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Capítulo LXXXIII De cómo don Francisco Pizarro volvió a los Reyes, donde, como supo las cosas que pasaban a la ciudad del Cuzco, salió para ir a ella Deseaba mucho Pizarro que su hermano volviese de España. El tiempo que estuvo en Trujillo gastólo en la población de aquella ciudad, en procurar atraer a la paz los indios naturales. Envió a Belalcázar, que andaba en Quito, provisión de capitán y teniente general, y a Puerto Viejo y a otras partes envió a mandar lo que más convenía. Volvió a la ciudad de los Reyes donde fue bien recibido. Deseaba tener nuevas del Cuzco. Llegó de Panamá, donde había ido, Francisco Martín de Alcántara; traía consigo a don Diego, hijo de Almagro. Había salido del Cuzco un Andrés Enamorado, al tiempo que andaban en aquellas bregas que ya se han escrito, a dar aviso de ello a Pizarro, el cual, llegado que fue a los Reyes informando más de lo que era su venida le certificó que sus hermanos estaban en gran riesgo porque Soto y Almagro habían andado con ellos en tales negocios que se habían dado de lanzadas. Pesóle con estas nuevas a Pizarro. Quejábase de Almagro, sin saber lo cierto; afirmaba a los que lo oían, que por su causa se había levantado el alboroto. Apercibió algunos de sus amigos para salir a grandes jornadas la vuelta del Cuzco. Llevó consigo al licenciado Caldera y Antonio Picado, su secretario. En los Reyes dejó por teniente a Ochoa de Ribas. Dijese también en el capítulo pasado cómo Vasco de Guevara había salido del Cuzco por mandado de Almagro para tomar las provisiones que he dicho venir en poder de aquel mozo que las traía.

Y después de haber caminado más de veinte leguas se encontró con él y lo llevó a don Diego de Almagro, que mucho enojo recibió cuando no vio más que un papel simple por haberse publicado por todas partes que le venían ya las provisiones de gobernador. Mas no dejó de afirmar a sus amigos que no podía tardar lo verdadero, pues aquello había sido sacado letra por letra de ello. Juan Pizarro y los que eran aficionados a su hermano se holgaron, haciendo escarnio de Almagro porque tan ligeramente se había creído a lo que le habían dicho, diciendo que ellos tenían a Hernando por tal pájaro que traería lo que al gobernador conviniese, pues lo sabía y entendía tan bien. Habiendo pues partido de la ciudad de los Reyes don Francisco Pizarro, caminó camino del Cuzco de donde, como Almagro supo que había salido Andrés Enamorado, mandó a Luis de Moscoso que saliese a se encontrar con él y le dijese lo que había pasado en aquella ciudad con toda verdad, sin mezcla ninguna; mas antes que llevase supo de un fraile las nuevas, con que se le quitó parte de la turbación que llevaba. Llegando en lo que llaman Guaytara, se encontró con Moscoso y con los que más venían y los recibió bien, diciendo a lo que le contaron que se holgaba de que saliese mentira lo más de lo que había dicho Andrés Enamorado. En el paraje de los aposentos de Bilcas, recibió una carta escrita de un grande amigo de Juan Pizarro y suyo, llamado Pero Alonso Carrasco, vecino de la ciudad, en que un capítulo de ella dicen que le afirmaba si con brevedad no llegaba al Cuzco, no hallaría vivos a sus hermanos y amigos.

Causó algún desasosiego esta carta, diciendo a Moscoso y al fraile que no le habían dicho verdad. Respondieron con algún enojo: que más que no quien había escrito la carta. Determinóse que el mismo Luis de Moscoso y Antonio Picado se adelante a la ciudad para tomar lengua cierta de lo que había. Y como llegaron, supieron no haber más de lo que Moscoso había contado y que lo otro era industrias de hombres y alborotadores que deseaban ver enemistados los dos compañeros por acrecentarse en los repartimientos con la tal necesidad. Supo, lo que digo, Pizarro de su secretario Picado y de Moscoso. Prosiguió el camino y en Avancay halló dos criados suyos llamados Alonso de Mesa y Pedro Pizarro, los cuales dijeron que ellos habían escrito cartas de lo que Almagro había hecho en el Cuzco y si era necesario en ello se ratificaban. Pizarro no hizo caso de más dichos, antes marchó hasta llegar al valle de Xaquixaguana, donde andando un poco más halló a Luis de Moscoso y a Picado que le estaban aguardando porque el aviso que le dieron fue por cartas. También halló aquí a Diego Gavilán, que había antes de todo esto ido al Cuzco para saber en qué estado estaban las cosas; con todos ellos y los que más venían, anduvo el gobernador hasta llegar a la ciudad, sin consentir que fuesen a hacer saber cómo estaba tan cerca de ella que fuese causa que no saliesen a le recibir sino fueron Toro, Juan Ronquillo, Cermeño que lo supieron. Fuese a apear en la iglesia para hacer oración.

Almagro supo de su entrada. Fue donde se halló cuando se apeó y se abrazaron el uno y el otro, derramando hartas lágrimas: si anduvieran en los manglares y no estuvieran en el Cuzco afirmara yo: que eran salidas de afición y amor. Dicen que te dijo Pizarro: "Vos me habéis hecho venir muriendo por esos caminos sin traer cama ni toldo ni otra comida que maíz cocido; ¿dónde ha estado vuestro juicio que sin mirar lo que hay en medio hayáis sido causa de tomar rehurtas con mis hermanos a los cuales yo tengo mandado os tengan respeto como a mí mismo?". Y que Almagro le respondió que no viniera él con tanta prisa, pues él le había enviado aviso de lo que había pasado y que en lo demás a tiempo estaba que sabría la verdad de todo, y que sus hermanos lo habían mirado mal, porque no podían encubrir serles molesto ni enojoso el haberle hecho gobernador el rey. Pasando estas pláticas y otras, llegaron el capitán Hernando de Soto y muchos caballeros guatimaltecos y vecinos a le besar las manos y todos fueron bien recibidos de él. Y como se vio en su posada, reprendió mucho a sus hermanos lo que habían hecho. Daban sus excusas diciendo que ya Almagro se tenía por gobernador del Cuzco y pensaba repartir las provincias entre sus amigos, y no en los que lo habían trabajado, y que ellos habían hecho lo que había convenido a su honra y servicio. Mango Inga Yupangue, que de derecho había recibido por Inca, vino muy alegre a ver a Pizarro y lo abrazó, holgándose mucho con él, y lo mismo con todos los demás señores principales, que le vinieron a ver.

Tello de Guzmán había traído la provisión que he dicho atrás, librada de la chancillería real; y como supo lo que había pasado en el Cuzco, había venido con intención de requerir con ello al gobernador y al mariscal porque no hubiese ningún escándalo, y así lo hizo protestándolo y tomándolo por testimonio. Había venido con el gobernador y el licenciado Caldera, que siempre dio buenos consejos y medios porque no hubiese discordias ni el emperador fuese deservido. Habló en secreto con Pizarro, diciéndole que se conformase con Almagro, pues veían cuán bienquisto estaba; y conocía la flor de los caballeros que vinieron con Alvarado estaban de su parte, y otras cosas le dijo, por donde Pizarro conoció que le daba buen consejo y determinó venir en ello. Había nombrado por su teniente general y justicia mayor a este licenciado Caldera, el cual habló también con Almagro, diciéndole que mirase en el cargo que era a don Francisco Pizarro, y que pocas cosas no bastasen a les poner mal, pues él será tan gobernador como el otro y más, pues daba y quitaba, y en todos los pueblos estaban hasta los dos regidores puestos de su mano, y gastaba el dinero como si sólo suyo fuera; y otras palabras dijo Caldera de tal manera que, interviniendo en ello él y el doctor Loaysa, los conformaron e hicieron amistad entre todos, y quedaron en lo público muy amigos; y en lo secreto como Dios sabe.

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