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Desarrollo


Capítulo segundo Del lenguaje y afectos que usavan cuando oravan al principal de los dioses, llamado Tezcatlipuca y Yoalli Ehécatl, demandándole socorro contra la pobreza. Es oración de los sátrapas, en la cual le confiessan por señor de las riquezas descanso y contento y plazeres, y dador de ellas, y señor de la abundancia ¡Oh, señor nuestro, valerosíssimo, humaníssimo, amparador! Vos sois el que nos dais vida y sois invisible y no palpable, señor de todos y señor de las batallas. Aquí me presento delante de vuestra magestad, que sois amparador y defensor; aquí quiero dezir algunas pocas palabras a vuestra magestad por la necessidad que tienen los pobres populares y gente de baxa suerte y de poco caudal en hazienda, y menos en el entender y discreción, que cuando se echan a la noche no tienen nada, ni tampoco cuando se levantan a la mañana; pássaseles la noche y el día en gran pobreza. Sepa vuestra magestad que vuestros vasallos y siervos padecen gran pobreza, tanto cuanto no se puede encarecer más de que es grande su pobreza y desamparo. Los hombres no tienen una manta con que se cobijen, ni las mugeres alcançan unas naoas con que se embuelvan y atapen sus carnes, sino algunos andrajos por todas partes rotos y que por todas partes entra el aire y el frío. Con gran trabajo y gran cansancio pueden allegar lo que es menester para comer cada día, andando por las montañas y páramos buscando su mantenimiento. Andan tan flacos y tan descaecidos que traen las tripas apegadas a las costillas y todo el cuerpo repercutido; andan como espantados en la cara y el cuerpo como imagen de muerte.

Y estos tales, si son mercaderes, solamente venden sal en panes y chile desechado, que la gente que algo tiene no cura de estas cosas ni las tiene en nada. Y ellos las andan a vender de puerta en puerta y de casa en casa, y cuando estas cosas no se les venden, asiéntanse muy tristes cerca de algún seto o de alguna pared o en algún rincón. Allí están relamiendo los beços y royendo las uñas de las manos con la hambre que tienen; allí están mirando a una parte y a otra; están mirando a la boca de los que passan, esperando que los digan alguna palabra. ¡Oh, señor nuestro, muy piadoso! Otra cosa no menos dolorosa quiero dezir: que la cama en que se echan no es para descansar, sino para padecer tormento en ella. No tienen sino un andrajo que echan sobre sí de noche; de esta manera duermen, y en cama de tal manera como está dicho arrojan sus cuerpos. Y los hijos que los havéis dado por la miseria en que se crían, por la falta de la comida y no tener con qué cubrirse, traen la cara amarilla y todo el cuerpo de color de tierra, y andan temblando de frío. Algún andrajo traen estos tales en lugar de manta atado al cuello, y otro semejante las mugeres atado por las caderas. Y andan apegada la barriga con las costillas; puédenlos contar todos sus huesos; andan azcadillando con flaqueza, no pudiendo andar; andan llorando y sospirando y llenos de tristeza; toda la desventura junta está en ellos; todo el día no se quitan de sobre el fuego: allí hallan un poco de refrigerio.

¡Oh, señor nuestro, humaníssimo, invisible y impalpable! Suplícoos tengáis por bien de apiadaros de ellos y de conocerlos por vuestros vasallos y siervos. Pobrezitos, que andan llorando y sospirando, llamándoos y clamando en vuestra presencia y desseando vuestra misericordia con angustia de su coraçón. ¡Oh, señor nuestro, en cuyo poder está dar todo contento y refrigerio y dulcedumbre y suavidad y riqueza y prosperidad! Porque vos solo sois el señor de todos estos bienes, suplícoos hayáis misericordia de ellos porque vuestros siervos son. Suplícoos, señor, tengáis por bien de que experimenten un poco de vuestra ternura y regalo y de vuestra dulcedumbre y suavidad, que a la verdad tienen grande necessidad y gran trabajo. Suplícoos que levanten su cabeça con vuestro favor y ayuda. Suplícoos tengáis por bien de que tengan algunos días de prosperidad y descanso. Suplícoos tengan algún tiempo en que su carne y sus huesos resciban alguna recreación y holgura; tened por bien, señor, que duerman y reposen con descanso. Suplícoos les deis días de vida prósperos y pacíficos. Cuando fuerdes servido les podéis quitar y asconder y ocultar lo que les havéis dado, corno lo hayan gozado algunos pocos días, como quien goza de alguna flor olorosa y hermosa que en breve tiempo se marchita. Y esto cuando les fuere causa de soberbia y de presumpción y altivez las mercedes que les havéis hecho, y con ellas se hizieren briosos y presumptuosos y atrevidos; entonce las podéis dar a los tristes, llorosos y angustiados, pobres y menesterosos que son humildes y obedientes y serviciales y familiares en vuestra casa, y hazen vuestro servicio con grande humildad y diligencia y os dan su coraçon muy de veras.

Y si este pueblo por quien te ruego y suplico que le hagas bien no conosciere el bien que le dieres, le quitarás el bien e echarle has la maldición que le venga todo el mal para que sea pobre, necesitado, e manco e coxo, ciego e sordo, y entonces se espantará e verá el bien que tenía y en qué ha parado, y entonces te llamará y se acogerá a ti, e no le oirás porque en el tiempo de la abundancia no conosció el bien que le hizistes. En conclusión, suplícoos, señor nuestro, humaníssimo y beneficentíssimo, que tenga por bien vuestra magestad de dar a gustar a este pueblo las riquezas y haziendas que vos soléis dar y de vos suelen salir, que son dulces y suaves y que dan contento y regalo, aunque no sea sino por breve tiempo y como sueño que passa. Porque, cierto, ha mucho tiempo que anda triste y pensativo y lloroso delante de vuestra magestad por el angustia y trabajo y afán que siente su cuerpo y su coraçón, sin tener descanso ni plazer alguno. Y de esto no hay duda ninguna, sino que a este pobre pueblo y menesteroso y desabrigado le acontece todo lo que tengo dicho. Y esto por sola vuestra liberalidad y magnificencia lo havéis de hazer, que ninguno es digno ni merecedor de rescebir vuestras larguezas por su dignidad y merescimiento, sino que por vuestra benignidad sacáis debaxo del estiércol y buscáis entre las montañas a los que son vuestros servidores y amigos y conocidos para levantarlos a riquezas y dignidades. ¡Oh, señor nuestro, humaníssimo! Hágase vuestro beneplácito como lo tenéis en vuestro coraçón ordenado.

Y no tengo más que dezir, yo hombre rústico y común, ni quiero con importunación y prolixidad dar fastidio y enojo a vuestra magestad, de donde proceda mi mal y mi perdición y mi castigo. ¿Adónde hablo? ¿Adónde estoy? Hablando con vuestra magestad, bien sé que estoy en un lugar muy eminente y hablo con una persona de gran magestad, en cuya presencia corre un río que tiene una barranca profundíssima y prezissa o tajada, y assimismo está en vuestra presencia un resbaladero donde muchos se despeñan. No hay nadie que no yerre delante vuestra magestad; y yo, hombre de poco saber y muy defectuoso en el hablar, en haverme atrevido a hablar delante vuestra magestad, yo mismo me he puesto al peligro de caer en la barranca y sima de este río. Yo con mis manos he venido a tomar ceguedad para mis ojos y pudrimiento y tollamiento para mis miembros, y pobreza y aflicción para mi cuerpo por mi baxeza y rusticidad; esto es lo que yo merezco rescebir. Bivid y reinad para siempre, vos que sois nuestro señor y nuestro abrigo y amparo, humaníssimo, piadosíssimo, invisible y impalpable, en toda quietud y asosiego.

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