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Capítulo LXXVIII Cómo el visorrey Don Francisco de Toledo envió mensajeros a Cusi Tito Yupanqui, y se los mataron En el tiempo que sucedió lo que tenemos referido de la muerte del Ynga Cusi Tito Yupanqui y del Padre F. Diego Ortiz, religioso augustino, gobernaba estos reinos, como está dicho, Don Francisco de Toledo, Comendador de Acebuche del orden de Alcántara, hermano de Don Juan de Toledo, conde de Oropesa, el cual, como desease sumamente acertar en el gobierno y regimiento deste reino, que aun en él las desórdenes y pocas justicias no estaban del todo extintas y acabadas, y queriendo hacer una visita general de todo el reino de los indios y reducirlos a pueblos en orden y policía cristiana, pues era el único remedio que había para doctrinarlos perfectamente, y que tuviesen noticia de las cosas de Nuestra Santa Fe católica, y se fuesen extirpando de entre ellos los ritos y ceremonias antiguas, mediante la presencia de sus curas y sacerdotes, por cuyo medio se abstendrían de muchos vicios de embriaguez y otros abominables y dañosos, los cuales, por la experiencia se ha visto haber sido cosa convenientísima para la salvación de las almas destos naturales y, por el contrario, las reducciones que se han desecho aumentándose los pueblos mediante las diligencias que hombres de poca conciencia y temor de Dios, coechados de los indios, han hecho, se ha visto y ve cada día la disminución que hay en el bien espiritual de estas almas, y aun cuantas se mueren sin confesión y sin sacramentos, por esta causa.

Determinó el virrey salir él en persona por las ciudades de este reino, y ver con propios ojos lo que para el buen gobierno convenía, y hacer unas leyes y ordenanzas mediante las cuales se administrase justicia, los indios no fuesen molestados y vejados de sus encomenderos ni de otras personas, que entre ellos, con daño suyo, vivían, y pagasen sus tributos y tasas con igualdad y justicia, sin los excesos y desórdenes pasadas, poniendo en todo fiel cuenta y medida. Así lo puso por obra, que fue una muy acepta a Dios, y muy en servicio de la majestad del Rey Nuestro Señor, y bien y utilidad de todo el reino, que si hoy se guardase lo que él ordenó, mandó y reformó, no habría más que desear y estuviera todo él en suma paz y justicia. Salió, pues, el virrey, y habiendo estado en Guamanga, subió a la ciudad del Cuzco, cabeza de estos reinos, y donde antiguamente había sido el asiento y morada de los Yngas, señores naturales dél, aunque ya caída de su lustre y resplandor que había tenido. Llegado a ella, entendió en las cosas del gobierno, mandando muchas que eran necesarias para su fin e intento. Entre otras cosas, trató que sería bien reducir a Cusi Tito Yupanqui, que gobernaba en Vilcabamba por su hermano Topa Amaro. Como el Marqués de Cañete había hecho de Cayre Topa, su hermano, no sabiendo ser muerto, porque con gran cuidado lo ocultaban los indios de Vilcabamba, no dejando entrar ni salir nadie de allá acá fuera, al Cuzco. Habiéndolo comunicado y conferido con muchas personas, que tenían noticia de la tierra adentro y experiencia de las cosas de este reino, se determinó de enviarle embajador para que lo tratase con él, y lo indujere a salir fuera de paz, como lo había hecho Cayre Topa, y que aquella tierra viniese a la obediencia de Su Majestad, como lo estaba el restante del reino.

Así hizo elección de Atilano de Anaya, un muy honrado hidalgo, natural de la ciudad de Zamora, en España, persona que por orden del Ynga cobraba los tributos y tasa que los Yngas tenían en el repartimiento de Yucay y Xaxahuana, pareciéndole que siendo conocido suyo y llevándole la tasa de Plata y otras cosas, sería negocio más fácil por su medio. Así le mandó se aprestase para ir a la provincia de Vilcabamba, a Cusi Tito Yupanqui que, como está dicho, gobernaba o era absoluto Señor, por Topa Amaro, su hermano legítimo. Aprestadas las cosas necesarias y el dinero, salió, casi al principio de Cuaresma, del Cuzco, con muchos indios en su compañía, y en llegando a la puerta de Chuquichaca, que está veinte leguas del pueblo de Puquiura, donde mataron al religioso ya dicho, en pasando, que pasó, la puente salieron al Atilano de Anaya los capitanes que el Ynga tenía allí en guarnición, para que no saliese ni entrase nadie, llamados Paucar Unya y Colla Topa, orejones, y Curi Paucar Yauyo. Estos le propusieron qué llevaba al Ynga y que a qué había ido allá en aquella ocasión, que si traía la tasa y tributos de Yucay, porque había cuatro o cinco años que no se la llevaban. Estando en estas razones, sin dejarle responder palabra, temerosos que supiese él, u otros de los indios que allí iban en su compañía, la muerte de Cusi Tito Yupanqui, que había más de un año que había sucedido y estaba secreta, le mataron a lanzadas a él y a los indios que con él fueron, y le tomaron la plata y tributos y demás cosas que el virrey enviaba al Ynga.

Sólo se escaparon cuatro o cinco indios y un negro, que era del Atilano de Anaya, llamado Diego, los cuales, viendo lo que pasaba, se pusieron en huida. Con buena diligencia y ventura salieron de la puente y vinieron a gran prisa a dar las nuevas al Cuzco, adonde estaba el virrey, Don Francisco de Toledo, donde llegaron el quinto domingo de Cuaresma, que fue el que comúnmente dicen de Lázaro, el año de mil y quinientos y setenta y dos. Luego que el virrey oyó las nuevas, le pesó en el alma y sintió mucho la muerte de Atilano, que era un hombre muy honrado y bienquisto, y más habiendo sido enviado por él con título de embajador, y viendo que los indios, como bárbaros y sin respeto, habían quebrado la ley inviolablemente guardada en todas las naciones del mundo a los embajadores, queriendo castigar de una vez al Ynga Cusi Tito, y a los que con él estaban, y allanar y reducir aquella provincia al servicio y obediencia de Su Majestad, y concluir con ello, envió a Juan Blasco y a Tarifeño, arcabuces, de la guarda del Reino, que estaban con otras cerca de su persona, y al Padre Diego López de Ayala, cura que a la sazón era del Valle de Tambo y Amaybamba, y a Diego Plaza, mestizo, hijo de Juan de la Plaza, conquistador que fue de este Reino de los primeros, que entonces estaba en el Valle de Amaybamba. Estos, con Don Pedro Pazca, indio principal de los del dicho valle, fueron a la puente de Chuquichaca, acompañados de muchos indios, e hicieron diligencia buscando el cuerpo de Atilano de Anaya, y, al fin, lo hallaron, que los capitanes del Inga que lo mataron no se curaron de más que quitarle lo que llevaba, y lo habían echado por una barranca abajo, grandísimo trecho de donde lo mataron.

Porque no lo hallasen fácilmente, y habiendo sacado el cuerpo, lo llevaron dos leguas de la puente a la Iglesia del Valle de Amaybamba, donde lo enterraron, al cabo de diez días que había sido muerto. Cierto que fue permisión de Dios que ellos matasen tan sin ocasión a Atilano de Anaya, embajador, para que con esto irritasen la ira del virrey, Don Francisco de Toledo, y tratase de tomar venganza dellos, para que así se castigase más cumplidamente la muerte del bendito Padre Fr. Diego, que ellos tenían encubierta, temerosos de lo que les sucedió. Porque en despachando el virrey a Juan Basco y a los demás, pregonó la guerra a fuego y a sangre, y empezó a levantar gente para ir contra Topa Amaro y los demás ingas que con él estaban retirados. El domingo de Quasimodo hizo reseña y envió al gobernador Juan Álvarez Maldonado, vecino de la ciudad del Cuzco, y a nueve soldados que fuesen con él a la puente de Chuquichaca, los cuales eran Gabriel de Loarte, sobrino del doctor Loarte, alcalde de corte de la ciudad de los Reyes, y al capitán Joan Balsa, sobrino de estos Yngas, nieto de Huainacapac, hijo legítimo de la Coya Doña Marca Chimpo, y a Pedro de Orúe, y Martín de Orúe, y Alonso de la Torre de Landatas, hijos del capitán Pedro Ortiz de Orúe, vecino del Cuzco, y a Joan Zapata, criado del virrey, y Joan de Ortega y Galarza, alguaciles del Cuzco, con orden que hiciesen la puente de nuevo, porque había nueva la habían quemado los indios, y habiéndola hecho estuviesen en ella con cincuenta indios cañares amigos, sin desampararla hasta que el virrey les enviase gente.

Así partieron lunes siguiente de Quasimodo, y dio título de Maese de Campo al Gobernador Maldonado, natural de Salamanca, por haber servido en las ocasiones de tiranías fielmente a Su Majestad, Joan Álvarez Maldonado estuvo en la puente mes y medio, habiéndola hecho de nuevo y con grandísima vigilancia la guardó, y en este tiempo los indios, viendo que la habían hecho y la guardaban, entendiendo que debían de aguardar nueva gente para entrar dentro de Vilcabamba, no les pareció sería bien dejar de hacer lo posible para deshacerla o quemarla, y así vinieron tres veces cien indios como a hacer reseña a la puente con sus lanzas y armas, y con unas patenas puestas en las cabezas, y muchas plumas a su usanza de guerra y pidieron, por disimular su intento, que si querían hablar al Inga Cusi Tito aguardasen, irían a darle aviso, porque no se entendiese que el Inga era muerto, ni el religioso agustino que estaba con ellos doctrinándolos en Puquiura, y con esto se pasase el tiempo y le tuviesen ellos para coger sus chácaras de maíz y papas y otras sementeras de ocas y legumbres que tenían sembradas, porque si entraban los españoles no se aprovechasen dellas, y tuviesen necesidad de enviar fuera por comida, y ellos, habiéndolas recogido, las guardasen en los lugares fuertes y seguros, para aprovecharse dellas en sus necesidades de la guerra que ya adivinaban.

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