan inquieta no le parecía ser dios. Dijo bien. Y si con razones suaves y que se dejen percibir, les declaran a los indios sus engaños y cegueras, admirablemente se convencen y rinden a la verdad.

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