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Desarrollo


Capítulo LXIX De cómo los españoles entraron en la antigua ciudad del Cuzco; donde se hallaron grandes tesoros, y cosas preciadas Por el mes de octubre del año del Señor de mil y quinientos y treinta y cuatro años fue la entrada de los españoles en la ciudad del Cuzco, cabeza del gran imperio de los incas, y donde estaba la corte de ellos, y el solemne templo del sol y sus mayores grandezas. Fue fundada --según la opinión de los más entendidos de los orejones-- por Mango Capa, del cual tiempo hasta Guascar reinaron once príncipes, por manera que estos señores no señorearon tiempo largó este gran reino. Cuando lo ganaron y sojuzgaron eran las gentes behetrías, tenían poca razón y dábanse menos por la pulicia; cuando lo perdieron, había tales leyes y gobernación: como habrán visto los lectores, en su historia. Entraron los españoles, como se ha ido relatando tras los indios por evitar que no destruyesen la ciudad; se esparcieron por sus calles y collados. Vieron dos galpones grandes de cueros de hombres que eran los chancas que allí fueron muertos, en tiempo de Viracocha Inca. Como por ley de tiempo antiguo no se permitía sacar oro ni plata que entrase en el Cuzco, y moraban en él, sin los reyes, los cabezas de los orejones, y otros muchos señores y ricos hombres aunque se llevó a Caxamalca el tesoro para el rescate de Atabalipa; y el Quizquiz robó lo que ya se contó atrás; y cuando los indios pensaron de la destruir se llevasen tanto de ello, no pareció hacer mella en lo mucho que quedaba.

Cosa de grande admiración y para ponderar: pues ninguno sacóse igual como éste, ni en todas las indias se halló tal riqueza, ni príncipe cristiano ni pagano tiene ni posee tan rica comarca como es donde está fundada esta famosa ciudad. El gran sacerdote desmamparó el templo, donde sacaron el jardín de oro y las ovejas y pastores de este metal; con tanta plata que es de no creer; y pedrería que si se cobrara valiera una ciudad. Pues como entraron los españoles y abrían las puertas de las casas, en unas hallaban rimeros de piedras de oro de gran peso y muy ricas, en otras grandes vasijas de plata. Amohinábalos el ver tanto oro. Muchos se lo dejaban, haciendo escarnio de ello, sin querer tomar más que algunas joyas delicadas y galanas para sus indias; otros hallaban chaquita, plumaje, oro en tejos, plata en pastas, de manera que la ciudad estaba llena de tesoros. En la fortaleza, casa real del sol, se hallaron grandezas no vistas ni oídas, porque tenían los reyes allá depósitos de todas las cosas que se pueden imaginar y pensar. Los anaconas fue mucho lo que robaron, y algunos españoles hicieron lo mismo. Pizarro mandaba que se recogiese todo el oro y plata a una casa principal de la ciudad y así se hizo. La ropa fina que se pudiera recoger en aquel tiempo, si se guardara, valiera más de tres millones. Como el gobernador lo mandaba y procuraba, se recogió un gran montón de plata y oro, y habiéndose robado lo que buenamente se puede creer, se hicieron cuatrocientas y ochenta partes que se repartió entre los españoles.

Dicen unos que fue cada parte cuatro mil pesos; otros dicen dos y setecientos marcos de plata. Piedras ricas se hubieron en cantidad; las más se quedaron con ellas quien las hallaba alrededor de la ciudad por dondequiera que saliesen. Como diesen en pueblos, se hallaba cantidad de plata; alguna traían a montón, mucha dejaban porque no la estimaban. Parecióle a Pizarro que sería bien entender en el principal, que tocaba al servicio de Dios, y así, luego que entró en la ciudad del Cuzco (la limpió de la suciedad de los ídolos señalando iglesia, lugar decente para decir misa y que el evangelio fuese predicado para que el nombre de Jesucristo fuera loado) sin lo cual por los caminos se pusieron cruces que fue gran terror para los demonios, pues les quitaban el dominio que tuvieron en aquella ciudad: permitiéndolo Dios, por que los moradores le hubiesen sido tan sujetos. Y esto hecho, dijo a un escribano que le diese por testimonio como tomaba posesión en aquella ciudad como cabeza de todo el reino del Perú en nombre del emperador don Carlos, quinto de este nombre, rey de España, y de ello hizo testigos; nombrando alcaldes y regidores. Quedó reedificada por él la ciudad del Cuzco, de lo cual tengo contado en mi primera parte, adonde remito al lector. Yncoravayo y el Quizquiz estaban todavía acompañados de mucha gente, así de los vecinos del Cuzco como de los mitimaes. Tenían crecido dolor en ver que los españoles se habían apoderado de su ciudad, lloraban sus hados, quejábanse de sus dioses, gemían por los incas; maldecían el nacimiento de Guascar y Atabalipa, pues por sus pendencias y vanas porfías pudieron los españoles haber ganado tan gran tierra.

Andaban entre éstos los guamaraconas que son del linaje y prosapia de aquellos que en la segunda parte conté que morando en los pueblos Carangue y Otavalo y Cayambe y otros que caen en la comarca de Quito, el rey Guaynacapa por cierto enojo mató tantos, que volvió un lago grande donde los echaban de color de sangre y dende entonces, hasta hoy y para siempre jamás, se le quedó por nombre a aquel palude Yaguarcocha, que quiere decir mar de sangre. Los hijos de éstos salieron muy esforzados y en las guerras eran privilegiados y muchos andaban con estos capitanes del Cuzco. El Quizquiz, como era mañoso, pensó de ganar la gracia de éstos, para que no pudiendo prevalecer contra los españoles, ir con ellos al Quito donde pensó tener reputación; y tomándolos a parte les trajo a la memoria la fertilidad de su tierra y cuán alegre era y que, pues la fortuna había sido tan favorable a los cristianos, que hubiesen ganado la mayor parte de Chinchasuyo, que sería buen consejo que volviesen allí para vivir en los campos que sus padres labraron y ser enterrados en las sepulturas antiguas de sus mayores y que, como ellos le jurasen, por el soberano sol y por la sagrada tierra, que le tomarían por capitán y serían fieles, que él los llevaría a sus tierras, y moriría por lo que al menor de ellos tocase. Dicen que los guamaraconas, después de lo haber pensado, respondieron que eran contentos de hacer lo que les aconsejaba, con que primero sería bien tentar la fortuna en de nuevo dar guerra a los cristianos, y que si les sucediese como primero, que luego se pondrían en camino para sus patrias y le llevarían por capitán Yncoravayo, con los orejones y más capitanes enviaron a diversas partes de las provincias que se viniesen a juntar con ellos para dar guerra a los españoles que ya se habían hecho señores de la ciudad del Cuzco y a mucha prisa comenzaron a hacer armas y ponerse a punto para ir contra ellos haciendo grandes sacrificios a sus dioses. Y dejando esta materia, volveré a hablar lo que pasaba en las provincias equinocciales.

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