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Capítulo LXXXV De cómo Almagro gastó mucha suma de oro y plata entre los que habían de ir, y cómo salió del Cuzco Publicado y entendido por los que estaban en el Cuzco, como Almagro en persona hacía la jornada se alegraron mucho de ello; y él para que se proveyesen de caballos, armas y las otras cosas para la jornada pertenecientes, dicen que mandó sacar de su posada más de ciento y ochenta cargas de plata y de oro. Más de veinte lo repartió entre todos, haciendo, las que él quiso, obligaciones de lo pagar de lo que hubiesen en la tierra donde iban. Había determinado de enviar a su secretario Juan de Espinosa a España, siendo contento de ello Pizarro, y como hubiese repartido el oro y plata que tenía, le habló que mandase darle de su recámara cien mil castellanos para negociar ciertas cosas de casamientos que trataba con el cardenal de Sigüenza; y mercar renta para el hijo que tenía. Respondió Pizarro que era contento, y así salió del Cuzco Juan de Rada, mayordomo de Almagro y Juan Alonso de Badajoz, su camarero, y el secretario Juan de Espinosa para ir a la ciudad de los Reyes, donde escribió el gobernador a Pedro de Villareal, su camarero, que diese la cantidad dicha. Esto hecho, el adelantado don Diego de Almagro dio prisa en la partida. Había entre los hijos de Guaynacapa uno a quien llamaban Paulo. Quiso Almagro llevarlo consigo a él y a Villahoma, gran sacerdote de ellos, para que los indios los sirviesen y temiesen; y también dicen que ellos quisieron, concertando primero con Mango Inga que se rebelasen contra los cristianos, a los cuales ellos procurarían la muerte cuando los viesen en las provincias de Collasuyo, o en otra parte dispuesta para ello, y que él apellidase los pueblos de Condesuyo y Andesuyo, Chinchasuyo para dar muerte a los que quedaban en el Cuzco y en las más partes de su gran reino.

Para el gasto de la jornada, se hizo fundición en el Cuzco, que fue muy grande porque había tanto oro y plata en la ciudad, que aún no lo tuvieran en nada. Dicen que estando Almagro en la fundición, le pidió un Juan de Lepe un anillo de muchos que estaban en una gran carga, diciendo que lo quería para una hija suya, y que liberalmente le respondió que tomase cuantos pudiese abarcar con las manos; y sabiendo ser casado, le mandó dar cuatrocientos pesos para con que se volviese a su mujer. También me dijeron que dándole un Bartolomé Pérez, que había sido alcaide de la cárcel de Santo Domingo, una adarga, le mandó dar por ella cuatrocientos pesos, y una olla de plata que pesaba cuarenta marcos (las dos bocas de leones hechas de oro por asas), que pesaron trescientos y cuarenta pesos. Y antes de esto me contaron que Montenegro le emprestó el primer gato que se había visto en esta tierra y que le mandó dar seiscientos pesos de oro. Otras larguezas cuentan muchas que hizo, dándolo todo en público por gozar de aquella jactancia y vanagloria de que nunca usó Pizarro, porque todo lo que dio, aunque fue más que lo que se afirma de Almagro, daba secretamente tanto que sus criados no lo entendían ni alcanzaban. Y como Almagro estuviese tan a pique para salir del Cuzco, mandó al capitán Ruy Díaz y al capitán Benavides que fuesen a hacer gente a los Reyes, para volver en su seguimiento; y a Rodrigo Orgóñez, su general, dejó en el Cuzco: para, con los que venían para ir a la jornada y más hubiese en el Cuzco, después de él partido, caminase a se juntar con él.

Y porque ya muchos deseaban verse fuera de la ciudad, mandó al capitán Juan de Sayavedra que saliese y marchase hasta estar en la tierra del Collao donde hiciese alto para le aguardar a él y a los que no fuesen por entonces. Todos los más, iban bien proveídos de indias hermosas y de anaconas para sus servicios, en tanta manera que pone lástima en considerar cuán caros cuestan estos descubrimientos y cuántos naturales del Perú han muerto en ellos, que a estar vivos importaba más que no lo que se pretendía descubrir, aunque también digo que si no es con demasiado servicio, o muchos caballos, como solíamos descubrir en la mar del norte, por ninguna vía, forma, ni manera, se podría hacer ninguna jornada y aun con hacerse de esta suerte han sido sepulturas de españoles, pues han pasado en ellas lo que es espanto y admiración y que nunca hombres tal pasaron, ni para tanto tuvieron ánimos. Paulo el inca salió, con su servicio y mujeres, para ir en la jornada y lo mismo Villaoma, dejando hecho el concierto, que se ha escrito, con Mango Inga; pues como saliese del Cuzco Juan de Sayavedra, los naturales de los pueblos por donde pasaban los servían y proveían muy bien, dándoles todo lo necesario, llevándoles el bagaje a cuestas de un lugar a otro, y como nunca la gente de guerra pudo ser bien corregida, muchos de los soldados hacían demasías a los indios, tomándoles por fuerza lo que querían. Como era en los principios, no se sabían quejar ni hacían más que tener paciencia.

Antes que Almagro partiese del Cuzco habló con Pizarro, diciéndole que había conocido de sus hermanos que les pesaba por haberle el rey hecho gobernador, de donde colegía que habían de procurar de meter escándalos entre ellos, ciegos de la envidia que tenían; por tanto, que le parecía los debía enviar a España y darles de sus haciendas la cantidad de dineros que quisieren, porque él sería muy contento, y tiraría la ocasión para tener siempre paz. Respondióle Pizarro que no creyese tal cosa de sus hermanos, porque todos te amaban y tenían amor de padre y otras cosas con que se concluyó la plática. Y habiendo salido toda la gente del Cuzco, Almagro hizo lo mismo acompañado del gobernador y de sus hermanos y de muchos de los vecinos de la ciudad, que por le honrar quisieron salir un trecho de camino, con el cual, como de todos se despidió, no paró hasta Mohína, donde reparó cinco días, tiempo señalado para que todos se juntasen; de donde partió, siendo muy servido de los indios que de todas partes salían al gran camino a lo ver, y proveer de lo necesario. Y hacerlo tan bien los indios con los españoles fue ocasión que, cinco de ellos, por una parte, y tres, por otra, se adelantasen sin aguardar a los capitanes. Hallaba Almagro en los canches, canas, collas, muchos edificios y muy de ver de los incas con que se holgaba mucho. Y caminando por sus jornadas, llegó a juntarse con el capitán Juan de Sayavedra. Viniéronle a ver los principales de la provincia de Paria, trayéndoles grandes presentes y muy ricos.

Recibióles con alegría, honrándolos con buenas palabras. Rogóles que clara y abiertamente le contasen lo que había en la tierra de Chile porque en el Cuzco le habían informado que había tanto oro y plata que tenían las casas chapadas de ello. Desengañáronle de tal novedad, afirmando que eran dichos vanos y que en Chile no hubo tales grandezas, antes el oro que pagaban de tributo a los incas, con presteza lo traían, hecho tejuelos o puro en granos, a lo entregar a sus contadores o mayordomos mayores; diciendo, sin esto, que los caminos eran muy difíciles, en partes secos de agua, en otras llenos de promontorios de nieve y con otras extrañezas que vería si proseguía la jornada. Fue así al adelantado como a los que iban con él muy molesto y enojoso el dicho de estos señores. Para repugnarlo y contradecirlo decían que eran burladores y mentirosos y que lo hacían porque no anduviesen los nuestros por sus tierras; y así sin les preguntar más, les mandó que por algunos días tuviesen por bien de ir en su compañía que, pasados, volverían a sus tierras. Determinóse que hasta llegar a Topisa saliesen los españoles y caballos por cuadrillas porque no había abundancia de agua, y así fue hecho. Adelante de Topisa llegaban ya los tres cristianos que iban delante por gozar de los regalos de los indios; seguíanles a éstos, los otros cinco. Los naturales por dondequiera que pasaban los españoles quedaban de ellos desabrigados; teníanlos por gente rigurosa, de poca verdad, cometedores de grandes pecados.

En secreto publicaban que eran sus enemigos capitales y que sin justicia ni razón andaban por sus tierras, tomándoles sus mujeres y haciendas. Mas como iban con tantos caballos, ballestas y espadas no mostraban en lo público este desamor. Por donde caminaban los cinco cristianos hallábanse en las manos la presa; trataban de los matar y hacer con ellos un solemne sacrificio a sus dioses y unos a otros se avisaban para acometer esta hazaña. Y estando en la provincia de Xuxay los acometieron y mataron los tres. Y los dos fueron tan valientes que, saliendo de entre ellos ligeramente, huyendo de la muerte aportaron entre otros indios que por temor del adelantado que estaba cerca no los mataron, antes avisaron a que fuesen a Topisa, donde se juntaron con los cristianos, recibiéndoles ásperamente, pues habían adelantádose sin se lo mandar.

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