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Desarrollo


Capítulo LIV De cómo vino nueva falsa de venir gente de guerra contra los españoles, de cómo Pizarro, faltando a la palabra y al concierto que juró con Atabalipa, con gran crueldad y poca justicia, la hizo de él Habiéndose partido para España Hernando Pizarro, como en el capítulo pasado se contó; sucedió luego la muerte de Atabalipa, que fue la más mala hazaña que los españoles han hecho en todo este imperio de Indias, y por tal es vituperada y tenida por gran pecado. Fuéronle contrarios los principales; que bastaron permitiéndolo Dios a le quitar la vida y a que Pizarro se aventurase a dar tal sentencia. Rodeóse esta muerte, como lo contaré; la información que sobre ellos he hecho sin poner ni quitar nada. Atabalipa tenía muchas indias señoras principales naturales de las provincias naturales del reino por mujeres y mancebas, las más de ellas en extremo hermosas y algunas muy blancas y de gentiles cuerpos. Felipillo, lengua, traidor malvado, habíase enamorado de una de éstas tanto, que estaba perdido por la haber; en vida del señor no se hallaba él con valor para con riesgo, o amenaza, ni promesa gozar de ella; pero parecióle que si moría la pediría a Pizarro o la tomaría y quedaría con ella. Pues estando éste con este intento, y el real lleno de ladrones a quien llamamos anaconas, nombre de siervo perpetuo, tuvo con ellos sus pláticas, y otros indios naturales de los que entendía, como era lengua, que estaba mal con Atabalipa; para que echasen nueva echadiza que de todas partes venía gente de guerra juntada por mandado de Atabalipa; y que lo afirmasen aunque en presencia del mismo Atabalipa (293.

1): se lo preguntase, porque él era la lengua y había de ser creído lo que él interpretase. Engañados con estos dichos y con promesas que Felipillo hacía, comenzó luego a rugirse entre los españoles, como contra ellos venía todo el poder del Cuzco y de Quito. Pizarro sintió esta nueva, temiendo no se viese en aprieto fue a hablar a Atabalipa, diciéndole que no cabía en razón hacer tan mal, como se decía lo hacía con los cristianos en procurar, con engaños y cautelas por falsos modos, que viniesen contra ellos gente de guerra a matarlos, habiéndole él hecho honra y tratado su persona como a gran señor que era. Atabalipa no se alteró: oía tales razones a Pizarro, respondiéndole pocas palabras, aunque muy graves y sentidas, diciendo que se espantaba venirle con tal embajada; que los incas nunca supieron mentir ni jamás dejaron de decir verdad, cuanto más que estando él en su poder, y por su preso, el temor de no ser muerto por ellos, les había a ellos de tenerlos seguros para no creer tal cosa; lo cual juró y afirmó por su palabra real ser mentira y gran falsedad inventada por alguno que le quería mal; y que desde que lo prendieron nunca procuró sino en dar orden como fuesen bien servidos y proveídos; y que supiesen que en todo el reino no se meneaba hombre ni se tomaba armas; y que no solamente los hombres cumplían lo que él mandaba, mas que las hojas de los árboles no se movían sin su consentimiento. Como esto dijo, Pizarro se partió de él, creyendo que decía en todo verdad.

Dicen que un cierto indio hizo no sé qué por donde se fue, a la iglesia, y que Pizarro y Atabalipa lo mandaron sacar, de que recibió tanto enojo fray Vicente de Valverde, que en voz de algunos lo pudieron oír mirando contra la parte donde estaba Atabalipa, dijo: "¡Yo prometo que yo pueda poco o te haga quemar!". Palabras de soldado, y no de religioso. Las nuevas no dejaban de venir a Caxamalca de que venía gente de guerra contra ellos. Felipillo, como estaba en su mano, decía uno por otro a los cristianos y a los indios, adjetivando él a su voluntad. Afirmaba a Pizarro que sin falta decían verdad los indios, y que si él mataba a Atabalipa, luego cesaría todo. Con estas cosas andaban los cristianos turbados; y el preso Atabalipa hacía grandes exclamaciones de no ser tal verdad y que había sido engañado por ellos, pues después de los haber hecho ricos andaban buscándole la muerte. Los españoles (si no eran pocos), los demás no deseaban su muerte, antes procuraban su vida; mas en esto que oían, daban unos por voto que muriese; otros decían que lo enviasen a España al emperador. Teníase gran cuidado de su persona y del real. A Chalacuchima se mandó prender, poniéndole en parte que no le pudiese hablar. A todo esto, Felipillo andaba publicando que ya tenían los indios de guerra y estaban no muy lejos. Dicen, y todos lo afirman, que los oficiales del rey, de ellos, o todos, daban voces a Pizarro que matase a Atabalipa, luego sin más aguardar, porque así convenía a la pacificación de la tierra, y haciendo otra cosa, el rey sería deservido.

Estando en esto llegó otra nueva falsa: como la gente de guerra no estaba de Caxamalca cuatro leguas. Con esta nueva hubo algunos votos para que muriese Atabalipa, creyendo que si le mataban, no pararía hombre con hombre, ni pararía lanza enhiesta. Otros decían con grandes voces que daban, que era mal hecho. Los oficiales, especialmente Riquelme, insistían que luego, sin más aguardar, se debería hacer de él justicia. El pobre de Atabalipa estaba turbado con aquello que le decían que andaba; sabía de sus indios como todo era mentira y no había junta hecha para venir de guerra; pesábale porque se hubiere ido Hernando Pizarro; temió que los españoles, después de le haber robado y engañado, le querían matar; quería asegurarles, mas no era creído, por ser su enemigo el traidor de Felipillo. El gobernador determinóse a le matar. Primero, se ordenó que saliese Hernando de Soto con algunos de a caballo camino del lugar donde se afirmaba que estaba la gente de guerra, para ver si era verdad; y, siéndolo, Atabalipa fuese muerto; y si no, fuese guardado sin recibir daño ni injuria. Partióse Soto, Lope Vélez y otros, con voluntad de ver lo cierto de aquella nueva y con gran deseo de que saliese mentira, para que Atabalipa no muriese. De algunos tengo entendido y sabido que Almagro fue parte para que Atabalipa muriese, aconsejando, como los otros, al gobernador que lo hiciese; y de otros, especialmente del beneficiado Morales, clérigo que se halló allí y enterró a Atabalipa, que no pasó tal, ni Almagro lo procuro; antes diz que habló a Pizarro, diciéndole: "¿Por qué queréis matar este indio?".

Y que le respondió: "Eso decía; ¿queréis que vengan sobre nosotros y nos maten?". Y que Almagro dijo, llorando por Atabalipa, pesándole de su muerte: "¡Oh, quién no te hubiera conocido!". Pasando estas cosas, Felipillo daba de nuevo voces que venía la gente por muchas partes, y tanto alboroto hubo sobre esto, que sin aguardar que Soto volviese, se hizo proceso contra él. Los testigos eran indios; la lengua que los dexamimaba era Felipillo. ¡Ved la vida de Atabalipa cual andaba, no tuvo defensa ni él fue creído ni se hizo más de ver la información! La cual dice que se llevó a fray Vicente para que la viese y que dijo que era bastante para ajusticiarle y que así lo daría firmado de su nombre. Riquelme, con grande agonía, dicen, que no veía la hora que verlo muerto. El gobernador sentenció por el proceso que contra él se hizo, para que fuese quemado Atabalipa como supo la cruel sentencia; quejábase a Dios todopoderoso de la poca verdad que le guardaron los que le prendieron; no hallaba medio para escapar; si creyese que lo había por más oro; diérales otra casa y aun otras cuatro; decía muchas lástimas, que habían gran piedad, los que lo oían, de su juventud; hablaba que por qué le mataban habiéndoles dado tanto y no hécholes mal ninguno?; quejábase de Pizarro y con razón. Sacáronle de donde estaba a las siete de la noche, poco más o menos; lleváronlo donde se había de hacer la justicia, yendo con él fray Vicente y Juan de Porras, el capitán Saucedo, y otros algunos; iba diciendo por el camino, estas palabras formales: "¿Por qué me matan a mí?; ¿a mí por qué me matan?; ¿qué he hecho yo, mis hijos y mis mujeres?", y otras palabras de éstas; fray Vicente le iba amonestando se volviese cristiano y dejase su secta.

Pidió el bautismo y el fraile se lo dio. Luego lo ahogaron, y por cumplir la sentencia, le quemaron con unas pajas algunos de los cabellos; que fue otro desatino. Dicen, algunos de los indios, que Atabalipa dijo antes que le matasen que le aguardasen en Quito, que allá le volverían a ver hecho culebra: dichos de ellos deben ser. Fue tan grande el sentimiento que las mujeres y sirvientas hacían, que parecían rasgar las nubes con alaridos. Quisieran muchas matarse y enterrarse con él en la sepultura, mas no se les permitió. La borla echaban en la sepultura. Morales, el clérigo, la sacó y llevó a España. Como las mujeres vieron que no se podían enterrar con su señor, se apartaban y se ahorcaban de sus mismos cabellos y con cordeles. Fue aviso a Pizarro, y si en ello no pusiera remedio, se ahorcaran y mataran las más de las mujeres. Enterró este clérigo dicho a Atabalipa, dándole eclesiástica sepultura, con la pompa que se pudo, llevando algunos sombreros, en señal de luto. Plega a Dios que si con corazón pidió el bautismo, le tenga en su gloria, que será otro deleite y riqueza que mandar al Perú, y a los que le mataron, tan malamente, ¡perdone!: que todos estos están allá. Y podríase, por Atabalipa, decir el refrán de "matarás y matarte han"; "y matarán a los que te mataren". Y así, los que tiene por culpantes, en su muerte, murieron muertes desastrosas: Pizarro, mataron a puñaladas; y Almagro, le dieron garrote; fray Vicente, mataron los indios en la Puná; Riquelme, murió súbitamente. Pero Sancho, que fue el escribano, le dieron en Chile muerte cruel de garrote y cordel.

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