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CAPÍTULO IX Número de las leguas que los españoles entraron la tierra adentro Algunos habrá que se admiren de ver que nuestros españoles hubiesen entrado la tierra tan adentro como se ha dicho, y quizá pondrán duda en ello, a los cuales decimos que no se admiren, que mucho más adentro estuvieron, porque llegaron a las primeras fuentes del nacimiento de este Río Grande. Y después donde se embarcaron en la provincia de Aminoya, cerca de la de Guachoya, tenía diez y nueve brazas de hondo y un cuarto de legua de ancho, como se dijo cuando lo sondaron para echar en él el cuerpo del gobernador y adelantado Hernando de Soto. Y los que presumían entender algo de cosmografía decían que de donde se embarcaron hasta el nacimiento del río había trescientas leguas, y otros decían muchas más, que yo pongo la opinión más limitada, de manera que le daban ochocientas leguas de corriente hasta la mar, y todas éstas entraron estos españoles la tierra adentro. Cuando Dios fuese servido que se gane aquella tierra, verán por este río lo que los nuestros se alejaron de la mar, que por ahora yo no puedo verificar más esta relación de como la escribo. Y aún ha sido mucho haber sacado en limpio esto poco, al cabo de tantos años que ha que pasó y por gente que su fin no era de andar demarcando la tierra, aunque la andaban descubriendo, sino buscar oro y plata. Por lo cual se me podrá admitir en este lugar el descargo que en otras he dado de las faltas que esta historia lleva en lo que toca a la cosmografía, que yo quisiera haberla escrito muy cumplidamente para dar mayor y mejor noticia de aquella tierra, porque mi principal intento en este mi trabajo, que no me ha sido pequeño, no ha sido otro sino dar relación al rey mi señor y a la república de España de lo que tan cerca de ella los mismos españoles tienen descubierto, para que no dejen perder lo que sus antecesores trabajaron, sino que se esfuercen y animen a ganar y poblar un reino tan grande y tan fértil: lo principal, por el aumento de la Fe Católica, pues hay donde tan largamente se puede sembrar y en gente que, por los pocos abusos y ceremonias que tienen que dejar en su gentilidad, está dispuesta para la recibir con facilidad.

A la cual predicación están obligados los españoles más que las otras naciones católicas, pues Dios, por su misericordia, los eligió para que predicasen su evangelio en el nuevo mundo y son ya señores de él, y les sería gran afrenta y vituperio que otras gentes les ganasen por la mano, aunque fuese para el mismo oficio de predicar. Cuanto más que, estando, como están, casi todas las naciones nuestras comarcanas inficionadas con las abominables herejías de estos infelices tiempos, es mucho de temer no la siembren en aquella gente tan sencilla procurando hacer asiento entre ellos como ya lo han intentado. Lo cual sería a cuenta y cargo de la nación española, que, habiéndoles dado Jesu Cristo Nuestro Señor y la Iglesia Romana, esposa suya, madre y señora nuestra, la semilla de la verdad y la facultad y poder de la sembrar, como lo han hecho y hacen de ciento y diez años a esta parte en todo lo más y mejor del nuevo orbe, que ahora, por su descuido y por haberse echado a dormir, sembrarse el enemigo cizaña en este gran reino de la Florida, parte tan principal del nuevo mundo, que es suyo. Demás de lo que a la religión conviene, deben los españoles de hoy más, por su propia honra y provecho, esforzarse a la conquista de este imperio donde hay tierras tan largas y anchas, tan fértiles y tan acomodadas para la vida humana como las hemos visto. Y las minas de oro y plata que tanto se desean, no es posible sino que buscándolas de asiento se hallen, que, pues en ninguna provincia de las del nuevo mundo han faltado, tampoco faltaran en ésta.

Y, entre tanto que ellas se descubren, se puede gozar de la riqueza de las perlas tantas, tan gruesas y hermosas como las hemos referido, y del criar de la seda, para cuyo beneficio hemos visto tanta cantidad de morales, y para sembrar y curar toda suerte de ganados no se puede desear más abundancia de pastos y fertilidad de tierra que la que ésta tiene. Por todo lo cual supliquemos al Señor ponga ánimos a los españoles para que por esta parte no se descuiden ni aflojen en sus buenas andanzas, pues por todas las demás partes del nuevo mundo cada día descubren y conquistan nuevos reinos y provincias más dificultosas de ganar que las de la Florida, para cuya entrada y conquista tienen desde España la navegación fácil, que un mismo navío puede hacer al año dos viajes, y para caballos tienen toda la tierra de México, donde los hay muchos y muy buenos, y para el socorro, si lo hubiesen menester, se les podía dar de las islas de Cuba y Santo Domingo y sus comarcanas, y de la Nueva España y de Tierra Firme, que, habiendo la comodidad de aquel Río Grande, tan capaz de cualquier armada, con facilidad podrán subir por él siempre que quisiesen. De mí sé decir que si, conforme el ánimo y deseo, hubiera dado el Señor la posibilidad, holgara gastarla juntamente con la vida en esta heroica empresa. Mas ella se debe de guardar para algún bien afortunado, que tal será el que la hiciese, y entonces se verificarían las faltas de mi historia, de que he pedido perdón muchas veces. Y con esto volvamos a ella, que, por el afecto y deseo de verla acabada, ni huyo al trabajo que me es insoportable, ni perdono a la flaca salud, que anda ya muy gastada, ni la deseo ya para otra cosa, porque España, a quien debo tanto, no quede sin esta relación, si yo faltase antes de sacarla a luz.

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