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CAPITULO L Suscita el Gobernador de la Provincia dificultades sobre la facultad de confirmar, y con recurso a la Comandancia la impide; y sale decidido a favor de la facultad: viene a confirmar a estas Misiones del Norte, y de vuelta muere su amado Compañero y Discípulo el P. Fr. Juan Crespí. No sin fundamento recelaba el V. P. Junípero que podría hacer alguna falta para el bien de estos Establecimientos aun la sombra del Exmô. Señor Bucareli, cuanto más su autoridad en el Gobierno; pues en cuanto ya esta provincia no corría a su cargo empezó a experimentar tales disposiciones, que no sólo eran impeditivas a la extensión, sino destructivas de lo Conquistado si se ponían en planta. Procuraba el V. Padre con su gran prudencia y paciencia al Autor de dichas indisposiciones (que era el que gobernaba la Provincia, que el Exmô. Señor Bucareli lo había enviado para dar fomento y calor a la espiritual Conquista) cuantas razones le dictaba su mucha práctica y alto alcance a fin de contener dichas disposiciones y providencias por las fatales consecuencias que de ellas se seguían a lo ya reducido y conquistado. Pero las eficaces razones que le proponía, le hacían al parecer tan poca fuerza para convencerlo y contenerlo, que antes iba cada día ideando otras, sacando nuevos proyectos para impedir los adelantamientos de las Misiones fundadas, que corrían con grande aumento en lo espiritual y temporal. Todos estos medios de que se valía el enemigo para mortificar a este fervoroso Prelado, los sufría con mucha paciencia y grande paz interior, no obstante que le penetraban su corazón, y le eran más sensibles que las penetrantes saetas que le pudiesen disparar los más bárbaros y feroces Gentiles.

Omitiendo muchos casos que en prueba de lo dicho podía referir, apuntaré sólo uno, y esto solamente para hilar la Historieta, y no se eche menos la Visita del V. P. Presidente a las Misiones, para confirmar el año de 80 atribuyéndoselo a omisión. Suscitó dicho Señor Gobernador la dificultad, si se podría usar de la facultad de confirmar, porque no tenía el Pase del Real Patronato o Vice Patrono: y respondiéndole S. R. que sí lo tenía, pues había pasado en Madrid por el Real Consejo, y en México por S. Excâ. y Real Acuerdo, que ya hacía una año que usaba de ella, sin que le hubiese entrado hasta la presente tal escrúpulo. Díjole que le enseñase la Patente, y todos los instrumentos concernientes a la dicha facultad, y pidiéndole el Pase, le respondió que el original quedaba en el Archivo del R. P. Prefecto, que el instrumento necesario y suficiente era la Patente firmada, sellada y refrendada por el Secretario; y para que le constase tener el Pase de S. Excâ., y de consiguiente el del Real Consejo, que leyese aquella Carta del Exmô. Bucareli (que le puso en sus manos) en que le daba los parabienes de que hubiese recibido la facultad de confirmar, y de los muchos que el año anterior había confirmado. Díjole que esto no servía, porque las Provincias internas ya no pertenecían al Gobierno del Virreinato, sino de la Comandancia General. Pues, Señor, ahora ¿quién es el Vice Patrono? Y respondiéndole que en todas las Provincias el Comandante General, y en estas Californias que lo era él, como Gobernador.

Pues, Señor, dijo el fervoroso Prelado, si está todo en la tierra, es fácil de componerse; aquí tiene Vm. la Patente con la facultad: suplico se ponga el Pase, para que estos pobres no se priven de tanto bien; pues no siendo la facultad más que para diez años, van estos corriendo. A cuya propuesta (llevando adelante sus intentos) que el Pase en donde lo había de poner era al pie del Breve que había dado su Santidad original, y al pie del Pase original de Consejo, y mientras no le entregase los Originales, lo exhortaba no pasase a confirmar hasta que viniese respuesta de la Comandancia a la consulta que tenía hecha. Dejo a la consideración de los que esto leyeren la pena que causaría al fervoroso corazón del V. P. que conocía cuanto importaba en estos tan Neófitos en la Fe este Santo Sacramento; pero ofreciéndolo al Señor suspendió el confirmar, no fuese que también lo privase de bautizar. No es de creer que dicho Señor obrase de malicia, sino que como carecía de Asesor, obraría según su alcance, que presumiría que así lo debería hacer. En vista de todo lo dicho, no sólo suspendió la administración de la Confirmación, sino que remitió al Colegio la Patente y facultad, escribiendo cuanto había pasado con dicho Señor Gobernador. En cuanto recibió el R. Padre Guardián las Cartas, se presentó al nuevo Virrey pidiéndole testimonio del Pase que se había dado al Breve de su Santidad, y remitiéndolo al Comandante general, envió orden al Señor Gobernador que en manera alguna impidiese al R.

P. Presidente el confirmar, y que siempre y cuando su Paternidad quisiese salir para las Misiones le aprontase Escolta. Con esto cesó esta borrasca; pero se siguieron otras, que no pararon los vientos contrarios hasta la muerte, para que el martirio que deseaba fuese incruento. En todo el tiempo que tardó el venir la decisión de la duda, que fue largo por la mucha distancia que hay de aquí a México, de México a Sonora, y de Sonora a Monterrey, no hizo Confirmaciones, ni salió de su Misión, sino que en ella se ocupó en el ordinario ejercicio, consolándolo el Señor con muchos Gentiles que ocurrían de bien lejos pidiendo el Sacro Bautismo, en cuyo catequismo se ejercitaba, y después bautizólos aumentando hijos a la Santa Iglesia a pesar del Infierno. Por el mes de septiembre de 81 que llegó la dicha decisión, después de haber celebrado Confirmaciones en su Misión, salió a practicar lo propio en la de San Antonio, y se regresó a principios de octubre para celebrar la Fiesta de Ntrô. S. P. en su Misión de San Carlos. Pasada la fiesta determinó venir a confirmar en estas dos Misiones del Norte; y se ofreció el venir con S. R. su Discípulo Fr. Juan Crespí, deseoso de ver este Puerto ya poblado de Cristianos, pues no lo había visto S. R. sino poblado de Gentiles el año 1769. Llegaron a esta Misión el 26 de octubre, que fue para mí de extraordinaria alegría y gozo, pues vi en esta Misión juntos a nuestro amado P. Lector y Maestro y a mi querido condiscípulo el P.

Fr. Juan Crespí, que según poco después sucedió, parece que vino a decirme: a Dios hasta la eternidad. Mantuviéronse en esta Misión hasta el 9 de noviembre, en que en dicho tiempo hizo el V. P. Presidente varios días Confirmaciones, dejando confirmados a todos los Neófitos que desde la última visita se habían bautizado. Salieron dicho día de esta Misión para la de Santa Clara, siendo para mí, y creo que también para sus Reverencias, igual la pena a la despedida, habiendo sido igual la alegría en la llegada. Confirmó el V. P. Presidente los Neófitos de aquella Misión; y se retiraron para su Misión antes que creciesen los Ríos. A los pocos días de llegados enfermó de muerte el P. Crespí; y conociendo que Dios lo llamaba para la eternidad, se dispuso y preparó con los Santos Sacramentos, y el día 1 de enero de 1782 entregó su alma al Criador a los sesenta años y diez meses de su edad, habiendo trabajado los treinta años en las Misiones de infieles: esto es, los diez y seis en la Misión de N. S. P. San Francisco del Valle de Tilaco de Indios Pames de la Sierra Gorda, en la que procuró imitar a su amado Lector y Maestro el V. P. Junípero, trabajando así en lo espiritual como en lo temporal, bautizando muchos centenares de Indios, educándolos así en los Misterios de Ntrâ. Santa Fe, como en el trabajo temporal a fin de civilizarlos, y que tuviesen con qué mantenerse, y vestirse. Fabricóles una grande Iglesia de cal y canto con sus bóvedas y torre; y solicitó de cuenta del Sínodo le enviasen de México Colaterales y Santos para el adorno interior; todo lo que consiguió a medida de sus deseos; y dejando aquella Misión de la Sierra Gorda en buen estado, y ya en vísperas de entregar al ordinario, fue nombrado por el R.

P. Guardián y Venerable Discretorio del Colegio para venir a estas Californias; y en cuanto recibió la Carta del Colegio lleno de júbilo y alegría se puso en camino para el Puerto de San Blas con otros cuatro Compañeros, sin detenerse a pasar por el Colegio a despedirse por no dar lugar la precisión de estar cuanto antes en el Puerto. Lo restante de su vida, que fueron catorce años, los empleó en estas Californias, trabajando incesantemente, como queda dicho en esta Historia, por los muchos viajes que hizo con las Expediciones de tierra que quedan ya referidas; y si el Curioso Lector quisiere saber lo que trabajó y padeció a fin de que se lograse esta Conquista, no tiene más que leer los Diarios, que dicho Padre escribió por los caminos en lugar de descansar en las paradas, como también en el que formó en la Expedición de mar para el registro de las Costas de este mar Pacífico, que habiendo sido el primer registro de la Costa hasta el grado 55 en un mar y Costa no conocida, iban siempre en un continuo peligro de perderse dando en alguna Isla, fallaron, o piedras anegadas; pero de todos estos peligros lo libró Dios para que trabajase en esta su mística Viña, ayudando a su Venerable y ejemplar Maestro, que desde la llegada a Monterrey lo nombró por su Compañero y ConMinistro de la Misión de San Carlos, en donde trabajó desde la fundación hasta que murió, catequizando y bautizando innumerables Gentiles, como queda dicho hablando de dicha Misión.

Con este cúmulo de méritos y ejercicio en las virtudes, en las que floreció desde niño, que lo conocí y estudiamos juntos desde las primeras letras hasta concluir la Teología y Moral, y siempre lo conocí muy ejemplar, que entre los Condiscípulos era conocido con el nombre de Beato o Místico, y de la misma manera continuó toda su vida con una candidez columbina, y de una profundísima humildad, de modo, que siendo Corista Estudiante, si alguna vez concebía el haber impacientado a alguno de los Condiscípulos, iba a su Celda, y se le hincaba de rodillas pidiéndole perdón; siendo corto de memoria, que no podía decir de coro o memoria las Pláticas Doctrinales en la Misa los domingos y días festivos, tomaba un Libro, y después del Evangelio de la Misa del Pueblo, leía una de las Pláticas Doctrinales, con lo que instruía al Pueblo, y edificaba a todos con su humildad. Adornado de ésta, y de las demás virtudes, y colmado de méritos por lo mucho que trabajó en la conversión de los Gentiles, lo llamó Dios para darle el premio de sus afanes y fatigas Apostólicas, y preparado con todos los Sacramentos que le administró el V. P. Junípero, y auxiliado de su Reverencia, entregó su alma al Criador, y píamente creemos todos los que lo conocimos y tratamos, que iría en derechura a gozar de Dios. Dióle sepultura el V. Padre junípero en el Presbiterio al lado del Evangelio en la Iglesia de dicha Misión de San Carlos, en compañía de otros dos Padres Misioneros, después de haberle hecho las debidas honras, a las que asistieron el Comandante del Presidio, con toda la Tropa de él y de la Misión, y de los Neófitos de ella, cuyos llantos de estos expresaron el amor que le tenían como a Padre, y lo expresó también el V. P. Junípero, pidiéndome poco antes de morir que le diese sepultura al lado de su amado Discípulo y Compañero el P. Fr. Juan Crespí, en que manifestó, no sólo el amor que le profesaba, sino también el concepto grande en que lo tenía su inculpable vida y ejemplares virtudes. No he querido omitir esta breve relación del dicho P. Fr. Juan Crespí, no tanto por haber sido mi tan amado Condiscípulo y Compañero más de cuarenta años así en esa Provincia, como en el ministerio Apostólico, como para que esa Provincia su Santa Madre lo tenga presente para encomendarlo a Dios por si necesitase de sufragios para ir a recibir en el Cielo el premio de sus Apostólicos afanes.

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